Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Vivencias

leer sus nombres

Desde mi pequeño lugar, quiero hacerme eco de este informe del que acabo de leer algo más de la mitad y he necesitado parar para escribir este post.

Es el Informe extraordinario del Ararteko sobre la atención institucional a las víctimas del terrorismo en Euskadi.
http://www.ararteko.net/s_p_9_final_Principal_Listado.jsp?seccion=s_fnot_d4_v1.jsp&contenido=4601&tipo=8&nivel=1400&layout=s_p_9_final_Principal_Listado.jsp&language=es

El Ararteko y su equipo son de esas gentes que te recuerdan que aún se puede decir la verdad, y sobre todo, determinadas verdades, aunque duelan, asumiendo las consecuencias y que la dignidad que tanto reclaman las víctimas hay alguna gente que la hace realidad.

Sé que es extenso, pero si tenéis un rato, leed las páginas de la 442 a la 448 del capítulo 8, y si tenéis algo más de tiempo, el capítulo 9 casi en su totalidad. Por no hablar de los datos sobre valores de los adolescentes en euskadi sobre terrorismo del capítulo 7, cuyo informe completo saldrá en septiembre.

Por no decir la sensación que se te queda ante las cifras: 16000 heridos por ETA, 40000 amenazados más los que se han ido de Euskadi más la lista de asesinados que es la última parte del informe, y que por un momento me ha recordado el listado que ves en Atocha en Madrid, o el que ves en el campo de expterminio de Phon Phen en Camboia. Listados y rostros de asesinados que piden como dicen las víctimas: dignidad, verdad, memoria, justicia y reparación.

No sé si seré ingenua, pero creo que leer sus nombres es también una forma de hacerles justicia.

Y copio un texto tal cual del informe, como podría escoger otros muchos de una carta al director escrita por una hija a su padre amenazado:

“Atte, gracias por enseñarme a ser valiente, en este pueblo en el que nos ha tocado vivir escondidos de los que intentan cortarnos las alas, el alma y el pensamiento. Por enseñarme que ante esta situación sólo hay sitio para el dolor, nunca para el odio, e intentar hacerme ver que el sufrimiento es cosa de todos, no sólo nuestro. Pude acabar detestando a este triste pueblo, porque en su nombre te han insultado, prometieron que acabarían contigo, te han llamado traidor, te secuestraron en tu propia casa sin poder salir si no es respaldado por dos sombras y han querido callarte (…) me has enseñado que no es él, este pueblo, quien nos ha hecho tanto daño, sino los que creen ser sus salvadores (…) porque para mí la solución al llamado conflicto vasco es que todos tuviéramos cerca a alguien como tú para enseñarnos a mirar, a razonar (…) y sobre todo a ser libres (…). Cuando te sientas ahogado, piensa en el orgullo que supone para mí luchar a tu lado contra todo esto (…). Por eso he pretendido convertir esta carta en un instante de libertad”

Ioana Etxezarreta, “Atte” (forma familiar de “aita”), en Cartas al Director, Diario Vasco, 10 de junio de 2008, p. 27.

dignidad

La dignidad de quien ama inquebrantable.
La dignidad de las pequeñas cosas, las que sencillamente se te ofrecen.
La dignidad de quien sabe mirar.

La dignidad de quien sabe gozar.
La dignidad de quien ríe con la alegría ajena y sonríe la propia.
La dignidad de quien abraza, y de quien sabe ser abrazado.
La dignidad de quien acaricia con sus manos, su boca, su mirada, sus palabras o su silencio.

La dignidad de quien llora en silencio sobre un hombro cuando se lo ofrecen.
La dignidad de los silencios abrumados ante el dolor y la crueldad de la vida, vacíos de palabras inútiles, o fruto de la impotencia, pero llenos de presencia.

La dignidad de las palabras respaldadas por una vida.
La dignidad de la perseverancia.
La dignidad de quien se retira antes de que lleguen a su precio o a su límite.

La dignidad de quien es humilde, entre otras cosas porque sabe que casi todo se puede perder.
La dignidad de quien conoce la inutilidad del orgullo.
La dignidad de quien nunca pierde la capacidad de reírse de su sombra ni de hablar cara a cara a sus fantasmas.

La dignidad de quien nunca hace daño a propósito pero reconoce el daño producido a quienes ama.
La dignidad de quien no permanece suficiente tiempo como para poner la otra mejilla.
La dignidad de quien sabe perdonar y pedir perdón, asumiendo un riesgo de dos.

La dignidad de algunos pueblos y algunas almas,
la que queda al final de una vida, cuando cierras los ojos en paz.

me pregunto

Me pregunto por qué creemos que hay más verdad detrás de la vehemencia que de la duda.
Me pregunto por qué necesitamos dividir la vida en compartimentos estancos.
Me pregunto quién estableció los precios de la vida.
Me pregunto dónde dejamos el amor cuando llega el miedo, y dónde el miedo cuando nos llega el amor.
Me pregunto por qué creemos que sabe más quien tiene más datos y no quien, con menos datos, al menos sabe digerirlos.
Me pregunto por qué se condena sin pruebas a todos menos a quien acusa falsamente.
Me pregunto por qué ese empeño en trasmitir una visión del mundo y la vida descarnada y desesperanzada, tan falsa en sí misma como la idealizada.
Me pregunto por qué nos empeñamos en decirles a los niños y niñas que lo que es excepción es la regla que deben esperar.
Me pregunto por qué ya nadie dice públicamente «no sé».
Me pregunto por qué ya no escuchamos el silencio.