Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Amar y ser amada

Reconocerse en los ojos de otra persona, en ese abismo que cabe detrás de la mirada de cada uno de nosotros, es uno de nuestros anhelos básicos de eternidad.

Esa vivencia de comunión, donde los límites de tu piel acaban en la piel de otra persona, en su temblor, incluso en sus lágrimas.

Esa certeza de pertenecer a alguien o a algo, no como una posesión sino como algo que no soy yo, ni eres tú, es un «nosotros» que es diferente y es mejor. Un amigo mío dice siempre «no soy yo el fuerte ni tú el fuerte, es el amor que nos une el que nos hace fuertes».

Pero también esa sensación de cobijo, la misma que casi todos tuvimos en el abrazo de nuestros padres o nuestros abuelos o quien fuera que nos amó y nos cuidó de niños. Ese momento mágico que llega al descansar tu cabeza en el regazo de otro y escuchas su corazón. El tiempo se detiene y te sientes contenida, protegida, amparada. Es una parte del amor de la que pocos hablan pero que nos lleva a permanecer mucho más allá de lo racional.

Y despertarse enredada al cuerpo de otra persona, ese olor que cobijó tus sueños y que sigue ahí al despertar. Sentir que no se esfumó, que vino para quedarse.

El mismo olor, la misma presencia que te cuida en cada pequeño detalle, en esas rutinas de amor que llegan a formar parte del aire que respiras. La caricia, el café de la mañana, la mano al pasear…pero también la compra hecha a medias, esa toalla puesta como sabe que te gusta que la pongas, o ese «descansa, que hoy me hago cargo yo». Ser tu compañero de vida.

Y luego el tiempo que pasa, y que va dando profundidad al hilo del amor, hasta hacerlo radical o hasta romperlo si no tiene espacio en el alma del otro y acaba pesándole.

Y el proyecto de vida compartido, con hijos o sin ellos. La consciencia en esa opción renovada. «Hay que querer querer» dice una de los ángeles de mi vida. Eso es fidelidad, y da otra dimensión a la entrega.

A veces pasa. A veces se llega a 65 años de amor compartido. Es un don, un regalo de la vida y una opción personal renovada día a día a lo largo de 10, 40, 50 o 65 años. El don y la opción han de ir de la mano. La vida te pone delante a la persona, incluso a veces a varias. Elegir amarla es siempre nuestra opción.

Pepa

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La poesía que esconde también la vida

La poesia ha sido una de las constantes en mi vida. La trajo mi padre en forma de paredes llenas de libros, la trajo mi madre en forma de historias y poetas alemanes e ingleses, la trajeron algunos de esos primeros amigos, esos que te desmadejan para luego rehacerte de nuevo…

Para mí es un lenguaje propio. Y aunque no siempre la cultive con el ahínco necesario, siempre vuelve, cuando menos la espero, cuando menos la pienso.

Este fin de semana hemos estado en Zaragoza, con nuestras familias. Ha sido un fin de semana disfrutado, paladeado con menos prisa que otros. Tuvimos hasta un arco iris maravilloso, porque el sol se empeñaba en salir a ratitos entre lluvia y lluvia. Lo ha hecho hasta el último momento en que ha salido para que José pudiera perseguir grillos y mariposas en el huerto de ese paraíso de lugar. Una finca creada por el amor de una pareja, ahora ya anciana, pero cuyo amor sigue alimentando a cuatro generaciones de su familia.

El sábado por la noche, de la mano de mi hermano, acabamos también en algo que era pura poesía: un cine al aire libre para niños en la plaza de uno de los barrios más marginales de la ciudad. Una plaza y un barrio que un grupo de locos poetas intenta recuperar para la gente, para la vida y para la esperanza.

Así que ahí se van, y después de pasar todo el año llevando a niños de cinco años al cine una vez al mes a ver pelis antiguas que antes les explican en forma de teatro, al final del curso se van a ese barrio, a esa plaza, y les organizan juegos por todo el lugar y luego les ponen un par de pelis de el gordo y el flaco.

Y entonces escuchas en la noche abierta, que ha concedido la tregua de dejar de llover apenas una hora antes, las risas de decenas de niños y niñas y de mayores. Y miras esas imágenes, y recuerdas tu niñez, y lo poco que entonces te gustaban esas pelis y lo mucho que ahora te conmueven. Pura poesía. El proyecto se llama La Linterna Mágica, está además de en Zaragoza en muchos otros lugares del mundo y para quien quiera saber más, porque lo merece de veras, está en esta web.

Pero eso no es todo. Antes, por indicación también del poeta de mi hermano, me metí en una librería de esas que también son pura poesía. Y, como no podía ser de otro modo, salí con dos libros, a falta de uno. Atención a los libros. Del primero, pongo directamente el enlace de la venta, porque de su autor, Jimmmy Liao, ya he hablado en el blog de espirales, y me parece uno de esos poetas indescriptibles, que escriben maravillosos cuentos ilustrados para niños y mayores. Así que vaya mi recomendación después de leerlo mano a mano con mi hijo esta noche. Se llama «Abrazos«.

Y el segundo…de nuevo una de esas espirales de mi vida. Martí i Pol. Uno de los grandes poetas catalanes que se empeña en aparecer y reaparecer en mi vida en momentos clave. Y siempre de forma inesperada.

Así que esta noche voy a copiar dos de sus poemas de esta antología que me compré. Para que empecéis con poesía vuestra semana. Y porque para mí, en estos momentos de mi vida, están más llenos de significado que nunca.

Dicen así (copio la traducción en castellano):

POR MÁS VIDA
Dices la belleza y todo se ilumina.

Deja que el tiempo fluya lentamente
entre el paisaje y tú
y que el silencio ponga acentos
de leve melancolía en cada cosa.
La blanda quietud que te rodea poco a poco
acoge aquel misterio
que te une a todo y a todo te incita.

No pienses jamás que es tarde, ni hagas preguntas.
Ahógate de horizontes.
Agotado,
en cada gesto te sentirás renacer.

(De Las Claras Palabras, 1979)

AHORA MISMO

Y estamos donde estamos, más vale saberlo y decirlo
y asentar los pies en la tierra y proclamarnos
herederos de un tiempo de dudas y de renuncias
en que los ruidos ahogan las palabras
y con muchos espejos medio enmascaramos la vida.
De nada nos vale la añoranza o la queja,
ni el toque de displicente melancolía
que no ponemos por jersey o corbata
cuando salimos a la calle. Tenemos apenas
lo que tenemos y basta: el espacio de historia
concreta que nos corresponde, y un minúsculo
territorio para vivirla. Pongámonos
de pie otra vez y que se sienta
la voz de todos solemne y claramente.
Gritemos quienes somos y que todos lo oigan.
Y al acabar, que cada uno se vista
como buenamente le apetezca y ¡adelante!
que todo está por hacer y todo es posible.
(De El ámbito de todos los ámbitos, 1980)

Os deseo una semana llena de poesía,
Pepa

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Otro modo de vivir las formaciones

Ya pasó mi mes loco de mayo. Mañana acaba. Han sido nueve cursos en un mes, un record como hace tiempo. Y me doy cuenta de que mi cambio personal de los últimos años también se refleja, como no podía ser de otro modo, en los talleres que doy. Es como si la atmósfera que se creara fuera diferente, en parte porque yo hablo de otra forma, y en parte probablemente porque cada vez me muestro más.

Sea cual sea el motivo, el regalo es infinito. Porque entonces llegan talleres, personas, lugares que se te meten en el alma, en las «tripas» que tanto trabajo yo en los últimos años, las que configuran nuestra forma de estar en el mundo, de vivirlo y sentirlo. El otro día en Burlada o en Valladolid o en Donosti o en Ibiza hace unas semanas..lugares donde las personas me abren un pedacito de su corazón, y lo hacen en un contexto público y dando sentido a lo que yo hago. Gente que toma consciencia de algo nuevo en su vida o que narra su dolor, personas que encuentran una nueva mirada…Ahora lloramos mucho más en los talleres, yo la primera 😉 y abrazamos más. Sin que eso signifique perder un ápice de rigor en el contenido técnico.

Me sonrío para mis adentros pensando en mis miedos del principio, que creo que eran y son los de todo formador. Resumidos serían:

1. El tiempo vacío: que te quede tiempo del curso sin contenido preparado, de forma que acabas antes de la hora programada lo que llevas programado para el grupo. Se parece al vértigo de la página en blanco cuando tienes que escribir. Ahora pienso más en lo que quiero contar que en cuánto me va a costar contarlo, y siempre calculo menos tiempo para hablar del que hay disponible, de forma que me quede margen para poder conversar con la gente. Y sigo pensando que acabar un poquito antes es algo que siempre se agradece por muy interesante que sea el curso, sobre todo si son cursos intensivos y que remueven a la gente.
2. No saber contestar todas las preguntas. Ahora ya no lo intento. A menudo hay cosas a las que contesto «no sé», algunas poquitas a las que digo «prefiero no contestarte» y a muchas otras veces sólo escucho la respuesta que la misma persona acaba dándose después de conversar.
3. Que la gente no te quiera, no les gustes, no te entiendan, que son cosas diferentes pero que meto en un solo grupo porque son nuestra parte más íntima como formadores, la mía en concreto, esa parte que no suele tener cabida cuando decides aparentar fortaleza, seguridad y certeza.

Este mes muchas personas me han hecho un comentario en el que coinciden con mi entorno personal: que trasmito paz. Y es algo que antes no me ocurría. Me decían que trasmitía vehemencia, seguridad, apasionamiento…pero no paz. Para mí es un piropo impagable.

He viajado este mes sin parar por la geografía española, he corrido entre trenes, aviones y coche, y siempre con lluvia ;-). He abrazado a mi hijo al volver de cada curso o le he llevado conmigo, mientras cuadrábamos cole, deberes, su programa de estimulación o su función final de karate, entre otros. He tenido reuniones, entrevistas a familias.. Y es que, en medio de toda esa vorágine, he encontrado el modo de parar en cada instante, de vivir cada momento allá donde estaba. Así que ahora, cuando recupero la calma física además de espiritual y tengo por delante un mes de trabajo mucho más en casa, me vienen retazos de lo vivido, como si fueran un caleidoscopio, y reitero mi sensación de privilegio.

Me siento en paz, y eso me ha hecho mejor profesional. Cuanto más confío en la gente, más logro trasmitir. Cuanto más escucho, más fácil es reelaborar algunas ideas. Cuanto más esfuerzo pongo en convertir los contenidos en imágenes físicas que se puedan comprender, más adentro llegan.

Así que me toca seguir esforzándome. Es mi modo de honrar y agradecer desde aquí a la gente que me abre su alma en los talleres, y a quienes siguen confiando en mí al llamarme para darlos.

Y aunque pueda parecer que tiene poco que ver con el contenido de este post, no quiero acabar sin incluir este video. Es un resumen de un trabajo de Ramón Lobo sobre el Alzheimer. Se llama «Luz y memoria» y me pareció de una hermosura infinita. Me recordó a mi padre, que como ya conté en este blog murió de Alzheimer. Precisamente era un gran orador que dejaba a la gente boquiabierta en sus conferencias, clases y cursos por su sabiduría y por saber ser guía para mucha gente, sobre todo en su tierra, Zaragoza.

Así que por lo mucho que él me enseñó, y que en parte me llevó a mi carrera profesional, acabo este post con este video. Espero que os llegue tanto como a mí.

Pepa

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Seguir siendo pequeño

No es nuevo, lleva ya tiempo en la red, pero a mí me lo han enviado/regalado hoy (gracias, Ruth) y lo cuelgo tal cual.

No sé qué me gusta más, si la voz, los dibujos o el mensaje, si la fantasía o la reflexión, si lo que dice o lo que calla.

A mí sí me gusta ser mayor pero también quiero conservar mi mirada de niña. Porque estoy con él en una cosa: perdemos demasiadas cosas al crecer. Y conservar la capacidad de ser feliz, de entusiasmarte, de reír, de soñar…es imprescindible. Y volverlas a elegir con la consciencia de adulta, no sólo con la inocencia de niña.

Aunque, eso sí, no me siento muy borrega ;-), y el mar me gusta hasta en agosto.

Pepa

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De historia a historia

Mi hijo y yo nos contamos historias una noche sí, otra no. Las otras noches tocan cuentos (los cuentos se leen, las historias se narran, inventándolas en ese instante). Él me cuenta una a mí y yo a él.

He aquí las historias de esta noche. Primero la que me ha contado José, luego la que le he contado yo. No sé de dónde surgen. Son sencillamente magia. Y me surge compartirla.

Pepa

LA MARIQUITA DE COLORES
Historia inventada por José para mamá el 16 de mayo de 2013

Esta era una mamá mariquita que quería volar, así que lo intentaba y lo intentaba, pero siempre se caía. Hasta que por fin un día co mucho esfuerzo, se subió a la montaña, abrió las alas… y voló.

Pero cuando se acostumbró a volar, llegó la lluvia y le borró sus colores. Se quedó sin ninguno en su caparazón. Y entonces se puso muy triste. Y llovía, y salía el sol, y llovía y salía el sol.

Y entonces de tanto llover y salir el sol, un día salió el arco iris. Y a la mariquita mamá se le ocurrió una idea. Decidió volar hacia él y meterse en el arco iris y entonces…¡salió llena de colores purpurina! Y de colores del España. (Del España?- digo yo-Sí, de su equipo favorito).

EL MAGO DE LOS PENSAMIENTOS

Historia inventada por mamá para José el 16 de mayo de 2013

Este era un niño pequeño (muy guapo- dice él- muy guapo- digo yo), muy guapo y muy inteligente que tenía la cabeza tan llena de pensamientos que casi siempre se le salían, flotaban alrededor de su cabeza, se confundían, se mezclaban y él andaba todo el día mareado. Por aquí un “hoy voy a comer..”, por acá “la respuesta al problema de mates es..”, por allá “cuando me pregunte, le diré a mamá que…”. Había tantos y tan diversos entre sí que el niño no lograba ponerlos en orden, a veces se mareaba y parecía como ido. Como cazando moscas, le decía su profe.

Hasta que un día en el parque, paseando para intentar aliviar el dolor de cabeza y sin ganas de jugar ni a la pelota, el niño se encontró a un anciano. Tenía el pelo blanco, como a él le gustaba.

Se le acercó y le preguntó:
– ¿Qué te pasa? Tienes mala cara.

Y él le contó su problema:
-Son mis pensamientos, que no puedo con ellos, no me dejan en paz, me lían y me atontan.
-Uy, a mí me pasa lo mismo.
-Imposible.
-De verdad, ¿por qué crees que llevo esto? – dijo señalando la boina que llevaba puesta. Y al hacerlo, se levantó la boina y sus pensamientos comenzaron a flotar imparables alrededor de su cabeza.

El niño los miraba asombrado. Allí, sobre el cabello blanco de aquel anciano había flotando fórmulas que él nunca había visto, palabras en idiomas que nunca escuchó y algunos otros pensamientos sobre los árboles, el sol o las nubes que hasta reconocía porque se parecían a los suyos.

– Y ¿Cómo lo haces para controlarlos? ¿Llevas siempre la boina puesta?
– No, sólo la llevo los días especialmente fríos. El resto del tiempo descubrí un truco infalible para que me dejen tranquilo.
– ¿Y cuál es? ¿Me lo puedes contar?
– Aprendí a acariciar mis pensamientos.
– ¿Acariciarlos? Eso es imposible.
– ¿Imposible? Espera y verás.

Diciendo esto, el anciano comenzó a acariciarle la cabeza al niño, le pasó su mano suave y blandita por la cara, por detrás de las orejas…y poco a poco los pensamientos del niño dejaron de hablar. Se calmaron, incluso alguno se adormeció, como si aquellas manos le estuvieran cantando una nana.

-Pero ¿Cómo lo hiciste? ¡Eres un mago!
– Te lo dije: con caricias.

Y así fue como el niño, a partir de aquel día, cada vez que necesitaba silencio para poder descansar o responder a la maestra, o para seguir el rastro de las hormigas entre los árboles…Cada vez se pasaba la mano por su rostro, cerraba los ojos y adormecía aquellos pensamientos. De esa forma lograba vivir ese instante. Ese y no otro.

Pero siempre, antes del silencio, le quedaba un último pensamiento: «Definitivamente, es magia».

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Poner palabras al amor

PALABRAS DE JOSÉ

Conversación de hace unos días, mirando el collar que mi sobrina me hizo para mi cumpleaños:
– Mamá, ¿por qué te ha hecho este collar?
-Porque me quiere, cariño, y porque es una artista, ya sabes que es la artista de la familia, se le da increiblemente bien.
-¿Y a mí qué se me da bien, mami?
-¿Tú qué crees?
– Saltar, brincar, trepar…
– Eso desde luego, cariño -riendo- eres el deportista de la familia. No hay nadie en nuestra familia que trepe a los árboles mejor que tú. Pero yo creo que hay más cosas en las que eres bueno.
-….sí,ya lo sé, ya sé en qué soy bueno, mamá, soy bueno amando y cuidando.
– pausa emocionada abrazados- Es verdad, cariño, es realmente cierto, eres muy bueno amando y cuidando.
-Es que me gusta hacerlo, mami.
-Ya lo sé, cariño.

Conversación de hace un rato, en la cena.
– Sabes mamá? Hay algo que yo sé de ti que tú no sabes.
– ¿Ah, sí, cariño, y qué es?
– Pues que tú eres un hada. Un hada que cuando estuviste lista, cuando ya fuiste maga, rompieron la varita y la llevaron al cielo, para otro niño o niña que vaya a ser mamá o papá de mayor.
– (emocionada a punto de llorar) Gracias, mi vida.

PALABRAS ENTRE AMIGOS

Este fin de semana ha sido un tiempo social. Desde primera hora del viernes hasta hace un rato ha sido un correr casi sin parar para lograr llegar a todos los compromisos de este fin de semana. Compromisos de amor y algunos varios más 😉

Llevar al cole, el café de madres, cambiar las ruedas del coche, un café inesperado con una amiga, la sesión con el osteópata, recoger del cole, la sesión de estimulación auditiva de mi hijo, la graduación de mi sobrino (que era a las siete de la tarde y salí ya vestida a las ocho de la mañana porque no pasaba por casa), una cena con amigos, el cumpleaños de tia Tere, una tarde-noche de amigos, una entrevista a una familia, una mañana con amigos y el cumpleaños de un amiguito de mi hijo. Cómo he logrado cuadrar en todo eso los deberes, un par de ratos tranquilos en casa, unos desayunos en la terraza impagables, contestar varios mails de trabajo y varias conversaciones de teléfono relevantes es algo que se me escapa. Desde luego ha sido con ayuda. Ayuda amorosa, como tantas veces.

Pero de todo eso quiero recuperar una sensación única para mí: la del encuentro. Los espacios de encuentro con la gente que amas, que más breves o más largos, te alimentan el alma y te recuerdan a cada rato quién eres. Tiempos que pareces robar a la prisa, pero que eliges vivir con consciencia, donde hablas desde el corazón y abrazas y abrazas.

Pero también el que se da cuando te encuentras con gente que conoces bien poco, de los que sólo sabes al principio que son amigos de alguien a quien quieres y en cuyo criterio confías (dos cosas que no siempre van juntas ;-)) pero que te acogen con los brazos abiertos y te incluyen en esa honestidad amorosa que les caracteriza, y te encuentras abriendo tu corazón, recibiendo lo indecible y viendo cómo las horas pasan sin darte cuenta.

Y vuelves a casa ya tarde y sientes que la vida sigue guardando sorpresas para ti a diario. Tan sólo has de aceptarlas, estar abierta a recibirlas, a mostrarte, arriesgarte, dar y a recibir. Cuando logras parar el tiempo y escuchar sin que nada más importe, y hablar como lo haces a la gente que amas de largo…es algo mágico, pero real. Es un tesoro que, una vez más, te toca recibir agradecida.

PALABRAS EN LOS TALLERES

En los talleres digo a menudo que necesitamos pecar de pesados. Es bueno decir «te quiero», abrazar, besar, acariciar, llamar, celebrar…ser pesados. Los vínculos no se crean queriendo sino haciendo sentir querido. La gente necesita sentirse amada, todos necesitamos sentirnos amados. Y eso no se logra dando el amor por hecho, sino expresándolo.

Pero llegar a expresar el amor para algunos supone un largo camino. Mucha valentía. Y dos o tres brazos acogedores al menos que le digan: sigue, vas bien, ése es el camino. Porque derrumbar murallas, lograr decir a la gente que amas que la amas sin sentirte frágil, pequeño o a la intemperie es uno de los aprendizajes clave de la vida.

Los niños y niñas nos ponen esa parte más fácil, nos enseñan la ternura. Y si no logramos aprenderla, nos pasamos la vida evitándolos porque acaban resultándonos molestos. Pero cuando ellos no están cerca, dejar a alguien (un amigo, una pareja, tu propia familia) traspasar nuestra alma, meterse dentro, acariciarnos implica mucha valentía. Sobre todo para quienes el dolor, el odio o la injusticia dejaron heridos, para quienes confiaron y se entregaron y se sintieron morir.

Pero estamos vivos. Y como varios niños y niñas acogidos y sus familias con quienes estoy conviviendo este mes por motivos profesionales me han recordado, al final se trata de elegir la vida. No es sólo amar, es elegir amar. A pesar de todo. Precisamente por ese todo.

Gracias conmovidas a quienes habéis formado parte de nuestro fin de semana desde el viernes al domingo. Sabed que lo escrito esta noche surge de todos y cada uno de vosotros.

Pepa

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Hoy me he vuelto a poder cortar el pelo

Prometí que lo haría. Aunque sean dos entradas casi seguidas. Me prometí a mí misma que escribiría en este blog el día que pudiera volver a hacerlo: volver a cortarme el pelo. Acabo de llegar ahora mismo de la peluquería. Y me siento a escribir.

Llevo meses sin poderme cortar el pelo, porque allá por noviembre mi hijo se cayó de una pared de dos metros de altura, ante mis ojos y los de una de mis mejores amigas. Del lado en que estábamos, aquella pared parecía un simple macetero, pero por el otro lado eran casi dos metros. Lo vimos desaparecer ante nuestros ojos. Y, como luego nos confesamos mi amiga y yo, nuestro pensamiento fue el mismo «se ha matado». Hasta que segundos después oímos sus gritos y salimos corriendo.

Nuestros ángeles hicieron horas extra y no le pasó nada. De hecho, no se rompió ni un brazo. Tan sólo un inmenso chichón en la cabeza y un paso por urgencias.

Y aunque a largo plazo, esa sensación de sentirnos cuidados y protegidos ha prevalecido, en aquellos momentos mi alma se quedó aterrorizada. Y mi cuerpo con ella.

A partir de ese día y durante más de un mes, se me cayó el pelo por mechones. Cada día más. Las calvas aparecieron en mi pelo sin que pudiera hacer nada para pararlas. Y no hay palabras para describir la sensación. En ciertos momentos, sientes que estás perdiendo tu identidad con cada nueva calva que sale.

No es sólo que se te caiga, es que se te cae siendo mujer. Con la dificultad añadida en mi caso de llevar una vida pública en mi trabajo, donde conferencia tras conferencia, entrevista tras entrevista (algunas de ellas a pesar de mis esfuerzos han quedado en internet) la calvicie quedaba evidente.

Tengo una amiga del alma que se quedó calva completamente hace años. Perdió el pelo, las cejas, las pestañas…todo. Y ya hace tiempo que vive con peluca. Cuando empecé con el tema, casi no podía ni mirarla. Lo que hasta entonces era algo que me hacía sentir orgullosa de su valor, de su alegría, de la increíble mujer que era, pasó a ser mi miedo respecto a si sería yo capaz de vivir sin pelo, de afrontarlo como lo ha hecho ella.

Mi hijo me decía: «mamá, te estás quedando calva, hay pelo por todos lados». La gente cercana preguntaba, la que no lo es tanto miraba de soslayo intentando disimular. Pero yo sabía.

Y llegan esas frases tan curiosas: «es estrés, no pienses en ello, tranquilízate y volverá». Pero no puedes no pensar en ello. Te miras en el espejo cada mañana y te ves. Es como la obesidad. Es algo innegable, algo que no puedes olvidar de ti misma. Algo que cuando se queda, llega a formar parte de tu identidad.

Pasaron casi tres meses antes de que el pelo comenzara a crecer de nuevo, todo diciembre, enero y febrero, y dos más mientras se ha ido repoblando. ¿Por qué ha vuelto? Lo tengo claro, un cruce entre el susto que ya pasó, que mi cuerpo digirió más lento que mi alma, y las hierbas chinas de mi acupuntor, que marcaron un antes y un después crucial en el proceso (de los análisis que salieron perfectos para incredulidad de los médicos, las opiniones de los dermatólogos y otros varios mejor no hablo).

Hasta hoy, que me he podido cortar el pelo para sanearlo y fortalecerlo y que pueda crecer más fuerte, porque todas las calvas están cubiertas aunque sea de pelo pequeño, porque el pelo ya crece imparable y de un día a otro se nota el avance. Estuve a punto de hacerlo para mi fiesta de cumpleaños pero no quise. Algo dentro de mí necesitaba celebrar tal cual estaba.

Y ¿por qué lo cuento?
Porque no se habla de cosas como éstas.
Porque duele.
Porque asusta.
Porque el alma y el cuerpo son uno.
Porque ser madre también supone ser frágil. Porque el miedo pasa a formar parte de tu vida, miedos que no tienen palabras para ser expresados: el miedo a que le pase algo, el miedo a su dolor, el miedo a no poder protegerle.. si tu hijo muere, tú mueres con él. Así de radical.
Porque, por desgracia, sigue sin ser lo mismo estar calva como mujer que estarlo como hombre.
Porque hace falta mucho valor para pasar la noche y enfrentarte a auditorios llenos de gente que te pueden ver calva.

Y porque el amor te sostiene. El amor en forma de cintas de pelo que te regalan para las presentaciones de tus libros (gracias, Belén), abrazos dados en el momento justo o esa frase de «qué guapa estás hoy» que sabes que no es verdad, pero sirve para ese día, justo para ese día.

Mi pelo siempre fue una de las partes que más me gustan de mí misma. Me gusta que me lo toquen, que me lo acaricien, me recuerda cuando mi madre me lo peinaba de niña. Me gusta como parte de mi ser mujer. Me encanta ir a la pelu. Y hoy he vuelto a la pelu.

Desde aquí vaya todo mi amor y mi reconocimiento a todas y cada una de las mujeres calvas, totalmente calvas, calvas a trozos, medio calvas.. sea por el motivo que sea y durante el tiempo que sea (pienso en todas las y los pacientes de cáncer en tratamiento) del mundo. Y a los hombres también.

Pepa

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Mi sol

Llegó. Por fin. Ansiado y esperado.

Cuando me calienta el rostro, como lo ha hecho estos días ibicencos frente al mar, con esa luz que sólo encuentro en el mediterráneo, con ese amor que nos rodeaba..ahí siento, una vez más, que ésa es la actitud con la que quiero vivir mis segundos cuarenta años de vida: el agradecimiento conmovido y silencioso.

Honrar mi vida, honrar a quienes me aman/nos aman tanto como para organizar todas y cada una de las pequeñas cosas que he vivido estos días..Y ser a la vez plenamente consciente de que sólo tengo una forma de honrarlas: sólo puedo recibirlas conmovida y agradecida. Porque no hay palabras para definirlo. Es como el sol.

Son las «cosas chiquitas» de mi amado Galeano, cuya frase envolvía mi increíble regalo de cumpleaños de este año. Dice así «Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no expropian las cuevas de Ali Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable».

Pues eso quiero ser yo: una cosa chiquita.

Toca atesorarlo, como la piel cuando se calienta, cuando sientes que vuelve a la vida gracias a ese calor. Atesorarlo y alimentarte de ello. Sé quién soy. Como nunca antes. Y ya no tengo miedo. Tampoco de decirlo. Ni vergüenza. Ni culpa. Siento que estoy recogiendo los frutos de una larga siembra.

Porque pudo no haber sido así. Pude abandonar más veces de las que sé expresar. Pero siempre hubo alguien: una mano, una caricia, una palabra, una presencia…alguien que me recordó quién era al mirarme en sus ojos. Por eso creo. Creo de una manera no religiosa, pero muy profunda. Porque como decía mi amigo Mario estos días «sin fe, estás muerto».

Pero no hablo de la fe religiosa. Al menos yo no. Hablo de la fe en la vida, de ese confiar, de ese saltar sobre el vacío, de ese optar siempre por decir «sí», por amar al otro, por estar ahí como decía mi madre, incluso por sobrevivir en esos momentos en que no cabe otra cosa, para luego poder vivir.

Comimos hamburguesas en el jardín de casa de unos amigos. Todos muertos de frío. Y todos éramos muchos todos. Gentes venidas de todas partes, llenos de niños y niñas corriendo y jugando. Durmiendo donde y como hiciera falta. Pasando frío. Pero cuando veo las fotos después están llenas de rostros felices.

Sé que no lo creéreis pero pedí a mis ángeles que no lloviera el día de la fiesta (objetivamente no hubiéramos cabido dentro de la casa tanta gente, así que ¡necesitaba que no lloviera!) a pesar de que había diluvios anunciados. Lo pedí hasta las cinco de la tarde. Y así fue. No llovió hasta las cinco y media exactamente. Copos de nieve cayeron en algún momento, pero no llovió.

Muchas conversaciones impagables.Y más mensajes. Y más mails. Amigas durmiendo en casa, comidas necesarias y más. Y luego nos fuimos a la isla. Salimos lloviendo de Madrid. Cuando aterrizamos empezó a salir el sol. Radiante. Nos esperaban para abrazarnos, cedernos su cama, cocinarnos los mejores spaguettis que he probado y cuidar a mi hijo mientras yo trabajaba, entre otras muchas «cosas chiquitas». Nos fuimos al mar. Nos bañamos.

Conocí y trabajé con escuelas de las que forman también parte de mi sol interior porque te recuerdan que otra educación es posible, de las que apuestan por ello. Esas que se llevan a niños de infantil desde ibiza a dormir al interior del delfinario de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Esa en la que las familias los despiden en el aeropuerto emocionados. Con cinco años. Sin miedo, convencidas de que vivencias como ésa forman parte de su educación. Familias que se ríen contigo en una conferencia y se atreven a contarte públicamente sus dudas y sus miedos.

Mi hijo cazó lagartijas en una casa payesa ibicenca increíble, construida por las manos de un carpintero. Una casa mirando al mar entre el bosque, con unos sillones de mimbre donde sentarte a leer y sentir que el mundo se para. Más amor. El amor de las manos de aquél hombre. Y de su hija. Y de sus nietos, de los que mi hijo se ha encandilado.

Los ecos de amor que siguen llegando. Como el sol. En la terraza de casa al volver. En el rostro de tu hijo mientras duerme abrazado a ti. En los mails. En los regalos.

Y hoy es el día de la madre. Y era el cumpleaños de mi padre. Ellos me enseñaron a mirar el sol. Ellos y su red de amor. Mi hijo me ha dibujado un corazón y una flor.

El sol sigue porque somos lo que hacemos con aquello que nos dieron. Somos también aquello que somos capaces de compartir y de dar a quienes amamos. Al final «cosas chiquitas» que tejen una vida.

Mi sol. Ese sol tejido de «cosas chiquitas» que llegó para habitarme por dentro. Y que sólo me queda recibir conmovida y agradecida.
Pepa

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Mis 40 según mi hijo

Oí que se levantaba y me levanté pero me dijo: «jo, mama, quedamos que es tu cumpleaños y que yo te iba a despertar» Así que le dije «tienes razón, me vuelvo a la cama». Me hice la dormida. Él me llevó el desayuno a la cama. Un plátano, un sobao y una galleta de chocolate blanco en un plato y una bandeja.

Me lo comí con él y estuvimos un rato abrazados en la cama, antes de que el teléfono empezara a sonar. Y entonces dijo: «esto es lo único malo de los cumpleaños, que el teléfono no para de sonar». Y yo riendo sin parar pensé para mí «bienvenido al mundo de tu madre, cariño».

Por la tarde, de vuelta del cole, esta semana han hecho un taller de poesía y tenían que escribir una cada día. Ahí va la de ayer, que hizo como regalo de cumpleaños para mí:

«Mamá, has mejorado mucho.
Te voy a cantar el cumpleaños feliz.
Te quiero»

Y en la cena, me dijo: «El domingo en la fiesta quiero presentar a todos mis amigos y a mis primos. Así que tú los pones en un circulo de esos que sabes hacer tú, como el que hicimos en el cumpleaños de la sierra, y yo los presento». Ahí es nada, aviso a navegantes.

Impagable. Una bendición, la mayor de muchas que hay en nuestra vida.

Y yo feliz, conmovida y agradecida.

Pepa

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