Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Bañar, acariciar y soñar

No tengo palabras para la sensación de paz, sosiego y alegría que me ha invadido al ver este video, así que lo comparto.

Es una forma de baño mezclada con el masaje. ¿Queda alguien después de ver el video que no quiera ser el bebé?…:-)

Gracias, dulce mamá Susanna.

Pepa

 

 

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Erase una vez…

…una niña que tenía un corazón alado. Así lo llamaba ella cuando se miraba al espejo e intentaba sonreír.

Cada mañana se peinaba su pelo moreno y largo ante el espejo y pensaba para sí  «a ver si hoy al fin se dan cuenta». Pero el día acababa, y nadie había visto su corazón alado. Y ella no acababa de entenderlo porque lo abría de par en par, lo mostraba con sus manos, cuando se las llevaba cerca como señalándolo, o en sus ojos cuando miraba profundo a las otras niñas, y también a algún que otro niño avispado que había en su clase.

Pero los días pasaban y nadie lo veía.

Y es que su corazón latía diferente a los demás, a otro ritmo. Era un corazón alado. Y como todos los aparatos que vuelan, necesitaba que le dieran cuerda. Así que cada noche, al ir a acostarse su madre se acercaba con cuidado y le daba cuerda con palabras y caricias mágicas, sutiles pero de una hermosura que ella apenas atisbaba a contemplar arrobada. Pero sabía que mientras le hablaba, casi con una caricia, su madre abría su pecho y le daba cuerda a su corazón alado. Casi, casi ni ella misma lograba oír el ruido de la llave mágica que daba cuerda. Pero sí lo podía sentir mientras iba quedándose dormida.

A veces le pasaba, a veces la cuerda no era suficiente para el día, porque habían pasado muchas cosas, porque había sido un día lleno de emociones y para esos días ni las madres más magas pueden lograr que un corazón alado no se pare. Así que, a veces, la niña perdía el ritmo del mundo. Era como si ella cada vez fuera más lenta y el mundo pasara ante ella como una película de cine mudo.

Y veía que los niños le gritaban, que la profe le miraba enfadada, y ella lo intentaba, lo intentaba de verdad…pero no podía, su corazón no le daba para tanto. Sólo su amiga Liu era capaz de reconocer esa mirada perdida suya, esa que nadie salvo aquellos que te aman con locura puede reconocer en uno. Sólo Liu, y Teo algunas veces, eran capaces de reconocer esos ojos en la niña. Y entonces se acercaban, y le tomaban de la mano. No sabían qué hacer, eran niños como ella, no tenían la llave para los corazones alados que sólo las palabras mágicas de las  mamás y los papás poseen. Pero eran sus amigos, y la querían. Por eso no la dejaban, la agarraban de la mano y se sentaban a su lado a esperar. Contestaban por ella a la profe, ahuyentaban a los niños moscones y esperaban a que su madre, o su padre, vinieran a buscarla. Porque ellos sí. Ellos sí podían salvar a la niña.

Y esos días para la niña eran muy dificiles de vivir. Ser sin estar, quedarse colgada en el aire como un pájaro que planea y no poder salir a la vida, a la tierra.  Y esas noches, cuando su mamá se acercaba a decirle las palabras mágicas…esas noches la niña no lograba soñar, y cuando su mamá le daba cuerda a su corazón alado..su corazón le dolía.

Y ese dolor…pesaba, cada vez pesaba más, hasta un momento en que la niña pensó que era parte de ella, que el dolor era ella. Al menos ella a ratos, en los ratos tristes, en esos días en que su corazón no lograba latir suficiente.

Hasta que un día…

Un día su profe les contó una historia. Era uno de esos días buenos para la niña, días en los que estaba despierta, su corazón volaba a toda máquina dentro de ella y su cabeza estaba llena de ideas locas y maravillosas. Así que escuchó atenta. Porque a la niña siempre le gustaron los cuentos. Desde antes de que pudiera recordar.

Y el cuento hablaba de una hada arregla corazones. En el cuento, y la niña no podía comprender cómo lo sabía, hablaban de corazones como el suyo, corazones alados, pero también de corazones vidriosos, corazones espuma, corazones tormenta..y la niña no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Acaso había otros corazones que necesitaran cuerda? Según el cuento, los corazones tormenta sólo latían en verano, cuando el calor y la humedad formaba las nubes y los rayos. O los corazones espuma, que sólo lograban cargarse cuando el niño se bañaba, y metía su cabeza bajo el agua y movía las manos rápido y velozmente, lo suficiente como para generar una bañera inmensa de espuma. Uff, ese cuento hablaba de muchísimos tipos de corazones!

Y lo que era mejor, hablaba de los coraones alados como el suyo. ¿Pero no era ella la única que se quedaba sin cuerda? ¿No era la única que necesitaba que las palabras mágicas de sus papás le dieran cuerda? Parecía que no, si ese cuento era cierto. Porque ya se sabe que no todos los cuentos son verdad, o al menos no completamente verdad.

Pero lo más increíble del cuento es que decía que existía un hada, un hada arregla corazones. La niña miraba a Liu y a Teo mientras la profe les leía el cuento. ¿Sería que Liu y Teo ya conocían el hada? Porque sus caras no demostraban ninguna sorpresa, sólo la misma cara de embobados que ponían cuando algo les encantaba y que a la niña le gustaba tanto ver en ellos. Pero nada más. No había sorpresa, ni duda, ni…entonces…¿era posible? ¿Existiría ese hada?

Pero…porque siempre había un pero…el cuento lo dejaba claro. Para lograr encontrar al hada cada niño tenía que llegar solo al bosque donde ella vivía. Y la niña nunca había ido a ningún sitio sin sus papás, o sin Liu o Teo al menos. ¿Cómo iba a hacerlo sola? ¿Y si su corazón alado se quedaba sin cuerda por la emoción del camino o el susto del bosque? ¿Quién la sacaría de allí? Y si luego llegaba hasta el hada, y ella ya no estaba, o no sabía arreglar su corazón, porque el suyo era muy muy especial, seguro que arreglarlo no sería fácil.

La niña se fue a casa pensando en el cuento. Tan distraida estaba que su madre pensó que su corazón alado se había quedado sin cuerda y le dio un abrazo caricia extra antes de la cena. Y la niña lo agradeció. Sintió el calor en su corazón alado. Y pensó: merece la pena salvar mi corazón.

Así que al día siguiente le pidió el cuento prestado a su profe, que se lo dejó llevar a casa a condición de que lo trajera de vuelta al día siguiente. La niña accedió. Y esa noche, después de que su padre le diera cuerda a su corazón alado, encendió la luz a escondidas, y con su linterna leyó una y otra vez el cuento para memorizar el camino al bosque y las instrucciones del equipaje que debía llevar. Porque las aventuras hay que prepararlas. Y en ésta el equipaje era bien raro, a saber.

El equipaje para llegar al bosque era unas zapatillas de montaña que resistieran. Hasta ahí lógico. Una lata de risas enlatadas de las que poder alimentarse cuando llegara la noche. Una manta de caricias para protegerse del frío, en su caso, lógicamente, caricias de mamá, de papá, de Liu o de Teo. Y un dibujo de su corazón.

Las risas fueron fáciles de conseguir. Sólo tuvo que jugar con Liu y Teo en el patio, y pedirles que le hicieran cosquillas. Las caricias en una semana tenía una manta grande y de colores de las diferentes tipos de caricias: de antes de dormir, de consuelo cuando te caes, de las de al salir del baño..una manta preciosa. Pero ¿su corazón? ¿Cómo iba a dibujarlo? Ella nunca se había atrevido a mirar su corazón. ¿Cómo podría entonces dibujarlo? Además, no podía mirarlo en los libros, porque los libros hablan de los corazones, pero el cuento que la profe le había contado era el primero donde le hablaban de corazones alados como el suyo, pero ya le había devuelto el cuento a la profe, y no recordaba que tuviera un corazón alado dibujado.

Así que esa noche, cuando ya fue inevitable, cuando ya tenía todo el resto de equipaje y sabía que sólo le quedaba el dibujo para poder emprender el viaje, se decidió. Cogió una silla blanca que había en su baño, cerró la puerta del baño para que sus papás no la vieran, se subió a la silla frente al espejo y se abrió el pijama.

Primero el pijama, luego la camiseta, y luego el pecho. No era fácil llegar al corazón. Hace falta mucho valor para quitarse tantas capas, capas que son tan calentitas, aunque pesen. La niña no podía casi ni mirar al espejo. Pero poco a poco logró mirar, y fue pintando lo que vio, trocito a trocito, con cuidado. Un trozo rojo, otro más violeta, y ahí justo ahí en la esquina superior derecha del corazón estaba el agujero de la llave con la que su mami y su papi le daban cuerda cada noche.

Uff, qué difícil! Tengo frío! Pensó la niña. Pero enseguida recordó el bosque y el hada y la mirada de preocupación de Liu y Teo los días en que le aferraban la mano en el patio del cole y ella no podía responderles porque el corazón no le latía suficiente.

Así que poco a poco fue dibujando la cerradura de su corazón. Al principio le parecía que no tenía una forma concreta. Era algo raro, le sonaba conocido, pero al mismo tiempo no tenía forma de nada concreto…Qué raro! Pensaba la niña una y otra vez mientras miraba y dibujaba, dibujaba y miraba, abstraida ya totalmente del baño, su casa, sus papis y el mundo entero. Era la primera vez que lo veía. Y le pareció hermoso.

Porque entonces, y sólo entonces lo comprendió. Comprendió cuál era la forma de su llave, de la cerradura de su corazón alado. Y comprendió por qué su corazón se paraba a veces, por qué algunos días no le daba la cuerda para vivir. Y pensó, o más bien sintió algo así como «¡eureka!». Y sin darse cuenta comenzó a sonreir…y el peso empezó a ser menos peso…y sus manos dejaron de apretar el pijama…y sus ojos asombrados volaron por el universo que habitaba en su corazón.

Y entonces, poco a poco, muy suavemente dio cuerda a su corazón alado.. se cerró el pijama… se miró en el espejo…sonrió…se bajó de la silla…abrió el cerrojo de la puerta y salió  firmemente decidida a decirle a su mami y a su papi que quería que siguieran viniendo a acariciarla todas las noches pero ya sin  preocuparse. Porque ya no debían angustiarse por ella. Porque su corazón alado nunca volvería a pararse. Porque ahora ella sabía cómo darle cuerda, pasara lo que pasara, en el lugar y momento en que pasara.

Y sintió que volaba.

Pepa Horno

25 de abril de 2012, el día que cumplo 39 años.

Dedicado a B.A. por hablarme de las hadas y ser mi espejo.

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Lo que da de sí la física

No soy muy aficionada a leer cosas que me reenvìan en cadena. Y menos sobre temas «candentes» en esos momentos en que todo el mundo opina de todo.

Sin embargo hoy he descubierto uno de los blogs más interesantes que he encontrado al leer uno de estos envíos.

Se llama Principia Marsupia, ya el nombre en sí mismo vale su peso en oro. Y se ha hecho «famoso» porque ha escrito una Carta al Rey, llamada «Carta de un investigador al Rey don Juan Carlos» que ya han leído más de 600.000 personas en dos días, y yo debo ser la 600.475 o por ahí 😉 De lo mejor que he leído sobre el tema.

La carta es buena pero el blog es mucho mejor. Alberto Sicilia, su autor, es investigador en física teórica. Un tipo impagable a juzgar por lo que escribe, que enlaza el rigor con la ironía y la ternura.

Os dejo sólo los enlaces a cuatro de sus post, si los leéis os pasará como a mí, que hace más de dos horas que no he dejado de leer una tras otra sus entradas.

Va como regalo de fin de semana:

Los beneficios de mi fracaso

Las ideas científicas más hermosas, profundas y elegantes

Ni bueno, ni malo sino real

Morir en un abrazo

Y desde luego, os inscribiréis al curso prometido por Alberto cuya primera entrega es La física cuántica explicada para orangutanes perezosos.

Y os dejo dos frases de las muuuchas que hay en sus escritos, porque las he hecho mías innumerables veces:

«La vida del ser humano contiene dos certezas: que estamos vivos y que vamos a morir…los abrazos y caricias que gocemos mientras tanto es lo único que importa»

«El fracaso me ha recordado que hay cosas en la vida que no podemos controlar. Pero también, que hay dos cualidades que son mi absoluta responsabilidad: mi actitud y mis acciones.»

Gracias, Alberto. Si me lees, si me oyes, o si simplemente te lo hacen llegar nuestros quarks: gracias por escribir a las estrellas.

Pepa

 

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Trascender

Este fin de semana estuve en un encuentro de biodanza donde se trabajaba una de sus cinco lineas de trabajo de crecimiento personal: la trascendencia (las otras son afectividad, sexualidad, creatividad y vitalidad). La facilitadora era una escocesa increíble llamada Claire Lewis.

La dimensión espiritual o trascendente es una parte nuclear de mi vida y mi experiencia. Desde hace ya años me considero una persona creyente, aunque no religiosa. No estoy vinculada a ninguna religión. Pero siempre busco distintos caminos para cultivar esa trascendencia, porque todo mi ser sabe y siente que en la vida hay un segundo registro, un segundo relato, justo el que no se ve y donde se gesta lo más valioso de esta vida nuestra.

Así que voy a explicaros las palabras clave que se han manejado este fin de semana para trabajar la trascendencia. Por si os pudieran servir como a mí. Son como una especie de «ruta de vida».

La primera es CONSCIENCIA. Vivir con consciencia, amar con consciencia. Vivir cada momento con plenitud. Para «ver» la dimensión espiriritual de la vida, como del ser humano, hay que amarlo con consciencia. Fijarse en cada pequeño detalle, en lo que se dice y en lo que se calla, mirar a los ojos a las personas, ir despacio, mirar el paisaje por la ventana de los trenes o acariciar a nuestros hijos o parejas o amigos…consciencia.

La segunda es DESEO. En la cena del primer día surgió ante una manzana roja, preciosa y reluciente, una frase que recupero textual: «Honrar la belleza de algo es emplearlo para aquello que fue hecho. La mejor forma de honrar la belleza de una manzana es comérsela»

SENSIBILIDAD Y VULNERABILIDAD. Son las dos fortalezas del ser humano. Justo las que nos hacen necesitar al otro, mostrarnos en nuestra fragilidad, y vencer el miedo para hacerlo. Trascender no es negar nuestro cuerpo sino utilizarlo justamente para percibir con consciencia, para ser sensible a cada pedacito de cosmos que pasa a diario delante de nuestros ojos.

Además, el cuerpo conserva nuestra memoria corporal, donde se aloja la mayor parte de lo que somos, lo que nos hace únicos. No es la memoria intelectual y consciente la que nos define sino esas «tripas» donde se aloja nuestra historia afectiva, nuestras heridas y nuestros gozos. Nuestro mundo de niños se construye desde la inteligencia somato sensorial, es decir, desde el cuerpo primero y los afectos después. Nuestra mente no entra en juego hasta mucho después. Y la biodanza en eso acierta al proponer la VIVENCIA como método de autonocimiento y crecimiento, no tanto la teoría ni el relato, aunque también. Pero los cambios estructurales nos llegan a través del cuerpo y las relaciones afectivas y quedan en el cuerpo.

COMUNIÓN Y CONEXIÓN. Mostrarse vulnerable ante el otro para entrar en conexión con él o con ella. Trascender tu propia persona para llegar a la consciencia de la comunidad. Y dejarte sostener por la comunidad. Y conectar con los demás precisamente a través del contacto físico. De nuevo la afectividad, clave para el desarrollo pleno.

La conexión con la naturaleza y con la tierra también, el lograr un RITMO PROPIO de relación con ella, desde el que aportes algo a la totalidad, algo único, valioso y frágil.

Y la clave de la trascendencia es la INTEGRACIÓN. Lograr integrar todo lo que somos, nuestro cuerpo, nuestros afectos y nuestra mente. Nuestro pasado y nuestro presente. Lo que vemos y lo que tan sólo intuimos, apenas llegamos a sentir. Nuestro ser con la comunidad y con el universo. Una sola energía que fluya a través de nosotros.

Y de nuevo aparecía UBUNTU, la palabra mágica de la semana pasada. Yo soy en nosotros. La consciencia de que todos somos uno mismo, de que la vida nace, muere y renace de nuevo, que somos parte de un ciclo que va muy por encima de nosotros.

Y desde ahí disfrutar el MISTERIO. Vivir lo sagrado de la vida, que es todo. Cada pequeño detalle, matiz o criatura. Cada momento vivido con consciencia. Cada relación con amor del bueno. Y permitirnos SOÑAR y GOZAR la alegría de estar vivos.

Que la trascendencia pueda llegar a través de la alegría, de nuestro cuerpo , del amor conciente o viviendo nuestra vulnerabilidad me parece sencillamente un regalo. Por eso la última palabra es GRATITUD.

Pepa

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Cuando el viento se hace mujer

Vivir con consciencia lleva a crecer.

Y crecer pasa por mirar hacia dentro.

Cuando miras, es fácil ver los vacíos, los huecos: sencillamente no están. Y el dolor de esas ausencias y de las heridas es tan grande que percibes sus límites, los rozas, casi los sientes. Pasas la mano, y sus paredes son rugosas. Hieren de tan poderosas que son.

Pero ¿y el espacio lleno? ¿Y el espacio que sí habitas? En ése los límites son tu propio ser. Eres tú misma, la que sobrevivió. Y no sólo eso: la que goza, ríe, amó y fue amada, la que fue y es feliz.

Esa mujer valiente y fuerte que hay dentro de ti, pero que a base de serlo cada día la das por obvia. Te olvidas de que tú también eres esa mujer, de que lo sigues siendo. Y del valor y la radicalidad de esa opción de niña: la OPCIÓN POR VIVIR.

Y sólo entonces comprendes que conforme eres capaz de honrar el dolor, de ponerlo en su justa medida, de nombrarlo…también empiezas a ver la belleza de la mujer. Ésa que se escondió, que se adaptó a los pliegues de la piel y a vivir encogida. Esa mujer que se las ingenió para no ser vista ni siquiera por ella misma.

Y entonces la miras. La miras y la miras. Cada día más. Y cada día la encuentras más y más hermosa.

Y una mañana limpia al fin tu viento se hace cuerpo. Ese viento que estaba sin estar. Esa diosa Mari, que es la diosa de los vientos y de la tierra, que ama y se enfurece. Que es madre. Esa diosa que vieron otros en ti antes que tú.

Esa diosa tiene cuerpo de mujer. Porque en algún momento olvidaste que para ser madre hay que ser primero mujer.

Pero sí, llega el día que al mirarte al espejo..la ves.

Pepa

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Ubuntu

Lo tomo prestado de aqui porque no tiene desperdicio y porque tendríamos tanto que aprender!

Gracias, Isabel.

UBUNTU

LA TRIBU.

Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu Africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas.
Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio.

Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?

UBUNTU, en la cultura Xhosa significa: Yo soy porque nosotros somos.

foto niños

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Las cosas que dejamos de hacer

Esta mañana mi hijo me ha dicho: «Mamá, por qué cuando me despiertas ya no pones música, además de acariciarme?»

Me he quedado muda, porque no tenía respuesta. No había sido una decisión consciente, simplemente la rutina me llevó a dejar de encender cada mañana la radio que hay camino de su cuarto. A mi hijo y a mí nos encanta la música, pero no era consciente hasta qué punto forma parte de su vida. La ponemos en el coche, y por las tardes cuando jugamos en casa y cenamos. Y antes también al despertarle.

Así que hemos puesto la música y hemos estado bailando en el salón, y cuando nos he visto allí bailando, no he podido evitar pensar en cuántas cosas dejamos de hacer en nuestras vidas simplemente por inercia. No hablo de las que dejamos de hacer con consciencia, que de esas últimamente yo estoy almacenando un número importante ya :-), sino de las que suceden sin ser decididas.

Sentirse amado, en el fondo, no son sino una multiplicidad de pequeñas rutinas de amor maravillosas, que acaban construyendo una vida. Eso, y estar ahí de la mano y en silencio en los momentos clave, sean de dolor o de celebración.

Me pregunto cuántas cosas dejo/dejamos de hacer. En el fondo cuántas dejo/dejamos de vivir.

Felices vacaciones.
Pepa

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Crecer sintiéndonos amados

Éste es el título de la conferencia que di el otro día en Elche a educadoras infantiles. El título se me ocurrió cuando una de las personas que organizaba las jornadas me dijo «ponle un título a la charla, que tú eres buena poniendo títulos» y me salió ése: CRECER SINTIÉNDONOS AMADOS.

Pues el título se convirtió en mi propia trampa y acabé creando una conferencia sobre cómo hacer a un niño sentirse amado, una conferencia especial que si encuentro el tiempo y la calma reconvertiré en un escrito más largo.

De momento quiero rescatar tal cual el texto de una de las transparencias, porque me parece que guarda un mundo en ella. Espero que no sólo para mí 😉

EL AMOR COMO ESPEJO
CONSCIENCIA (privilegio y responsabilidad)
FRAGILIDAD (propia, no sólo del niño)
COMPASIÓN (de la buena, hacia la humanidad propia y ajena)
VALORES (el tiempo como medida de nuestra escala de valores)

Y cuando hoy me ha llegado este video, he pensado que merece la pena colgarlo aquí, para que se vea que también se puede reir, bailar y divertirse con amor construyendo esos «tiempos del hacer» que sólo surgen cuando trabajas en algo por vocación. Entonces tu trabajo se vuelve «tiempo de ser» que te constituye y has de hacer malabarismos para no perder el equilibrio. Y uno de esos malabarismos impagables es reir para cerrar unas jornadas, de esas por las que las maestras y maestros enlazan con la salida del cole hasta las nueve de la noche.

Por cierto, fuimos liderados por un profe de música de los que valen más incluso de lo que ya por el hecho de existir representan 😉

Soy la tercera por la izquierda en la primera fila, para quien se quiera sonreír. Mi hijo me ha besado al verme, y me ha dicho «eres la que más me gustas, mamá». He ahí amor de hijo 😉

Gracias, Meli, gracias, Nieves, y gracias a todas las que estuvisteis allí.

Pepa

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Ser espejo de identidades

Este mes ha salido publicado dentro del monográfico sobre Identidad en Educación Infantil de la revista de Aula Infantil de Graó (número 65) un artículo que escribí con especial cariño, en el que me pidieron que hablara de mi experiencia del proceso de construcción de la identidad de mi hijo, como ejemplo de una identidad que tiene elementos diferentes en el sentido de menos comunes: un niño adoptado, familia monoparental etc…

Os lo quiero reproducir aquí hoy y os recomiendo la lectura del monográfico completo, de verdad que merece la pena.

Ahi va. Espero que os guste.
Pepa

«Dicen que la identidad se construye con la suma de recuerdo y narración. Nos relatamos nuestra biografía para llegar a saber quienes somos. Pero esa narración la construimos desde el espejo de quienes nos aman y cuidan, y para esas personas amadas. Ser el espejo desde el que mi hijo configura su identidad es el mayor privilegio y también la más rotunda responsabilidad que he asumido en mi vida.

Mi privilegio no es sólo verle crecer, sino contemplar la aparición de un ser humano con identidad propia y diferenciada, no sólo a nivel físico, sino a nivel emocional y relacional. Es algo mágico ver a un bebé que depende de ti para todo convertirse en una persona capaz de manifestar su propio criterio. Sé que siempre tuvo criterio propio, pero el cambio de verle manifestarlo y defenderlo es fascinante.

Conversación con mi hijo a los 3 años:

-Mamá, ¿tú por qué eres una mamá?
-Cariño, no entiendo a qué te refieres, las mamás somos mamás y los niños son niños. Pero dime: ¿Para ti qué es una mamá?
-…-una mamá es… cuidar…dar cariño…y abrazar
– silencio, emocionada yo y abrazados – Bueno, y en mi caso también reñir de vez en cuando, verdad?
-Bueno, sí, eso también.

Mi hijo es un niño alegre, inquieto, cabezota, seductor, inteligente, sensible, rápido…y también es un niño adoptado por una madre sola que soy yo. Mi hijo es un niño que escala y salta como un saltimbanqui, que baila y ríe, que cuenta historias de animales antes de dormir, que habla sin parar y que te dice “estoy triste”, o “estoy rabioso” o “me duele” o “te quiero”, que acaricia y canta nuestra canción a los bebés que quiere, que adora a sus primos y a sus amigos, que se queda embobado ante un hormiguero… Mi hijo es todo eso y mucho más, y ha de aprender a construirse un relato de sí mismo donde quepa todo eso y donde unos datos no oculten, distorsionen o magnifiquen a otros.

Conversación con mi hijo a los 4 años:

-Tú cuando tenías cuatro años y eras pequeña, ¿Sabías hacer esto?
-No, cariño, yo nunca supe saltar como tú.
-Es que hay que ser un niño travieso como yo para saber hacerlo y saber trepar a los árboles.

Porque la identidad no es sólo los hechos que ocurrieron sino sobre todo el modo en que te cuentas aquellos hechos. Un relato que construyes y en el que he podido comprender que cuentan tanto las presencias como las ausencias y los silencios casi más que las palabras. Y un relato que permite “nombrar” el mundo, ponerle nombre a las cosas, a las personas, a los sentimientos, a las sensaciones…y depende de cómo los nombres el significado que acaben teniendo para ti. Y que hace consciente tu propia subjetividad, y desde ella puedes conectar y reconocer tus propias emociones, así como comprender las de los demás, sus sentimientos y su fragilidad.

Conversación de un amigo con mi hijo a los 4 años:

-Hay que buscarle una rata a la rata de Mario para que tenga una familia, porque si no la tiene se pondrá triste.
-Estamos de acuerdo en que tener una familia es lo más importante en la vida.
-Lo es. Yo la tengo, tengo a mi mamá, la encontré y desde entonces no he vuelto a estar triste.

Somos cuando existimos para alguien, y siento que la pregunta base de mi hijo no es “¿De dónde vengo?” sino “¿Para quién existo?”. Me doy cuenta de que mi hijo ha buscado esa certeza en sentir que existe para alguien. Y es desde mi opción de maternidad consciente, en ese saberme su espejo, desde donde decidí responderle todas las preguntas que me va haciendo en el mismo momento en que me las hace sin miedo, sin crear “temas tabú”, reconociendo el dolor cuando lo hay, dando lugar a las ausencias, honrando a quienes ya no están…

Conversación con mi hijo a los cuatro años:

Y en esa narración, en esa identidad que surge en mi hijo, hago yo también consciente mi educación en valores. Porque es en la narración de sí mismo y de nuestra historia juntos que le ofrezco en cada una de mis respuestas donde le trasmito mis propios valores. He intentado que él construya su identidad sobre tres pilares de vida: la alegría, el valor y el amor. El tiempo dirá si lo he conseguido. Quiero que mi hijo se sienta amado, se sienta capaz de ser feliz y viva su diferencia como algo valioso que le hace único. Quiero también que pueda dolerse de sus ausencias y viva la gratitud hacia sus presencias. Porque la emoción que más invade mi maternidad después del amor a mi hijo es la gratitud: por su existencia, por su llegada a mi vida, por su amor incondicional, por el regalo de despertarle cada día acariciándolo…

Y me doy cuenta de que conforme la identidad de mi hijo se crea, la mía se transforma. Porque soy otra persona desde que fui madre. Porque el amor transforma. No sólo a él, proporcionándole una identidad, un lugar en el mundo. Me cambia también a mí de una forma tan profunda que apenas ya si recuerdo cómo era yo antes de que llegara él, antes de empezar a mirar la vida a través de sus ojos y sentir que mi piel acaba en la suya.

Mi hijo me ha confrontado con mi cuerpo y mi memoria, con la necesidad de vivir desde mi piel, no desde la cabeza, ni siquiera desde el corazón, sino desde la piel. Me ha enseñado a honrar mi vida. Me ha mostrado mi propia fragilidad y me ha enseñado la compasión. Y es que él también es mi espejo. Porque aquellos a quienes elegimos amar configuran nuestra identidad, y eso le ocurrió a mi hijo cuando llegó con un año y me ocurrió a mí con treinta y cuatro. Somos espejo de identidades. Ocurre cada vez que amamos, y el cambio llega para quedarse

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Mis vinculos verticales

Hay dias cargados de historia, de amor, de significado. Para mí el día de San José es uno de ellos.

Me recuerda un hilo que merece la pena ser recordado: el de mis vínculos verticales. Yo siempre he creído que en la vida hay vínculos verticales y vínculos horizontales. Los primeros, los verticales, son los que te anclan a la vida: tus padres y tus hijos. Los segundos, los horizontales, son los compañeros de camino, más o menos largo, más o menos profundo, pero compañeros de camino.

No son unos mejores que otros, sólo intuyo que cumplen un papel diferente en la vida. Los vínculos verticales son las raíces de nuestro árbol, los que constituyen la sabia de nuestro ser, la esencia. Esos vínculos que cuando los pierdes, tengas la edad que tengas, algo dentro de ti se desgaja, y a partir de ahí andas con una parte de ti colgada en el vacío.

La vida es sabia y lo habitual es perder a tus padres cuando ya tienes hijos, eso te permite mantener una continuidad en tus raíces, en ese ancla. Pero cuando eso no pasa, cuando pierdes a un hijo antes de irte tú, o cuando pierdes a tus padres demasiado pronto o simplemente cuando los pierdes y no tienes hijos, hay un escalofrío que se mete en el alma, es como si alguien se hubiera dejado siempre una puerta abierta por donde entra el frío. Es un grado mayor de soledad existencial. Todos estamos solos como seres únicos y diferenciados que somos, todos estamos solos en un nivel muy radical, muy existencial. Pero la soledad sin padres e hijos es diferente, más fría de vivir.

Del mismo modo, cuando estos vínculos verticales nos hacen daño, cuando están estructuralmente enfermos (sin entrar en detalles de por qué y desde dónde ni de qué) el árbol se balancea con el viento, se dobla. En algunos casos, lo que los psicólogos llamamos personas resilientes, se vuelven como juncos, que se mueven con el viento pero son fuertes, muy fuertes y no se rompen y desde ahí logran constituirse en plantas hermosas y potentes.

Pero los árboles sanos desde el principio son los que tienen raíces amorosas, presencias seguras y vivencias únicas con ellas. La vida es suficientemente sabia y hermosa como para ofrecer la oportunidad de sanar sus racíces a cualquier persona que opte por vivir, que quiera hacerlo. Y por supuesto no me engaño, casi todos tenemos unas raíces con alguna que otra herida. Es parte de nuestra humanidad.

Y luego están los vínculos horizontales, esos compañeros y compañeras de camino que te llegan desde niña, en forma de hermanos, de primos, de amigos, y luego más adelante de pareja. Esos vínculos que van formándote, porque van configurando tu forma de ser y de vivir, van transformándote como cuando le das forma a una planta. Cada herida, cada caricia, cada presencia, cada regalo nos hace quienes somos. Con algunos compartimos tan sólo un pedacito de viaje, con otros casi la vida entera, pero somos seres separados, diferenciados, que como decía esa maravillosa imagen de Gibran, somos como las columnas de un templo, que necesitamos estar algo separados para poder sostener el templo.

Volviendo a mí, el día de San José desde que era niña para mí representa a mi padre. Celebrábamos el día del padre y mi santo juntos y comíamos esas maravillosas virutas de San José, que no he vuelto a encontrar fuera de Aragón. Pero él murió hoy hace ocho años, once años después de morir mi madre. Y con su muerte me quedé sin hogar.

Hasta que llegó mi hijo. Y mi hijo resultó llamarse José.  Y pasé de celebrar el día de San José con mi padre, a recordar su muerte, a celebrar nuestro santo común mi hijo y yo.  Y al final a todo en uno. Las memorias y presencias de mis vínculos verticales me siguen configurando. Y la risa de ayer de mi hijo en el parque de atracciones va envuelta en las caricias de mi padre, en esa sonrisa silenciosa tan suya.

Me siento y me sé una privilegiada. Y honro mis raíces, mis vínculos verticales.

Pepa

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