Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Vivencias

Los ojos de la guerra

Aprovecho la tranquilidad de las vacaciones para ponerme al día de pendientes. Entre ellos, hacerme eco de este documental «Los ojos de la guerra«. Lo vi el otro día en TVE, y lo tenéis disponible completo aquí.

Inserto aquí el trailer para que os podáis hacer una idea.

¿Por qué lo envío?

Primero, por mi deuda con la «zona oscura» de la que habla Gervasio Sanchez en el documental. Esa que les queda a los que van a la guerra. Y van, como dice Reverte, con un objetivo concreto: contarla. Como dice Gervasio, «si hay documentos, nadie podrá decir nunca que no sabía lo que estaba pasando».

Segundo, por los rostros de los reporteros «llorando por dentro». Creo que es lo que más me impactó del documental, esa mezcla de dignidad y dolor. Brutal, inimaginable para mí. Lo dice Gervasio en un momento del documental «para trasmitir con decencia, hay que vivir el impacto del dolor».

Por esa otra certeza que te queda de que vivir la guerra educa para la guerra, y de que como dicen en un momento del documental «en la guerra se abandona la certeza moral que tenemos cuando estamos protegidos».

Por esa diferencia que denuncian todos ellos entre la propaganda y la información, entre esa tendencia que nos quieren imponer a una mirada uniforme y única sobre los conflictos, una mirada interesada y dirigida, en contra de la mirada plural que implica la información, donde la verdad queda a menudo a medio camino entre un bando y otro. Me quedó una certeza al final del documental, la de que intentan borrar nuestra conciencia y nuestra memoria. Y como escribí en un tweet, hay mucha necesidad de olvidar y de manipular, y el margen que nos queda a nosotros es más estrecho pero más diáfano de lo que pueda parecer.

Por los periodistas locales y los enlaces de cada país, que son los que en realidad quienes les permiten a los reporteros internacionales llegar a «la noticia». Y los que en la mayoría de los casos mueren por ello.

Y una última frase de Ramón Lobo, una de las claves a no olvidar «Ellos no son pobres porque sean idiotas sino porque han vivido explotados». Yo veo en mi trabajo cómo la violencia interpersonal anula a las personas hasta hacerlas incapaces de crecer, decidir, generar algo bello, vivir. En este caso es ese proceso de forma colectiva y brutal.

Y si cuando veáis el reportaje os quedan ganas, leed esto. Es la conversación que tuvo lugar el otro día por twitter entre Gervasio Sanchez, Arturo Pérez Reverte y Ramón Lobo. De esas conversaciones que una presencia sobrecogida.

Espero que os cale tanto como a mí. Difundirlo es parte de mi pequeño margen. Y mi forma de darles las gracias a todos ellos. A los que sigo y admiro. Comparto la visión de Gervasio Sanchez en la conversación con Perez Reverte y Ramón Lobo, el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, estamos llenos de héroes y villanos. Y yo, personalmente, necesito a la gente que me cuenta ambas realidades con honestidad. Sirva esta entrada como un «gracias» conmovido.

Pepa

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Optimismo patológico

Parece que el día de hoy va de la alegría.

Mi hijo y yo nos hemos levantado riendo sin parar, abrazados, él se ha reído, yo con él. Él estaba feliz porque ha afrontado su miedo a Harry Potter y ha salido victorioso, le ha costado tres días de pelear en sueños con Voldemort. Pero ayer no hubo sueños ya. Y su sonrisa era grande, luminosa.

He ido a comprar una barra de pan y la panadera me ha preguntado: «¿Cómo estás?» Le he contestado «Muy bien». Y entonces me ha sorprendido su respuesta: «Qué gusto escuchar algo así… Mi marido es muy pesimista y yo siempre trato de explicarle que su visión de la vida nos resta fuerzas…»

Me conecto al ordenador y alguien me regala esta frase de Isabel Allende:
«Memoria selectiva para recordar o bueno, prudencia lógica para no arruinar el presente y optimismo desafiante para encarar el futuro»

En varios blogs que sigo sobre resiliencia, me encuentro post que hablan de la risa, la alegría, la motivación, las endorfinas y la oxitocina como motores de la vida y del cambio.

Y sólo son las 10.43 de la mañana.

Y entonces recuerdo una vez más el porqué de mi opción por la alegría. Y que en los talleres a profesionales, siempre les digo que para trabajar con personas hace falta ser «optimista patológico» quedarse siempre con el vaso medio lleno, con el caso con sentido, con la sonrisa de ese niño al que le diste esperanza, con el abrazo de quien no supo explicártelo con palabras..

..porque esos motivos para el vaso medio lleno no son inventados, ni ilusos. Existen y tienen sentido. Sólo hay que elegir verlos, perseguirlos, optar por ellos. Es la única manera de poder trabajar con personas.

Quizá el único modo de ser feliz.

Porque lo demás: el miedo, la parálisis, la tristeza, la rabia…ya nos la inculcan de sobra, por todos lados. Y la vida ya se encarga de recordarte de vez en cuando cuánto puede llegar a doler, hasta dejarte sin aliento como un puñetazo en el estómago, hasta doblarte, hasta hacerte sentir pequeña y miserable.

Pero luego llega el sol de invierno, y me calienta el rostro. La risa de mi hijo. El rostro amigo. La caricia de su profesora a mi hijo. El parque que veo por la ventana. La conversación con la panadera. El mensaje de una amiga. El mail de alguien que te escuchó en un taller.

Y siguen siendo las 10.47.

Y de nuevo vuelves a lo mismo: hay que elegir.

Optar. Optar por vivir o por morir. Optar por amar o por esconderse. Por el valor o el miedo. Por la alegría o la tristeza. Porque son esas opciones las que marcan una vida.

Pepa

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México y sus sorpresas

Aquí estoy, sentada en un ordenador en México DF un rato antes de dar el último taller de este viaje. Un viaje en el que nada, y es literal lo que digo, NADA, ha salido tal y como estaba planificado. Y sin embargo todo ha salido bien. De hecho muy bien.

Hace tiempo que vengo practicando el arte de ¨fluir con la vida¨ que a veces resulta arduo, pero que ha cambiado mi forma de estar en el mundo. Esa capacidad de fiarse, de no tener miedo, de confiar. Y este viaje me ha puesto a prueba en ese sentido. Vaya un ejemplo. LLegar a una sala con más de 100 personas a las que en teoría vas a dar una sesión de cuatro horas, sentarte en la mesa presidencial y descubrir mientras la maestra de ceremonias (sí, estilo mejicano) lee extensa y pormenorizadamente tu curriculum un papel encima de tu carpeta con el programa de la jornada, en el que han dejado tu intervención reducida a una hora y el acto completo a dos. Fluir con la vida se traduce en respirar muy hondo, pero mucho, no mirar a la organizadora que te acompañaba y que está tan fuera de juego como tú y empezar a pensar rápidamente en cómo reconducir tu intervención. Por suerte, la exposición de mi curriculum fue larga y pude resituarme antes de empezar a hablar. Al final salió muy bien y escuché intervenciones de la gente de esas que le dan sentido a lo que hago, como escuchar a una madre decir ¨hasta el día de hoy no había comprendido que estoy repitiendo los patrones en que me criaron mis padres con mis hijos, y no quiero hacerlo, ahora mismo me siento mal, pero lo voy a cambiar¨. Hace falta una valentía enorme para hacer consciente eso, y mucha más para decirlo en público.

Hay más ejemplos, una conferencia que estaba prevista a las once, llegamos y la han cambiado a la una sin avisar, pero sobre la marcha deciden adelantarla y acabo hablando a las once y media. Un viaje que estaba previsto para hora y media son tres horas. Entrevistas que no me iban a hacer y acaban haciéndome. Conferencias que están previstas y me había preparado, llego y me dicen que se han suspendido, pero el día anterior a las diez de la noche cuando ya se han organizado otros eventos, llaman para decir que sí se hacen. Y suma y sigue. Por no hablar de acontecimientos recientes de la vida política mejicana que han puesto patas arriba al sector de educación, y que conllevan más y más cambios.

Y durante toda la semana me he estado preguntando por qué, cómo es posible semejante nivel de improvisación, de informalidad..y al final siempre llego a lo mismo. Al estilo mejicano, ése que da veinte rodeos para no decirte nunca que no a la cara, ese que utiliza un diminutivo cada dos palabras ¨ahorita, un minutito, me hace un favorcito…¨ Y siento que debe ser muy difícil llegar a consensos, desarrollar proyectos o sistemas coordinados de protección en un entorno donde hay que mantener siempre la compostura, no ser ´rudo´, y no decir ´no´ de frente aunque sí lo hagas de hecho. En muchos sentidos me recordaba a lo que viví en el sudeste asiático, donde antes de comenzar a dar los talleres me explicaron que nunca le preguntara a los asistentes si habían comprendido o no, porque siempre me dirían que sí, fuera así o no. Tenía que hacer ejercicios para asegurarme de que habían comprendido los conceptos en la práctica sin preguntarlo de cara. Eso sí, la sección de ¨preguntas o dudas¨ era siempre brevísima. Aquí en México no lo es. Aquí mi experiencia es que cuando la gente entra en los talleres se implica de verdad y preguntan y preguntan y preguntan. Y me he encontrado con regalos impagables en esas preguntas, o con gente que se me acerca al acabar el taller y me dice ¨me deja que le dé un abrazo¨ o con gente y gente que quiere fotografiarse conmigo.

Pero cuando me topo con estos contextos y dinámicas socio culturales, aquí y allí, siempre pienso que no es casual que se relacionen con los países con altas cifras de violencia, sobre todo intrafamiliar. La violencia es algo universal, no tiene que ver tanto con una cultura u otra sino con la forma en que manejamos el poder en nuestras relaciones afectivas. Pero la promoción de las alternativas a la violencia sí depende del contexto social donde trabajas. Promover formas de relación afectivas y sanas viene condicionado a la posibilidad de relacionarse de una forma honesta, de sentirse seguro para poder decir lo que piensas y saber que vas a ser aceptado y respetado, con la posibilidad de poder exponer el desacuerdo o las necesidades de una forma tranquila, con la posibilidad de poder confiar y dejarse en el otro…y todo eso sí que hay entornos que lo favorecen más que otros. En mi experiencia, los lugares donde el control social y los estereotipos sociales son más rígidos y están más arraigados son en los que encuentro una problemática mayor de violencia.

Pero, volviendo a mí y a mi viaje, al final en todo esto, lo único que cuenta es si decides reír o llorar. Si decides adaptarte a lo que hay y sacar lo mejor de lo que llega, o si decides enfadarte. Y lograr optar por lo primero depende en el fondo de cómo estés, de las fuerzas que tengas, de tu paz interior. Así que hubo suerte. Vine en paz. Pero hacía tiempo que no vivía un viaje tan surrealista en este sentido. Y sin embargo, un viaje que al final ha resultado bueno, divertido, pleno de vivencias y ha generado compromisos de continuidad.

Este es mi segundo viaje a México. La primera y única vez que vine estuve sólo en el DF, y a pesar de que he viajado mucho estos años a distintos lugares de Centroamérica, no había vuelto a México. Esta vez he viajado a Toluca y a Puebla. Este viaje es el resultado del trabajo de mucho tiempo de una mujer, Silvia, que dirige Educadores sin Fronteras, aquí en México, y que se empeñó cuando nos conocimos hace ya cinco años en traerme, y al final lo consiguió. Y estoy convencida de que éste va a ser el primer viaje de muchos porque es un punto y aparte de un camino muy largo que anduvo ella casi en soledad. Es algo así como un lanzamiento público y creo que ha salido como ella merecía, ella y quienes trabajan con ella.

Recuerdo que mi impresión del DF en aquel entonces fue el de un lugar inhóspito para vivir, la contaminación, el tráfico, el ruido…y sin embargo ahora lo he sentido mucho mejor, a pesar de todos los problemas. Es como si hubiera más luz, a pesar de que el país está convulso y se nota en los talleres, en las conferencias, en las conversaciones y en las miradas de la gente.

Y ayer conocí Puebla, un lugar muy bello, del que, además de su gente, me llevo tres vivencias con las que acabo este relato. La vista desde la ventana del hotel San Leonardo (recomendación vehemente si viajáis a Puebla) de Puebla al amanecer, sus casas y sus gentes. El sabor de los camarones gigantes rebozados en nuez y bañados en mole. Un plato de los que recordaré siempre. Y el restaurante donde lo comimos ¨La casa de los muñecos¨ cuyo dueño, con un nombre tan curioso como Zabalinsky, nos dio una lección a nuestros prejuicios en forma de CD de música impagable.

Así que ya veis, todo salió diferente de lo programado, pero todo salió bien. Todo un regalo que renueva mi consciencia de privilegio. Más si cabe hoy, día 8 de marzo, día de la mujer trabajadora. Felicidades, mujeres valientes allá donde estéis.

Pepa

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Sólo un minuto para mojarse en un charco

Es algo más de un minuto…
..es el reflejo de lo más precioso de la vida…
..es toda una filosofia..
..es imposible no sonreír.
Lo difundo porque nos hace falta sonreír. Y recordar. Y mojarnos en charcos.
Ah! y alguien que nos espere y nos celebre el charco! sea perro o persona.
¡No dejéis de verlo! ¡Ni de sonreír!
Pepa

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Natalia y su poesía

La vida es extraña, y a veces las palabras y las emociones no surgen en días, pero otras veces como esta semana llegan a borbotones.

Acabo de descubrir otro de esos blogs que me sale del alma difundir desde aquí. Algunos de los blogs a los que les he dedicado una entrada hasta ahora, como el de Principia Marsupia o el de Kurioso los incluí por la curiosidad e inteligencia que hallé en sus textos.

En el de hoy he encontrado poesía. Y magia. Y luz.

Empezando por su nombre: «Puntos suspendidos«.

Siguiendo por videos como éste, que para mí al menos es como una de esas grandes historias de amor de las películas ;-). Juzgad vosotros mismos:

Por no mencionar que ha sido encontrar un espacio donde están algunos de mis referentes literarios principales: Benedetti, Gonzalez, Gabo…Referentes no sólo de escritores, sino de vivencias.

Pero, sobre todo, reconozco que me han emocionado los poemas que hay en el blog y los textos para su padre. Ella habla de algo que nunca antes vi escrito y que para mí encierra una de las vivencias más radicales de mi vida: el azul de los cielos de las tardes de hospital. Ese azul encierra muchas cosas para mí.

Recuerdo mirar el cielo a través de la ventana del hospital, hace ya muchos años cuando estuve ingresada y pensar «la vida está ahí fuera, y yo aquí dentro, fuera de la vida, y yo quiero volver a ella». Tuve suerte porque volví.

Recuerdo escuchar la música de los violoncellos de Bach mientras aferraba la mano de mi madre, y años después la de mi padre, mientras ellos encontraban el camino a su otra vida. Y mirar por la ventana, y sentir el azul paralizado. Y salir a la calle y esa herida cruel de la vida que no se para cuando tu corazón sí lo ha hecho, y tu vida con él.

Recuerdo el azul del mar que vi al aterrizar en la isla donde uno de mis mejores amigos, una de esas almas gemelas que la vida te regala, luchaba por volver a la vida tras un ictus cerebral. El mismo ictus que a los pocos meses se llevó por delante a otro amigo mío con la misma edad, 28 años.

Nati habla de los ictus, y los hospitales, y la reconquista a dentelladas de la vida, y las sillas de ruedas y los teléfonos y las carreteras de ida y vuelta…y tanto y tanto y tanto…Cosas de la vida, la he leído el mismo día que he desayunado con ese amigo que venció la batalla y que sigue paladeando su segunda vida.

Pero no habla sólo de eso. Habla de Etiopía, de Palestina, del lenguaje sin palabras, del amor…

Lo más curioso es que Nati, la autora del blog, y yo trabajamos en la misma organización, en Save the Children, durante años. Ella sigue allí de hecho. Y hasta hace muy poco, hasta los milagros del twiter 😉 yo sólo conocía de ella su trabajo y unas cuantas sonrisas cómplices. ¡Cuánto pasillo desaprovechado!

Espero que leer «Puntos suspendidos» os regale una mínima parte de lo que me han dado a mí estas horas devorando sus textos. He entrado a ver una de sus entradas y ya no he podido soltar el blog hasta leerlas todas.

Gracias de corazón, Nati.
Pepa

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Contar nuestra dignidad

No soy periodista, pero creo que es obligado ver este documental «Oxígeno para vivir» realizado por TVE en homenaje a Enrique Meneses, recientemente fallecido.

Obligado porque no habla sólo de una forma de ejercer el periodismo, que también, ni sólo de una forma de vivir y de estar (y de irse), que por supuesto. ¡Cómo me recuerda Enrique en cierto modo a mi padre, a pesar de que defendieron ideas tan radicalmente contrarias!. Y cuánto se echa de menos gentes públicas de ese nivel.

Pero lo recomiendo sobre todo por dos motivos. Porque es un viaje por nuestra vida. El primer reportaje de Meneses es de 1947 y habla de episodios y guerras que han formado parte de nuestras vidas. Y porque habla de su dignidad, que acaba siendo en cierto modo nuestra dignidad, la de todos, la de nuestra sociedad, la que nos hace humanos. Ese bien preciado y extraño que se pone en juego a dentelladas muchas más veces de las que queremos creer.

La conversación de Meneses con su hija es de una honestidad brutal, y da coherencia al documental. Trasmitir una forma de ver el mundo, la tuya, tan rica en matices y tan limitada y dolorosa en otros, y asumir las consecuencias. Por no hablar del arpa en la quimioterapia. O de la visita a Leguineche. O de tantos otros detalles…

Vedlo, y luego me decís.

Un abrazo,
Pepa

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Presentación de «Un mapa del mundo afectivo: el viaje de la violencia al buen trato» en Zaragoza el lunes 21 de Enero

Pues siguiendo con las buenas tradiciones y manteniendo los lazos con mis ancestros y mis presentes, os envío la información de la presentación de mi nuevo libro «Un mapa del mundo afectivo: el viaje de la violencia al buen trato» en Zaragoza. Será el lunes 21 de enero a las 20h. en el forum de la Fnac de Plaza España.

Presentar un libro en tu ciudad tiene siempre algo de especial. Me encantaría que viniérais. Prometo que la conversación con Daniel Gabarró será todo menos aburrida 😉 Y si queréis difundirlo, os lo agradecería.

Un abrazo,
Pepa

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Los cielos de Kenia

Si mi ventana pudiera hablar narraría una amalgama de sensaciones y emociones no por susurradas apenas, menos intensas. Hay vivencias que supone todo un reto reflejar en palabras. Pero siempre encuentro magia y sedimento en hacerlo.

Mi cuerpo acaba de aterrizar hace apenas unas horas de Nairobi. Mi hijo ya duerme, yo me siento a escribir, y mi alma sigue anclada a aquellos cielos. Porque todo el mundo habla de la luz de África. Y es real. Es una luz única, majestuosa. Pero para mí esa luz se plasmó desde el primer momento en sus cielos. Los cielos de Kenia, de mi Kenia. Éste va a ser un relato entretejido de cielos.

El cielo varía durante todo el día, te atrapa, te sorprende, se nubla, llueve, sale el sol…todo en una continuidad de formas omnipresentes. Al principio me sentía rara: kenia es hablar de animales, y sin embargo ¡yo me quedé prendada de sus cielos!

He aquí algunos de mis favoritos, retazos de un tejido de vida. Porque el viaje de estas navidades es uno de esos de una vez en la vida. Algo que cada minuto que vas viviendo eres consciente de no tener vuelta (nunca la tenemos, pero hay lugares e instantes en que esa certeza se vuelve nítida).

Pero también ha sido de una intensidad que parece norma en mi vida, y un salir del mundo de una manera radical. Entras en esas tierras y el tiempo se para, y si te dejas, entras en comunión con la Vida con mayúsculas. Me recordó muchísimo a dos lugares en los que yo he sentido eso, aunque fuera con paisajes muy diferentes: la patagonia argentina, y los parques nacionales de Colorado. Dos lugares donde comprendes el concepto de inmensidad. En Kenia también. Y algo en su luz, en esa magia, me recordó mucho también al mediterráneo, a mis amadas baleares, a esa sensación de tiempo detenido, de conexión con tu parte animal.

Están los amaneceres, en los que te levantas para buscar animales en esa primera hora en que parecen salir más fácilmente a cazar, a pasear…que hasta eso nos contaban que les estamos cambiando los humanos, que de tanto safari y turismo están empezando a salir a cazar almediodía, en las horas de máximo calor. En un momento determinado, nos encontramos diez camionetas de turismo rodeando a un guepardo que acechaba a una mandada de impalas. Y el guepardo madre y su hijo nos miraban como diciendo:» me estáis fastidiando la comida» 😉

Esos amaneceres donde sientes que tu cuerpo va vibrando cada vez más acorde con la naturaleza. Siempre he creído que hemos olvidado nuestra parte animal, que ponemos tanto empeño en «llamarnos» humanos, en diferenciarnos de los animales que no incorporamos a nuestras vidas esa parte corporal, la que te llega cuando el sol calienta tu cuerpo, o cuando bailas, o cuando haces el amor. Es una parte de nosotros que nos ancla a la vida y al gozo.

Pero como en todo buen viaje, hay tormentas. En el nuestro llovió mucho, por suerte casi siempre de noche. Y eso me permitió recuperar las memorias patagónicas por el temor a la conducción de los caminos de barro. Nunca había vuelto a ir por caminos como los de aquel viaje y comprobé que la memoria de aquel accidente seguía vida dentro de mí. Pero tuvimos también tiempo de comprobar que lo más peligroso de Kenia no son sus baches en los caminos de tierra, ni el barro, porque la solidaridad es inmediata y todo el mundo se baja para ayudarte a sacar el coche del barro, aunque eso les suponga pringarse enteros. Lo más peligroso son las carreteras. La conducción en Kenia es una auténtica locura. Si alguien piensa viajar allí y puede permitirselo, que haga los trayectos en avión. La pista de aterrizaje en el masai mara, por ejemplo, es como un sueño, como en la peli de Memorias de África. Por cierto! caminamos por la pista de aterrizaje de esa peli, que en realidad está en un lugar fascinante llamado Crescent Island, en el Lago de Naivasha, para mí quizá mi lugar elegido de este viaje, porque conserva la posibilidad de caminar entre los animales, de acercarte a palmos de jirafas, cebras, ñus o impalas y mirarte con ellos, pero no desde un coche sino caminando. Es un lugar mágico y ahi aterrizaba y despegaba la avioneta de Robert Reford, recordáis? 😉 ¡La magia del cine!

Pero pudimos catar la peligrosidad de las carreteras con un accidente de coche en Nairobi que convirtió nuestro día de Navidad en un día de descanso para recuperarnos del susto. Y es que además, las cosas de kenia, le siguió la explosión del trasformador electrico de la calle donde viviamos, que nos hizo saltar del susto y comprobar los «tiempos keniatas» para recuperar la electricidad 😉 Fue un camión el que se nos llevó por delante y sólo la pericia de mi amiga que nos alojaba y que lleva conduciendo seis años en ese país nos permitió a todos (ibamos siete personas dentro) salir indemnes. Tan sólo asustados y el coche, un fantástico todo terreno, bastante tocado.

Y hubo más tormentas. La compañía con la que contratamos el safari resultó ser de las que se saltan las reglas. Dejo aquí su web por si a alguien se le ocurre la tentación de contratar el safari con ellos. La experiencia del safari fue increíble, pero no por ellos precisamente. Nos cambiaron el orden del viaje sin siquiera informarnos, nos metieron a ocho personas enlatadas en una van..detalles de ese tipo. Pero lo peor fue que no pagaron las entradas a Masai Mara con lo cual al salir, para mala suerte del conductor que había sabido entrar al parque sin pasar el control, nos encontramos con los rangers, encargados del cuidado de los parques nacionales en Kenia. Y para librarse de la multa, emprendió una huida con nosotros dentro de la camioneta (prometo que porque lo he vivido, si no, creería que me están contando una pelicula) a toda velocidad en la que sólo nuestros ángeles nos permitieron salir intactos, además de nueve horas de viaje (en vez de las tres que correspondían hasta el lago nakuru) para que los rangers no pudieran localizarle. Lo único es que gracias a él conocimos la kenia profunda, la de fuera del turismo. Y la experiencia nos dejó sin palabras. Campos inmensos de té con gente con cestas recogiendolo, chabolas de hojalata y casas prefabricadas para los trabajadores en el mejor de los casos, y unas condiciones higiénicas comunes a los países de la zona. En la única parada  que hicimos en nueve horas comimos sólo plátanos. Así que fíense de mí y no contraten el safari con ellos. Van un par de cielos de tormentas en honor a la compañía y a las carreteras de kenia 😉

Pero me guardo lo mejor para el final. Y lo mejor es cuando el cielo se refleja en la tierra. Sea en el lago Naivahsa

o en el Lago Nakuru.

Cuando el cielo refleja la maravilla de lo que conocimos y vivimos. El amor de mis amigos. El viaje a Kenia fue porque ibamos a estar con una de las que yo llamo «mis amigas internacionales». Esos regalos que me han dado los viajes por el mundo en forma de personas (reconozco que en su mayoría mujeres) con una apertura de mente, una inteligencia (además de capacidad profesional) y una generosidad que sólo la da el haber vivido en diferentes culturas, países y lugares. Eso te enseña una forma de estar en el mundo, en la que las posturas cerradas y dogmáticas no caben, donde tienes que aprender a sacar recursos de donde no los tienes ante situaciones inesperadas que afrontas a diario, y que son distintas de tus referentes culturales y personales, y donde la generosidad es parte de tu vida. Abres tu casa, das lo que tengas, habitaciones o sofás o lo que sea, a quien llega porque sabes el valor que tiene que te inviten a un hogar, que te abran las puertas de una familia…son aprendizajes que te transforman.

Estas mujeres son mis mujeres increíbles ;-), íbamos a casa de una de ellas, Denisse, y aunque estaba segura del amor que íbamos a encontrar, nunca dejará de sorprenderme. Su increíble generosidad al acogernos y cuidarnos. Las comidas de Sydney, hechas con tanto cariño. Cada pequeño detalle de Denisse, su esfuerzo por estar pendiente de cada cosa que nos pudiera hacer felices. El viaje que prepararon Mali y Patrick…

Pero hubo algo que me pilló completamente por sorpresa y que forma parte de mi vivencia de Kenia: la increíble ternura que todos y cada uno de los keniatas que conocimos demostraron hacia mi hijo. Quien no le columpió, le subió a corderetas, quien no como mínimo le chocaba las manos o le acariciaba la cabeza. Cada camarero, las personas en la calle…todos. Nunca había estado en un lugar donde la ternura fluyera de ese modo. Y no sólo con él, con los niños y niñas en general. Me guardo para siempre a Ibrahim, que sin hablar una sola palabra de español, con el poco inglés de mi hijo y la comunicación universal de las almas construyó una cabaña con él y bailaron juntos mientras nosotros veíamos el atardecer y reíamos tomando algo al acabar una de las excursiones, en las que por cierto la altura y mi mala forma física me pasaron factura. Menos mal que fue sólo esa vez, porque la debilidad física saca lo peor de mí 😉 Pero ver a Ibrahim con mi hijo fue algo que me hizo llorar.

Porque la generosidad que hemos conocido en este viaje no fue sólo la de quienes me querían, sino la de desconocidos como los vecinos de mis amigos, una pareja americana con dos niños y una niña literalmente recién nacida que acogieron a José en su casa todas las tardes que estuvimos allí para que él pudiera jugar con otros niños. El abrazo de Oliver, su hijo pequeño, y José, cuando nos ibamos, lo guardo como una imagen imposible de olvidar. Y mi hijo llorando en el taxi al aeropuerto diciendo que estaba triste, que no se quería ir, que la casa de Denisse le gustaba mucho, que Oliver era su amigo y que quería quedarse en «aquél sitio tan bonito».

Y fue ese cariño, no fueron los animales. Porque ése fue otro aprendizaje: un safari no es un viaje para niños pequeños. Son demasiadas horas de coche seguidas. Al final en Amboselli, tuve que quedarme con mi hijo en el hotel sólo para pasar un día sin subir en un coche porque ya no podía más. Y él es un enamorado absoluto de los animales, los primeros tres días los disfrutó como un loco, pero una semana de safari fue demasiado. Él sólo decía: «quiero volver a casa de Denisse» En nuestro viaje faltaron niños para jugar y sobraron horas de coche. Aprendizaje apuntado. Por eso a él lo que más le gustó fue el primer fin de semana, porque fuimos con Paul, el niño de Mali y Patrick y porque caminamos entre animales, no desde un coche. Así que Oliver y Paul son ya parte de nuestro corcho de afectos y Denisse y Sydney se han ganado un trocito en el corazón de mi hijo y mi sobrino. Mi sobrino, por cierto, que impactó a todo el mundo por algo que su madre y yo ya sabíamos pero que se nos cae la baba al constatar una y otra vez: su extraordinaria sensibilidad a sus 17 años. El modo que se incorporó al mundo de adultos, al mismo tiempo que fortalecía un precioso vínculo con su primo al que soportó estoicamente ;-).

Así que acabo con esos cielos en la tierra mi relato. Y no crean que no hemos visto animales. Claro que sí. Increíbles, sobre todo verlos en su hábitat. Los elegidos por los cuatro viajantes como favoritos fueron: las jirafas, los rinocerontes, los guepardos y los cocodrilos y lagartos. Vimos unos lagartos rosas y azules fascinantes! Por eso, y en honor a mi hijo, voy a acabar este relato con una foto de ellos, porque seguro que nadie pone una foto de lagartos en la publicidad de un safari por Kenia, pero son apasionantes 😉 Y por cierto, hablando de animales, impresionante los burros en Kenia. ¡Está lleno de burros!

Éste ha sido uno de esos viajes que se hacen una vez en la vida. Y que te transforman como persona. La sensación de salir del mundo fue total. El tiempo se detuvo. Y ahora toca volver a casa.

Pepa

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Hoy y mañana, los mismos deseos

Hoy escucho como mi hijo se resiste a dejarse vencer por el sueño mientras me siento a escribir. Mañana nos vamos a Kenia los dos. Un sueño con todas sus letras: s(sereno) u(único) e(emocionante) ñ(entrañable) o(ofrenda). La siento en cierto modo como mi primera vez en África, aunque haya estado en Marruecos y en Sudáfrica.

Todas las navidades fuera de nuestros hogares madrileños y zaragozanos, las primeras. Pero, ¡qué paradoja! más dentro de nosotros que nunca. Y acompañados por parte de nuestra alma.

Y los tiempos que se conjugan en mi vida: un tiempo de búsqueda que toca a su fin, un tiempo presente de consciencia y amor y un tiempo de espera que comenzó hace ya un tiempo. Una espera llena de gozo.

Y la rabia que se fue, la paz que se adentró. «Ese amor que me salvó haciéndome frágil y un fiarse para saltar sobre el vacío elegido»

Creo que no habrá palabras en unos días, pero prometo relato después. Aunque sé que los viajes son iniciáticos (sabes como sales, pero no como vuelves). Y éste más. Un antes y un después. Intuyo que volveré cambiada. Por no hablar del privilegio de poderle ofrecer esto a mi hijo con 6 años.

Mientras tanto, a quienes me leéis os envío un abrazo cálido. Y para el nuevo año, sigo deseando lo mismo una y otra vez. Para todos y cada uno de vosotros, para mí misma, que elijamos siempre la alegría y no la tristeza, el valor y no el miedo, el amor y no la indiferencia. Porque hace falta elegirlos. Como opciones conscientes que van dando forma a nuestras vidas cada día. Hay que atesorarlos y paladearlos en cada paso del uno al diez, como decía Juan Diego Botto en «Un trozo invisible de este mundo» (¡qué regalo para este año!).

Y una última palabra: gracias. Gracias por estar ahí, por leerme, por seguirme, por sentir que lo que digo tiene sentido y con ese sentimiento dar sentido a lo que escribo. Gracias de corazón.

Os deseo una alegre navidad, valiente año, amoroso todo.

Pepa

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Uno, dos, tres…casa

Es el título de un corto realizado por Iciar Bollaín sobre el trabajo de Aldeas Infantiles. Pero es mucho más. Son las entrevistas a los chicos y chicas. Es una lección de vida. Y de amor.

Emocionante. Sobrecogedor.»Si no hubiera estado en Aldeas, podría ser malo..estaría muerto…no sé».. «Una oportuniad de ser algo viniendo de un mundo en el que no podrías ser mucho..o nada»..

Un regalo. Ahi os va. Escuchadles, por favor, escuchadles. Son nueve minutos.

Gracias, Iciar, por darles voz. Gracias, Aldeas, por vuestro trabajo.

Un abrazo,

Pepa