Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Yo soy…

Seguimos con los videos sorpresa, los regalos indescriptibles e inesperados, los destellos de vida y de lo que la llena de sentido. Seguimos…

Éste es el video premiado en el concurso «Dame un minuto de paz» al que he llegado gracias a Olalla García, que lo escogió para responder a la propuesta que Alberto nos hizo desde su blog de Principia Marsupia, del que ya os hablé. Gracias, Olalla. Gracias, Iban.

No sé si sabría decir quién soy. Y menos hacerlo en un minuto. Probablemente sería una sucesión de palabras, pero ¿cuántas palabras caben en un minuto?

Quizá fuera algo así como:

Mujer, madre, hija, hermana, tía, amiga…
una niña de corazón alado..
viajera, comunicadora, narradora y escritora…
conversadora sin límite…
alegre, valiente, tierna, brusca, consciente, vulnerable..
bendecida y superviviente..
adicta a la risa de mi hijo, a aprender constantemente, a los abrazos (darlos y recibirlos), a una mirada limpia, a un silencio arrobado y compartido, al mar y al bosque, a una chimenea y a los atardeceres, (sobre todo en el mar), a cantar mal y a bailar mejor (pero a hacer ambas cosas cada día), a despertar con los pies entrelazados, a los desayunos en general y sobre todo a los del domingo con zumo y periódico, y a las palabras conmovidas…
río y lloro, grito y callo, tiemblo y me fío, camino y espero…
y ante todo, me siento amada, privilegiada y agradecida…
porque es cierto: no soy, somos.

Sería eso y mucho más. Además, Iban lo hace mucho mejor que yo ;-). Pero quería al menos intentarlo :-).
Pepa

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Dentro de veinte años

No me importa que el motivo sea publicitario. Es una de las campañas más sorprendentes que veo en tiempos, al menos a mí me ha cautivado. Y algunas de las cosas que dice…ufff…impagable.

Además, me ha resultado curioso que justo empieza igual que el texto de la boda de mi amigo. Y no lo había visto. Si es que la vida….

Mirad, disfrutad y no olvidéis. Ni ahora ni dentro de veinte años.

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Algunas cosas que suceden mientras se casa un amigo

El sábado se casó uno de mis mejores amigos. Una persona que viajó por medio mundo para volver a casa y casarse, de una forma tan bella como inesperada, con una chica de nuestro colegio de cuando éramos niños.

Y es que la vida son espirales. Cuando escogimos el nombre para la consultoría donde trabajo, lo elegimos por esto justamente. Por esa increíble experiencia que se repite una y otra vez de ver cómo la vida avanza en espirales. Vuelves a los mismos sitios, a las mismas personas pero todo es diferente. Igual pero diferente. Porque tú estás diferente. Igual pero diferente.

En esa boda me reencontré con personas de mi pasado, con muchísima gente de mi cole de adolescente. Y mientras bailaba pensaba en cómo funciona la vida, que te permite recorrer el mundo para volver a casa, tan igual y al mismo tiempo tan diferente. Pero sobre todo sentí algo que es impagable. Sentí paz. Esa sensación de saberte y sentirte en el lugar donde quieres estar. Sentir que hay heridas que ya no duelen y cariños que no sólo sobreviven sino que se han fortalecido con los años, los hijos y los amores. Y que hay gente a la que miras con cariño por lo compartido pero desde la distancia.

Tener una amistad de veinte o treinta años cuando aún no has cumplido los cuarenta es nombrar a personas que te constituyen, que forman parte de tu esencia, como llegan a hacerlo personas que aparecen después y con menos tiempo pero más intensidad se meten en tu alma. Y cada día que pasa me reafirmo más en lo que escribí aquí sobre mis opciones de vida: el amor, el valor y la alegría.

Optar por el amor es cuidarlo y cultivarlo y eso implica a veces también sacrificar muchas otras cosas de la vida. Porque el amor es muchas cosas, pero no es bucólico. Pero al final se trata de eso: de elegir. Elegir cómo vivir. Y yo elijo vivir queriendo y siendo querida. Elijo poner mi corazón, como hice el sábado, en unas palabras, algún baile y muchos abrazos. Aunque eso suponga exponerse.

Y en esos reencuentros, en esas veladas de tanta gente te das cuenta de cuántas historias suceden al mismo tiempo, de cuántos significados tienen las mismas palabras depende de quién y cómo se escuchen, de los diferentes registros que tiene una misma vivencia, de cuánta historia y cuánto amor hay detrás de algunas presencias, sean silenciosas o parlanchinas…la vida es lo que pasa mientras tanto…decían.

Quizá eso es lo que quiera escribir esta noche: que importa el «mientras tanto». Y sobre todo que siento que sólo tiene sentido si está lleno de amor.

Pepa

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El árbol que sube al cielo

Hoy ha muerto la madre de alguien a quien quiero mucho. En realidad, alguien a quien queremos mi hijo y yo. Así que de nuevo me ha tocado hablar con él sobre la muerte. Y es que tenemos un cielo algo poblado ya, un cielo que él vive como un lugar lindo, donde Trabuco, un burro al que quiso juega con la perra Curra ante los ojos maravillados de la abuela Asun, el abuelo Luis, Elena y la mamá del padrino.

Intuyo que mucha gente cree que estoy algo «loca», pero yo ya me he acostumbrado. Tanto trabajar el duelo con los niños me permitió comprender hace mucho que la dificultad ante el dolor y la ausencia se hace más y más grande conforme acumulas años de vida. Así que a mi hijo yo le hablo de la muerte, de nuestros ángeles, y siempre, como hoy, le doy la oportunidad de elegir si quiere venir a los entierros.

Le explico que un entierro es una despedida, donde la gente que se queda y está triste porque no va a poder volver a abrazar a aquella persona que amaba, recibe nuestro amor y nuestra compañía. Por eso es importante estar. Le explico que cuando morimos, para poder ir a donde quiera que vayamos, el cielo o donde sea, necesitamos volar, y que nuestro cuerpo humano, al menos hasta ahora, no ha aprendido a volar. Así que nos toca soltar el cuerpo. Y dejarlo en la tierra, para que de él salgan nuevas plantas o se alimenten los animales.

Pero si escribo todo esto esta noche es porque los niños siempre van más allá. Cuando tú crees ir, ellos ya han caminado varios bosques. Es una cuestión de segundos. Asi que cuando le he escrito mi mensaje de cada noche en la nevera (es que estamos aprendiendo a leer), en el mensaje le he preguntado si quería que le dijera algo de su parte a ella cuando la viera mañana. Y no lo ha dudado, ha dicho «que la quiero y le vas a llevar un dibujo».

Ha cogido papel, rotuladores, y ha dibujado la casa de ella junto al mar, y el cielo, y un sol, y a ella con él, y luego un árbol. Un árbol que subía del mar al cielo, y entre las ramas, ascendiendo, su madre. Y me ha dicho «dile que el árbol siempre está ahí, aunque no se vea». A esas alturas yo ya estaba llorando, serena, pero llorando. Y él ha llenado el resto del dibujo de corazones de colores para ella. Y lo ha metido en un sobre, para que se lo lleve mañana cuando vaya al entierro.

Y yo he pensado en nuestros cuentos. En nuestras historias de cada noche. Y en todos esos corazones.
Pepa

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Los aeropuertos en una silla de ruedas

Ya regresé de mi periplo loco del mes de mayo.

Los viajes siempre me resultan iniciáticos. Sé cómo salgo pero no cómo regreso. Y no creo que sea algo que me pase sólo a mí. Creo que los viajes son iniciáticos, recorras los kilómetros que recorras, siempre y cuando decidas vivirlos con la actitud adecuada: esa mezcla de apertura mental, capacidad de asombro y arrobamiento y silencio interior.

Pero cuando son tantos y tan seguidos como lo han sido para mí este mes, tienen una especie de «efecto acumulativo» y el alma necesita un tiempo para volver, que va más allá del tiempo físico del cuerpo.

Siempre me pregunto por tantas personas que he conocido que pasan su vida en aviones, en movimiento permanente, de hotel en hotel, incluso sin un lugar al que volver. Porque no se trata de tener un lugar en posesión (sólo los humanos somos tan engreídos como para creer que poseemos algo), pero sí un lugar al que sientas que perteneces, que puedas reconocer y paladear en cada pequeño matiz.

Uno de mis sueños de niña fue siempre viajar. Y uno de mis privilegios de mujer es haber podido hacerlo realidad. Como les decíamos hoy en la fiesta de despedida del cole de José «el mejor legado es enseñar a nuestros hijos a perseguir sus sueños». Porque hay que lucharlos, optar por ellos, buscarlos con consciencia y amor. Y a eso también se aprende.

Pero los viajes también te ponen a prueba, y te enseñan cosas de ti que de ningun otro modo vas a conocer. Mi viaje de vuelta de este último viaje del mes, que fue a Venezuela, ha sido un buen ejemplo de ello. El cuerpo es sabio. Y mi cuerpo tiene la particular habilidad para pararme cuando yo no sé parar, para decir «basta». Y lo hace algo estrepitosamente, sobre todo cuando me empeño en seguir hasta el punto de no escuchar.

Así que mi cuerpo dijo «basta». Primero enfermó pero no le escuché. Me recuperé y seguí. Así que luego, justo el día que volvía para Madrid, me caí, y me hice un esguince de tobillo apenas una hora antes de tomar el primero de los tres vuelos que debía hacer para volver a casa.

Así que he paseado cuatro aeropuertos del mundo en silla de ruedas en 24 horas. Toda una experiencia. Y no hablo sólo de los servicios de asistencia, cada uno con las características diferentes del país, las gentes o el idioma donde estaba. Me refiero a esa sensación de no poder valerte por ti misma. La sensación de depender de otra persona para hacer cosas que has hecho mil veces sola: salir de un avión, llevar la maleta, caminar por los aeropuertos, sacar la tarjeta de embarque…para mucha gente parecerá una tontería lo que digo, pero para mí no lo fue. Una vulnerabilidad que veías además reflejada en los ojos de la gente que te miraba al pasar. Y yo pensaba cómo miramos a las personas que se desplazan en silla de ruedas. ¡Cuánto decimos con las miradas sin necesidad de hablar!

Es esa sensación de vulnerabilidad que la enfermedad o, como en este caso, el accidente ocasional, te obliga a recordar y sobre todo a volver a sentir. Sentí que no debía olvidarla, que debía aprender a bajar de mi omnipotencia y a respetar los ritmos de mi propio cuerpo. Sobre todo cuando la vida puso la guinda al pastel y el tercer vuelo tuvo un aterrizaje abortado porque no le salía el tren de aterrizaje. Volvimos a ascender, dimos vueltas durante casi una hora, hasta que en un segundo intento, todo fue bien. Para entonces yo sólo podía pensar «sólo quiero volver a mi casa».

Ojalá la vulnerabilidad de nuestro cuerpo y los tiempos del alma guiaran nuestra vida. Sinceramente creo que mi vida, nuestras vidas y nuestro mundo serían diferentes.

Así que ya ven: volví diferente. Además de algo coja 🙂 pero nada que la acupuntura no haya podido curar. Y no se crean que el viaje fue iniciático sólo por el regreso accidentado, sino por muchas otras cosas maravillosas que pasaron y que guardo en mi corazón. Pero ése es otro relato.

Pepa

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Las ausencias compartidas

Llevo un mes de viajes que ya están pasando factura. Y lo que me duele es que no sólo a mí. Eso es algo a lo que nunca me acostumbraré: saber que existe una personita maravillosa que paga mis erroress. Y no sólo mis errores, sencillamente las «facturas» que implican mi vivir. Sé de sobra que también recibe los «beneficios», pero cuando les ves sufrir y decirte «mamá, prométeme que no vas a viajar nunca más» se te parte el alma.

Y le abrazas, y le acaricias largo rato y le dices la verdad, que entiendes que se sienta así, que tiene razón, pero que ésta es nuestra vida y que, aunque somos unos privilegiados, hay momentos en los que toca separarnos, y que él sea fuerte y resista y llore si lo necesita y se deje consolar por toda la gente que nos quiere y que le cuida mientras yo no estoy.

Pero verle revivir cuando volví el domingo como lo vi, con ese «mamita, ya estás aquí» me hizo más consciente si cabe de la responsabilidad que tengo al ser su madre. Porque él no recordará este fin de semana, pero su madrina y yo no lo olvidaremos. Y sin embargo, aunque no lo recuerde, configurará su alma y su vida, como todas las cosas buenas que vive también a diario y luego no recordará. Sé que eso es ser madre o padre: sembrar en la memoria corporal, la que no se recuerda con la mente pero nos proporciona la seguridad de tripas y de corazón para ser felices, qué paradoja!.

Pero duele. Me duele su dolor.

Y en esas andaba cuando me reenviaron este texto de otro de mis referentes personales, Saramago (corrección a posteriori, me equivoqué y dije Sampedro), que viene perfecto para mi corazón algo cansado estos días. Aquí os lo dejo:

«Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intesivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y de nosotros aprender a tener coraje.

Si, Eso es! Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado.

¿Perder? ¿cómo? No es nuestro. Fue apenas un préstamo… EL MAS PRECIADO Y MARAVILLOSO PRESTAMO ya que son nuestros solo mientras no pueden valerse por si mismos, luego le pertenecen a la vida, al destino y a sus propias familias. Dios bendiga siempre a nuestros hijos pues a nosotros ya nos bendijo con ellos»

Qué gran verdad! José ha sido mi mayor bendición. Ya no puedo decirle a la vida sino «gracias».

Un abrazo,
Pepa

Como madre, como hija y como educadora

Yo no estudié en la pública, como la mayoría de los protagonistas de este video. Pero comparto la necesidad de la defensa de una educación pública de calidad como un derecho humano que debería ser objeto de un pacto de estado no negociable y por encima de diferencias de ideologías. Porque una educación de calidad pública y gratuita es, desde mi punto de vista, la base de la democracia y la ética de una sociedad.

Mis padres nos llevaron al que consideraron que era el mejor colegio posible para nosotros. Igual que hago yo con mi hijo, aunque opte por la educación pública (a diferencia de lo que ellos eligieron para mí). La diferencia, desde mi punto de vista, la marca el que ellos entonces y yo ahora pudimos elegir. Pero no todo el mundo puede.

Por eso justo hoy que paradójicamente es al mismo tiempo el día que salen las listas que adjudican a mi hijo un cole de primaria de entre los coles públicos que solicité para él, y también el día que se desarrolla una huelga en todos los sectores de la educación pública tan justa como dolorosa, quiero difundir este video. Mi pequeña forma de adherirme a lo que en él se dice y al trabajo de la plataforma que hay detrás.

Porque el derecho, desde mi punto de vista de madre, de hija y de educadora, es poder elegir. Que todos los niños y niñas tengan garantizado su derecho a una educación de calidad, independientemente de ir a una escuela privada o pública, de sus ingresos o realidad social. Y sus familias a poder ofrecérsela. Y hablar de educación de calidad para mí sería hablar tanto de contenidos como de enfoque, metodologías, recursos de la escuela, formación de los educadores, estructuras…tantas cosas!

Al menos es lo que yo siento.
Pepa

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Benedetti de nuevo

Hace ya más de tres años que creé mi página web personal y este blog, después de que gente que me quiere bien me persiguiera sin descanso para ello ;-). Y recuerdo que mi primera entrada fue con un poema de Benedetti, uno de mis referentes personales.

Así que en este domingo noche aprovecho para compartir un poema suyo que me llega desde Paraguay, lugar donde crecen y se afianzan mis vínculos. Porque este poema no tiene desperdicio. Cada uno de sus versos esconde la sabiduría de una vida. Y confieso que no he podido evitar un subrayado personal en negrita 😉

Para mí Benedetti era impagable, sobre todo cuando se trataba de recordar lo esencial. Cómo se le añora!

Ahí va. Feliz semana.

¿CÓMO HACERTE SABER QUE SIEMPRE HAY TIEMPO?

QUE UNO SOLO TIENE QUE BUSCARLO Y DARSELO.
QUE NADIE ESTABLECE NORMAS SALVO LA VIDA.
QUE LA VIDA SIN CIERTAS NORMAS PIERDE FORMA
QUE LA FORMA NO SE PIERDE CON ABRIRNOS.
QUE ABRIRNOS NO ES AMAR INDISCRIMINADAMENTE.
QUE NO ESTA PROHIBIDO AMAR
QUE TAMBIEN SE PUEDE ODIAR
QUE EL ODIO Y EL AMOR SON AFECTOS
QUE LA AGRESION POR SI, HIERE MUCHO
QUE LAS HERIDAS SE CIERRAN.
QUE LAS PUERTAS NO DEBEN CERRARSE
QUE LA MAYOR PUERTA ES EL AFECTO
QUE LOS AFECTOS NOS DEFINEN
QUE DEFINIRSE NO ES REMAR CONTRA LA CORRIENTE
QUE CUANDO MAS FUERTE SE HACE EL TRAZO MAS SE DIBUJA
QUE BUSCAR UN EQUILIBRIO NO IMPLICA SER TIBIO
QUE NEGAR PALABRAS IMPLICA ABRIR DISTANCIAS
QUE ENCONTRARSE ES MUY HERMOSO
QUE EL SEXO FORMA PARTE DE LO HERMOSO DE LA VIDA
QUE LA VIDA PARTE DEL SEXO
QUE EL POR QUE DE LOS NIÑOS TIENE UN POR QUE
QUE QUERER SABER DE ALGUIEN NO SOLO ES CURIOSIDAD
QUE QUERER SABER TODO DE TODOS ES CURIOSIDAD MALSANA
QUE NUNCA ESTA DE MAS AGRADECER
QUE LA AUTODETERMINACION NO ES HACER LAS COSAS SOLO
QUE NADIE QUIERE ESTAR SOLO
QUE PARA DAR DEBIMOS RECIBIR ANTES
QUE PARA QUE NOS DEN HAY QUE SABER PEDIR
QUE SABER PEDIR NO ES REGALARSE
QUE REGALARSE ES EN DEFINITIVA ES NO QUERERSE
QUE PARA QUE NOS QUIERAN DEBEMOS MOSTRAR QUIENES SOMOS
QUE PARA QUE ALGUIEN SEA, HAY QUE AYUDARLO
QUE AYUDAR ES PODER ALENTAR Y APOYAR
QUE ADULAR NO ES AYUDAR
QUE ADULAR ES TAN PERNICIOSO COMO DAR VUELTA LA CARA
QUE LAS COSAS CARA A CARA SON HONESTAS
QUE NADIE ES HONESTO PORQUE NO ROBA
QUE EL QUE ROBA NO ES LADRON POR PLACER
QUE CUANDO NO HAY PLACER EN LAS COSAS, NO SE ESTA VIVIENDO
QUE PARA SENTIR LA VIDA NO HAY QUE OLVIDARSE QUE EXISTE LA MUERTE
QUE SE PUEDE ESTAR MUERTO EN VIDA
QUE SE SIENTE CON EL CUERPO Y CON LA MENTE
QUE CON LOS OIDOS SE ESCUCHA
QUE CUESTA SER SENSIBLE Y NO HERIRSE
QUE HERIRSE NO ES DESANGRARSE
QUE PARA NO SER HERIDOS LEVANTAMOS MUROS
QUE QUIEN SIEMBRA MUROS NO RECOGE NADA

QUE CASI TODOS SOMOS ALBAÑILES DE MUROS
QUE SERIA MUCHO MEJOR CONSTRUIR PUENTES
QUE SOBRE ELLOS SE VA A LA OTRA ORILLA Y TAMBIEN SE VUELVE
QUE VOLVER NO IMPLICA RETROCEDER
QUE RETROCEDR PUEDE SER TAMBIEN AVANZAR
QUE NO POR MUCHO AVANZAR SE AMANECE MAS CERCA DEL SOL
COMO HACERTE SABER, QUE NADIE ESTABLECE NORMAS SALVO LA VIDA.

Mario Benedetti

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Pequeñas grandes ideas

Entre viaje y viaje en mayo, me envían esto y me parece genial, así que lo incluyo tal cual. Gracias, Isabel.

Las pequeñas grandes ideas que pueden cambiar el mundo, cambiando nuestro día a día. Haciéndonos soñar.

Un abrazo,
Pepa

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La isla de las hadas

Erase una vez…

Erase una vez un niño que vivía junto al mar. Cada mañana bajaba desnudo a la playa, mientras su madre le decía: «¡No corras tanto, no vayan a enredarse tus alas!»

Porque aquél niño era un niño de corazón alado. Él lo sabía hace tiempo, porque el corazón de su madre era así y él se veía en los ojos de ella cuando lo miraba. Así que un día se lo preguntó:

– Mamá, mi corazón también es alado, verdad?
– Pues claro, cariño, por eso somos mamá e hijo de corazón.

Así que cada día el niño bajaba a la playa, al tiempo que le contestaba «ssiiiiii, mamá» sin hacerle mucho caso. Y corría por la playa, se tiraba en la arena, entraba y salía del mar, retándole y jugando. Y cuando ya no quería más, volvía corriendo y su madre ya le esperaba con su toalla abierta, gigante, para envolverle en su calor. Y él apoyaba su cabeza en el pecho de ella que tanto le gustaba, porque le gustaba escuchar su corazón. Latía con el mismo ruido que hacen las alas al moverse: sssssshhhh, sssshhhhh.

El niño se preguntaba cómo sería volar. Porque él siempre quiso volar, desde antes de que pudiera recordarlo. Y sabía que con su corazón alado, algún día lo conseguiría. Mientras tanto se conformaba con escuchar el ruido de las alas del de su mamá, mezclado con las olas del mar.

Y así pasaban los días, lentos, plácidos, llenos de ese gozo que sólo el amor te lleva a paladear.

Hasta que un día…

Un día que amaneció luminoso, y bajaba hacia la playa, algo llamó su atención. Algo en el horizonte. No era un barco. Su tía le había enseñado a distinguir los barcos de vela y los de motor, y no era ninguno de aquellos. Tampoco era una ballena. Él adoraba los animales, y podría reconocer el chorro que la respiración de las ballenas provocaba a millas de distancia, como pasaba con los rugidos de un león, que se pueden oír a kilómetros. Y era demasiado grande aquello como para ser cualquier otro pez, medusa, pingüino o cangrejo. Allí estaba, majestuosa, en el horizonte.

Así que el niño se quedó mirándola embobado, intentando no pestañear, conservar cada detalle, cada color, cada reflejo…temiendo que aquella maravilla desaparecería de su vista si cerraba los ojos…peo al final los ojos le dolieron de tanto mirar, y tuvo que cerrarlos, y rascarse y cuando los abrió…no estaba, se había ido!

El niño salió corriendo, esquivó la toalla de su mamá, que no entendía nada, y se fue a su habitacion. Tomó su cuaderno y pintó todo lo que había visto, con todo el detalle del que fue capaz. Y cuando lo tuvo acabado, se lo enseñó a su mamá, y le preguntó «¿Qué es esto, mamá?» pero su mamá le dijo «¿Qué es qué, cariño?» «Estooooo!!!» Pero su mamá no veía nada en el dibujo, sólo mar. Así que el niño se desesperó y decidió volver a mirar al mar.

Y permaneció todo el día junto al mar. Pero aquello no volvió. Y al día siguiente fue de nuevo a esperar. Y al siguiente. Pero nada. Ya le decía su mamá que muchas de las mejores cosas había que esforzarse para lograrlas, y él estaba dispuesto a hacerlo. Así que bajó cada día al mar durante una semana, hasta que una mañana con tormenta, con unas nubes de esas negras que tan sólo con verlas puedes sentir la lluvia, aquello volvió.

Y entonces el niño cogió de nuevo su cuaderno. Y como si de un mapa se tratara, dibujó. Él adoraba los mapas, sabía los caminos de memoria, y le gustaba saber dónde estaba cada cosa. Así que no sólo la dibujó, sino que marcó sus bordes, y calculó con sus manitas a cuánta distancia estaba del faro, y a cuánta de la casa del pintor, y poco a poco, forzandose a no cerrar los ojos, dibujó aquel mapa.

Y volvió donde su madre. Ella, que le había visto bajar un día tras otro a la playa y estaba intrigada por lo que su hijo buscaba con tanto afán, había decidido buscarlo con él. Y cada mañana se sentaba en el porche de su casa, y miraba donde miraba el niño. Él no la veía, pero ella siempre estaba ahí. Y al cabo de un rato, le bajaba al niño un vaso de leche con una galleta de chocolate blanco como a él le gustaba, para que tuviera fuerzas para seguir mirando. Y cuando llegaba la hora de comer, hacía unos bocadillos y, sin preguntar, se sentaba a su lado en la playa y comían en silencio.

Así que aquél día, apenas el niño se giró, vio a su madre. Y de nuevo preguntó «¿Qué es esto, mamá?» Y su madre miró aquel dibujo. Y lo reconoció. Y no pudo evitar llorar, porque era una mamá de las que lloran. No demasiado, pero sí lo suficiente, incluido llorar de alegría, o de emoción. Y tan sólo dijo «la viste, ya la viste». Y el niño esperó.

– Es la isla de las hadas, cariño.
– ¿La isla de las hadas?
– La isla de las hadas. La isla que guarda nuestros sueños de niños, la llave de nuestros corazones alados, la puerta a nuestro universo particular.
-Entonces vamos, tengo el mapa, lo hice mamá! Lo tengo!
– Pero es tu isla, cariño, sólo tú puedes verla.
– ¿Tú no la ves?
– No, corazón, yo veo la mía. LLevaba tiempo sin verla, pero desde que soy tu mamá, la volví a visitar.

El niño se quedó pensativo. ¿Una isla suya, propia? No podía creerlo. Él nunca había tenido algo parecido: una isla toda para él! Así que dejó a su mami en la cocina y se fue a su cuarto y se tumbó en la cama viendo las estrellas y pensó: mañana prepararé el viaje.

Pero al día siguiente la isla no estaba. Al niño ya no le importaba, porque tenía su mapa: cuatro manos a la derecha del faro, tres a la izquierda de la casa del pintor… Convenció a su amigo Noa de que le prestara su barco. Aunque su amigo no era fácil de convencer así como así. El niño tuvo que compartir su secreto. Y Noa decidió que él también quería ver su isla. Y al niño le pareció bien. Noa y su madre eran las mejores personas del mundo para enseñarles su isla.

Así que Noa y el niño esperaron esa noche, cogieron a escondidas algo de comida: unos yogures, pan, unas galletas…las metieron en su mochila y antes de que sus madres se despertaran cogieron el bote y empezaron a navegar siguiendo su mapa. Ninguno de los dos hablaba, pero sus corazones se oían en el silencio. No como el de su mamá, con sonido de alas, sino como huracanes de miedo y vértigo. Apenas podían articular palabra.

Pero cuando llegaron al punto donde decía su mapa, la isla no estaba. No estaba! Por ningún sitio. Y el niño empezó a desesperarse: no puede ser, no puede ser, no puede ser…hasta que pasadas dos horas Noa dijo que debían volver, la gasolina del motor de su bote se estaba acabando. Y así lo hicieron.

Y en la playa les esperaban sus madres. Y su mamá, como casi siempre que se asustaba, le abrazó y le gritó, le gritó y le abrazó por igual. Pero al final sólo le abrazó, mientras sentía que las lágrimas del niño caían por su pecho.

– No estaba, mamá, no estaba…hice mal el mapa.
– El mapa?
– Mi mapa!
– Carino, tu mapa era perfecto! sólo que las medidas no eran físicas sino las que veían tus ojos.
Carino, nuestra isla de las hadas es un lugar al que sólo podemos llegar volando. Tú y yo tenemos corazones alados. Por eso necesitamos llegar volando. Igual que volamos a las estrellas. Cuando la vemos, debemos fiarnos de nuestra mirada, de nuestro corazón, y volar.
– Volar, mamá? Pero si yo no sé volar.
– Eso no es cierto, qué te digo cada mañana cuando bajas a la playa?
– Que cuide mis alas, no vayan a enredarse.
– Y dónde están tus alas?
– En mi corazón alado.
– Entonces sólo tienes que hacer más fuerte tu corazón, más vibrante, más feliz aún…aprender, crecer, llenarte…y cuando estés listo, volarás a la isla de las hadas.
– Volaré?
– Volarás. Sabes por qué lo sé?
– Por qué?
– Primero, porque tienes tu mapa. Muy poca gente es lo suficientemente valiente para mirar, buscar, esperar y aprender lo suficiente para dibujar su mapa, y encontrar su isla. Si has logrado verla y dibujar el mapa, sé que lograrás volar cuando estés preparado. Y segundo, porque yo volví a volar contigo. Yo logré volar hace muchos años, pero lo había olvidado. Hasta que llegaste tú y me hiciste mamá, y entonces volví a confiar en mi corazón. Contigo recuperé la llave con la que darle cuerda. Y desde entonces vuelo a mi isla cuando quiero. Y hablo con mis hadas. Y con los abuelos.
– ¿Los abuelos están allí?
– Si tú quieres, estarán. En tu isla estarán quienes quieras que estén.
– ¿Y tú?
– Yo viajaré contigo si me invitas.
– Vale, iremos juntos, porque tú y yo somos un equipo invencible. Bueno, y Noa también, que se lo he prometido.
– Encantada. Pero ahora guarda tu mapa. Lo necesitarás para guiar tu corazón. Eso y la cuerda a tu corazón alado que cada noche te doy al abrazarnos. Pero guarda muy dentro de ti tu isla y nunca desconfies de tu intuición. Cierra los ojos, la ves?
– Siiiii. Veo un volcán, y los árboles, y los halcones y…
– …Pues ahi está. Cuando quieras viajar, cuando estés preparado, iremos juntos hasta ella.

Y el niño cerró los ojos. Y vio su isla mientras escuchaba el ssshhhh del corazón de su mamá, que sonaba como las alas. Las de ella y las suyas.

Pepa Horno
Paraguay, 9 de Mayo de 2012
A mi hijo José, que cuando leyó el cuento anterior, dijo que le encantaba, pero que el protagonista tenía que haber sido chico. Y le prometí que le escribiría un cuento con un niño como protagonista durante este viaje para podérselo leer a la vuelta.

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