Habíamos acordado que esta entrada se iba a llamar «Un amanecer y una caca» pero sé que M. me perdonará el cambio de título y entenderá de sobras por qué. Y es que ambos sabemos que A. no lo llevaría demasiado bien pese a que nos dió permiso ;-).
Hay vivencias que son difíciles de describir, viajes de los que vuelves diferente. Algo dentro de ti ha cambiado y no tiene vuelta. Esta semana ha sido así para nosotros cuatro, y en el fondo para nosotros cinco.
Y lo es todo. Un bolso abierto que abre el camino a confiar. Los sitios para aparcar a la primera que hacen presentes a los angeles. Un palacio construido para alguien amado en el que se opta por preservar la felicidad y se planifica un regalo sorpresa. Un tren lleno que nos lleva a una playa donde construir una obra de ingenieria. Las partidas de Dixit y Pumba que generan vínculos nuevos y ponen a prueba los más primarios. La cara de asombro ante un regalo inesperado y la felicidad de los cómplices. Una peli cogidos de la mano. Una isla maravillosa que permite vencer el miedo a los peces. El azul que no se puede nombrar. El relato de una vida en dos frases. Aprender a flotar. Una cena en un atardecer y un baño loco, o no tan loco después de un atardecer perruno. Las espirales que se hacen visibles en pequeñas cosas. Y todo esto, envueltos en la red de amor.
Una mujer sabia lo definió con claridad. Es el amor incondicional: «nadie te va a pedir nada por lo que estás recibiendo hoy». Cuidar con mimo sólo porque sus caras le dan sentido a todo. Ése fue el primer y último sentido: sus caras.
Aprender que el dinero no tiene valor en si mismo, que no es sino un medio que se da cuando se puede y se prioriza la felicidad de quienes amas. Y que la herida de la estepa hace muy difícil recibir sin más, sin quitarle valor justo por dárselo monetario.
Aprender que el miedo siempre está. Que no es valiente quien no tiene miedo, sino quien lo afronta. A veces lo vence y a veces no, pero lo afronta. Que los monstruos existen pero que, igual que los escarpines y aprender a flotar protegen de los erizos o más bien a los erizos de nosotros. Aprender de hecho que si no los asustas, si no los temes, hasta los puedes acariciar en tu mano. Del mismo modo, la red de amor te sostiene ante la maldad. No te libra de ella, pero te permite mirarla de cara y saber que hay una parte de ti que no puede robarte por mucho que lo intente.
Aprender lo que significa un contacto de emergencia y una llamada. Que nadie abandona porque te portes mal sino por su propia locura o dolor o herida o un poco de todo eso junto. Y sobre todo, aprender que si confías y llamas, te rescatan.
Aprender que es para ti un regalo. Para nadie más que para ti. Aprenderlo todos, quien lo recibe y quienes lo damos. Porque eres digno de ser amado y de recibir.
Aprender que las personas pueden quererte antes de conocerte, que puedes formar parte de algo que va más allá de ti y que se hace cobijo y calidez, como una pececita que se vuelve niña y abraza sin parar.
Aprender que se puede ser bajito y hermoso, que nombrar las cosas varias veces ayuda a no olvidarlas y que los números tienen magia si eres un mago capaz de leerla. Que luchar para llegar a un avión tiene sentido, aunque duela y a ratos te haga sentir incompleto o partido por la mitad. Que uno ha de aprender a querer pero siendo fiel a uno mismo, a lo que ve, a lo que vive.
Aprender que hay muchas heridas y que cuando ves las de otras personas, a veces las propias se reactivan. Y te enfadas porque no querías, pero al mismo tiempo te conviertes en cobijo y en ángel y en mago que saca amor a raudales de un baúl de los recuerdos.
Aprender el difícil equilibrio entre cuándo estar cerca y cuándo algo más lejos, cómo se puede ser compañeros, cómo puedes recibir tanto sin ser la que importa, cómo el amor de dos niños te hace aún más privilegiada. Y hay algo dentro de ti que también cambia sin retorno.
Al final, cuando algo se prepara con amor, casi siempre sale bien. Ser cobijo, ser respuesta al interrogatorio permanente. Ser abrazo. Ser certeza. Una semana por la que podría optar, pero que conservaré en mi alma como refugio al que volver. Sé de sobra que lo haremos los cuatro. Porque ahora sabemos lo que significa confiar. Y no como una palabra racional, sino con toda la fuerza instintiva que da la vivencia.
Pepa
Hermoso.
Cobijo y herida, generosidad amorosa, consciencia.
Nunca mejor dicho… Un amanecer y una caca. Me encanta
Te quiero mucho, mucho, mujer valiente!
Pepa
Te quiero
Y yo a ti, cariño, y yo a ti, Martín.
Pepa
Aprender, confiar, amar, compartir, luchar, abrazar, regalar, cobijar, cuidar… nos enseñas tanto!! ❤️
Y de ti aprendo cada día, cariño. Y tengo tanta suerte con tu amor, Susana!
Pepa
No puede ser más tú este escrito y esa semana maravillosa. Esos momentos regalo, tan vividos y tan únicos cada uno de ellos. Esas palabras sabias, a veces duras pero muchas más sanadoras, y siempre llenas de amor. Sabías desde el minuto uno que la magia de esa isla iba a ser tu magia. Gracias por compartir tanto. ¡¡¡Te quiero!!!
La magia de la isla siempre funciona, la mía a veces 😉
Te quiero, Fran
Pepa
Intenso, precioso y sanador verano, pepa!!! Y las espirales de la vida lo hacen posible! Un beso enorme!
Abrazo inmenso, corazón!
Pepa