Como sabéis los que me leéis, sigo la pauta en este blog de intentar no hablar de mi hijo, cosa que a veces me cuesta un mundo 😉 pero es una decisión consciente. Quiero que éste sea mi espacio y que él decida cuando sea mayor si quiere crear el suyo o participar en éste.
Pero dentro de mi espacio a veces sí me nace compartir algunas de mis experiencias como madre, tal y como hice en el libro «Ser madre, saberse madre, sentirse madre». Cuando lo estaba escribiendo, lo más difícil era para mí intentar reflejar mi vivencia como madre sin traicionar su intimidad. Ése es un equilibrio dificil de lograr a veces.
Soy madre adoptiva y soltera. En el tiempo que hace que lo soy, en ningún momento, ni uno solo, la decisión de ser madre adoptiva me ha cuestionado, ni me da miedo, ni me cuestiona, como no lo hacen todas las preguntas que me va haciendo mi hijo y que le voy contestando. Pero lo que sí ha cambiado es mi concepción de la maternidad o paternidad en solitario. Y reconozco que profundamente.
Éste es un tema sobre el que es difícil escribir, porque enseguida quieren encasillarte, en un «estás a favor o en contra» pero me gustaría poder reflexionar algo más allá.
Cuando decidí adoptar a mi hijo no sabía lo que implicaba ser madre, ahora cuatro años después, voy haciéndome una idea :-). Y cuando decidí hacerlo sola, era consciente de que para mí no era la opción óptima. Siempre he creído que la mejor de las maternidades y paternidades posibles es la que llega, biológica o adoptivamente, a una pareja que se ama, esté constituida por quien esté constituida. Pero también creo sinceramente que la segunda mejor de las opciones es la maternidad o paternidad en solitario. Veo demasiado a menudo niños y niñas criados en hogares sin amor, sin respeto o incluso con violencia, y sé que el universo de sufrimiento que existe en el mundo dentro de los hogares excede con mucho la peor de mis pesadillas.
Por eso, porque no quería perderme la vivencia de la maternidad y no había encontrado mi opción número uno, decidí adoptar sola. Como escribí en el libro, creo que ser madre es la decisión más egoísta que tomamos, pero que conlleva luego la más grande generosidad de la que eres capaz, ésa es la trampa. Pero yo no tuve a mi hijo porque fuera bueno para él, sino porque quería ser madre. Me quise a mí al tenerle a él, no al revés.
Mi primer aprendizaje de la maternidad fue la humildad. Humildad para reconocer mi debilidad, mi miedo, mi impotencia. Humildad para darme cuenta de que esa «red social» que yo defendía como necesaria e importante para criar a un niño o niña, era mucho más que eso: era imprescindible.
Cuando hice el proceso de adopción dije que creía que tenía las dos cosas que necesitaba para criar a un niño: amor y estabilidad. Se me olvidó mi red de amor. No se puede criar a un niño sola, aunque estar sola no venga dado por tener o no tener pareja, sino por tener o no una red de amor que te acompañe y te sostenga. Sin esa red mi hijo y yo hubiéramos naufragado y no sólo con las logísticas (se pone enfermo, viajo, voy a cenar..) sino sobre todo con el vértigo y la soledad (está enfermo y hay que ir al hospital, no puedo más, estoy agotada, estoy tan enfadada con él que no sé ni cómo manejarlo…) y sobre todo con el agotamiento. Por muy bien que lo hagas, por muy bien que lo vivas, necesitas poder pasar el testigo de vez en cuando, descansar y volver a conjugar por un rato el «yo» en vez del «nosotros». Sin todas las personas que me han acompañado en la crianza de mi hijo, no seríamos la familia que somos. Eso lo sabe él, y lo sé yo.
Pero entonces los años avanzan y un buen día tu hijo te dice «mamá, echo de menos tener un papá» Te lo dice un niño feliz, pleno y lleno de amor, pero al que le falta algo, algo que ahora no tiene, que tuvo pero que no está. Y entonces comprendes que sólo con las opciones de vida que tomas, sólo con tus propias decisiones, sin ni siquiera ponerlas en palabras o haber hablado con él, ya estás configurando una serie de mensajes educativos y unas ausencias que entonces ni siquiera llegué a comprender lo que significaban.
Mi hijo está creciendo con la idea de que la pareja, en mi caso el hombre, es prescindible. Y no lo son (hablo no sólo de los hombres, sino de la buena pareja, de la opción uno, no de un tipo determinado de pareja). Pero en mi caso con un agravante: él es hombre. Y no es una presencia que se pueda sustituir, no es cierto que su tío, ni que su primo, ni que mis amigos puedan ejercer de padres, porque no lo son. Mi hijo es muy consciente de que tiene una madre hoy, igual que que tuvo madre y padre biológicos. Es su universo. Un universo lleno de amor, pero también con ausencias. Y ése fue el universo que le ofrecí, que puedo ofrecerle.
Así que no negué su dolor, sólo le dije «yo también siento que no tengas un papá». Luego ya me explicó que había visto con su tía los pitufos, y que los pitufos tenían un papá que les protegía y él no. Ahí le expliqué que tanto las mamás como los papás protegemos. Y él dijo «es cierto, además con lo grande que tú eres, puedes protegerme».
No creo que el no ser la opción uno, quite valor a la dos, ni a la decimo cuarta. Creo que el amor da sentido a cualquiera de las opciones, mientras haya eso: amor (y en el amor incluyo tantas cosas! compromiso, respeto, alegría, esperanza, constancia..) Pero sí que estoy aprendiendo, poco a poco, a comprender la profundidad de lo que las madres y los padres ofrecemos a nuestros hijos e hijas, la forma en la que configuramos su mundo, y su identidad. Y es cierto, a menudo nos amamos más a nosotros y nuestros deseos que a ellos.
Creo que es importante para que el amor que nos une sea real, dar lugar a esas ausencias y a esos dolores, permitírselos, igual que he de permitirle el dolor que provoca su historia sobre su familia de origen y su adopción. Porque ésta es nuestra historia, la de nuestra familia: una historia de amor, presencias y ausencias. Pero para poder hacerlo, la primera que he de poder reconocer esa ausencia soy yo. Y la debilidad e impotencia que lleva implícita.
Es sólo mi vivencia, no pretendo que sea norma, es sólo la mía. Es mi maternidad y nuestra familia. Pero quizá alguno y alguna de los que leáis esto os suene cercano.
Pepa