Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Sostener

Una de esas citas de la biblia que se me quedaron prendidas al alma y que he mencionado aquí algunas veces es la que empieza diciendo: «hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer, un tiempo para morir, un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar..un tiempo para reir, un tiempo para llorar…un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse…un tiempo para ganar y un tiempo para perder…» Es del Eclesiastés capítulo 3. Es uno de esos textos que llenan el alma.

Pues mi tiempo ahora es un tiempo para sostener. Y las palabras a veces son de una sutileza que merece mirada detenida. Porque sostener no es acompañar, aunque un poco sí, no es contener, aunque mucho también, no es comprender, porque no siempre…

Para mí sostener es un poco acunar, un mucho cobijar y una inmensidad estar centrada. He tenido muchos momentos en mi vida de «tiempos de sostener», pero pocas veces he sido tan consciente de mi vulnerabilidad y mi pequeñez como éste. Cuando te piden que seas una gigante que venza a los gigantes, una hada que llene de magia la tierra y el calor que haga esfumarse el frío.

Pero ya lo dije una vez aquí, hay gigantes a los que ni con todo tu amor logras vencer, eres maga pero consciente de que la magia funciona con reglas inciertas y hay fríos que se escondieron tan dentro y tan pronto que apenas llegas a tocarlos a través de su piel.

Así que toca quedarse quieta y hablar o callar según el caso, abrazar horas y horas, tomar de la mano y creer por los dos. Y saber, como le decía hoy a un amigo, que hacer eso conlleva un grado de soledad indescriptible, porque nadie sino tú puede hacerlo, porque es a ti a quien necesita, porque eres tú quien es reclamada.

Y a veces sabes hacerlo, y a veces no. A ratos te hiere, a ratos te conmueve y a ratos te ilumina. Y todo eso junto en un mismo tiempo, en un mismo verbo, en un mismo hogar.

Y recordar, como dice la biblia y como dice mi tía, que «esto también pasará», que no es más que uno de los tiempos, que no lo es todo, que no es siempre. Simplemente es lo que toca ahora, mientras estamos en camino. Lo demás, en este tiempo, es secundario.

Y acabo con un poema maravilloso de Carlos Salem con el que me he despertado hoy, que habla de otro tipo de sentidos, pero sentidos al fin y al cabo:

«Despierto.

Respiro.

Te siento.

Sé que estás y me esperas

que las mañanas tienen un motivo

y yo lo tengo contigo.

Respiro.

Deseo.

Respiro»

 

Feliz semana.

Pepa

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Poesía y luz

La consciencia instalándose en los poros de mi piel.

Y cada día llega algo: un gesto, la luz, unas palabras, una sonrisa, una mirada… algo que me conmueve. Cada vez más.

El gozo de vivir. Y su estremecimiento.

El vértigo y la confianza.

El salto necesario.

Lo encuentro en mi trabajo, qué fortuna!

Y en la luz que me despierta cada mañana por la ventana. Y en las caricias con las que despierto a mi hijo, esa primera sonrisa..

En el abrazo que siendo tosso no quiso dejar de ser abrazo.

En una mesa bajo la lluvia, sus sabores como ofrenda de cuidado. En la memoria del vértigo de lo que pudo ser y no fue, y de lo maravilloso que ha llegado a ser. En la mirada conmovida de quien ha abrazado a mi hijo cuando temblaba.

Lo paladeo en la belleza.

De todo esto para mí habla ella. Y como me ha dejado anonadada, os la traigo aquí, como regalo de lunes. Habla más rápido que yo, que ya es decir, pero tiene subtítulos y podéis releerla. Pero mirad sus ojos, su sonrisa, sus manos abiertas. Es luminosa.

Feliz semana,
Pepa

El amor sana

Hoy ha sido un día con luz. Y una vez más, un día que refuerza mi convencimiento de que sólo el amor transforma la dificultad, la pena y la oscuridad en luz. No es que las haga desaparecer, ni mucho menos, no es que la pena sea más pequeña, ni la dificultad menor, pero sólo el amor y el tiempo pueden darnos luz para afrontarlos.

El tiempo, la cadencia de instantes que no puedes acelerar, ni perseguir, ni siquiera exigir. Cuando el dolor llega toca atravesarlo y una de las pistas que cada vez veo más claras en mi dolor y en el ajeno es la parsimonia (bendita palabra ésta). No correr, no huir, no lanzarse a hacer, o a deshacer, o a salir o a hablar o a… sólo estar, a veces en silencio, a veces poniéndole palabras pero estar. Dejar que la gente que amas esté cerca y te abrace, te acaricie y te acompañe, pero no para correr, salir o huir, sino para vivir el dolor.

Porque cuando lo haces, resulta que encuentras en ese silencio, en esa lentitud algunas pistas, algunas respuestas. No hablo de quedarse sola, hablo del silencio o palabra acompañada, hablo de la caricia y el abrazo. Y todo ello con lentitud y consciencia.

Porque entonces ocurre lo que hoy, que el cumpleaños de una amiga que no sabe muy bien cómo celebrar porque no le apetece celebrar, con el cierre de una casa en la que creyó de verdad que tendría hijos, el dolor de la ausencia y la ruptura…todo eso se puede convertir en la luz entrando entre los árboles, las risas de dos niños jugando en el jardín, los abrazos silenciosos y la palabra cuando la necesitas. El amor sana. Hoy me lo han dicho de nuevo las diosas, las que aparecen en las cartas y en los libros y las reales que tenía ante mí.

O el amor del otro día en el tercer entierro que llevo este verano, como en el segundo y el primero. Un instante de dolor, de lágrima y de ausencia se vuelve un momento de certeza del amor inmenso que une, que acerca, que consuela. Y la huella que deja quien se va, aunque llevara años enfermo, sigue siendo una huella de amor, no sólo en lo que dio sino en lo que recibió y en lo que ese cuidado germinó a su alrededor. Y ver a sus hijos abrazando a su madre y a sus nietos y sus nueras rodeándoles y a todos nosotros…amor, más amor.

Incluso hay una forma de amor que es tan sutil que cuesta aprenderla, a mí me costó muchísimo! y es aprender a decir «no puedo, ayúdame». Reconocer la vulnerabilidad, el dolor, el miedo…y pedir ayuda. Y hacerlo por ti y por quien amas, una y otra y otra vez si es necesario. Seguir tu intuición, independientemente de lo que digan los demás, ser fiel a tu voz interior. Para que cuando te toque sostener el dolor de quien más amas, puedas al menos escucharle hablar de «I., la que me está ayudando».

Hay una frase que suelo decir en los talleres y que hoy estaba en la nevera de la casa cuya despedida honrábamos: «a amar no se aprende amando sino sintiéndose amado». Lo creo cada vez con más radicalidad. No es el instinto el que nos enseña a amar, es lo que recibimos, la urdimbre de amor es la que nos enseña, nos sostiene y nos ilumina. Sólo cuando te sientes amado, sea de niño o ya de adulto si no lo recibiste entonces, germina dentro de ti tu capacidad de amar en toda su plenitud.

Así que, en la medida de mis fuerzas y mis posibilidades, seguiré siendo una pesada, como le decía mi hijo el otro día a un amiguito suyo. Su amiguito se quejaba de su madre que le perseguía para que cenara y dijo «es que las madres sois malas» y mi hijo le miró y le dijo «no, N., las mamás no son malas, son pesadas». Pues eso, seguiré siendo pesada. Sigo creyendo en el «estar ahi». Empeñándome en celebrar cumpleaños, en tomar trenes cuando toque, en contestar llamadas o mails a las horas que lleguen. Porque lo creo: el amor sana.

Pepa

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Éxito, lecturas y despedidas

Este verano me ha dado para leer largo. Y eso en estos años de madre se ha vuelto un privilegio para mi. El placer de una buena novela, de esas que cuando acabas te da pena, porque los personajes y la historia han tomado vida y los sientes como si flotaran a tu alrededor y te gustaría saber que es de ellos después…en fin, esa sensación me encanta.

Así que voy a recomendar dos. Ha habido otros que me han gustado mucho («La isla de las mariposas», » El libro de mi destino», «Veinte años, Inés» o «Las tres bodas de Manolita» entre otros) pero me quedo con dos. Uno que leí antes del verano y he vuelto a leer y he regalado varias veces: «Hierba Mora» de Teresa Moure, y otro del que me habían hablado largo y por fin pude leerme «El lenguaje de las flores» de Vanessa Diffenbaugh. Vaya desde aquí mi recomendación ferviente 😉

Pero quiero copiar aquí una cita que incluye Daniel J. Siegel en su libro «Tormenta cerebral», el único libro de temas de trabajo que me he leído (intento siempre leer sólo literatura durante las vacaciones). La cita me ha parecido que no tiene desperdicio, como muchas otras cosas del libro. Habla de lo que es tener éxito en la vida y dice así:

«ÉXITO
Reír a menudo y amar mucho;
Ganar el respeto de personas inteligentes y el afecto de los niños;
Lograr la aprobación de críticos sinceros y soportar la traición de los falsos amigos;
Apreciar la belleza;
Ver lo mejor de los otros;
Darse uno mismo;
Dejar un mundo un poco mejor, bien a través de un hijo sano, un jardín o la solución a un problema social;
Haber jugado y reído con entusiasmo y cantado con júbilo;
Saber que al menos una vida ha sido mejor porque tu has vivido;
Eso es haber tenido éxito.»

Bessie Anderson Stanley

Las soluciones para el mundo mejor podrían ser muchas más, pero no deja de ser curioso las que elige, y me encanta que la risa y el júbilo aparezcan multiplicados. Mi madre hablaba siempre del GOZO, una palabra que forma parte de mi ser más profundo.

Y la copio por muchas cosas, pero sobre todo porque estos días he podido estar en la despedida amorosa e increíble a un hombre para el que este poema se queda corto. No fue una la vida que fue mejor gracias a el, sino muchas. Gestó una red de amor que convirtió la vida de muchos en un privilegio, y en especial la de su familia, que también siento como mía. Sostuvo, aconsejo, acompaño, amo. Y lo hizo con amorosos e inteligentes detalles, con su mirada clara y directa, con ese tiempo que te hacia sentir que se detenía cuando te lo dedicaba a ti. Mi hijo y yo fuimos una pequeñita parte afortunada de ese gozo. Tal y como dibujó José a su tío Fran, le ha recibido un arco iris.

Pepa

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Fragilidad y fortaleza

De nuevo en mi casa, con placidez y frente a mi parque me siento al ordenador que he mantenido apagado más de un mes para ponerme al día de muchas cosas y entre otras para volver a este blog, que no deja de ser una especie de «hogar virtual». Al hacerlo me doy cuenta de que llevo dos meses sin escribir y me surge una sonrisa.

Sonrío porque una vez más me doy cuenta de lo limitadas que me resultan las palabras para expresar algunas vivencias, pero también de lo frágiles y valiosas que son, en ellas anida el deseo y la necesidad del ser humano de acercarse a otro, de tocarlo y de abrirse ante él. Con las palabras no sólo tendemos puentes sino que nos exponemos ante los demás. Y cuanto más nos exponemos más conscientes somos de nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad. En cierto modo creo que así funciona la vida, sólo podemos ofrecer lo mejor de nosotros cuanto más nos exponemos, por las palabras o por los hechos (haciendo el amor te abres a otra persona de una forma irrepetible aunque no digas una sola palabra). Y cuanto más nos exponemos, más pueden juzgarnos, y dañarnos. Pero también más profundamente pueden amarnos.

Mi trabajo y mi vida se sostienen sobre palabras. Palabras acompañadas de miradas, de presencia, de caricias, de detalles. Pero palabras. Y cuanto más vivo, más limitadas las siento para reflejar la complejidad de mi vivencia, de cualquier emoción o del conocimiento que puedo adquirir. Pero también más consciente que nunca soy del valor y del regalo que suponen. Al hablar me entrego, me ofrezco, me «regalo» a los demás, frágil y pequeña.

Y es verdad que conforme pasa el tiempo, me cuesta (pero esto intuyo que es algo común a todos) abrirme más. Me gusta el silencio, anido bien en él, me gusta escuchar a los demás y escucharles convirtiendo sus palabras en mi centro en ese momento, en ese justo momento. Me gusta estar, pasar tiempo con la gente que amo, simplemente estando. Recuerdo mucho a mi padre, cuánto le gustaba desde siempre, pero más en sus últimos tiempos bajar al parque o sentarse en una terraza simplemente a mirar la vida.

Este verano ha seguido el aire del 2014, un año que llegó con aires convulsos y sigue con remolinos. Ha habido de todo. Momentos maravillosos, de una dulzura extrema, regalos increíbles, pero también muerte, agresiones y dolor. Como la vida misma, sólo que un poco más intensa de lo normal, en la linea del 2014.

Este verano han vuelto mis cejas y mis pestañas, pero he ejercido de calva públicamente porque el pelo de arriba está tardando más en volver. Lo he hecho en casa, en la piscina, en la playa. He narrado a los niños y niñas con los que he convivido, y a través de ellos a sus mayores, el origen de mi calva, mientras veo como día a día el pelo vuelve. Estoy aprendiendo los ritmos de la vida. Son lentos, y yo siempre fui demasiado rápida.

Este verano, y este año en general, he recibido regalos increíbles de gente muy íntima o de gente desconocida que se me ha acercado para decirme lo importante que soy para ellos, lo que les doy y cómo les he cambiado la vida. Hay momentos que no olvidas jamás como el de aquella mujer gallega que dijo al cabo de unos minutos «..supongo que en el fondo con todo esto lo que quiero decirle es: gracias por existir». Y en sus ojos he visto el valor de lo que soy, y no es que no lo supiera pero constatarlo en otra mirada lo hace más real si cabe. De lo que soy y de lo que he logrado en estos años, y en estos dos últimos en particular.

Y este verano, como siempre pero un poco más ha estado lleno de las caricias, la risa, los gritos a ratos y la vida a raudales de mi hijo. Mi hijo valiente, esa preciosidad. Y del amor de los que nos quieren, que nos abren sus hogares, nos acogen como un regalo y nos llevan a ver atardeceres increibles al mar o a coger cangrejos, o a buscar lagartijas o a ver la luna llena desde el tejado de una casa en el campo. Esa gente que nos rodea que llegas sólo a comer un día y te vas dos días después, o te llama cada semana para decirte «estoy aquí».

Esa red de amor que en verano podemos disfrutar sin correr y que también este verano cuando ha tocado nos ha dejado estar ahí, a su lado, en su dolor y su preocupación. Tal y como le dije a mi hijo cuando me preguntó qué había que hacer para ser familia de corazón de alguien: «alegrarse con sus alegrías, consolarle en el dolor, ayudarle en los problemas, abrirle tu hogar y compartir con él lo que tienes y cuidar a quienes él ama, empezando por sus hijos». En el fondo, como le ha dicho hoy su tía: «elegirle».

Y al final (aunque aún nos quedan tres semanas de verano), vuelvo a mi hogar, a mi ventana, a este rincón que adoro y que refleja lo que soy, y me miro en esos ojos amados y me doy cuenta de que mis raices son más hondas, mi silencio más profundo, y que este cambio de piel que está suponiendo no sólo la calva sino todo el año, a pesar de su dolor, me está haciendo más pequeña, pero más sólida. La tormenta ha sido profunda, no hay duda, y ésa es justo la medida del valor de lo que he hecho este tiempo. Ésa y la risa increíble de mi hijo. Intuyo que la tormenta aún no ha acabado, pero estamos en ello y ya somos expertas navegantes ;-).

Lo sé, y hoy tocaba ponerlo en palabras.
Pepa

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Fin de curso

Esta noche toca presumir de hijo. Ni puedo ni quiero evitarlo en un blog como éste.

Lo primero, José ha aprobado el curso. Y después de lo que ha pasado este año..no hay palabras.

Segundo, le he preguntado si quería que colgara en el blog esta redacción que le han publicado en la revista del colegio. Me ha dicho que sí, que le encantaría. Así que aquí está. Sobran las palabras. Nadie me conoce mejor y se me cae la baba.

Sólo me queda añadir una cosa: gracias, Mercedes. Espero que algún día leas esto: gracias de corazón. Lo que José ha conseguido en el cole estos dos años es mérito suyo, pero también tuyo. Gracias por sostenerlo, y cobijarlo y abrazarlo y acariciarlo. Aunque haya gente que crea que no es necesario acariciar para ser maestra, para mí es imprescindible. Y tú lo has hecho cada día, sin descanso. Le has recordado que además de ser un trasto que no para quieto y corre sin parar por el patio, es un niño capaz de escribir esta maravilla con siete años. Y sobre todo, sobre todo, le has recordado que es valioso tal cual es. Y yo, como su madre, te debo mucho más de lo que puedas imaginar.

Pepa

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Belleza y deseo

Me he pasado toda mi adolescencia y parte de mi adultez creyendo que los hombres no podían desearme porque estaba gorda. Escondida bajo la comida como coartada para no afrontar mi miedo. Me costó deshacer aquella creencia.

Y ahora estoy calva. Ese escenario no existía ni en mis peores pesadillas. Mi pelo era una de las partes que más me gustaba de mí. Y lo sigue siendo. Estar calva era algo que me sentía sencillamente incapaz de afrontar. Así que desear y ser deseada estando calva ni planteárselo.

Y resulta que estoy calva, y gorda, y me siento guapa. Llevo unas semanas que personas queridas, conocidas y desconocidas se acercan a mí para decirme lo guapa que estoy, a lo que unos añaden expresamente, y otros veladamente «aún estando calva».

Al principio pensé que lo hacían por compasión, pero ya es demasiada gente y mucha de ella demasiado honesta conmigo habitualmente 😉 como para saber que va en serio. Me ven guapa.

Porque llevo unas semanas en que el deseo se está apoderando de mí. He pasado los últimos meses metida hacia dentro, y el deseo sólo llega cuando te abres, cuando abres los poros de tu piel, cuando vuelves a mirar. Y yo estaba demasiado ocupada en lo que estaba pasando dentro de mí como para abrir mi ser.

Pero ya estoy de vuelta en mi ser deseante y deseado. El que siempe fue, el que sigue siendo: yo.

Y es que me miro al espejo y, entre extrañada y azorada, tengo que dar la razón a los que me dicen que estoy guapa: lo estoy. Algo muy íntimo se ha instalado dentro de mí, con pelo o sin él.

Además estas últimas semanas el deseo y la belleza está rodeándome de una forma muy directa, para hacerme despertar:

He tenido unas conversaciones increibles sobre este tema con personas a las que quiero y que me han confiado su ser en ese sentido.

He recuperado recuerdos que tenía dormidos con una fuerza que a veces me ha dejado sin respiración.

Tuve una sesión de biodanza acuática con un grupo grande de gente ante la que me quedé calva, y dancé y miré y fui mirada. Una experiencia que fue todo un reto para mí pero en la que me sentí viva y libre. Y muy acogida por quienes me miraron.

He leído un libro que ha supuesto para mí un cambio de mirada en algunos aspectos claves de este tema y que desde aquí recomiendo vivamente. Se llama «Sexualidad. Planteamientos y claves para la intervención profesional en el ámbito de la discapacidad» De Agustín Malón y el grupo de CADIS Huesca. Si no conocéis su trabajo, no os lo perdáis en este enlace.

He estado en mis amadas Mallorca y Menorca, bañando mi calva en el mar. Sintiendo en cada poro de mi piel la belleza, y mi belleza. Y explicándoles, por cierto, a los niños y niñas con quienes estaba el significado para mí de estar calva y de mostrarse calva como mujer. Dos aspectos que en este proceso no siempre han ido de la mano dentro de mí.

Y ayer en twiter gracias a Mercedes Moya (si no la conocéis mirad su blog) me llegó esta maravilla, para la que no hacen falta palabras. Vedlo, vedlo, vedlo (y nunca mejor dicho):

Y hoy la conversación del desayuno me ha llevado a escribir todo esto. Y a decir: bienvenido seas, mundo, de nuevo a mi piel 😉

Pepa

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Privilegio

En este blog no suelo hablar demasiado de mi trabajo, pero hay días como hoy que me resulta imposible no hacerlo.

Durante este año estoy realizando una formación/supervisión a cinco centros de protección de menores dependientes del Consell de Mallorca. En una inversión institucional tan rara como valiosa, me dieron la oportunidad de trabajar con cada uno de los equipos por separado una vez al mes durante un año entero. Es algo único porque te permite ver el proceso, y el cambio. No es sólo un curso, o un taller, es un proceso de transformación si el equipo se arriesga a que lo sea.

Los centros de protección son todo un universo, un mundo que parece estar fuera del mundo. Un lugar lleno de historias de dolor y de esperanza. La gente que trabaja en los centros es gente especial. Como toda generalización puede parecer poco ajustada a la realidad, pero no lo es. Trabajar en protección de menores implica un grado de compromiso, de generosidad y de entrega tan poco conocido como valorado. Son profesionales que sostienen el dolor de los niños y niñas. Y lo hacen a diario, no en una sesión de terapia, o en una consulta médica, sino al despertar, al ir al cole, al comer, al acostarse…todo el día. Cada día.

Y hablamos de un dolor que para la mayoría de nosotros resulta sencillamente inimaginable. Pero ellos lo miran, lo viven, lo contienen y lo sostienen a diario. Cuando un niño o una niña grita su dolor de formas a veces muy difíciles, ellos están ahí, le miran y le abrazan. Y cuando logran hacerlo bien, se convierten para los niños y niñas que llegan a esos centros en una oportunidad de vida, escasa y preciada.

Para hacerlo, para dar esa oportunidad, hay que estar hecho de «buena pasta». Necesitan tener agallas y un inmenso cajón de ternura dentro de si. Saber levantarse cada vez que caen, porque caen más veces de las que pueden imaginar, y hay que estar dispuesto a volver a empezar. Porque sólo así les permitirán comenzar de nuevo a esos niños.

Como en todos los colectivos, no todos los y las profesionales cumplen con este perfil, pero de eso hablaré otro día, porque la mayoría a los que he conocido y con los que he trabajado y estoy trabajando sí responden a él y eso es lo que ha hecho posible lo que ha pasado hoy.

Y es que como parte de este proceso les propuse a los equipos, y todos lo aceptaron, dedicar una de las cuatro horas de cada mes a hacer biodanza. Para quien no la conozca, ya hablé de esta técnica aquí, una técnica que conocí personalmente y ahora incorporo a menudo en mi trabajo. Mi idea era crear un espacio de autocuidado y de trabajo emocional dentro de este proceso. Y le pedí a mi amigo Antonio que lo guiara. ¡Y de qué forma tan increíble lo está haciendo!

Hoy hemos hecho una de esas sesiones en un centro de primera acogida, donde reciben en un primer momento a los niños y niñas que se ven obligados a salir de sus familias.. Situemonos, niños y niñas que han sido abusados, maltratados, que han visto cómo sus padres morían o enloquecían o se enganchaban a algo hasta olvidarse de ellos, que han pasado por una o varias familias, para los que es su primer ingreso en centro, o el cuarto, a los que a veces lleva al centro la policía, otras el juzgado, otras los servicios sociales…

Y hemos comenzado a bailar en el patio del centro, a caminar con música, a hacer ejercicios. La música sonaba, nosotros estábamos en la vivencia, mientras algunos educadores cuidaban de los niños y niñas que había en el centro en ese momento. Pero poco a poco los niños y niñas han ido saliendo de sus habitaciones. Y cuando en un momento determinado he abierto los ojos de uno de los ejercicios que estaba haciendo había más de diez chicos mirándonos bailar.

Y esos mismos chicos que chillan, gritan, insultan, no paran quietos y a veces agreden para expresar su dolor y la injusticia de sus vidas se han quedado callados y quietos mirandonos durante más de una hora. Algunos han llorado. Y también han visto llorar a varios educadores. Y les han visto abrazar y ser abrazados, acunar y ser acunados, gritar sus nombres y correr, entre otras muchas cosas.

Y aún no sé para quién ha sido más hermoso. Si para ellos o para nosotros. Sólo sé que días como el de hoy me dan la medida exacta del privilegio inmenso de mi trabajo.

Pepa

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La escuela soñada por mi hijo

Hoy he visto este video de Tonucci, que me ha enviado mi enlazadora de mundos favorita. Había escuchado muchas cosas de Tonucci, pero la conferencia merece mucho la pena (aunque dura un hora, os recomiendo dedicarle el tiempo, lo merece).

En ella cuenta una anécdota en la que una maestra que trabaja en Jujuy, Argentina, con población indígena le cuenta como ellos tienen que «merecer a sus alumnos«. Increíble expresión, merecer a sus alumnos, tan aparentemente ingenua como radical en su significado. Cuenta que para las comunidades indígenas con las que trabajan la escuela no es una obligación sino una oportunidad, así que si a los niños les gusta ir, los mandan, pero si los niños se aburren, o no se sienten motivados, no los obligan a ir. De ese modo, la maestra le narra que ellos tienen que hacer una escuela suficientemente atractiva para que los niños y niñas quieran ir.

Y eso me ha recordado una conversación que tuve hace unas semanas con José y con su tía. Le contábamos que el instituto de su tía se esta quedando sin alumnos, porque ha decidido especializares en bilingüismo francés y ya nadie lo quiere, así que tienen problemas con las plazas del curso que viene. Y entonces José dijo «es que tenéis que construir una escuela a la que los niños quieran ir». Y tanto su tía como yo le preguntamos como sería esa escuela. Resumo aquí lo que dijo, sin añadir comentario alguno:

«Una escuela con las clases con las puertas abiertas, donde los niños puedan salir y entrar y hacer trabajos juntos, construida alrededor de un jardín donde haya plantas y un huerto. Cada clase tendrá una mascota que los alumnos se turnarán para cuidar. Habrá una piscina con un tobogán muy grande que podrán usar alumnos y profesores, habrá un patio grande para jugar y un montón de cuentos y libros para leer. Pero lo más importante es que habrá una sala con sillones de relajación, de esos que les echas una moneda y te dan un masaje para cuando los profesores estén cansados y tengan ganas de gritar a los niños para que se relajen y descansen. A esa escuela los niños querrían ir»

Luego decidió que el cuando fuera mayor la construiría y la dirigiría, su tía cuidaría el huerto y yo la clase de los bebes. Pero luego dijo que era una pena, porque el quería ir a una escuela así de niño, de alumno, y que si la dirigía no podría ser alumno en ella. Y nosotras seguimos mudas.

Y lo escribo hoy que mi hijo se ha ido al cole con miedo por el examen del trinity que les hacen en su cole bilingüe para ver si tienen nivel suficiente de inglés.

Pepa

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