Hoy hemos tenido una tarde de esas que se dan con un grupo de madres con hijos de cinco años: un caos, en el que alternábamos frases que intentaban ser profundas y sinceras, con gritos, miradas, llantos, risas, meriendas y corridas en una especie de caos ordenado que nunca llegaré a agradecer suficiente.
Pero en ese caos, cada una de nosotras traía una historia detrás, una historia de lucha, de dolor, de presencias y de ausencias. Y hoy, en medio de ese caos, intentábamos encontrar un hueco para esas penas, para ese dolor. Para ponerle palabras, para honrarlo, para poderlo llorar. Del mismo modo que hoy comía con otra mujer que intentaba honrar su propio dolor o ayer hablaba con una amiga que se siente sola en su dolor. Por todas ellas quiero escribir este texto.
Creo que llorar está prohibido en nuestra sociedad. Como a tantas otras cosas, le hemos dado un lugar prefijado, le concedemos unos minutos, un tiempo, y sólo en determinadas situaciones donde consideramos justificado el llanto: se te ha muerto alguien, has tenido un accidente, estás enfermo, te has divorciado…Pero no más y no demasiado largo. Porque hay que «estar bien», hay que «salir adelante», hay que «seguir» y todo eso parece incompatible con el llanto.
¿Podemos llorar y ser felices al mismo tiempo? Muchos nos dicen que no. ¿Podemos honrar nuestros dolores, concediéndoles tiempo en nuestras conversaciones, en nuestros amores, en nuestra amistad, o en el tiempo compartido? Muchos nos dicen que no. Porque a partir de un determinado momento las lágrimas son mal recibidas, resultan molestas, porque recuerdan la vulnerabilidad, la fragilidad y desarman a quien las mira impotente. Porque no sólo quien llora se siente impotente, también se sienten así aquellos que aman al que llora, que se encuentran desarmados para el consuelo.
Todos lloramos en soledad, a escondidas, en nuestra cama, en el baño, cuando los niños no nos ven, cuando nuestra pareja no se entera. Lloramos cuando tenemos la certeza de no molestar y de que no vamos a ser censurados. Las lágrimas pertenecen a nuestra intimidad. Pocas veces lo hacemos en público, sólo en los rituales, en determinados momentos, o con una buena excusa. Hay personas que lloran más fácilmente aunque las vean y dicen de sí mismas como excusándose que son muy «lloronas».
Cuando pierdes a alguien que has amado se te concede un tiempo para llorar, es el «duelo» como lo llaman, y para darle forma a ese duelo se construyen rutinas: entierro, funerales, llamadas, mensajes, esquelas…rituales desde los que se da forma a ese dolor. Pero luego llega el silencio. El teléfono deja de sonar, los amigos empiezan a aburrirse de que sigas queriendo hablar siempre de quien se ha ido, tu pareja, tu madre o tantos otros te animan y te dicen «ya pasó, hay que seguir adelante, sal por ahi, diviértete». Te dicen «todo va a salir bien» cuando para ti ya nada saldrá bien, porque esa persona ya no está y tú no quieres que el mundo siga sin él o sin ella. Te preguntas cada mañana cómo la gente sigue ahi, cómo las calles están despiertas, cómo es posible que la vida no haya parado y cómo puedes tú seguir.
Y los días pasan, y los meses pasan, y ya nadie quiere seguir hablandote de quien se fue. Porque reabre la herida, porque te hace llorar. Y tú sigues sintiendo que esas lágrimas son también tu espacio para seguir junto a él o ella, que lo necesitas, que es parte de ti, que quieres contar mil historias para que no se borren de tu memoria, ni de la de los tuyos, para que la gente no la o lo olvide, para que siga vivo en la memoria tuya y de los que amas. Por algo lo dijo Salinas «el dolor es la última forma de amor».
Y el agujero de su ausencia no disminuye, sólo poco a poco se hace soportable, deja de sangrar, como las heridas. Y llega un día, al cabo de mucho tiempo, que la o lo recuerdas sin llorar, que ya no estás enfadado con ellos por haberse ido, ni con el mundo por no recordarles, ese día increíble en que te encuentras riéndote de verdad como no recordabas haberlo hecho hace mucho tiempo: riendo con el corazón. Aprendiste a vivir con su ausencia, a seguirlos amando sin verles, ni tocarles, ni abrazarles. Y aún así, hay días, cada vez cada más tiempo, en que algo te hace llorar: un olor, una palabra, un lugar, o un aniversario…una cosa tonta que maldita la hora, piensas, en que llegó. Pero incluso eso pasa, porque llega un día en que las cosas que te los recuerdan se vuelven valiosas, los lugares en los que compartiste momentos se vuelven únicos, donde la persona que se ha ido surge de forma natural en las conversaciones sin generar un silencio incómodo y donde la lágrima se vuelve sonrisa melancólica.
Pero eso es al cabo de muuucho tiempo, y sólo llega si has podido llorarlo. Un tiempo diferente para cada uno. El tiempo para decir adiós y aprender a vivir sin esa persona, aunque esa persona ni siquiera hubiera nacido, porque como decían en este video, los abortos son uno de los grandes tabúes de la maternidad en nuestra sociedad. El dolor de los hijos que se fueron sin llegar a nacer, y que no por eso dejaron de ser hijos. Para esos ni siquiera hay rituales.
Pero si no lo lloras, esas lágrimas se pudren dentro de ti, y la herida no se cierra, y aprendes a temer tus propios recuerdos, a evitarlos, a correr mucho para no recordar, a no volver a algunos lugares, a no tocar sus cosas. Huir es la primera tentación, hasta que te das cuenta de que por mucho que corras, los recuerdos van contigo. Y por eso, si no has llorado, debes correr, y no parar, y no pensar. Porque cuando paras, el dolor vuelve a vencer. Y crees que si lo tienes bajo llave, bajo control, pasará, lo vencerás. Pero el alma tiene sus tiempos y sólo cuando miras a la cara a tus fantasmas, a tus dolores, cuando los honras llorándolos, ese dolor pasa, sale de ti para no volver. Y vuelves a respirar hondo, y a no sentirte culpable por estar vivo y por ser feliz.
Ya lo dice el libro de Job, «hay un tiempo para cada cosa bajo el sol, un tiempo para reir y un tiempo para llorar» Y yo me pregunto, dónde hemos dejado en nuestra sociedad el tiempo para llorar? ¿Por qué corremos tanto para evitar nuestras propias lágrimas? ¿Por qué censuramos las de los demás? El dolor no se agudiza por llorar, al contrario, se alivia porque se expresa, del mismo modo que hay palabras como «te quiero» que no pierden significado por mucho que se digan, si se dicen de verdad. Tenemos derecho a llorar nuestros dolores para poderlos sanar, derecho a pedirles a quienes amamos que nos lo permitan y nos den cobijo para ello tanto cuanto tiempo necesitemos, tenemos la responsabilidad de ofrecer el tiempo y el lugar para que quienes amamos lloren cuanto necesiten.
Hace falta crear lugares de cobijo, tiempos y espacios en los que cada uno encuentre su propio tiempo para llorar. Hace falta acompañar en silencio, generar rituales que digan a la persona: «Si hoy quieres llorar, estoy aquí, si hoy quieres reir, estoy aquí. No te sientas obligado a mantener el tipo». No se trata de si algo está bien o mal sino de que las cosas hacen bien o hacen daño. Y la persona debe poder sentirse suficientemente amada y respetada en sus tiempos para que las lágrimas le hagan bien y al contrario, las lágrimas no lloradas no la dañen. Amar es estar ahí también en el dolor, no imponer mis tiempos y mis ritmos fruto de mi ansiedad, de mi preocupación, de mi necesidad de que el otro esté «ya bien», «pase página» o «se recupere». Porque las buenas intenciones a veces esconden nuestros propios miedos.
Llevo mucho tiempo trabajando con niños y niñas en situaciones de duelo muy diversas. Recuerdo uno de mis primeros trabajos en una unidad de niños y niñas con VIH. Fue hace mucho tiempo y la enfermedad tenía otro significado. Me contrataron para comunicarles el diagnóstico a los niños y niñas y conseguir su adhesión al tratamiento, mi trabajo acabó convirtiéndose en contarles a las familias y/o educadores que los niños ya lo sabían pero que hacían como que no lo sabían porque sabían que en su entorno era un problema hablar de ello. Y lo más importante que esos niños y niñas necesitaban era alguien que les tomara de la mano, y no les dijera «todo va a salir bien» sino «pase lo que pase, estaré a tu lado. No tengas miedo. Puedes llorar, gritar o callar, no me moveré de aquí»
No hay una regla, no hay un solo tiempo, cada persona tiene sus tiempos y sus momentos. Y amar es también amar los vacíos de las personas que amamos, sus lágrimas y lo que esas lágrimas nos dicen de ellos.
Pepa