Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Maternidad

El dolor de mi hijo

Hay dos miedos para los que nadie te prepara cuando vas a ser madre o padre: el miedo a ver sufrir a tu hijo y el miedo a hacerle daño. Casi nadie te dice que desde el momento que llega a tu vida, el amor va a ir para siempre unido al temblor.

Son dos miedos tan viscerales, tan de piel, tan angustiosos que no puedes siquiera atisbarlos. No los conoces, no sabes lo que pesan, lo que miden, no conoces su inmensidad. Esa inmensidad que cuando llega te puede dejar muda, ciega, fuera del mundo e incapaz de volver a él, con la piel arañada y sangrante.

Sobre todo cuando se hacen reales, cuando un día te levantas y tus pesadillas se han convertido en tu vida. Están ahí, en sus ojos. Y esos ojos te miran pidiéndote que lo salves.

Y entonces descubres la mentira de los cuentos de niña: los príncipes, las princesas, los dragones, los castillos…En este mundo de aquí fuera las fieras muerden, arrancan de cuajo partes de ti. Y la angustia se vuelve inconmensurable. No hay pócimas, no hay poderes, no puedes salvarle, ves cómo se va ante ti, cómo le arrancan la inocencia, cómo le dejan a la intemperie. Le ves pelear, reclamarte, llamarte a gritos diciendo «sálvame», retorcerse en su propio dolor que ni siquiera sabe nombrar.

Pero no puedes, porque de eso ya no puedes salvarle. Ya está hecho. No lo viste. Sucedió. No pudiste preveerlo. Tan sólo sucedió. Y ahora toca vivir con ello, y lo que es peor, enseñarle a vivir con ello.

Y aún tienes suerte. Porque vive. Está vivo, y con ello todas las posibilidades se abren ante vosotros. Otros no tienen siquiera esa suerte. Y ahí la pesadilla asesina directamente (leed «La hora violeta» de Sergio del Molino)

Y te preguntas una y otra vez cómo vas a enseñarle a confiar, cómo no trasmitirle este temblor, este frío que se te ha quedado dentro, esta pena que pasados unos días ya no lloras, pero sigue viva y lacerante dentro de ti.

Y ves una vez más cómo las vidas se enlazan, cómo las espirales familiares se encadenan, cómo ese monstruo se vuelve gigantesco cuando toca a tu hijo. Porque ya no es tu dolor. Es el suyo. Y para ése no hay pocima mágica. No hay palabras, ni gritos, tan sólo ese frio…

Y sabes mejor que nunca por qué eres su madre. Por qué justamente tú. Y por qué él es tu hijo. Justamente él. Y le acaricias mientras duerme. Y te quedas despierta, mirando a la cara al monstruo. Y sabes que sólo tienes un arma: tu amor. Y escuchas al monstruo susurrarte: «no siempre vencerás».

Pepa

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El paraíso tras la puerta

Hoy me ha llegado esta imagen por twiter, y me sale incluirla en este blog, porque encierra en ella todo lo que hoy no puedo escribir.

Si la vida pensaba cobrarse la felicidad de este verano, a fe que hoy lo ha hecho.

Aunque sé que esto también es vivir.

Pepa

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Sin palabras

– Mami, acuérdate cuando te mueras de pedir tu deseo sobre lo que quieres ser la próxima vez. Porque si lo pides, se te cumplirá y podrás elegir.
-….cariño, pues lo tengo fácil, porque como lo único que quiero seguir siendo es tu mamá, tendré que esperar a ver qué te pides ser tú para pedirme ser tu mamá.
– (abrazados) Te quiero, mami.
– Y yo a ti.

Conversación con mi hijo esta mañana abrazados al despertar.
Pepa
2/agosto/2013

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Veinte años

Mañana es 5 de julio. Y cada cinco de julio en mi vida es un día cargado de amor. Un 5 de julio murió mi madre. Y a partir de mañana, que se cumplen veinte años de su muerte, llevaré más tiempo viva sin ella que con ella.

SIN ELLA. Ese es un concepto que no existía para mí hace veinte años. Recuerdo esa sensación de que mi vida se había parado. La certeza de que algo de mi alma había muerto sin remedio. Ese enfado con el mundo porque siguiera moviéndose, vibrando sin ella. Sin ella. Imposible.

Recuerdo el día anterior a su entierro, ese momento en que se llenó la casa de gente y yo necesité huir. Cogí mi coche, aquel primer Ibiza rojo, y empecé a conducir sin dirección. Sólo necesitaba salir de allí. Recuerdo la sensación de irrealidad, viendo pasar la carretera, sin saber siquiera dónde iba. Ese mismo toque irreal que llega cuando la persona que amas y que te ha dado la vida te deja huérfana, como árbol desgajado de sus raíces.

Entonces lo supe, y ahora con mi hijo lo he confirmado. Creo que hay dos tipos de vínculos en la vida, los verticales y los horizontales. Los verticales, los padres y los hijos casi siempre, son tu ancla a la vida, tus raíces, tu alimento, los que te dan tu lugar en el mundo. Uno acaba siendo de donde son sus padres o de dónde son sus hijos, algo así. Cuando pienso en los padres, pienso en quienes te criaron, no necesariamente quienes te parieron. Cuando hablo de los hijos, hablo de aquellos a quienes elegiste criar, no sólo de aquellos a quienes pariste.

Cuando los pierdes, tengas la edad que tengas, te quedas desgajada. Si tienes suerte y ya tienes hijos cuando pierdes a tus padres, que es lo más habitual, la sensación se atenúa, pero si no, te quedas colgando en el vacío. Y sea como sea, la sensación de orfandad te llega aunque tengas sesenta años. Los otros, los vínculos horizontales (los hermanos, los amigos, la pareja..) son compañeros de camino, más o menos profundos, más o menos prolongados, pero compañeros de vida. Te acompañan. A veces pasa, en afortunadas ocasiones pasa, que la pareja se convierte en raíz. Pero no es lo común.

Y ahora resulta que ese mundo sin ella va a empezar a ser más largo, más profundo que el anterior. Parecido en cierto modo a cuando llegué a ese momento de mi vida donde llevaba más tiempo viviendo en Madrid que en Zaragoza, y me di cuenta de que ya no era de un sitio ni de otro, sino de los dos. Pero también comprendí que mi hogar estaba en Madrid, con mi hijo.

Del mismo modo, ahora mi vida es más sin mi madre que con ella. Mi hijo no pudo conocerla, mucha de la gente que nos ama no llegó a conocerla, no estuvo en el final de mi carrera, ni en las presentaciones de mis libros, ni en los cursos y las conferencias. No pudo viajar el mundo conmigo, ni subir al Machu Pichu, ni sentarse junto al Mekong, ni viajar por la Patagonia ni tantas otras cosas. No pudo abrazarme cuando me enamoré, ni ser abuela.

Sé que en gran medida soy lo que soy por aquellos seis años de enfermedad que precedieron a su muerte y por aquel primer 5 de julio, pero no ha pasado un sólo día de estos veinte años en el que no cambiaría todo lo que he vivido después por poderla abrazar de nuevo. Pero ése es el trato. Amar implica también despedirse llegado el momento. Y como me dijo ella poco antes de morir: «Cuando muera no llores, porque todo lo que podría haberte dado, ya te lo habré dado».

La vida es también sus ausencias. Y ese dolor de no poder dejarse en su regazo, no poder sentarse en aquel mirador a desayunar juntas y conversar, no poder ya cantar con ella en el coche…siguen siendo ausencias por muchos años que pasen. Tan sólo con el tiempo te acostumbras a vivir con esos huecos dentro de ti.

Una de las cosas que aprendí pronto en la vida, con su muerte, con la de mi padre, con algunas otras cosas…es que los momentos pasan, que hay que pillarlos al vuelo. Si necesitas decirle algo a alguien, hay que decírselo ahora, alto y claro, no mañana ni pasado ni dentro de un mes. Es importante acostarte con la certeza de que la gente que amas sabe que la amas. Y si deseas algo con intensidad y no saltas por miedo al vacío, sencillamente te pierdes la vida. Y la vida es frágil y maravillosa, cruel y vulnerable. Y no tiene cambio, vuelta ni devolución.

Asi que cuando llego a esta vida definitivamente sin ella, me reafirmo en algo tan inefable pero real como lo es el dolor de su ausencia. Y es que el amor es lo único que sobrevive a la muerte y lo único que da sentido a nuestras vidas. Amar y ser amada. Con razón dicen que en realidad no mueres hasta que no muere la última persona que te conoció y te amó.

Porque ésa es la vivencia más radical de mi vida sin ella: su permanencia, su presencia constante dentro de mí, cuidándome, guiándome, protegiéndome, a mí y a su nieto. Cada vez que oigo a mi hijo hablar de la abuela Asun a quien no conoció, pero a quien tiene presente de una manera tan natural. Cada vez que tengo miedo y escucho su voz. Cada vez que añoro sus abrazos y llega, como por arte de magia, alguien que me ama y me abraza…en cada huella, detalle…ahí está ella.

Y mañana, 5 de julio, seremos varios los que, veinte años después, seguiremos teniendo un día conmovedor y varios los que nos enviáremos mensajes hablando de ella, pensando en ella. Y su amor seguirá aquí, en esta vida sin ella que en realidad hace tiempo que comprendí que es mi vida con ella de otra forma.

Porque aquella carretera que pasaba delante de mi casi sin verla se ha convertido en parajes hermosos, a veces muy cercanos y a veces muy exóticos, llenos de gente amada. Aquel sillón en que conversaba con ella en el mirador de casa de mis padres es hoy el sillón que utilizo como terapeuta, esas narraciones que me «obligaba» a hacerle cada día en la merienda sobre mi día en el colegio son sobre las que construyo mis cursos y mis talleres. Esa forma suya de peinarme ante el espejo devolviéndome mi valía con la que impedía que el maltrato que viví en el colegio dañara de forma irreversible mi alma es la misma desde la que hablo a los niños y a las personas que llegan a mi que han sido víctimas de maltrato o de abuso. Aquella música y aquella risa que casi olvida con las penas que vivió pero que luego recuperó en su enfermedad son las que yo ya no he olvidado nunca. Sus amigos son también mis/nuestros amigos. Y esos abrazos en los que me envolvía son casi los mismos con los que despierto cada mañana a mi hijo.

Y sobre todo…ese valor, esa capacidad suya de amarnos por encima de su dolor, de convertirlo en algo hermoso.. es mi motor, mi fuerza para cada salto al vacío que he dado después de aquel primer 5 de julio. Y han sido muchos saltos.

Ya lo dijo el zorro cuando el Principito le dijo que se iba:
– Voy a llorar.
– Pero es culpa tuya. Yo no quería, pero tú insististe en que te domesticara y ahora vas a llorar.
– Así es.
– Entonces no has ganado nada.
– Sí he ganado, he ganado el color de los campos de trigo.

No lo olvidéis, todos tenemos nuestros campos de trigo. Y esos no se van jamás. Al contrario, cada día son más bellos. Incluso veinte años después.

Pepa

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Solucionar las pesadillas

Conversación en la cena:

– ¿A ti qué te daba miedo cuando eras como yo, mami?
– Pues la oscuridad, como a ti cuando eras más pequeño, cariño, pero la abuela Asun hacía lo mismo que hacía yo contigo, me dejaba una luz encendida y con eso me bastaba.
– ¿Y tenías pesadillas?
– Alguna vez.
– Cuéntame una, porfa.
– Pues alguna vez soñé que me caía de un edificio alto.
– ¿Y por qué no sueñas que bajabas en una cometa?
– ¡Es una idea genial!
– O mejor aún, en un paracaidas, porque al paracaidas le puedes poner una hamaca, y caer tranquilamente poco a poco.
– ¡Eso sería perfecto!
– Cuentame otra, que ya verás como te la soluciono.
– Pues alguna vez soñé que me perdía de mi madre en un bosque.
– ¿Y qué animal te gusta? Dame uno, por ejemplo, las mariposas?
– Bueno, sí, las mariposas son preciosas.
– Pues ya está, buscas una, te aferras a ella y ella te llevaba volando hasta otra más grande, su mamá, que tenía dibujados corazones en sus alas, y que te llevaba volando hasta donde estaba tu mami, la abuela Asun.
– Me parece increíble, cariño, así es imposible tener pesadillas.
– ¿Ves, mami? Hazme un favor, ten una pesadilla esta noche y luego me la cuentas mañana para que yo te la solucione. Pero no llores cuando la tengas que me asustaría. Sólo cuéntamela mañana, vale?
– Yo ya no tengo pesadillas, amor.
– ¿Y por qué no?
– Pues porque soy tan feliz contigo que no hay cabida en mis sueños para las pesadillas.
– Ah, también es verdad
– Pero descuida, que si algún día me asusta algo te lo contaré para que me lo soluciones como mago que eres.
– Gracias, mami.
– Gracias a ti, amor.

Pura poesía. Y así, sin más. Después de un día feliz.
Pepa

Lo invisible

Palabras de hoy de José: «Mami, el amor que siento por las personas, aunque no lo vea, lo siento aquí dentro, en mi corazón»

Lo invisible, ya lo decía el Principito, mi libro favorito, que colecciono en distintos idiomas en mis viajes desde hace años.

Lo invisible es una red de amor de la que todos formamos parte, siendo más o menos conscientes de ello. Una red que alienta nuestras almas, las convierte en corazones alados, como en aquel primer cuento. Una red en que todo está encadenado, todo tiene su lugar. Con plenitud, sin tenerse que esforzar. Sólo por existir.

Y cuando aprendes a dejarte en esa red…suceden cosas increíbles. Cosas que no hay que evaluar, juzgar o meditar. Sólo vivirlas, paladearlas, gozarlas y guardarlas muy dentro de ti, atesorarlas para cuando llega el dolor. Ahí, muy dentro, donde dice José, en el corazón.

Me están pasando muchas de esas cosas, y estamos preparándonos para un viaje largo y bellísimo 😉

Prometo narraroslo.
Pepa

De historia a historia

Mi hijo y yo nos contamos historias una noche sí, otra no. Las otras noches tocan cuentos (los cuentos se leen, las historias se narran, inventándolas en ese instante). Él me cuenta una a mí y yo a él.

He aquí las historias de esta noche. Primero la que me ha contado José, luego la que le he contado yo. No sé de dónde surgen. Son sencillamente magia. Y me surge compartirla.

Pepa

LA MARIQUITA DE COLORES
Historia inventada por José para mamá el 16 de mayo de 2013

Esta era una mamá mariquita que quería volar, así que lo intentaba y lo intentaba, pero siempre se caía. Hasta que por fin un día co mucho esfuerzo, se subió a la montaña, abrió las alas… y voló.

Pero cuando se acostumbró a volar, llegó la lluvia y le borró sus colores. Se quedó sin ninguno en su caparazón. Y entonces se puso muy triste. Y llovía, y salía el sol, y llovía y salía el sol.

Y entonces de tanto llover y salir el sol, un día salió el arco iris. Y a la mariquita mamá se le ocurrió una idea. Decidió volar hacia él y meterse en el arco iris y entonces…¡salió llena de colores purpurina! Y de colores del España. (Del España?- digo yo-Sí, de su equipo favorito).

EL MAGO DE LOS PENSAMIENTOS

Historia inventada por mamá para José el 16 de mayo de 2013

Este era un niño pequeño (muy guapo- dice él- muy guapo- digo yo), muy guapo y muy inteligente que tenía la cabeza tan llena de pensamientos que casi siempre se le salían, flotaban alrededor de su cabeza, se confundían, se mezclaban y él andaba todo el día mareado. Por aquí un “hoy voy a comer..”, por acá “la respuesta al problema de mates es..”, por allá “cuando me pregunte, le diré a mamá que…”. Había tantos y tan diversos entre sí que el niño no lograba ponerlos en orden, a veces se mareaba y parecía como ido. Como cazando moscas, le decía su profe.

Hasta que un día en el parque, paseando para intentar aliviar el dolor de cabeza y sin ganas de jugar ni a la pelota, el niño se encontró a un anciano. Tenía el pelo blanco, como a él le gustaba.

Se le acercó y le preguntó:
– ¿Qué te pasa? Tienes mala cara.

Y él le contó su problema:
-Son mis pensamientos, que no puedo con ellos, no me dejan en paz, me lían y me atontan.
-Uy, a mí me pasa lo mismo.
-Imposible.
-De verdad, ¿por qué crees que llevo esto? – dijo señalando la boina que llevaba puesta. Y al hacerlo, se levantó la boina y sus pensamientos comenzaron a flotar imparables alrededor de su cabeza.

El niño los miraba asombrado. Allí, sobre el cabello blanco de aquel anciano había flotando fórmulas que él nunca había visto, palabras en idiomas que nunca escuchó y algunos otros pensamientos sobre los árboles, el sol o las nubes que hasta reconocía porque se parecían a los suyos.

– Y ¿Cómo lo haces para controlarlos? ¿Llevas siempre la boina puesta?
– No, sólo la llevo los días especialmente fríos. El resto del tiempo descubrí un truco infalible para que me dejen tranquilo.
– ¿Y cuál es? ¿Me lo puedes contar?
– Aprendí a acariciar mis pensamientos.
– ¿Acariciarlos? Eso es imposible.
– ¿Imposible? Espera y verás.

Diciendo esto, el anciano comenzó a acariciarle la cabeza al niño, le pasó su mano suave y blandita por la cara, por detrás de las orejas…y poco a poco los pensamientos del niño dejaron de hablar. Se calmaron, incluso alguno se adormeció, como si aquellas manos le estuvieran cantando una nana.

-Pero ¿Cómo lo hiciste? ¡Eres un mago!
– Te lo dije: con caricias.

Y así fue como el niño, a partir de aquel día, cada vez que necesitaba silencio para poder descansar o responder a la maestra, o para seguir el rastro de las hormigas entre los árboles…Cada vez se pasaba la mano por su rostro, cerraba los ojos y adormecía aquellos pensamientos. De esa forma lograba vivir ese instante. Ese y no otro.

Pero siempre, antes del silencio, le quedaba un último pensamiento: «Definitivamente, es magia».

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Poner palabras al amor

PALABRAS DE JOSÉ

Conversación de hace unos días, mirando el collar que mi sobrina me hizo para mi cumpleaños:
– Mamá, ¿por qué te ha hecho este collar?
-Porque me quiere, cariño, y porque es una artista, ya sabes que es la artista de la familia, se le da increiblemente bien.
-¿Y a mí qué se me da bien, mami?
-¿Tú qué crees?
– Saltar, brincar, trepar…
– Eso desde luego, cariño -riendo- eres el deportista de la familia. No hay nadie en nuestra familia que trepe a los árboles mejor que tú. Pero yo creo que hay más cosas en las que eres bueno.
-….sí,ya lo sé, ya sé en qué soy bueno, mamá, soy bueno amando y cuidando.
– pausa emocionada abrazados- Es verdad, cariño, es realmente cierto, eres muy bueno amando y cuidando.
-Es que me gusta hacerlo, mami.
-Ya lo sé, cariño.

Conversación de hace un rato, en la cena.
– Sabes mamá? Hay algo que yo sé de ti que tú no sabes.
– ¿Ah, sí, cariño, y qué es?
– Pues que tú eres un hada. Un hada que cuando estuviste lista, cuando ya fuiste maga, rompieron la varita y la llevaron al cielo, para otro niño o niña que vaya a ser mamá o papá de mayor.
– (emocionada a punto de llorar) Gracias, mi vida.

PALABRAS ENTRE AMIGOS

Este fin de semana ha sido un tiempo social. Desde primera hora del viernes hasta hace un rato ha sido un correr casi sin parar para lograr llegar a todos los compromisos de este fin de semana. Compromisos de amor y algunos varios más 😉

Llevar al cole, el café de madres, cambiar las ruedas del coche, un café inesperado con una amiga, la sesión con el osteópata, recoger del cole, la sesión de estimulación auditiva de mi hijo, la graduación de mi sobrino (que era a las siete de la tarde y salí ya vestida a las ocho de la mañana porque no pasaba por casa), una cena con amigos, el cumpleaños de tia Tere, una tarde-noche de amigos, una entrevista a una familia, una mañana con amigos y el cumpleaños de un amiguito de mi hijo. Cómo he logrado cuadrar en todo eso los deberes, un par de ratos tranquilos en casa, unos desayunos en la terraza impagables, contestar varios mails de trabajo y varias conversaciones de teléfono relevantes es algo que se me escapa. Desde luego ha sido con ayuda. Ayuda amorosa, como tantas veces.

Pero de todo eso quiero recuperar una sensación única para mí: la del encuentro. Los espacios de encuentro con la gente que amas, que más breves o más largos, te alimentan el alma y te recuerdan a cada rato quién eres. Tiempos que pareces robar a la prisa, pero que eliges vivir con consciencia, donde hablas desde el corazón y abrazas y abrazas.

Pero también el que se da cuando te encuentras con gente que conoces bien poco, de los que sólo sabes al principio que son amigos de alguien a quien quieres y en cuyo criterio confías (dos cosas que no siempre van juntas ;-)) pero que te acogen con los brazos abiertos y te incluyen en esa honestidad amorosa que les caracteriza, y te encuentras abriendo tu corazón, recibiendo lo indecible y viendo cómo las horas pasan sin darte cuenta.

Y vuelves a casa ya tarde y sientes que la vida sigue guardando sorpresas para ti a diario. Tan sólo has de aceptarlas, estar abierta a recibirlas, a mostrarte, arriesgarte, dar y a recibir. Cuando logras parar el tiempo y escuchar sin que nada más importe, y hablar como lo haces a la gente que amas de largo…es algo mágico, pero real. Es un tesoro que, una vez más, te toca recibir agradecida.

PALABRAS EN LOS TALLERES

En los talleres digo a menudo que necesitamos pecar de pesados. Es bueno decir «te quiero», abrazar, besar, acariciar, llamar, celebrar…ser pesados. Los vínculos no se crean queriendo sino haciendo sentir querido. La gente necesita sentirse amada, todos necesitamos sentirnos amados. Y eso no se logra dando el amor por hecho, sino expresándolo.

Pero llegar a expresar el amor para algunos supone un largo camino. Mucha valentía. Y dos o tres brazos acogedores al menos que le digan: sigue, vas bien, ése es el camino. Porque derrumbar murallas, lograr decir a la gente que amas que la amas sin sentirte frágil, pequeño o a la intemperie es uno de los aprendizajes clave de la vida.

Los niños y niñas nos ponen esa parte más fácil, nos enseñan la ternura. Y si no logramos aprenderla, nos pasamos la vida evitándolos porque acaban resultándonos molestos. Pero cuando ellos no están cerca, dejar a alguien (un amigo, una pareja, tu propia familia) traspasar nuestra alma, meterse dentro, acariciarnos implica mucha valentía. Sobre todo para quienes el dolor, el odio o la injusticia dejaron heridos, para quienes confiaron y se entregaron y se sintieron morir.

Pero estamos vivos. Y como varios niños y niñas acogidos y sus familias con quienes estoy conviviendo este mes por motivos profesionales me han recordado, al final se trata de elegir la vida. No es sólo amar, es elegir amar. A pesar de todo. Precisamente por ese todo.

Gracias conmovidas a quienes habéis formado parte de nuestro fin de semana desde el viernes al domingo. Sabed que lo escrito esta noche surge de todos y cada uno de vosotros.

Pepa

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Hoy me he vuelto a poder cortar el pelo

Prometí que lo haría. Aunque sean dos entradas casi seguidas. Me prometí a mí misma que escribiría en este blog el día que pudiera volver a hacerlo: volver a cortarme el pelo. Acabo de llegar ahora mismo de la peluquería. Y me siento a escribir.

Llevo meses sin poderme cortar el pelo, porque allá por noviembre mi hijo se cayó de una pared de dos metros de altura, ante mis ojos y los de una de mis mejores amigas. Del lado en que estábamos, aquella pared parecía un simple macetero, pero por el otro lado eran casi dos metros. Lo vimos desaparecer ante nuestros ojos. Y, como luego nos confesamos mi amiga y yo, nuestro pensamiento fue el mismo «se ha matado». Hasta que segundos después oímos sus gritos y salimos corriendo.

Nuestros ángeles hicieron horas extra y no le pasó nada. De hecho, no se rompió ni un brazo. Tan sólo un inmenso chichón en la cabeza y un paso por urgencias.

Y aunque a largo plazo, esa sensación de sentirnos cuidados y protegidos ha prevalecido, en aquellos momentos mi alma se quedó aterrorizada. Y mi cuerpo con ella.

A partir de ese día y durante más de un mes, se me cayó el pelo por mechones. Cada día más. Las calvas aparecieron en mi pelo sin que pudiera hacer nada para pararlas. Y no hay palabras para describir la sensación. En ciertos momentos, sientes que estás perdiendo tu identidad con cada nueva calva que sale.

No es sólo que se te caiga, es que se te cae siendo mujer. Con la dificultad añadida en mi caso de llevar una vida pública en mi trabajo, donde conferencia tras conferencia, entrevista tras entrevista (algunas de ellas a pesar de mis esfuerzos han quedado en internet) la calvicie quedaba evidente.

Tengo una amiga del alma que se quedó calva completamente hace años. Perdió el pelo, las cejas, las pestañas…todo. Y ya hace tiempo que vive con peluca. Cuando empecé con el tema, casi no podía ni mirarla. Lo que hasta entonces era algo que me hacía sentir orgullosa de su valor, de su alegría, de la increíble mujer que era, pasó a ser mi miedo respecto a si sería yo capaz de vivir sin pelo, de afrontarlo como lo ha hecho ella.

Mi hijo me decía: «mamá, te estás quedando calva, hay pelo por todos lados». La gente cercana preguntaba, la que no lo es tanto miraba de soslayo intentando disimular. Pero yo sabía.

Y llegan esas frases tan curiosas: «es estrés, no pienses en ello, tranquilízate y volverá». Pero no puedes no pensar en ello. Te miras en el espejo cada mañana y te ves. Es como la obesidad. Es algo innegable, algo que no puedes olvidar de ti misma. Algo que cuando se queda, llega a formar parte de tu identidad.

Pasaron casi tres meses antes de que el pelo comenzara a crecer de nuevo, todo diciembre, enero y febrero, y dos más mientras se ha ido repoblando. ¿Por qué ha vuelto? Lo tengo claro, un cruce entre el susto que ya pasó, que mi cuerpo digirió más lento que mi alma, y las hierbas chinas de mi acupuntor, que marcaron un antes y un después crucial en el proceso (de los análisis que salieron perfectos para incredulidad de los médicos, las opiniones de los dermatólogos y otros varios mejor no hablo).

Hasta hoy, que me he podido cortar el pelo para sanearlo y fortalecerlo y que pueda crecer más fuerte, porque todas las calvas están cubiertas aunque sea de pelo pequeño, porque el pelo ya crece imparable y de un día a otro se nota el avance. Estuve a punto de hacerlo para mi fiesta de cumpleaños pero no quise. Algo dentro de mí necesitaba celebrar tal cual estaba.

Y ¿por qué lo cuento?
Porque no se habla de cosas como éstas.
Porque duele.
Porque asusta.
Porque el alma y el cuerpo son uno.
Porque ser madre también supone ser frágil. Porque el miedo pasa a formar parte de tu vida, miedos que no tienen palabras para ser expresados: el miedo a que le pase algo, el miedo a su dolor, el miedo a no poder protegerle.. si tu hijo muere, tú mueres con él. Así de radical.
Porque, por desgracia, sigue sin ser lo mismo estar calva como mujer que estarlo como hombre.
Porque hace falta mucho valor para pasar la noche y enfrentarte a auditorios llenos de gente que te pueden ver calva.

Y porque el amor te sostiene. El amor en forma de cintas de pelo que te regalan para las presentaciones de tus libros (gracias, Belén), abrazos dados en el momento justo o esa frase de «qué guapa estás hoy» que sabes que no es verdad, pero sirve para ese día, justo para ese día.

Mi pelo siempre fue una de las partes que más me gustan de mí misma. Me gusta que me lo toquen, que me lo acaricien, me recuerda cuando mi madre me lo peinaba de niña. Me gusta como parte de mi ser mujer. Me encanta ir a la pelu. Y hoy he vuelto a la pelu.

Desde aquí vaya todo mi amor y mi reconocimiento a todas y cada una de las mujeres calvas, totalmente calvas, calvas a trozos, medio calvas.. sea por el motivo que sea y durante el tiempo que sea (pienso en todas las y los pacientes de cáncer en tratamiento) del mundo. Y a los hombres también.

Pepa

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Mis 40 según mi hijo

Oí que se levantaba y me levanté pero me dijo: «jo, mama, quedamos que es tu cumpleaños y que yo te iba a despertar» Así que le dije «tienes razón, me vuelvo a la cama». Me hice la dormida. Él me llevó el desayuno a la cama. Un plátano, un sobao y una galleta de chocolate blanco en un plato y una bandeja.

Me lo comí con él y estuvimos un rato abrazados en la cama, antes de que el teléfono empezara a sonar. Y entonces dijo: «esto es lo único malo de los cumpleaños, que el teléfono no para de sonar». Y yo riendo sin parar pensé para mí «bienvenido al mundo de tu madre, cariño».

Por la tarde, de vuelta del cole, esta semana han hecho un taller de poesía y tenían que escribir una cada día. Ahí va la de ayer, que hizo como regalo de cumpleaños para mí:

«Mamá, has mejorado mucho.
Te voy a cantar el cumpleaños feliz.
Te quiero»

Y en la cena, me dijo: «El domingo en la fiesta quiero presentar a todos mis amigos y a mis primos. Así que tú los pones en un circulo de esos que sabes hacer tú, como el que hicimos en el cumpleaños de la sierra, y yo los presento». Ahí es nada, aviso a navegantes.

Impagable. Una bendición, la mayor de muchas que hay en nuestra vida.

Y yo feliz, conmovida y agradecida.

Pepa

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