Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

El dibujo de mi hada

Los 41 han llegado cargados de regalos. Y con un aire nuevo.

Hoy una mujer docente que ha estado en el curso conmigo en Palma, se ha acercado a mi y me ha regalado esto:

Leyeron el cuento del hada atolondrada al principio del curso y ella ha dibujado mi hada. Me he quedado sin palabras. Sólo quiero compartirlo. Porque a veces en mi trabajo (y en mi vida) me pasan cosas tan hermosas que no hay palabras.

Pero ha habido mucho más:
Unas lunas hechiceras mejicanas…
Y una camilla llena de colores…
Y un baño de sol y de mar…
Y una comida en el parque llena de amor sosegado…
Y un día como los de antes: exposición, cine, compra, cena…
Y un árbol perchero más bonito aún de lo que pensé…
Y un deseo, una posibilidad para José…
Y el encargo de un libro bellísimo…
Y una descripción de mí en un trabajo de las que te hacen llorar…
Y un par de celebraciones de vida ansiadas..
Y llamadas y mails…

El amor de hace mucho, siempre nuevo, siempre único.
Algo parece estar cambiando en el aire.

Pepa, ya con 41.

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La hada atolondrada

Érase una vez…una hada de esas que de tan mágicas que son, le pasaba como a los grandes genios, que no se le notaba. Parecía humana, pero si te acercabas de a poquitos, sútil y dulce, descubrías que su piel temblaba casi transparente, porque era piel de hada.

Aquella hada tenía una risa muy contagiosa, una melena larga y sedosa y unos abrazos de los que deshacían la roca en polvorosa. Tenía además un anhelo de poeta que le llevaba a tejer pareados entre las palabras hasta casi casi deshacerlas de tanto retorcerlas en su forma y significado.

Hablaba tan rápido y siempre saltando de metáfora en metáfora, de palabra estrujada en palabra estrujada que muchos no lograban seguirla. Se quedaban silenciosos, absortos, mirándola. Y el hada sonreía, y recubría con su magia los miedos que anidaban en los ojos que la miraban, el temblor de las ausencias, y el dolor de algunos amores. Y lo hacía rápido, tan rápido que parecía a veces un suspiro y otras un huracán, pero nunca pasaba desapercibida.

Decían que se parecía a la diosa Mari, la de las tierras del norte que gobernaba la tierra y sostenía los cultivos, la de las tempestades y la larga melena. Pero ella era un hada. Ser hada se parece poco a ser una diosa, o quizá un poquito.

Aquella hada hablaba con los árboles, y con las montañas, y con la luna y con cada nube. Les susurraba sortilegios. Y cuando veía a la luna triste, le anudaba un mechón de su pelo alrededor de su blanco perfil para que no llorara lágrimas nivales. Cuando una nube empezaba a deshacerse de tanta lluvia contenida, le tejía con su pelo una cortina que permitiera deslizarse a algunas de sus gotas. Cuando los árboles se doblaban en las tempestades, cobijaba sus nidos envueltos en su melena.

Y aquellos sortilegios funcionaban, la luna sonreía a su león aunque añorara tocarle, los árboles susurraban sus mensajes, y las nubes se acariciaban de nuevo las unas a las otras hasta llover su dulzura. Lo único que por el camino se fue deshaciendo fue la melena de la hada, que pelo a pelo fue difuminándose.

Hasta que un día aquella hada se miró en el espejo del lago cercano a su hogar y no se reconoció. O quizá sí. Sus ojos seguían allí, su risa contagiosa y su poesía atolondrada permanecían intactas. Pero ella se quedó durante mucho rato mirando su reflejo. Preguntándose dónde quedó su cabello, en qué recodo del camino quedó su ser. Y de tanto mirarse se sintió pequeña y muy poco hada.

Pero entonces se acostó en la tierra junto al lago. Cerró sus ojos de mar. Y sintió en su cabeza la tierra mojada, y luego el calor del sol, y los rayos de luna que le acariciaron y las gotas que las nubes dejaban caer sobre ella. Y cuando quiso darse cuenta los árboles se inclinaban sobre ella.

Y sintió que ya estaba. Y estaba bien. La magia seguía viva en ella. Y decidió construir su propio nido, su propia metáfora, atolondrada y sosegada al mismo tiempo. Y sonrió.

Pepa, a punto de cumplir 41.

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Mi primer temblor

Éste ha sido un mes difícil para mí. Me coincidían dos viajes a Latinoamérica en un mes. En el primero a México, bati mi record de aviones en una semana: nueve. Estuve más tiempo en los aeropuertos que en las ciudades, pero me pasaron cosas hermosas. Hasta tuve la experiencia de llegar a una ciudad y ver carteles anunciándome por la calle, qué sensación! México ha llegado a mi vida de una forma importante, de la mano de una mujer especial que está moviendo con su organización muchas más cosas de las que ella pudo imaginar. Y merece la pena apoyarla en ese camino.

En el segundo, del que acabo de regresar hace apenas unas horas, a Nicaragua, he vivido mi primer terremoto. Increíble pero con todo lo que he viajado, hasta hace dos días nunca tuve la vivencia de sentir temblar la tierra bajo tus pies. También en eso he sido una privilegiada. No fue demasiado fuerte, pero sí lo suficiente para que la gente saliera corriendo y gritando del taller que estaba dando en un centro infantil de Managua. Es una sensación dificil de describir, pero que me situó una vez más en mi fragilidad. Y no deja de ser paradójico que mi última entrada en este blog se llamara «bajando a mi tierra». Pues eso, que bajé 😉

Este viaje a Nicaragua ha sido algo inhóspito, algo doloroso. Recuerdo cuando estuve allí por última vez, hace casi diez años, que percibí una sensación en el aire de un cierto fracaso colectivo, como de frustración. Y cuando llegué esta vez esa sensación no estaba, pero al principio no supe muy bien por qué. Mi trabajo hace que en los talleres y la gente que voy conociendo pueda conocer bastante bien los lugares que visito, y en este viaje conforme pasaban los días iba calando una sensación extraña. Ahora no había enfado, lo que había era parálisis. Tuve la sensación de que la gente tiene miedo, y se ha resignado. Me pasaron cosas fuertes en algunos talleres, y me encontré en varios momentos con mensajes encubiertos, con cambios inesperados…como si pasaran cosas que no se dicen pero que condicionan una forma de estar colectiva. Y duele verlo, sobre todo duele ver hasta qué punto se ha interiorizado.

Y a esa sensación colectiva le añades una sucesión de imprevistos, incluido el temblor. Ninguno irresoluble, pero que sí te suponen ir superando trabas que no serían necesarias, que te cambian los planes, horarios de talleres, lugares inhospitos para darlos quedándote casi sin voz para que te oigan las cien personas que han venido a escucharte, imprevistos que dificultan encuentros anhelados, otros que te llevan a una casa con un jardín casi tan bello como generosas sus gentes. Y entre todo eso, reencuentros con gente querida. Y una cierta desazón.

Y pensaba en que a veces el aire de los lugares se puede captar, el clima de un país, como sucede también en el nuestro. Cosas que no hace falta decir, que percibes en la forma de caminar de la gente, de contestarte cuando le preguntas, de situarse ante los imprevistos…pequeños detalles que hablan de movimientos de tierra mucho más radicales de lo esperado, de cosas tapadas, ocultas, subterraneas. El miedo inoculado, la mentira institucionalizada, y el dolor resignado.

Pero es que además, entre un viaje y otro este mes me han pasado muchas cosas. Convulsiones varias en mi entorno, un virus que nos arrasó en casa a los dos dejándome muy al límite de mis fuerzas, seguido de un oásis en mi paraíso personal, en Menorca, donde fuimos para celebrar nuestro santo. El día de San José siempre fue especial para mí. Lo celebraba mucho, era mi día compartido con mi padre, algo especial para mí. Hasta que él murió la madrugada de un día de San José de hace diez años justamente. Y yo pensé mientras regresaba a casa en un vuelo transoceánico de doce horas que no le deseo a nadie, «ya nunca podré volver a celebrarlo». Hasta que llegó mi hijo, y resultó que se llamaba José. Y yo me sonreí, y pensé: «menudo regalo, papá». Así que pasé de celebrar mi santo con mi padre a hacerlo con mi hijo. Y lo celebro siempre, porque celebro el hilo de la vida. Por eso este año le saqué del cole y lo llevé al mar, aprovechando una conferencia (increíble reunir a 300 personas en Menorca, fue una noche muy mágica!) y un curso con gente muy especial, nos quedamos a pasar unos días.

Y el día de San José nos fuimos con un amigo mío apicultor a ver sus colmenas. Nos vestimos con trajes especiales y nos acercamos a verlas. Yo apenas pude contener el miedo lo suficiente para lograr acercarme, y ver una por dentro antes de que sentir las abejas zumbando sobre el traje me hiciera alejarme. Pero José se quedó allí largo rato con mi amigo, viendo los zánganos, las obreras, la reina..como si hubiera estado allí toda la vida. Y por si eso no fuera poco, cuando salíamos de allí apareció un grupo de yeguas libres en la finca, y rodearon a José, a nosotros ni se nos acercaron, pero a él sí, y le olfatearon, le lamieron..y él se dejó hacer. Siempre he sabido que el lugar de mi hijo está en la naturaleza, pero cuando pasan cosas como ésas me pregunto muchas cosas. Y luego la mar, mi amado mediterréneo que calma hasta al alma más agitada, como estaba la mía cuando llegué. Y sobre todo el amor y el cuidado de mis amigos allí. Esa red de amor de la que siempre hablo.

Y entre medias siguen los regalos profesionales. Salió ya «Elegir la vida: historias de familias acogedoras» mi último libro, que en realidad es y no es mío, porque en él yo sólo hago de altavoz para las historias de seis familias que tienen niños y niñas en acogida. Seis relatos llenos de amor, honestidad y valentía que han creado un libro de los que hace llorar. Os lo recomiendo.

En fin, que este 2014 ha llegado a mi vida convulso. No malo, pero sí movido, más que de costumbre, y en mi caso eso es mucho decir ;-).

Veremos qué trae la tormenta, el temblor.
Pepa

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Bajando a mi tierra

Bajar a la tierra..es una de las expresiones que más uso en los talleres, cuando quiero explicar que los vínculos afectivos no se generan en las grandes intensidades sino en los pequeños detalles, en las cosas pequeñas y sutiles de la vida. Necesitamos convertir los pensamientos y las emociones en vivencias pequeñas y cotidianas.

Aquel brillo del sol reflejado en las hojas de los árboles que me enseñó mi madre: una mujer que, sin embargo, se caracterizó justamente por vivir desde las grandes intensidades. Lo frágil, lo vulnerable, lo sutil, lo precioso..

Este tiempo está siendo algo así, pero conmigo misma. Me levanto, me miro al espejo, me veo calva y me miro largo. Esta mañana mi hijo me ha encontrado delante del espejo y me ha dicho: «no necesitas mirarte al espejo, mamá, estás preciosa» y mientras me lo comía a besos pensaba para mis adentros que sí que lo necesito, que sí que necesito mirarme y mirarme hasta ver mi fragilidad, mi pequeñez y la belleza que anida en ella.

He vivido gran parte de mi vida mirando mis fortalezas, construyendo una imagen pública y ante mí misma de fortaleza y de intensidad. Y ahora me encuentro mirando mi fragilidad, mi vulnerabilidad. Bajando a mi tierra.

La calvicie trasmite una imagen de fragilidad, o mejor dicho, es lo que veo yo al mirarme al espejo calva, porque cada uno verá cosas distintas. Es algo innegable, visible. A partir de ahí no puedo contestar «bien» cuando me preguntan cómo estás, ni puedo negar mi cansancio, o mi dolor, tan sólo puedes sonreir y contestar «poco a poco» o «estoy tranquila, voy descansando» o «lo llevo con elegancia». Porque es la verdad.

La verdad es que cada día me levanto, y abrazo y acaricio el despertar de mi hijo, que sigue viendo mi belleza y mi amor, calva o peluda. Y, poco a poco, voy aprendiendo a ver lo que ve él. Poco a poco. Y siento que algo profundo se está transformando en mí, y no es otra cosa que mi forma de mirarme, de tocarme, de acariciarme.

Bajar a la tierra…dejar de volar…dejar de cargar montañas sobre mis hombros..respetar mis límites…reconocer mis miedos…vivir lo pequeño, lo sutil, lo hermoso. Sin grandes intensidades pero llenas de gozo plácido.

Y sonrío. Cosas de la vida, sonrío. Y no sé por qué, mi sonrisa me parece diferente en el espejo.
Pepa

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La memoria en la mirada

No tengo palabras para agradecer vuestras palabras. Los mensajes, las llamadas, los comentarios de estos días…cada vez que sucede me conmueve, me enmudece. Ese amor que me (y nos) rodea, que renueva mis certezas sobre esta forma de vivir ni mejor ni peor, tan sólo mía. Cada palabra y cada caricia me devuelven lo que soy y el camino que he recorrido. En su justa medida. Y es una medida hermosa. Qué regalo poder mirarse en ese espejo para saber que lo es porque yo lo soy. Sin más.

Poco a poco. Mi pelo sigue cayendo y naciendo a la vez. Lo nombro porque es la única forma que conozco de mirarme con coherencia, temblor y amor. Pero estos días algo ha cambiado en mí. Algo difícil de describir. Ahora veo mi pelo como expresión de mi cansancio y mi dolor. Y como tal lo cobijo. Sigue siendo duro, pero ya no hay angustia.

Poco a poco. De momento toca descansar, dormir y recuperar ese equilibrio que a veces es tan frágil y en los últimos meses perdí. Toca volver a mirar hacia dentro. Esto está siendo una dosis de humildad, de humanidad, de fragilidad. Una más, porque parece que nunca son suficientes para mi parte superviviente.

Escucho. Y callo. Tan sólo puedo deciros: gracias.

Y para eso quiero compartir este video. He llegado a él a través de esta web que si tenéis oportunidad de mirar guarda algunos tesoros increíbles. No sabía cuál me gustaba más que otro. Hasta que he llegado a éste…

Sin palabras. El amor y la memoria en una mirada. Leed la información del video, la historia lo merece.

Gracias,
Pepa

PD. Me he dado cuenta de que si no se entra en Youtube no se lee la historia del video, así que edito la entrada para resumirlo: ella es una artista, Marina Abramovic, que le hacen una exposición retrospectiva de su obra en Nueva York. Como parte de la exposición,las personas que la visitan, al final se sientan en silencio delante de ella durante un minuto. Sin que ella lo sepa, llega el que fue su pareja durante más de diez años y al que hace 23 años que no ve. Se sienta, ella abre los ojos y se miran. Lo que hicieron hace años al separarse si lo dejo a la búsqueda de quien quiera 😉

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De nuevo, mi pelo

Toca decirlo en alto. Se me esta cayendo el pelo de nuevo. Y esta vez se me esta cayendo no con calvas sino entero.

Volvió una vez, volverá de nuevo, lo sé, pero toca aprender, aprender lo que vino a enseñarme mi pelo, o mejor dicho aquello que no encontré otra forma de enseñarme a mi misma que de una forma tan visible y tan extrema como es quedarse calva. Se trata de quererme tal cual soy: calva, peluda, gorda, delgada..se escribe más fácil de lo que se logra.

La primera vez que ocurrió había una causa, una causa tan evidente que para mí fue fácil de integrar. Y aún así casi no pude hablar de ello hasta que recuperé el pelo. Y entonces lo describí así.

Pero esta vez no había una causa concreta, había muchas y ninguna al mismo tiempo. Antes de navidad, me sentía en mi lugar, me sentía bien, increiblemente bien diría yo. Y entonces empezó a caerse. Y no pelo a pelo, ni gradualmente sino a mechones. Y un mes después, ya es indisimulable (existirá esta palabra?). Y con cada mechón, la angustia. Esa angustia de «no puedo volver a pasar por esto, ¡no puedo!» y la rabia, el enfado conmigo misma, algo así como «¿a qué viene esto ahora, Pepa? no tiene sentido».

Pero semanas después he comprendido que tiene todo el sentido. Sigue doliéndome lo indecible que tenga que recurrir a formas tan extremas de hacer conscientes las cosas, pero lo he comprendido. Y la angustia se va yendo poco a poco, conforme empiezo a plantearme que mientras todo el pelo pequeñito que tengo ya crece de nuevo, tendré que encontrar maneras de disimular un poco la calva delantera. Por suerte tengo muchísimo pelo y eso lo hace más llevadero. Pero en cuanto ese pelo crezca, voy a bajar a la pelu y a cortarme el pelo cortito, como lo llevé muchos años, para darle oportunidad de crecer nuevo, y limpio. Pero para eso aún es pronto, de momento las calvas se ven, la cama sigue estando llena de pelo cada mañana y mi hijo sigue encontrando pelos por todos lados 😉

Y voy a ponerlo en palabras, a narrarlo, como dice una de mis luces en las oscuridades. Es una mezcla de muchas cosas. Algo así como: estoy cansada, no he tenido momento, margen ni tiempo para dolerme y curar el dolor del verano. Estaba tan preocupada por mi hijo y porque él estuviera bien, que ahora que le veo fuerte y feliz me he permitido sacar mi dolor. La intemperie y el frío de aquellos momentos dentro de mí mataron mi pelo. Cuando le vi bien tenía que haberme parado y haberme dado un tiempo para mí, pero el trabajo, la vida diaria de madre soltera y mi propia falta de consciencia me impidieron hacerlo. Hasta que mi cuerpo ha dicho: para.

Estoy cansada de estar sola. Me despedí de alguien a quien amaba, y sigo sola. Y duele. Y pesa. Nada que no conozca mucha gente. Pero es mi soledad, y mi miedo. Unido a un anhelo de que este año hubiera sido diferente. Y a un peque que no para de poner en palabras esa ausencia.

Estoy enfadada. Enfadada conmigo misma por no ser capaz de darme lo que doy a los demás, de cuidarme como cuido a los otros, de decirme lo que digo a otros. Enfadada por haber sido bastón para tantos y desde demasiado pronto. De haber tenido que conquistar mi debilidad, aprender a apoyarme y pedir ayuda y recibir las caricias de los demás.

Quedarse calva es sentirse fea, porque no es estarlo sino sentir que los demás te ven fea. Y dudar profundo de que alguna vez alguien te vea hermosa, de que alguien te elija.

Y después de decir todo eso, también estoy empezando a descansar, y a verbalizar otras cosas. Sobre todo desde el domingo y gracias a dos amigas que me hicieron mirarme a un espejo y reirme a mandibua batiente. Estoy orgullosa de mí misma, y del camino que he recorrido. Estoy orgullosa de que mi hijo no sólo no saliera dañado sino que esté más fuerte y más feliz, orgullosa de salir a la calle y seguir con mi trabajo público a pesar de estar quedándome calva, orgullosa de hacer malabarismos con mi tiempo, y de todo lo que doy y genero a mi alrededor en mi vida personal y en mi vida profesional. En más sentidos de los que sé explicar, tengo un privilegio de vida y es una vida que he construido yo.

Estoy cansada. Muy cansada. Pero toca quitarse una capa más. Y no cualquiera.

Gracias por estar ahi.
Pepa

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Contabilizar nuestros muertos

Los que lleváis tiempo siguiéndome por aquí sabéis que no soy muy dada a cruzar este blog con mi ámbito profesional. Lo hago pocas veces, y cuando lo hago, lo hago para contar vivencias que he tenido.

Pero este post que he escrito en la web de Espirales que a su vez lleva al post que escribí en No me pidan calma lo merece.

Si lo leéis, creo que sabréis por que. Y por esta vez, os pido toda la difusión posible.

Gracias anticipadas y conmovidas.

Pepa

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Give me love

La vuelta de navidad no está siendo fácil, por eso ando callada. Pero este fin de semana está siendo un tiempo de regalos. Regalos de reyes atrasados ;-). Regalos de amor.

Quiero compartir éste, que me ha hecho llorar. Escuchadla. Es un músico espectacular. Y creedme, no necesitáis entender la letra. Sólo el estribillo. Es la súplica universal.

… Give me love.
Pepa

Pd. Por comentarios que me han llegado, se que la letra oficial no dice mama, dice my, my..pero coincido con quien me regalo el video, que el cantante hace un juego de sonidos con las palabras. Pero en cualquier caso, lo que me importa es la súplica, y el sonido.

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Los contratos del alma

Puede que no sea el mejor título para un post que escribo el día de nochebuena :-), o quizá justamente sea el mejor. Pero me sale de dentro dedicar a escribir el ratito que me queda entre la consulta y la inmersión en la familia, previo paso por las tiendas del barrio a recoger las compras de última hora y decir «feliz navidad» más veces de las que puedo contar en cinco minutos (¡Cómo me gusta el barrio en que vivimos!).

En los últimos tiempos ando más que nunca «prendada» de la maravilla que llega cuando quitas deudas morales y psicológicas a las relaciones humanas. Esa capacidad de compasión, de perdón, de acoger que nos llega cuando somos capaces de humanizar nuestra propia visión de nosotros mismos y de aquellos a quienes amamos.

Ayer firmé uno de los contratos más hermosos que he firmado en mi vida, y creedme cuando os digo que no era precisamente el de una boda 😉 y una vez más me reafirmé en que el amor sostiene, alimenta, atesora y afianza cuando se quita los ropajes de la idealización, la moral y la deuda. Y una vez desnudo, se recubre de nuevo, pero de valentía, honestidad y consciencia.

Aprendemos a amar siendo amados. No es cierto que como niños aprendamos a amar amando sino siendo amados, ni a entregar siendo generosos sino recibiendo. LLegamos a la entrega si hemos recibido antes. Hace falta ser alimentado, sostenido y amado para poder aprender a amar y sostener. En los talleres que doy repito una y otra vez que hay que deshacer el concepto de «amor incondicional», sobre todo cuando me toca hablar del vínculo madre-hijos, que parece ese último tabú social a cuestionar. Es como si todos necesitáramos que nuestras madres fueran perfectas, ideales, únicas. A los padres también les pasa, pero en menor medida, por los roles de género aceptados en la crianza. Pero ese halo de idealización con el que miramos como niños a nuestros padres lo mantenemos dentro toda la vida. Y seguimos buscando el refugio que buscábamos entonces, porque los creíamos omnipotentes, sabios y poderosos.

Pero entonces llega la realidad. Y las navidades con ella :-), entre otras muchas cosas. Y nos recuerda que nadie es perfecto, que todos queremos con clásulas, con expectativas, con condiciones. Y que es importante legitimar esas condiciones.

¿Cómo legitimarlas? Para empezar verbalizándolas. ¡Qué prisión no poder hablar de lo que se siente! Qué prisión sentir que no puedo sacar de mí la ira, el miedo, el amor o el deseo. Cuánto bien nos hacen los escritores, y los pintores, y los artistas que sacan, expresan, hacen visible y nos brindan bastones en los que apoyarnos para expresar lo que solos no sabemos. Cuántas palabras prestadas y hechas propias llegan estos días.

El amor se vive, pero se teje en la narración, en lo que regalas al otro en tus palabras y gestos, en cada «te quiero», en cada caricia..y hacen falta, por supuesto que hacen falta. El otro las merece, y nosotros nos merecemos darlas y recibirlas. Decir «te quiero» hace sentir mejor al otro, pero a nosotros nos da un lugar en el mundo, un lugar de pertenencia, un hogar.

Y esas cláusulas al narrarlas, se legitiman. Porque se hacen públicas. Y ahí llega el contrato. El acuerdo, el compromiso. Cuando se dice algo, ya no podemos hacer como si no lo dijimos (y no será porque no lo intentemos) porque las palabras y los gestos, como un contrato que firmas, una mano enlazada a otra o un beso quedan en nuestra alma, y nos hacen quienes somos.

Y sólo tenemos una vida. Así que más vale que la invirtamos en aquello que anhelamos de verdad, porque si no, se esfuma. Se esfuma pagando deudas heredadas, «costes sistémicos» que llamamos los psicólogos a ese precio que todos pagamos por pertenecer a nuestro primer hogar, a nuestras familias. Todos pagamos un precio para ser amados. Y cuando nos hacemos mayores tenemos una oportunidad privilegiada: poner consciencia en ese precio, revisar ese contrato y decidir si queremos seguir firmándolo, o queremos cambiar sus clausulas. Sin ser ilusos (a mí esta parte me cuesta un mundo!) y pensar que podemos «no pagar precios». Siempre hay un precio, un coste. Lo importante es que lo elijamos con consciencia, porque entonces pesará menos. Nos saldrá a cuenta. Por todo lo que ganamos, que es inmenso.

Y ahí llegamos al mayor talón de aquiles: la valentía. Porque para poder hablar, besar o acariciar hace falta valor. Hace falta valor para amar. Ese valor surge de la necesidad de ser amados, como el dar surge del recibir. Convertimos esa necesidad en impulso y entrega, en cuidado, en caricia. En algo que saca cosas de nosotros que nunca supimos siquiera que existieran.

Así que si llegáis a leerme antes de esta noche, escuchadme bajito cuando os digo: sed valientes. Decid «te quiero». Veréis que el contrato sale a cuenta.

Pepa

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Un poco de mi caos

Llevo bastantes días sin escribir. Pero es que la vida corre más que yo últimamente, y mira que yo soy rápida! 😉

Estuve dos meses viajando sin parar y contaba con diciembre para descansar, pero no ha sido así. Están pasando muchas cosas, así que voy a escribir un poco de mi caos.

MÁS ESPIRALES

Las espirales son una constante en mi vida. Ahora lo son porque llamamos así a la consultoría de infancia que creé con mis compañeros de manera consciente por estos motivos. Pero elegí ese nombre también por mi propia experiencia vital. Y es una vivencia cada día más potente. La sensación de volver sin regreso, de avanzar por caminos ya conocidos pero nuevos, de relaciones que se alejan y vuelven a mirarme, a tocarme y a llamarme, de adioses que al principio parecen triviales pero que me llevan a viajes desconocidos…

Una de las espirales constantes en mi vida de los últimos años es la magia, que tiene mucho que ver con la cocina a fuego lento, con la confianza, con la apertura, con aprender a mirar…una magia que cada día que pasa va teniendo rostros y vivencias nuevas diferentes pero que me devuelven a las mismas certezas.

Volver de forma nueva. Caminar lo remoto como si ya lo conociera. Extraño pero muy bonito.

CÓMO SE SIENTE MI HIJO

Todo el mundo comenta que mi hijo ha dado un cambio. Yo también lo creo. Ha cambiado como cambian los niños y cambiamos los mayores, vestido el cambio de cotideanidad cuando es trascendental y vestido de importancia cuando en realidad son cambios triviales. Pues éste es de los cotideanos/trascendentes. Decidió dejarse el pelo largo. Fue la primera decisión que tomó sobre su aspecto físico, que hasta entonces le daba más o menos igual. Y debajo de esa decisión, se esconde un pequeño universo.

El otro día su profesora me llamó. Él estaba enfermo y tiene una profe de esas maravillosas que llama para ver cómo está y que se queda con él hasta que tú llegas a buscarle porque está con fiebre aunque se tuviera que haber ido. Y aprovechó para contarme algo que merece relato. En la asignatura de alternativa (qué poco me gusta ese nombre! alternativa a qué o para quién?) están haciendo un programa de educación emocional impagable. Y la semana pasada trabajaron cómo se sentían los niños y niñas en el mundo, ante la vida. Y allá fue José y dijo: «yo me siento alegre, agradecido y en paz» Y dejó muda a la profe y a toda su clase.

Esas formulaciones son mías, porque a estas alturas José y yo nos parecemos tanto, tanto que cualquiera diría que compartiéramos genes, pero él las eligió y las hizo suyas públicamente. Y a mí se me saltaron las lágrimas al oírle a su profe narrarlas. Por lo demás, seguimos peleando con las restas con llevadas y con atender o no en clase 😉

RABIANDO

Hace dos años escribí un post sobre la rabia. Lo llamé «Escuchando mi rabia«. Lo narraba como un camino realizado. Pero nunca lo son. En las últimas semanas alguien me removió rabias antiguas y no tan antiguas, y me ha hecho tener pocas o ninguna gana de aguantar y de callarme.

Así que ando rabiando con consciencia y muchas sonrisas surrealistas. Peleada con algunas máquinas y con algunas personas. Con lo que dices o no dices o se supone que dijiste o lo que otros dicen que nunca escuchaste. Rabiando de mi manera de elegir. Porque al final soy yo. Yo la que elijo. Yo la que me entrego. Y llegado el caso, yo la que me equivoco. Así que toca asumirlo y seguir. Y rabiar un rato.

LAS NAVIDADES

Soy una sentimental y sin «propósito de enmienda». Siempre lo fui. Y sigo empeñada en celebrar. Así que cada año celebramos dos fiestas, el cumple de mi hijo y el mío, y por navidad envío un crisma a mi gente. Un crisma en el que busco una foto que refleje para mí el año, escribo un texto que resuma lo que ha sido más importante para mí, lo monto y luego lo personalizo. Parte los mando por mail y parte impresos. Total, un trabajazo. Este año me asaltó la duda de si colgar el texto en este blog. Pero aún enviado a mucha gente, sigue siendo demasiado íntimo para ello.

Pero voy a acabar este post con una pequeña partecita de mi crisma 2013 para daros las gracias a todos y todas los que estáis al otro lado de esta página, los que me enviáis comentarios. Sois mucho más importantes para mí de lo que a veces puedo expresar.

Gracias de corazón. El crisma de este año lo llamé «Aprender a esperar». Porque de eso ha ido este año para mí. De aprender a esperar.

Aquí os lo dejo:

APRENDER A ESPERAR
Es un arte vivir acompasando los tiempos del alma, del cuerpo y de la vida.(…)
Pasear la mar en invierno..el frío en tu rostro…
mientras tus pies desnudos atesoran el calor de la arena.
Los tiempos de la intemperie inevitable. Y de cada decisión…
ambos ponen a prueba la resistencia del alma.
Aprender a entregarse.
Sentir esa luz dentro que ya no se va con la locura.
Aprender a esperar.
Aprender a confiar.
Aprender a amar.

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