Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Vivencias

Privilegio

En este blog no suelo hablar demasiado de mi trabajo, pero hay días como hoy que me resulta imposible no hacerlo.

Durante este año estoy realizando una formación/supervisión a cinco centros de protección de menores dependientes del Consell de Mallorca. En una inversión institucional tan rara como valiosa, me dieron la oportunidad de trabajar con cada uno de los equipos por separado una vez al mes durante un año entero. Es algo único porque te permite ver el proceso, y el cambio. No es sólo un curso, o un taller, es un proceso de transformación si el equipo se arriesga a que lo sea.

Los centros de protección son todo un universo, un mundo que parece estar fuera del mundo. Un lugar lleno de historias de dolor y de esperanza. La gente que trabaja en los centros es gente especial. Como toda generalización puede parecer poco ajustada a la realidad, pero no lo es. Trabajar en protección de menores implica un grado de compromiso, de generosidad y de entrega tan poco conocido como valorado. Son profesionales que sostienen el dolor de los niños y niñas. Y lo hacen a diario, no en una sesión de terapia, o en una consulta médica, sino al despertar, al ir al cole, al comer, al acostarse…todo el día. Cada día.

Y hablamos de un dolor que para la mayoría de nosotros resulta sencillamente inimaginable. Pero ellos lo miran, lo viven, lo contienen y lo sostienen a diario. Cuando un niño o una niña grita su dolor de formas a veces muy difíciles, ellos están ahí, le miran y le abrazan. Y cuando logran hacerlo bien, se convierten para los niños y niñas que llegan a esos centros en una oportunidad de vida, escasa y preciada.

Para hacerlo, para dar esa oportunidad, hay que estar hecho de «buena pasta». Necesitan tener agallas y un inmenso cajón de ternura dentro de si. Saber levantarse cada vez que caen, porque caen más veces de las que pueden imaginar, y hay que estar dispuesto a volver a empezar. Porque sólo así les permitirán comenzar de nuevo a esos niños.

Como en todos los colectivos, no todos los y las profesionales cumplen con este perfil, pero de eso hablaré otro día, porque la mayoría a los que he conocido y con los que he trabajado y estoy trabajando sí responden a él y eso es lo que ha hecho posible lo que ha pasado hoy.

Y es que como parte de este proceso les propuse a los equipos, y todos lo aceptaron, dedicar una de las cuatro horas de cada mes a hacer biodanza. Para quien no la conozca, ya hablé de esta técnica aquí, una técnica que conocí personalmente y ahora incorporo a menudo en mi trabajo. Mi idea era crear un espacio de autocuidado y de trabajo emocional dentro de este proceso. Y le pedí a mi amigo Antonio que lo guiara. ¡Y de qué forma tan increíble lo está haciendo!

Hoy hemos hecho una de esas sesiones en un centro de primera acogida, donde reciben en un primer momento a los niños y niñas que se ven obligados a salir de sus familias.. Situemonos, niños y niñas que han sido abusados, maltratados, que han visto cómo sus padres morían o enloquecían o se enganchaban a algo hasta olvidarse de ellos, que han pasado por una o varias familias, para los que es su primer ingreso en centro, o el cuarto, a los que a veces lleva al centro la policía, otras el juzgado, otras los servicios sociales…

Y hemos comenzado a bailar en el patio del centro, a caminar con música, a hacer ejercicios. La música sonaba, nosotros estábamos en la vivencia, mientras algunos educadores cuidaban de los niños y niñas que había en el centro en ese momento. Pero poco a poco los niños y niñas han ido saliendo de sus habitaciones. Y cuando en un momento determinado he abierto los ojos de uno de los ejercicios que estaba haciendo había más de diez chicos mirándonos bailar.

Y esos mismos chicos que chillan, gritan, insultan, no paran quietos y a veces agreden para expresar su dolor y la injusticia de sus vidas se han quedado callados y quietos mirandonos durante más de una hora. Algunos han llorado. Y también han visto llorar a varios educadores. Y les han visto abrazar y ser abrazados, acunar y ser acunados, gritar sus nombres y correr, entre otras muchas cosas.

Y aún no sé para quién ha sido más hermoso. Si para ellos o para nosotros. Sólo sé que días como el de hoy me dan la medida exacta del privilegio inmenso de mi trabajo.

Pepa

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Mi primer temblor

Éste ha sido un mes difícil para mí. Me coincidían dos viajes a Latinoamérica en un mes. En el primero a México, bati mi record de aviones en una semana: nueve. Estuve más tiempo en los aeropuertos que en las ciudades, pero me pasaron cosas hermosas. Hasta tuve la experiencia de llegar a una ciudad y ver carteles anunciándome por la calle, qué sensación! México ha llegado a mi vida de una forma importante, de la mano de una mujer especial que está moviendo con su organización muchas más cosas de las que ella pudo imaginar. Y merece la pena apoyarla en ese camino.

En el segundo, del que acabo de regresar hace apenas unas horas, a Nicaragua, he vivido mi primer terremoto. Increíble pero con todo lo que he viajado, hasta hace dos días nunca tuve la vivencia de sentir temblar la tierra bajo tus pies. También en eso he sido una privilegiada. No fue demasiado fuerte, pero sí lo suficiente para que la gente saliera corriendo y gritando del taller que estaba dando en un centro infantil de Managua. Es una sensación dificil de describir, pero que me situó una vez más en mi fragilidad. Y no deja de ser paradójico que mi última entrada en este blog se llamara «bajando a mi tierra». Pues eso, que bajé 😉

Este viaje a Nicaragua ha sido algo inhóspito, algo doloroso. Recuerdo cuando estuve allí por última vez, hace casi diez años, que percibí una sensación en el aire de un cierto fracaso colectivo, como de frustración. Y cuando llegué esta vez esa sensación no estaba, pero al principio no supe muy bien por qué. Mi trabajo hace que en los talleres y la gente que voy conociendo pueda conocer bastante bien los lugares que visito, y en este viaje conforme pasaban los días iba calando una sensación extraña. Ahora no había enfado, lo que había era parálisis. Tuve la sensación de que la gente tiene miedo, y se ha resignado. Me pasaron cosas fuertes en algunos talleres, y me encontré en varios momentos con mensajes encubiertos, con cambios inesperados…como si pasaran cosas que no se dicen pero que condicionan una forma de estar colectiva. Y duele verlo, sobre todo duele ver hasta qué punto se ha interiorizado.

Y a esa sensación colectiva le añades una sucesión de imprevistos, incluido el temblor. Ninguno irresoluble, pero que sí te suponen ir superando trabas que no serían necesarias, que te cambian los planes, horarios de talleres, lugares inhospitos para darlos quedándote casi sin voz para que te oigan las cien personas que han venido a escucharte, imprevistos que dificultan encuentros anhelados, otros que te llevan a una casa con un jardín casi tan bello como generosas sus gentes. Y entre todo eso, reencuentros con gente querida. Y una cierta desazón.

Y pensaba en que a veces el aire de los lugares se puede captar, el clima de un país, como sucede también en el nuestro. Cosas que no hace falta decir, que percibes en la forma de caminar de la gente, de contestarte cuando le preguntas, de situarse ante los imprevistos…pequeños detalles que hablan de movimientos de tierra mucho más radicales de lo esperado, de cosas tapadas, ocultas, subterraneas. El miedo inoculado, la mentira institucionalizada, y el dolor resignado.

Pero es que además, entre un viaje y otro este mes me han pasado muchas cosas. Convulsiones varias en mi entorno, un virus que nos arrasó en casa a los dos dejándome muy al límite de mis fuerzas, seguido de un oásis en mi paraíso personal, en Menorca, donde fuimos para celebrar nuestro santo. El día de San José siempre fue especial para mí. Lo celebraba mucho, era mi día compartido con mi padre, algo especial para mí. Hasta que él murió la madrugada de un día de San José de hace diez años justamente. Y yo pensé mientras regresaba a casa en un vuelo transoceánico de doce horas que no le deseo a nadie, «ya nunca podré volver a celebrarlo». Hasta que llegó mi hijo, y resultó que se llamaba José. Y yo me sonreí, y pensé: «menudo regalo, papá». Así que pasé de celebrar mi santo con mi padre a hacerlo con mi hijo. Y lo celebro siempre, porque celebro el hilo de la vida. Por eso este año le saqué del cole y lo llevé al mar, aprovechando una conferencia (increíble reunir a 300 personas en Menorca, fue una noche muy mágica!) y un curso con gente muy especial, nos quedamos a pasar unos días.

Y el día de San José nos fuimos con un amigo mío apicultor a ver sus colmenas. Nos vestimos con trajes especiales y nos acercamos a verlas. Yo apenas pude contener el miedo lo suficiente para lograr acercarme, y ver una por dentro antes de que sentir las abejas zumbando sobre el traje me hiciera alejarme. Pero José se quedó allí largo rato con mi amigo, viendo los zánganos, las obreras, la reina..como si hubiera estado allí toda la vida. Y por si eso no fuera poco, cuando salíamos de allí apareció un grupo de yeguas libres en la finca, y rodearon a José, a nosotros ni se nos acercaron, pero a él sí, y le olfatearon, le lamieron..y él se dejó hacer. Siempre he sabido que el lugar de mi hijo está en la naturaleza, pero cuando pasan cosas como ésas me pregunto muchas cosas. Y luego la mar, mi amado mediterréneo que calma hasta al alma más agitada, como estaba la mía cuando llegué. Y sobre todo el amor y el cuidado de mis amigos allí. Esa red de amor de la que siempre hablo.

Y entre medias siguen los regalos profesionales. Salió ya «Elegir la vida: historias de familias acogedoras» mi último libro, que en realidad es y no es mío, porque en él yo sólo hago de altavoz para las historias de seis familias que tienen niños y niñas en acogida. Seis relatos llenos de amor, honestidad y valentía que han creado un libro de los que hace llorar. Os lo recomiendo.

En fin, que este 2014 ha llegado a mi vida convulso. No malo, pero sí movido, más que de costumbre, y en mi caso eso es mucho decir ;-).

Veremos qué trae la tormenta, el temblor.
Pepa

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La memoria en la mirada

No tengo palabras para agradecer vuestras palabras. Los mensajes, las llamadas, los comentarios de estos días…cada vez que sucede me conmueve, me enmudece. Ese amor que me (y nos) rodea, que renueva mis certezas sobre esta forma de vivir ni mejor ni peor, tan sólo mía. Cada palabra y cada caricia me devuelven lo que soy y el camino que he recorrido. En su justa medida. Y es una medida hermosa. Qué regalo poder mirarse en ese espejo para saber que lo es porque yo lo soy. Sin más.

Poco a poco. Mi pelo sigue cayendo y naciendo a la vez. Lo nombro porque es la única forma que conozco de mirarme con coherencia, temblor y amor. Pero estos días algo ha cambiado en mí. Algo difícil de describir. Ahora veo mi pelo como expresión de mi cansancio y mi dolor. Y como tal lo cobijo. Sigue siendo duro, pero ya no hay angustia.

Poco a poco. De momento toca descansar, dormir y recuperar ese equilibrio que a veces es tan frágil y en los últimos meses perdí. Toca volver a mirar hacia dentro. Esto está siendo una dosis de humildad, de humanidad, de fragilidad. Una más, porque parece que nunca son suficientes para mi parte superviviente.

Escucho. Y callo. Tan sólo puedo deciros: gracias.

Y para eso quiero compartir este video. He llegado a él a través de esta web que si tenéis oportunidad de mirar guarda algunos tesoros increíbles. No sabía cuál me gustaba más que otro. Hasta que he llegado a éste…

Sin palabras. El amor y la memoria en una mirada. Leed la información del video, la historia lo merece.

Gracias,
Pepa

PD. Me he dado cuenta de que si no se entra en Youtube no se lee la historia del video, así que edito la entrada para resumirlo: ella es una artista, Marina Abramovic, que le hacen una exposición retrospectiva de su obra en Nueva York. Como parte de la exposición,las personas que la visitan, al final se sientan en silencio delante de ella durante un minuto. Sin que ella lo sepa, llega el que fue su pareja durante más de diez años y al que hace 23 años que no ve. Se sienta, ella abre los ojos y se miran. Lo que hicieron hace años al separarse si lo dejo a la búsqueda de quien quiera 😉

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De nuevo, mi pelo

Toca decirlo en alto. Se me esta cayendo el pelo de nuevo. Y esta vez se me esta cayendo no con calvas sino entero.

Volvió una vez, volverá de nuevo, lo sé, pero toca aprender, aprender lo que vino a enseñarme mi pelo, o mejor dicho aquello que no encontré otra forma de enseñarme a mi misma que de una forma tan visible y tan extrema como es quedarse calva. Se trata de quererme tal cual soy: calva, peluda, gorda, delgada..se escribe más fácil de lo que se logra.

La primera vez que ocurrió había una causa, una causa tan evidente que para mí fue fácil de integrar. Y aún así casi no pude hablar de ello hasta que recuperé el pelo. Y entonces lo describí así.

Pero esta vez no había una causa concreta, había muchas y ninguna al mismo tiempo. Antes de navidad, me sentía en mi lugar, me sentía bien, increiblemente bien diría yo. Y entonces empezó a caerse. Y no pelo a pelo, ni gradualmente sino a mechones. Y un mes después, ya es indisimulable (existirá esta palabra?). Y con cada mechón, la angustia. Esa angustia de «no puedo volver a pasar por esto, ¡no puedo!» y la rabia, el enfado conmigo misma, algo así como «¿a qué viene esto ahora, Pepa? no tiene sentido».

Pero semanas después he comprendido que tiene todo el sentido. Sigue doliéndome lo indecible que tenga que recurrir a formas tan extremas de hacer conscientes las cosas, pero lo he comprendido. Y la angustia se va yendo poco a poco, conforme empiezo a plantearme que mientras todo el pelo pequeñito que tengo ya crece de nuevo, tendré que encontrar maneras de disimular un poco la calva delantera. Por suerte tengo muchísimo pelo y eso lo hace más llevadero. Pero en cuanto ese pelo crezca, voy a bajar a la pelu y a cortarme el pelo cortito, como lo llevé muchos años, para darle oportunidad de crecer nuevo, y limpio. Pero para eso aún es pronto, de momento las calvas se ven, la cama sigue estando llena de pelo cada mañana y mi hijo sigue encontrando pelos por todos lados 😉

Y voy a ponerlo en palabras, a narrarlo, como dice una de mis luces en las oscuridades. Es una mezcla de muchas cosas. Algo así como: estoy cansada, no he tenido momento, margen ni tiempo para dolerme y curar el dolor del verano. Estaba tan preocupada por mi hijo y porque él estuviera bien, que ahora que le veo fuerte y feliz me he permitido sacar mi dolor. La intemperie y el frío de aquellos momentos dentro de mí mataron mi pelo. Cuando le vi bien tenía que haberme parado y haberme dado un tiempo para mí, pero el trabajo, la vida diaria de madre soltera y mi propia falta de consciencia me impidieron hacerlo. Hasta que mi cuerpo ha dicho: para.

Estoy cansada de estar sola. Me despedí de alguien a quien amaba, y sigo sola. Y duele. Y pesa. Nada que no conozca mucha gente. Pero es mi soledad, y mi miedo. Unido a un anhelo de que este año hubiera sido diferente. Y a un peque que no para de poner en palabras esa ausencia.

Estoy enfadada. Enfadada conmigo misma por no ser capaz de darme lo que doy a los demás, de cuidarme como cuido a los otros, de decirme lo que digo a otros. Enfadada por haber sido bastón para tantos y desde demasiado pronto. De haber tenido que conquistar mi debilidad, aprender a apoyarme y pedir ayuda y recibir las caricias de los demás.

Quedarse calva es sentirse fea, porque no es estarlo sino sentir que los demás te ven fea. Y dudar profundo de que alguna vez alguien te vea hermosa, de que alguien te elija.

Y después de decir todo eso, también estoy empezando a descansar, y a verbalizar otras cosas. Sobre todo desde el domingo y gracias a dos amigas que me hicieron mirarme a un espejo y reirme a mandibua batiente. Estoy orgullosa de mí misma, y del camino que he recorrido. Estoy orgullosa de que mi hijo no sólo no saliera dañado sino que esté más fuerte y más feliz, orgullosa de salir a la calle y seguir con mi trabajo público a pesar de estar quedándome calva, orgullosa de hacer malabarismos con mi tiempo, y de todo lo que doy y genero a mi alrededor en mi vida personal y en mi vida profesional. En más sentidos de los que sé explicar, tengo un privilegio de vida y es una vida que he construido yo.

Estoy cansada. Muy cansada. Pero toca quitarse una capa más. Y no cualquiera.

Gracias por estar ahi.
Pepa

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Contabilizar nuestros muertos

Los que lleváis tiempo siguiéndome por aquí sabéis que no soy muy dada a cruzar este blog con mi ámbito profesional. Lo hago pocas veces, y cuando lo hago, lo hago para contar vivencias que he tenido.

Pero este post que he escrito en la web de Espirales que a su vez lleva al post que escribí en No me pidan calma lo merece.

Si lo leéis, creo que sabréis por que. Y por esta vez, os pido toda la difusión posible.

Gracias anticipadas y conmovidas.

Pepa

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Give me love

La vuelta de navidad no está siendo fácil, por eso ando callada. Pero este fin de semana está siendo un tiempo de regalos. Regalos de reyes atrasados ;-). Regalos de amor.

Quiero compartir éste, que me ha hecho llorar. Escuchadla. Es un músico espectacular. Y creedme, no necesitáis entender la letra. Sólo el estribillo. Es la súplica universal.

… Give me love.
Pepa

Pd. Por comentarios que me han llegado, se que la letra oficial no dice mama, dice my, my..pero coincido con quien me regalo el video, que el cantante hace un juego de sonidos con las palabras. Pero en cualquier caso, lo que me importa es la súplica, y el sonido.

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Dejarse en la vida

La vida para mí es también magia. Y no me refiero a esa idea bucólico pastoril de la vida como algo bonito, bello e inocente. No me refiero a que sea bella, que lo es, ni emocionante, que también a raudales. Pero también es cruel, dolorosamente cruel y lacerante. Así que no, no hablo de esa magia.

Hablo de lo inefable, lo inexplicable, las preguntas sin respuesta, de esas certezas que te llegan y te invaden sin que puedas saber cómo ocurrió, de dónde se sacó el mago el conejo de la chistera, cómo fue que sucedió, cuándo si no lo viste venir. Esa sensación de que la vida es mucho más que lo que ves, y mucho más que el resultado de lo que haces o decides.

En los últimos meses en los talleres que voy dando la magia está volviendose casi palpable porque lo que surge, lo que sucede es mucho más que la suma de lo que yo doy y lo que los participantes entregan de sí. De repente en un ejercicio, en la construcción colectiva que hacemos de las conclusiones surge algo diferente, algo nuevo. Quizá no tanto un nuevo concepto como una nueva mirada, una nueva forma de nombrarlo, un matiz inesperado, una comprensión distinta.

Y no es algo que le suceda sólo a la gente, sino que me llega a mí. Esta semana en el taller que di en el centro de formación de profesores de Palma me volvió a suceder. Con un grupo de cincuenta educadores infantiles el nivel de elaboración de algunos de los conceptos era muy compejo, como alta la dificultad de encontrar palabras para algunos de los matices y realidades que los participantes me obligaban a afrontar con sus preguntas.

Todos ellos me regalaron el privilegio de esta nueva formulación. Por eso me nace compartirla aquí. Porque fue un regalo para mí, como varios de los que estoy teniendo en los últimos meses. Un regalo que sólo te puede llegar de profesionales vocacionales (sí, esa especie que parece en vías de extinción sigue existiendo y con más ahínco y entusiasmo que nunca, yo me los encuentro allá donde voy y en grupos tan grandes que la gente se queda fuera de los talleres por falta de plazas); profesionales cuya exigencia te confronta hasta un poquito más allá de tus propios límites, para encontrar esa herramienta, esa mirada, esa comprensión que abra nuevos horizontes, y contribuya a la legitimidad, coherencia y calidad de su trabajo.

El regalo fue el siguiente. Y tiene que ver con la magia. Se formularía más o menos así:

Sólo si hay al menos un otro que te da seguridad y confianza, puedes llegar a dejarte, a confiar, a perder el control.

Y sólo si logras ese «dejarte», ese «confiar» puedes lograr los tres pilares del equilibrio emocional que podrían formularse como:

CONEXIÓN/COMUNIÓN con los demás. La construcción de vínculos afectivos profundos y positivos sólo se logra cuando te dejas en el otro, cuando te abres a él o ella, cuando confías aceptando tu vulnerabilidad y tu necesidad de ser sostenido y acompañado, cuando te arriesgas. No puedes llegar a la comunión con otra persona manteniendo el control.

CONSCIENCIA. No hay vida emocionalmente plena sin consciencia. La consciencia de cada vivencia, de cada momento, de cada responsabilidad. La maternidad con consciencia, la vida de pareja con consciencia, trabajar con plena consciencia, tomar el sol con consciencia…cada minuto del día vivido con consciencia nos proporciona paz interior. Tanto más si esa consciencia es sobre el dolor. Sólo atravesando el dolor con consciencia lo sanamos, lo curamos, lo dejamos ir. Vivirlo sin consciencia supone quedar aferrados a él.

ALEGRÍA/ PLACER. Al placer sólo se llega a través de la entrega, del dejarse, de la pérdida de control. La risa no es auténtica si la controlas, y cuando es de verdad se vuelve incontenible y contagiosa. O el orgasmo. Sólo si llegas a dejarte en la vivencia, a no intentar controlar lo que haces y cómo lo haces llegas al disfrute pleno, al placer y a la alegría. El miedo y el control conducen a la ansiedad y la angustia, y no hay peor antídoto para el placer ni mejor garantía de la tristeza, aunque ésta llegue más inmediata o más tardía.

Creo de verdad que no es posible el equilibrio emocional sin consciencia, comunión o conexión con otros y alegría. Y creo que para llegar a cada uno de esos tres elementos el único camino es la entrega, la confianza. No significa no tener miedo, sino saltar el precipicio muerto de miedo. No significa no ser consciente de los riesgos, sino confiar en que en el camino hallarás la manera de sortearlos.

Dejarse es caminar, llorar y reir, sufrir y temblar. Dejarse es ponerse en manos del otro, sea este otro una persona o la vida en su intemperie.

Y la paradoja más importante de este concepto es que sólo aprendemos a dejarnos y confiar si nos dieron en algún momento de la vida una base segura para hacerlo. Venimos de un otro y caminamos hacia un otro. Somos desde otras personas y existimos para otras personas. Sólo si nos dieron la seguridad suficiente, en la infancia o mucho después (porque podemos aprender a dejarnos y confiar en cualquier momento de la vida, ésa es la maravilla, la infancia no es una condena) sentimos el valor que necesitamos para dejarnos.

Pero la clave para la vida no es la seguridad, no es el control, sino la entrega, justo la pérdida de ese control.

Al menos eso creo, eso conté el otro día y eso siento. Y cuando te dejas, aparece la magia.
Pepa

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La intemperie y la responsabilidad

INTEMPERIE. Hace frío. Estás desnuda. Tienes miedo. Tiemblas. Palpas tu fragilidad. Y tus heridas. El viento te empuja a veces, y sientes que la vida va más deprisa de lo que puedes controlar. Otras golpea tan fuerte tu rostro que casi no puedes ni caminar.

También hay días de sol, y de luz. De ese temblor cuando el sol de invierno va calentando tu cuerpo entumecido. De esa vida que brota por todos lados, sin poder detenerla. Sin quererlo tampoco. Días de amaneceres en la mar, donde el agua te acuna. Pero de esos es difícil acordarse cuando te invade el dolor.

Y hay olores, y sabores, y texturas…todo lo que la vida te brinda, a borbotones. Lo que no elegiste: tu tierra, tu familia, las personas que te amaron, las que te aman, el primer llanto, la enfermedad, la primera muerte, la última: la tuya..

Y vas dejando jirones de tu piel..y ganando matices, sutileza y belleza..todo en uno.

Incluso el amor, que sólo llega cuando logras aceptar tu intemperie (tu debilidad, tu vulnerabilidad..). Aunque amar en parte sí se elige.

Pero ahí, en la intemperie, estás sola. Sólo tú.

RESPONSABILIDAD. La elección. Vivir o morir. Caminar o esperar. Luchar o rendirse. Saltar o quedarte agazapada. Entregarse o volver el rostro.

Amar o quedarse sola, aunque estés acompañada.

La alegría (que no la felicidad) o la desesperanza (que no la tristeza).

El precipicio…saltas?

El vaso medio lleno o el vaso medio vacío. Ambos existen. Ambos argumentos son reales. Es cuestión de elegir cuál miras, cuál tomas y cuál ofreces a quien te mira y te ama.

Los ingredientes del plato te los dieron, pero el sabor resultante depende de ti. La responsabilidad no se puede delegar. De niña no la tuviste, pero como adulto es sólo tuya. No hay culpas ni culpables. Hay opciones, decisiones que asumir.

Y de nuevo estás tú. Sólo tú. Porque nadie puede elegir por ti.

Nuestra alma se juega en la intemperie y la responsabilidad. No elegimos lo que la vida nos da y nos quita, pero sí qué hacemos con ello, cómo lo vivimos, cómo lo afrontamos. Ése es el único margen de libertad real que conozco.

La vida para mí no se explica sin alguno de estos dos elementos. Y a mis 40 sigo preguntándome cuál me sobrecoge más.

Pepa

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Una carta de amor a Platón

1. Me gustan los amaneceres, y si es en el mar, más.

2. Me gusta la risa de José, y reír y los hombres que me hacen reír.

3. Me gusta el sol de invierno cuando te calienta el cuerpo y el alma.

4. Me gusta la luz, las ventanas abiertas y las casas sin cortinas.

5. Me gusta mirar…sin más, tan sólo mirar.

6. Me gusta la conversación y los abrazos, sobre todo con gente que está dentro de mí desde hace más tiempo del que puedo recordar.

7. Me encanta conducir, una carretera sin hora de llegada, buena música y buena compañía.

8. Mi forma favorita son las espirales, representan mucho más de lo que sé explicar.

9. Me gusta mi hijo, ¿lo he dicho ya? Me gusta todo en él, su risa, sus filosofadas, su forma de trepar a las rocas..todo él.

10. En el diez, me gusta el sexo, el buen sexo y sentir el deseo en el otro.

Me gustan los árboles y las caricias y Klimt, Chagall, Picasso o Soroya, que me toquen el pelo y el queso, los helados y el vino y bañarme y las miradas…y llegué hasta el 22.

23. Me gustan los trenes y las estaciones y los aeropuertos y toda la vida extraña y caótica que cabe en ellos.

Mi madre y yo usábamos un código sólo nuestro: cuando queríamos recordarle a la otra el valor de las cosas pequeñas y casi invisibles de la vida, nos decíamos «mira el brilo del sol en las hojas de los árboles». Les llevamos a ella y a mi padre a parques hasta que murieron, y lo veo cada día desde mi terraza, como me ocurre ahora mismo y hace mi número 24.

El 25 es fácil porque es el número que más me gusta.

Me gusta mi trabajo, creo en él y en la posibilidad de aliviar sufrimiento y con esa posibilidad llego al 26.

27. Me gustan los desayunos del domingo con café, calma y periódico y una mirada y caricia entre página y página.

28. Me gustan las buenas historias, sean en libros, en pelis y sobre todo los contadores de cuentos.

29. Me gusta Buenos Aires y el Mekong, Machu Pichu, y Sienna y Florencia y París y Bogotá y la luz de África y la luz de mis islas y el altiplano boliviano y sus sonidos y los verdes escoceses..y perdí el número..me gustan las maravillas del mundo y viajar.

Creo un éste haría el 40, como mis años, pero creo que de las importantes sólo me queda una por decir y es que…me gustas tú.

Pepa

Pd. Mi homenaje personal a «Hierba Mora» de Teresa Moure (recomendación ferviente), un libro donde una de sus protagonistas, una mujer increíble, hace un listado de dos páginas de cosas que le gustan. A ese libro y a otros ecos. Volviendo en mí, poco a poco.

El video corresponde a la historia de amor entre Carl Sagan y Anne Druray. Hacía tiempo que no veía algo tan bonito. Más información sobre la historia aquí.

Cuando las víctimas logran hablar (2)

Una de las cosas que a veces me resulta casi imposible de explicar es hasta qué punto se cruza mi vida personal con mi trabajo. Y no hablo de las horas que le dedique, o de los viajes o cosas de ese tipo. Hablo del dolor que veo a diario.

Este fin de semana ha sido para mí una prueba más de ello. El viernes dejé escrito un post en nuestro blog de Espirales CI para que se publicara hoy. Lo escribí a raiz de una noticia que se publicó la semana pasada que narraba cómo unos hijos a raiz de la muerte de su madre publicaron una necrológica en un periódico en la que contaron públicamente el maltrato que ella les infringió, todo el sufrimiento que llevó a su vida, además de reinvidicar la necesidad de que los niños y niñas víctimas de maltrato hablen. Podéis leer el post entero aquí y os copio una parte de lo que escribí. Dice así:

«Una de las mayores dificultades del trabajo en sensibilización y prevención del maltrato infantil son las limitaciones, cuando no la imposibilidad de las víctimas de narrar su historia, de contarla en voz alta y clara, no solo a sus familias, sino a toda la sociedad. Además de la dificultad para lograr que sean escuchadas y creídas con la misma fiabilidad con que se escucha y cree a las víctimas adultas.

Sin entrar en los problemas derivados de la fiabilidad del testimonio, de los que ya nos hemos hecho eco en Espirales CI varias veces, hoy queremos reflexionar sobre una noticia tan estremecedora como real. Los hijos de una mujer fallecida publican en un periódico una necrológica sobre su madre en la que cuentan todo el maltrato que les infringió durante su vida, expresan la paz que supone para ellos su muerte porque les garantiza el fin de su pesadilla y demandan la necesidad de que las víctimas por fin alcen la voz y no callen más. El periódico, como se puede ver en la noticia, retiró el escrito del periódico y declaró que haría una investigación sobre su publicación…

..Esta es una noticia que produce escalofríos. Por el dolor y el sufrimiento que esconde, por el modo y el momento que han elegido los hijos de hablar, por sus palabras contundentes… por muchas cosas. Pero creemos que hay varios aspectos sobre los que deberíamos parar a pensar un momento:

1. La memoria y la justicia son dos elementos imprescindibles en un proceso de reconstrucción de la vida y el alma después de haber sufrido cualquier forma de maltrato. Los niños y niñas víctimas de maltrato necesitan ambas cosas. Poder hablar y narrar lo sucedido, que no se olvide, que no se niegue. Y justicia, no sólo en el ámbito legal, sino en el social y familiar. Que sus familias reconozcan el maltrato y les visibilicen a ellos como víctimas. No porque sean solo eso, que son mucho más que eso, sino por honrar su dolor y sufrimiento. Nombrar el maltrato no implica reducir a los niños y niñas a víctimas sino honrar su dolor y la valentía que han demostrado al afrontarlo. Esa justicia social y familiar que viene del reconocimiento de la agresión, del daño infringido por el agresor o agresora y del dolor vivido por las víctimas no lo puede dar la ley sino la sociedad, y en concreto la familia y la comunidad donde viven tanto víctimas como agresores.

2. Toda víctima siente rabia, además de miedo, dolor, impotencia y culpa, y es una rabia legítima. Esa rabia esconde un sufrimiento enorme, y la rabia les permite sacarlo fuera. Pero la rabia está socialmente censurada. Se considera a menudo “fuera de lugar” o “inadecuada”. A estos hijos que escriben esa necrológica sobre su madre, se les censura socialmente por expresar en voz alta vivencias que para cualquier persona serían dolorosas y destructivas. Se les censura por lo que dicen, pero también por la forma y el momento que eligen para hacerlo, que sin duda están elegidos también desde la rabia. Y es importante legitimar esa rabia. Los relatos de las víctimas van a estar plagados de rabia y dolor y la única forma que tienen de sanar su tristeza, no es olvidar ese dolor y esa rabia, sino sacarlos, vivirlos y sentirse reconocidos más allá de ese dolor. Solo en ese reconocimiento, solo cuando su entorno comprenda que nunca podrán ni querrán olvidar, solo entonces podrán llegar a la aceptación y paz interior. Y desde esa paz reconstruirán sus vidas…

..Vaya esta entrada como homenaje de quienes trabajamos en Espirales CI, no sólo a personas que alzan la voz y cuentan su historia como lo hacen los protagonistas de esta noticia, sino a todas las personas que han creado esos foros o asociaciones de adultos que fueron víctimas de maltrato en su infancia. Todo nuestro conmovido y agradecido homenaje a su valentía.»

Lo que no podía imaginar siquiera era que apenas unas horas después de escribir este post me iba a encontrar en la fiesta de alguien que quiero con locura con gran parte de las personas que me maltrataron en el colegio. Un grupo de personas, hombres y mujeres, que ya son padres y madres de niños y niñas que estuvieron jugando con mi hijo y mis sobrinos. Esas mismas personas que me cantaban canciones cada día en el autobus que iba al colegio, me insultaban, se reían de mí por mi gordura, especialmente en las clases de gimnasia, me pegaban chicles en el pelo o me dejaban notas y dibujos en mi pupitre, entre otras cosas.

Estas son experiencias que no se olvidan, y que te convierten en la persona que eres. Y cuando los vuelves a ver, como los vi hace un tiempo en la fiesta de los veinte años del cole o este fin de semana, te parece algo muy lejano y te das cuenta de que no has vuelto a pensar en ello hace siglos. Pero al mismo tiempo, cuando les ves, eres incapaz de mirarlos y no recordar aquello.

Porque una vez más constaté algo muy importante. Y es que no ha habido en ningún momento un reconocimiento de aquel daño, una toma de consciencia del dolor que causó. No sólo a mí, sino a muchas otras personas en aquel colegio, valga como muestra este post de un compañero mío de curso que escribió hace un tiempo. Y ese reconocimiento del daño es una parte imprescindible del proceso de sanación tanto de quienes agredieron como de quienes fuimos agredidos.

Recuerdo hace unos tres o cuatro años que fui a mi mismo cole a dar una formación a los profesores y una charla a los chavales de bachillerato sobre prevención de maltrato entre iguales. Porque las cosas en estos veinte años han cambiado y mucho, no sólo en el colegio donde yo estudié sino a nivel educativo y social. Sobre todo en la toma de consciencia sobre el significado y la gravedad de hechos como los que describo que, entonces y ahora, son mucho más habituales en los colegios de lo que mucha gente quiere reconocer. Una gran parte del trabajo que yo hago ahora es en el ambito educativo, y hay pocos ámbitos donde se haya sensibilizado más a los profesionales sobre el tema del maltrato infantil.

En aquella charla a chicos y chicas de dieciséis años después de darles unos datos generales sobre el tema y hacer un ejercicio para que detectaran la violencia que se infringían los unos a los otros y que consideraban «normal», les conté mi experiencia en su mismo colegio, en aquellos pasillos donde estábamos hablando y en los que yo había crecido. Les hablé de las vejaciones pero también de mis amigos, los que me habían sostenido, los que habían permitido que yo no me destruyera por aquellas experiencias, ellos y mi familia. Amigos que, por cierto, también estaban el sábado en la misma fiesta, parte de ellos al menos, porque siguen siendo una de las presencias más gozosas y significativas de mi vida. Les hablé también de los profesores que me apoyaron y de los que volvieron la vista hacia otro lado. Les conté en definitiva mi vivencia.

Entonces me preguntaron directamente si había vuelto a ver a aquellos chicos y chicas que me agredieron. Les dije que sí, que se habían casado, que tenían hijos…y les conté que, de hecho, con un par de ellos me había hecho amiga. Me miraron horrorizados: «¡Cómo eres capaz de ser amiga de aquellas personas!». Y yo les dije la verdad: porque me habían pedido perdón, habían reconocido el daño que me habían hecho, y eso había limpiado la relación y había permitido que nos acercáramos de nuevo.

Para mí son los dos extremos de una misma realidad, las personas con las que quiero y puedo construir una amistad profunda o las personas con las que no quiero pasar más allá de un hola y adiós. Y la diferencia la marca el reconocimiento del daño y la actitud con la que como adultos afrontamos nuestras vidas, lo que hicimos, o lo que no hicimos, hayamos sido víctimas, agresores o testigos del maltrato.

Porque, además, eso y no otra cosa es lo que trasmitiremos a nuestros hijos: la capacidad de saber pedir ayuda, de defenderse y de apoyar a los que sufren o la de hacer daño y destruir a los demás. Y esa enseñanza no tiene que ver con lo que decimos, sino con lo que vivimos, con lo que hacemos en cada una de las pequeñas actuaciones que tenemos en nuestro día a día, a veces en una fiesta ante una escultura construida en unos árboles por unos niños, a veces en un colegio, a veces en nuestro propio hogar.

Así que escribo este post en mi blog personal para completar el de Espirales CI, para explicar parte de ese cruce de mi vida y mi trabajo, y sobre todo para agradecer a los que entonces y ahora me apoyaron y me sostuvieron. Personas que estaban el sábado y me abrazaban y me sonreían y que mi hijo considera como parte de su familia. Y otas personas que no estaban pero que me abrazaban de niñas en el autobús mientras escuchábamos aquellas cancioncitas cada mañana. Gracias también a los profesores que no volvieron la vista para otro lado, a los que quisieron formarse para mejorar su posibilidad de aliviar el sufrimiento de los chicos y chicas que tienen a su cargo, y al profe que me invitó a dar esas charlas de prevención de maltrato a los chavales. A todos ellos gracias de corazón.

Sin duda gracias a ellos, a todos ellos, soy en parte quien soy.

Pepa

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