Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Maternidad

El amor sana

Hoy ha sido un día con luz. Y una vez más, un día que refuerza mi convencimiento de que sólo el amor transforma la dificultad, la pena y la oscuridad en luz. No es que las haga desaparecer, ni mucho menos, no es que la pena sea más pequeña, ni la dificultad menor, pero sólo el amor y el tiempo pueden darnos luz para afrontarlos.

El tiempo, la cadencia de instantes que no puedes acelerar, ni perseguir, ni siquiera exigir. Cuando el dolor llega toca atravesarlo y una de las pistas que cada vez veo más claras en mi dolor y en el ajeno es la parsimonia (bendita palabra ésta). No correr, no huir, no lanzarse a hacer, o a deshacer, o a salir o a hablar o a… sólo estar, a veces en silencio, a veces poniéndole palabras pero estar. Dejar que la gente que amas esté cerca y te abrace, te acaricie y te acompañe, pero no para correr, salir o huir, sino para vivir el dolor.

Porque cuando lo haces, resulta que encuentras en ese silencio, en esa lentitud algunas pistas, algunas respuestas. No hablo de quedarse sola, hablo del silencio o palabra acompañada, hablo de la caricia y el abrazo. Y todo ello con lentitud y consciencia.

Porque entonces ocurre lo que hoy, que el cumpleaños de una amiga que no sabe muy bien cómo celebrar porque no le apetece celebrar, con el cierre de una casa en la que creyó de verdad que tendría hijos, el dolor de la ausencia y la ruptura…todo eso se puede convertir en la luz entrando entre los árboles, las risas de dos niños jugando en el jardín, los abrazos silenciosos y la palabra cuando la necesitas. El amor sana. Hoy me lo han dicho de nuevo las diosas, las que aparecen en las cartas y en los libros y las reales que tenía ante mí.

O el amor del otro día en el tercer entierro que llevo este verano, como en el segundo y el primero. Un instante de dolor, de lágrima y de ausencia se vuelve un momento de certeza del amor inmenso que une, que acerca, que consuela. Y la huella que deja quien se va, aunque llevara años enfermo, sigue siendo una huella de amor, no sólo en lo que dio sino en lo que recibió y en lo que ese cuidado germinó a su alrededor. Y ver a sus hijos abrazando a su madre y a sus nietos y sus nueras rodeándoles y a todos nosotros…amor, más amor.

Incluso hay una forma de amor que es tan sutil que cuesta aprenderla, a mí me costó muchísimo! y es aprender a decir «no puedo, ayúdame». Reconocer la vulnerabilidad, el dolor, el miedo…y pedir ayuda. Y hacerlo por ti y por quien amas, una y otra y otra vez si es necesario. Seguir tu intuición, independientemente de lo que digan los demás, ser fiel a tu voz interior. Para que cuando te toque sostener el dolor de quien más amas, puedas al menos escucharle hablar de «I., la que me está ayudando».

Hay una frase que suelo decir en los talleres y que hoy estaba en la nevera de la casa cuya despedida honrábamos: «a amar no se aprende amando sino sintiéndose amado». Lo creo cada vez con más radicalidad. No es el instinto el que nos enseña a amar, es lo que recibimos, la urdimbre de amor es la que nos enseña, nos sostiene y nos ilumina. Sólo cuando te sientes amado, sea de niño o ya de adulto si no lo recibiste entonces, germina dentro de ti tu capacidad de amar en toda su plenitud.

Así que, en la medida de mis fuerzas y mis posibilidades, seguiré siendo una pesada, como le decía mi hijo el otro día a un amiguito suyo. Su amiguito se quejaba de su madre que le perseguía para que cenara y dijo «es que las madres sois malas» y mi hijo le miró y le dijo «no, N., las mamás no son malas, son pesadas». Pues eso, seguiré siendo pesada. Sigo creyendo en el «estar ahi». Empeñándome en celebrar cumpleaños, en tomar trenes cuando toque, en contestar llamadas o mails a las horas que lleguen. Porque lo creo: el amor sana.

Pepa

Comentarios 9 comentarios que agradezco

Fragilidad y fortaleza

De nuevo en mi casa, con placidez y frente a mi parque me siento al ordenador que he mantenido apagado más de un mes para ponerme al día de muchas cosas y entre otras para volver a este blog, que no deja de ser una especie de «hogar virtual». Al hacerlo me doy cuenta de que llevo dos meses sin escribir y me surge una sonrisa.

Sonrío porque una vez más me doy cuenta de lo limitadas que me resultan las palabras para expresar algunas vivencias, pero también de lo frágiles y valiosas que son, en ellas anida el deseo y la necesidad del ser humano de acercarse a otro, de tocarlo y de abrirse ante él. Con las palabras no sólo tendemos puentes sino que nos exponemos ante los demás. Y cuanto más nos exponemos más conscientes somos de nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad. En cierto modo creo que así funciona la vida, sólo podemos ofrecer lo mejor de nosotros cuanto más nos exponemos, por las palabras o por los hechos (haciendo el amor te abres a otra persona de una forma irrepetible aunque no digas una sola palabra). Y cuanto más nos exponemos, más pueden juzgarnos, y dañarnos. Pero también más profundamente pueden amarnos.

Mi trabajo y mi vida se sostienen sobre palabras. Palabras acompañadas de miradas, de presencia, de caricias, de detalles. Pero palabras. Y cuanto más vivo, más limitadas las siento para reflejar la complejidad de mi vivencia, de cualquier emoción o del conocimiento que puedo adquirir. Pero también más consciente que nunca soy del valor y del regalo que suponen. Al hablar me entrego, me ofrezco, me «regalo» a los demás, frágil y pequeña.

Y es verdad que conforme pasa el tiempo, me cuesta (pero esto intuyo que es algo común a todos) abrirme más. Me gusta el silencio, anido bien en él, me gusta escuchar a los demás y escucharles convirtiendo sus palabras en mi centro en ese momento, en ese justo momento. Me gusta estar, pasar tiempo con la gente que amo, simplemente estando. Recuerdo mucho a mi padre, cuánto le gustaba desde siempre, pero más en sus últimos tiempos bajar al parque o sentarse en una terraza simplemente a mirar la vida.

Este verano ha seguido el aire del 2014, un año que llegó con aires convulsos y sigue con remolinos. Ha habido de todo. Momentos maravillosos, de una dulzura extrema, regalos increíbles, pero también muerte, agresiones y dolor. Como la vida misma, sólo que un poco más intensa de lo normal, en la linea del 2014.

Este verano han vuelto mis cejas y mis pestañas, pero he ejercido de calva públicamente porque el pelo de arriba está tardando más en volver. Lo he hecho en casa, en la piscina, en la playa. He narrado a los niños y niñas con los que he convivido, y a través de ellos a sus mayores, el origen de mi calva, mientras veo como día a día el pelo vuelve. Estoy aprendiendo los ritmos de la vida. Son lentos, y yo siempre fui demasiado rápida.

Este verano, y este año en general, he recibido regalos increíbles de gente muy íntima o de gente desconocida que se me ha acercado para decirme lo importante que soy para ellos, lo que les doy y cómo les he cambiado la vida. Hay momentos que no olvidas jamás como el de aquella mujer gallega que dijo al cabo de unos minutos «..supongo que en el fondo con todo esto lo que quiero decirle es: gracias por existir». Y en sus ojos he visto el valor de lo que soy, y no es que no lo supiera pero constatarlo en otra mirada lo hace más real si cabe. De lo que soy y de lo que he logrado en estos años, y en estos dos últimos en particular.

Y este verano, como siempre pero un poco más ha estado lleno de las caricias, la risa, los gritos a ratos y la vida a raudales de mi hijo. Mi hijo valiente, esa preciosidad. Y del amor de los que nos quieren, que nos abren sus hogares, nos acogen como un regalo y nos llevan a ver atardeceres increibles al mar o a coger cangrejos, o a buscar lagartijas o a ver la luna llena desde el tejado de una casa en el campo. Esa gente que nos rodea que llegas sólo a comer un día y te vas dos días después, o te llama cada semana para decirte «estoy aquí».

Esa red de amor que en verano podemos disfrutar sin correr y que también este verano cuando ha tocado nos ha dejado estar ahí, a su lado, en su dolor y su preocupación. Tal y como le dije a mi hijo cuando me preguntó qué había que hacer para ser familia de corazón de alguien: «alegrarse con sus alegrías, consolarle en el dolor, ayudarle en los problemas, abrirle tu hogar y compartir con él lo que tienes y cuidar a quienes él ama, empezando por sus hijos». En el fondo, como le ha dicho hoy su tía: «elegirle».

Y al final (aunque aún nos quedan tres semanas de verano), vuelvo a mi hogar, a mi ventana, a este rincón que adoro y que refleja lo que soy, y me miro en esos ojos amados y me doy cuenta de que mis raices son más hondas, mi silencio más profundo, y que este cambio de piel que está suponiendo no sólo la calva sino todo el año, a pesar de su dolor, me está haciendo más pequeña, pero más sólida. La tormenta ha sido profunda, no hay duda, y ésa es justo la medida del valor de lo que he hecho este tiempo. Ésa y la risa increíble de mi hijo. Intuyo que la tormenta aún no ha acabado, pero estamos en ello y ya somos expertas navegantes ;-).

Lo sé, y hoy tocaba ponerlo en palabras.
Pepa

Comentarios 12 comentarios que agradezco

Fin de curso

Esta noche toca presumir de hijo. Ni puedo ni quiero evitarlo en un blog como éste.

Lo primero, José ha aprobado el curso. Y después de lo que ha pasado este año..no hay palabras.

Segundo, le he preguntado si quería que colgara en el blog esta redacción que le han publicado en la revista del colegio. Me ha dicho que sí, que le encantaría. Así que aquí está. Sobran las palabras. Nadie me conoce mejor y se me cae la baba.

Sólo me queda añadir una cosa: gracias, Mercedes. Espero que algún día leas esto: gracias de corazón. Lo que José ha conseguido en el cole estos dos años es mérito suyo, pero también tuyo. Gracias por sostenerlo, y cobijarlo y abrazarlo y acariciarlo. Aunque haya gente que crea que no es necesario acariciar para ser maestra, para mí es imprescindible. Y tú lo has hecho cada día, sin descanso. Le has recordado que además de ser un trasto que no para quieto y corre sin parar por el patio, es un niño capaz de escribir esta maravilla con siete años. Y sobre todo, sobre todo, le has recordado que es valioso tal cual es. Y yo, como su madre, te debo mucho más de lo que puedas imaginar.

Pepa

Comentarios 22 comentarios que agradezco

La escuela soñada por mi hijo

Hoy he visto este video de Tonucci, que me ha enviado mi enlazadora de mundos favorita. Había escuchado muchas cosas de Tonucci, pero la conferencia merece mucho la pena (aunque dura un hora, os recomiendo dedicarle el tiempo, lo merece).

En ella cuenta una anécdota en la que una maestra que trabaja en Jujuy, Argentina, con población indígena le cuenta como ellos tienen que «merecer a sus alumnos«. Increíble expresión, merecer a sus alumnos, tan aparentemente ingenua como radical en su significado. Cuenta que para las comunidades indígenas con las que trabajan la escuela no es una obligación sino una oportunidad, así que si a los niños les gusta ir, los mandan, pero si los niños se aburren, o no se sienten motivados, no los obligan a ir. De ese modo, la maestra le narra que ellos tienen que hacer una escuela suficientemente atractiva para que los niños y niñas quieran ir.

Y eso me ha recordado una conversación que tuve hace unas semanas con José y con su tía. Le contábamos que el instituto de su tía se esta quedando sin alumnos, porque ha decidido especializares en bilingüismo francés y ya nadie lo quiere, así que tienen problemas con las plazas del curso que viene. Y entonces José dijo «es que tenéis que construir una escuela a la que los niños quieran ir». Y tanto su tía como yo le preguntamos como sería esa escuela. Resumo aquí lo que dijo, sin añadir comentario alguno:

«Una escuela con las clases con las puertas abiertas, donde los niños puedan salir y entrar y hacer trabajos juntos, construida alrededor de un jardín donde haya plantas y un huerto. Cada clase tendrá una mascota que los alumnos se turnarán para cuidar. Habrá una piscina con un tobogán muy grande que podrán usar alumnos y profesores, habrá un patio grande para jugar y un montón de cuentos y libros para leer. Pero lo más importante es que habrá una sala con sillones de relajación, de esos que les echas una moneda y te dan un masaje para cuando los profesores estén cansados y tengan ganas de gritar a los niños para que se relajen y descansen. A esa escuela los niños querrían ir»

Luego decidió que el cuando fuera mayor la construiría y la dirigiría, su tía cuidaría el huerto y yo la clase de los bebes. Pero luego dijo que era una pena, porque el quería ir a una escuela así de niño, de alumno, y que si la dirigía no podría ser alumno en ella. Y nosotras seguimos mudas.

Y lo escribo hoy que mi hijo se ha ido al cole con miedo por el examen del trinity que les hacen en su cole bilingüe para ver si tienen nivel suficiente de inglés.

Pepa

Comentarios 3 comentarios que agradezco

Bajando a mi tierra

Bajar a la tierra..es una de las expresiones que más uso en los talleres, cuando quiero explicar que los vínculos afectivos no se generan en las grandes intensidades sino en los pequeños detalles, en las cosas pequeñas y sutiles de la vida. Necesitamos convertir los pensamientos y las emociones en vivencias pequeñas y cotidianas.

Aquel brillo del sol reflejado en las hojas de los árboles que me enseñó mi madre: una mujer que, sin embargo, se caracterizó justamente por vivir desde las grandes intensidades. Lo frágil, lo vulnerable, lo sutil, lo precioso..

Este tiempo está siendo algo así, pero conmigo misma. Me levanto, me miro al espejo, me veo calva y me miro largo. Esta mañana mi hijo me ha encontrado delante del espejo y me ha dicho: «no necesitas mirarte al espejo, mamá, estás preciosa» y mientras me lo comía a besos pensaba para mis adentros que sí que lo necesito, que sí que necesito mirarme y mirarme hasta ver mi fragilidad, mi pequeñez y la belleza que anida en ella.

He vivido gran parte de mi vida mirando mis fortalezas, construyendo una imagen pública y ante mí misma de fortaleza y de intensidad. Y ahora me encuentro mirando mi fragilidad, mi vulnerabilidad. Bajando a mi tierra.

La calvicie trasmite una imagen de fragilidad, o mejor dicho, es lo que veo yo al mirarme al espejo calva, porque cada uno verá cosas distintas. Es algo innegable, visible. A partir de ahí no puedo contestar «bien» cuando me preguntan cómo estás, ni puedo negar mi cansancio, o mi dolor, tan sólo puedes sonreir y contestar «poco a poco» o «estoy tranquila, voy descansando» o «lo llevo con elegancia». Porque es la verdad.

La verdad es que cada día me levanto, y abrazo y acaricio el despertar de mi hijo, que sigue viendo mi belleza y mi amor, calva o peluda. Y, poco a poco, voy aprendiendo a ver lo que ve él. Poco a poco. Y siento que algo profundo se está transformando en mí, y no es otra cosa que mi forma de mirarme, de tocarme, de acariciarme.

Bajar a la tierra…dejar de volar…dejar de cargar montañas sobre mis hombros..respetar mis límites…reconocer mis miedos…vivir lo pequeño, lo sutil, lo hermoso. Sin grandes intensidades pero llenas de gozo plácido.

Y sonrío. Cosas de la vida, sonrío. Y no sé por qué, mi sonrisa me parece diferente en el espejo.
Pepa

Comentarios 13 comentarios que agradezco

Los contratos del alma

Puede que no sea el mejor título para un post que escribo el día de nochebuena :-), o quizá justamente sea el mejor. Pero me sale de dentro dedicar a escribir el ratito que me queda entre la consulta y la inmersión en la familia, previo paso por las tiendas del barrio a recoger las compras de última hora y decir «feliz navidad» más veces de las que puedo contar en cinco minutos (¡Cómo me gusta el barrio en que vivimos!).

En los últimos tiempos ando más que nunca «prendada» de la maravilla que llega cuando quitas deudas morales y psicológicas a las relaciones humanas. Esa capacidad de compasión, de perdón, de acoger que nos llega cuando somos capaces de humanizar nuestra propia visión de nosotros mismos y de aquellos a quienes amamos.

Ayer firmé uno de los contratos más hermosos que he firmado en mi vida, y creedme cuando os digo que no era precisamente el de una boda 😉 y una vez más me reafirmé en que el amor sostiene, alimenta, atesora y afianza cuando se quita los ropajes de la idealización, la moral y la deuda. Y una vez desnudo, se recubre de nuevo, pero de valentía, honestidad y consciencia.

Aprendemos a amar siendo amados. No es cierto que como niños aprendamos a amar amando sino siendo amados, ni a entregar siendo generosos sino recibiendo. LLegamos a la entrega si hemos recibido antes. Hace falta ser alimentado, sostenido y amado para poder aprender a amar y sostener. En los talleres que doy repito una y otra vez que hay que deshacer el concepto de «amor incondicional», sobre todo cuando me toca hablar del vínculo madre-hijos, que parece ese último tabú social a cuestionar. Es como si todos necesitáramos que nuestras madres fueran perfectas, ideales, únicas. A los padres también les pasa, pero en menor medida, por los roles de género aceptados en la crianza. Pero ese halo de idealización con el que miramos como niños a nuestros padres lo mantenemos dentro toda la vida. Y seguimos buscando el refugio que buscábamos entonces, porque los creíamos omnipotentes, sabios y poderosos.

Pero entonces llega la realidad. Y las navidades con ella :-), entre otras muchas cosas. Y nos recuerda que nadie es perfecto, que todos queremos con clásulas, con expectativas, con condiciones. Y que es importante legitimar esas condiciones.

¿Cómo legitimarlas? Para empezar verbalizándolas. ¡Qué prisión no poder hablar de lo que se siente! Qué prisión sentir que no puedo sacar de mí la ira, el miedo, el amor o el deseo. Cuánto bien nos hacen los escritores, y los pintores, y los artistas que sacan, expresan, hacen visible y nos brindan bastones en los que apoyarnos para expresar lo que solos no sabemos. Cuántas palabras prestadas y hechas propias llegan estos días.

El amor se vive, pero se teje en la narración, en lo que regalas al otro en tus palabras y gestos, en cada «te quiero», en cada caricia..y hacen falta, por supuesto que hacen falta. El otro las merece, y nosotros nos merecemos darlas y recibirlas. Decir «te quiero» hace sentir mejor al otro, pero a nosotros nos da un lugar en el mundo, un lugar de pertenencia, un hogar.

Y esas cláusulas al narrarlas, se legitiman. Porque se hacen públicas. Y ahí llega el contrato. El acuerdo, el compromiso. Cuando se dice algo, ya no podemos hacer como si no lo dijimos (y no será porque no lo intentemos) porque las palabras y los gestos, como un contrato que firmas, una mano enlazada a otra o un beso quedan en nuestra alma, y nos hacen quienes somos.

Y sólo tenemos una vida. Así que más vale que la invirtamos en aquello que anhelamos de verdad, porque si no, se esfuma. Se esfuma pagando deudas heredadas, «costes sistémicos» que llamamos los psicólogos a ese precio que todos pagamos por pertenecer a nuestro primer hogar, a nuestras familias. Todos pagamos un precio para ser amados. Y cuando nos hacemos mayores tenemos una oportunidad privilegiada: poner consciencia en ese precio, revisar ese contrato y decidir si queremos seguir firmándolo, o queremos cambiar sus clausulas. Sin ser ilusos (a mí esta parte me cuesta un mundo!) y pensar que podemos «no pagar precios». Siempre hay un precio, un coste. Lo importante es que lo elijamos con consciencia, porque entonces pesará menos. Nos saldrá a cuenta. Por todo lo que ganamos, que es inmenso.

Y ahí llegamos al mayor talón de aquiles: la valentía. Porque para poder hablar, besar o acariciar hace falta valor. Hace falta valor para amar. Ese valor surge de la necesidad de ser amados, como el dar surge del recibir. Convertimos esa necesidad en impulso y entrega, en cuidado, en caricia. En algo que saca cosas de nosotros que nunca supimos siquiera que existieran.

Así que si llegáis a leerme antes de esta noche, escuchadme bajito cuando os digo: sed valientes. Decid «te quiero». Veréis que el contrato sale a cuenta.

Pepa

Comentarios 8 comentarios que agradezco

Un poco de mi caos

Llevo bastantes días sin escribir. Pero es que la vida corre más que yo últimamente, y mira que yo soy rápida! 😉

Estuve dos meses viajando sin parar y contaba con diciembre para descansar, pero no ha sido así. Están pasando muchas cosas, así que voy a escribir un poco de mi caos.

MÁS ESPIRALES

Las espirales son una constante en mi vida. Ahora lo son porque llamamos así a la consultoría de infancia que creé con mis compañeros de manera consciente por estos motivos. Pero elegí ese nombre también por mi propia experiencia vital. Y es una vivencia cada día más potente. La sensación de volver sin regreso, de avanzar por caminos ya conocidos pero nuevos, de relaciones que se alejan y vuelven a mirarme, a tocarme y a llamarme, de adioses que al principio parecen triviales pero que me llevan a viajes desconocidos…

Una de las espirales constantes en mi vida de los últimos años es la magia, que tiene mucho que ver con la cocina a fuego lento, con la confianza, con la apertura, con aprender a mirar…una magia que cada día que pasa va teniendo rostros y vivencias nuevas diferentes pero que me devuelven a las mismas certezas.

Volver de forma nueva. Caminar lo remoto como si ya lo conociera. Extraño pero muy bonito.

CÓMO SE SIENTE MI HIJO

Todo el mundo comenta que mi hijo ha dado un cambio. Yo también lo creo. Ha cambiado como cambian los niños y cambiamos los mayores, vestido el cambio de cotideanidad cuando es trascendental y vestido de importancia cuando en realidad son cambios triviales. Pues éste es de los cotideanos/trascendentes. Decidió dejarse el pelo largo. Fue la primera decisión que tomó sobre su aspecto físico, que hasta entonces le daba más o menos igual. Y debajo de esa decisión, se esconde un pequeño universo.

El otro día su profesora me llamó. Él estaba enfermo y tiene una profe de esas maravillosas que llama para ver cómo está y que se queda con él hasta que tú llegas a buscarle porque está con fiebre aunque se tuviera que haber ido. Y aprovechó para contarme algo que merece relato. En la asignatura de alternativa (qué poco me gusta ese nombre! alternativa a qué o para quién?) están haciendo un programa de educación emocional impagable. Y la semana pasada trabajaron cómo se sentían los niños y niñas en el mundo, ante la vida. Y allá fue José y dijo: «yo me siento alegre, agradecido y en paz» Y dejó muda a la profe y a toda su clase.

Esas formulaciones son mías, porque a estas alturas José y yo nos parecemos tanto, tanto que cualquiera diría que compartiéramos genes, pero él las eligió y las hizo suyas públicamente. Y a mí se me saltaron las lágrimas al oírle a su profe narrarlas. Por lo demás, seguimos peleando con las restas con llevadas y con atender o no en clase 😉

RABIANDO

Hace dos años escribí un post sobre la rabia. Lo llamé «Escuchando mi rabia«. Lo narraba como un camino realizado. Pero nunca lo son. En las últimas semanas alguien me removió rabias antiguas y no tan antiguas, y me ha hecho tener pocas o ninguna gana de aguantar y de callarme.

Así que ando rabiando con consciencia y muchas sonrisas surrealistas. Peleada con algunas máquinas y con algunas personas. Con lo que dices o no dices o se supone que dijiste o lo que otros dicen que nunca escuchaste. Rabiando de mi manera de elegir. Porque al final soy yo. Yo la que elijo. Yo la que me entrego. Y llegado el caso, yo la que me equivoco. Así que toca asumirlo y seguir. Y rabiar un rato.

LAS NAVIDADES

Soy una sentimental y sin «propósito de enmienda». Siempre lo fui. Y sigo empeñada en celebrar. Así que cada año celebramos dos fiestas, el cumple de mi hijo y el mío, y por navidad envío un crisma a mi gente. Un crisma en el que busco una foto que refleje para mí el año, escribo un texto que resuma lo que ha sido más importante para mí, lo monto y luego lo personalizo. Parte los mando por mail y parte impresos. Total, un trabajazo. Este año me asaltó la duda de si colgar el texto en este blog. Pero aún enviado a mucha gente, sigue siendo demasiado íntimo para ello.

Pero voy a acabar este post con una pequeña partecita de mi crisma 2013 para daros las gracias a todos y todas los que estáis al otro lado de esta página, los que me enviáis comentarios. Sois mucho más importantes para mí de lo que a veces puedo expresar.

Gracias de corazón. El crisma de este año lo llamé «Aprender a esperar». Porque de eso ha ido este año para mí. De aprender a esperar.

Aquí os lo dejo:

APRENDER A ESPERAR
Es un arte vivir acompasando los tiempos del alma, del cuerpo y de la vida.(…)
Pasear la mar en invierno..el frío en tu rostro…
mientras tus pies desnudos atesoran el calor de la arena.
Los tiempos de la intemperie inevitable. Y de cada decisión…
ambos ponen a prueba la resistencia del alma.
Aprender a entregarse.
Sentir esa luz dentro que ya no se va con la locura.
Aprender a esperar.
Aprender a confiar.
Aprender a amar.

Comentarios 3 comentarios que agradezco

Sus siete y su luz

El sábado mi hijo cumplió siete años. Y nosotros seis de familia. Mi hijo llegó a casa justo el día de su primer cumpleaños, uno de esos elementos mágicos de la vida de los que hablaba el otro día. Así que cada vez que celebramos su vida, celebramos el regalo inmenso que la vida me hizo convirtiéndome en su madre. Celebramos su felicidad, pero también la mía. Inmensa dicha.

Y han sido unos días llenos de luz. El sábado salió un día radiante en Madrid, uno de esos días de invierno con sol que yo adoro, son mis favoritos. Mi hijo dijo: «mami, es mi cumpleaños, no quiero comer en un sitio cerrado lleno de gente». Así que nos fuimos al retiro con sus tíos. Y allí pasamos el día, con los pavos reales, el palacio de cristal y su magia, las pompas de jabón gigantes, las cuerdas para saltar..magia. Comimos en una terraza al sol, tanto sol que José se quejaba del calor que hacía, y nos quedamos en mangas de camisa. Y caminamos más y él pudo tirar una y otra vez su peonza nueva. Después cenamos con sus tíos y sus primos, hicimos la tarta y agotamos el día con el único pesar de no haber podido estrenar sus maravillosos patines nuevos.

El domingo volvió a salir el sol. Y de nuevo celebramos en un patio al aire libre comiendo paella y perritos calientes con veintitres niños y más de treinta adultos, un mago, un payaso y unos olivos maravillosos que soportaron estoicamente a los niños subidos encima. Otro regalo imposible de describir. Todo el amor que nos rodea a mi hijo y a mí, que nos sostiene, que nos cobija.

Ha sido un cumpleaños lleno de luz. Y de amor. Y cuando pienso en mi hijo, es justo eso lo que ha traido a mi vida: luz y amor.

No es que no haya batallas, de hecho apenas tres días después, la peonza ya está requisada temporalmente 😉 Pero los patines los estrenamos, el pijama también, vamos leyendo los cuentos, toca montar los aviones…será por regalos. Más amor.

No sabía si contarlo aqui, al fin y al cabo iba a parecer lo que soy: una mami a la que se le cae la baba con su hijo, por mucho que algunos ratos me agote o me desespere.

Pero hoy alguien me ha recordado algo que tiene que ver con la luz y con el amor, y eso me ha hecho decidirme a escribir. Me ha recordado de un modo mágico que mi opción por la vida ha estado siempre presente muy dentro de mí, desde muy atrás, desde mucho antes de que José llegara a mi vida. Pude haber elegido la noche, y elegí buscar siempre la luz de los parques. Pude haber elegido quedarme en el dolor, aferrada a él en un vano intento de evitarlo, pero elegí atravesarlo. Puede haber elegido el miedo, pero elegí muchas veces el salto sobre el vacío. Pude haber elegido la soledad, pero elegí amar y también ser madre.

Y cada vez que abrazo a mi hijo, que miro sus ojos y su sonrisa, recuerdo por qué. Y entonces un paseo con él, con mi hermana y mi cuñado por un parque adquiere un nuevo valor. El mismo que recibí y sigo recibiendo de quienes me amaron: el de las cosas pequeñas, el del brillo del sol en las hojas de los árboles, el de las miradas y las caricias…esa parte de la vida a la que sólo se llega optando.

Eligiendo amar.

Pepa

Lo he hecho bien

Llevo días con esta frase resonando en mi cabeza. Pensando en escribir un post que se titulara así. Y conforme han ido sucediéndose las horas y los días he ido siendo más consciente cada vez de lo difícil que me resultaba, de la vergüenza que me daba titular un post así: «lo he hecho bien».

Y es que ¡nos resulta tan dificil mirarnos al espejo y reconocer nuestra valía! Es algo generalizado en nuestra sociedad, la crítica y la autocrítica parecen lógicas, necesarias y habituales, de hecho últimamente son la norma. Una norma que conduce a la desesperanza. Pero el reconocimiento, el agradecimiento y el sentirse bien con uno mismo…eso, si se hace, ha de ser en privado.

Pero hoy no voy a generalizar. Lo diré en primera persona: ¡me resulta tan difícil mirarme al espejo y reconocer mi valía!. Es como si estuviera fuera de lugar, como si fuera engreído, presumido e innecesario por mi parte. Al contrario no sucede, cuando se trata de echarme en cara mis fallos soy fantástica. Esa juez que llevo dentro, y que también reconozco dentro de muchísimas personas, lleva en mí desde que tengo memoria. Encantada cuando tenía la excusa para mirarme con desprecio.

Con los años he aprendido la COMPASIÓN. Aprenderla hacia los demás fue fácil. Sentirla por mí misma fue tarea de titanes. Pero lo logré, al menos la mayoría de las veces. He aprendido a acoger a esa juez, que sigue viviendo en mí, y mirarla divertida y decirme «ya estás aquí otra vez». Ahora me río mucho más, y me acaricio mucho más.

¿Pero publicar una entrada que se llame «lo he hecho bien»? Eso ya es para nota.

Pero resulta que es cierto. Lo he hecho bien. Y conforme pasan los días la evidencia es innegable. Y lo es porque no viene de mí, sino de mi hijo. De sus ojos, su sonrisa, su bienestar. Mi hijo está bien. No sólo bien, está realmente bien. Ha hecho un camino de gigante en los últimos dos meses, ha batallado con el monstruo, y le ha vencido. Lo ha hecho él. Es su victoria. Su valentía. Su vida.

Pero ése es su relato. Yo aquí puedo contar el mío. Mi parte. Yo he sabido y podido sostenerle en el camino. Porque, a pesar de estar rodeados de amor (benditos seais), ésta ha sido una batalla que hemos librado solos. Él y yo. Solos.

Y hemos vencido. No porque el monstruo no ganara, que ganó, eso ya no tiene vuelta, el daño está hecho. Sino porque hemos logrado que no nos destruyera. Así que a la postre le vencimos. Creo que las batallas contra los monstruos se pierden y se ganan, todo en uno. Se pierden porque el daño es irreparable. Se ganan cuando eres capaz de volver a confiar y a amar.

Lo he hecho bien en el camino de estos seis años que nos han llevado hasta aquí, al crear, de la mano de mi hijo, esta relación profunda de amor, de sensibilidad y de seguridad que nos une a los dos. Nunca dudé de esa relación, por muchas veces que he metido la pata, al final sé que lo que queda es la pauta general, la cotideanidad, y ese día a día en nuestro hogar está lleno de caricias, de risas y de conversaciones. Pero estos dos últimos meses he podido comprobar hasta qué punto esa relación ha dado seguridad a mi hijo para afrontar el dolor.

Lo he hecho bien al hablarle de lo que casi nadie habla, y darle pautas y decirle que estas cosas existen y que puede afrontarlas y cómo hacerlo. No pude protegerle de que sucediera, pero sí le di las herramientas para decir «no».

Lo he hecho bien porque cuando pasó y ni él sabía cómo contarlo, pude acompañarle y sostenerle y esperar. Y sostener sus pesadillas, y sus explosiones durante semanas. Por mucho que lo intente, no podré expresar lo duras que fueron esas semanas. Tener la certeza de que tu hijo sufre, de que le pasa algo y no saber qué. Saber que cuando esté preparado, lo contará, pero que hasta entonces debes respetar su tiempo.

En ese tiempo metí la pata veinte veces, le castigué por cosas que sabía que tenían que ver con su angustia, no con él, le grité, me enfadé. Mi propia angustia me desbordó y me impidió saber reaccionar bien en muchas situaciones. En otras sabía que tenía que mantenerme firme porque eso también le devolvía la seguridad de que su mundo y su madre seguían siendo los mismos, limitados, falibles y amorosos. Estuve ahí, esperé y supe que aquello no tenía que ver conmigo. Lloré por las noches después de consolarle las pesadillas o de tranquilizarlo.

Lo he hecho bien cuando me lo contó, aquella tarde en el coche, y pude seguir conduciendo, y no estrellarme, y explicarle el porqué de sus sentimientos, su rabia, su dolor, nombrarlos. Y refozar su valentía por reaccionar, por habérmelo contado. Y no llorar, ni gritar. Hacerlo después, por la noche, cuando él ya dormía.

He llorado lo indecible. Me he sentido doblada, a la intemperie, frágil y pequeña, he sentido una pena dentro que no sé explicar, pero que, cuando pude, relaté en esta entrada de este blog. He recibido cientos de mails, llamadas y mensajes en contestación a aquella entrada. Sencillamente no tengo palabras para tanto amor.

Siempre hablo del amor, y del agradecimiento, pero cada uno de nuestros seres amados que cogió un coche y apareció en casa y me abrazó sin más, las llamadas de cada noche, las meriendas y los parques, la gente amada que me vio perder el control y me sostuvo y me perdonó, quienes me escucharon llorar al teléfono, quienes me abrazaron, tantos mensajes, quienes hicieron cosquillas a José para despistarle cuando veían que se me empezaban a saltar las lágrimas…ese amor me dio la fuerza para sostenerle. Hay momentos en la vida en que «estar ahí» junto a quienes amas lo cambia todo.

Por eso también, por todas esas personas que leísteis aquel post y me demostrasteis lo mucho que os importamos, quiero escribir también esto: estamos bien. Mi hijo es un valiente, una hermosura y la mayor bendición que pude imaginar. Y todo lo que ha pasado me ha dado una nueva mirada sobre mí como persona, pero sobre todo como madre.

Ojalá nunca hubiera tenido que mirarme así, porque eso significaría haber podido librar a mi hijo de ese dolor, no haber perdido la batalla. Pero ahí no elegimos. Ésa es la intemperie. Nadie nos pregunta. Sólo elegimos el después, cómo afrontarlo, qué hacer con ello. Cómo volver a confiar. Volver a amar. Volver a optar por vivir.

Hace un par de meses tuve una conversación muy interesante con mi hijo y su padrino sobre Jesús, que me sale de dentro incluir para acabar este post, porque hablabamos de eso, de quién vence al final.

La conversación fue más o menos así:
Mami, ¿por qué mataron a Jesús?
– Pues porque él predicaba cosas que a la gente que por entonces tenía el poder no le interesaba que se difundieran ni que la gente siguiera.
-¿Como qué?
– Como que había que querer y cuidarnos los unos a los otros, que había que compartir lo que teníamos..cosas así, y la gente que tenía el poder y el dinero entonces no estaba dispuesta a compartirlo.
– Pero entonces los malos ganaron, los que mataron a Jesús ganaron.
– Bueno, cariño, depende de cómo lo mires. Si te paras a pensar, han pasado siglos de aquello, y siglos después hay millones de personas, como tu padrino, que creen en Jesús y siguen lo que él dijo, son los que forman parte de la iglesia católica. De los que le mataron nadie se acuerda, pero de Jesús sí. Y no sólo lo recuerdan, sino que intentan seguir lo que él enseñó. Así que yo creo que en cierto modo ganó Jesús.
– ¿Tú formas parte de la iglesia, mami?
– No, cariño, yo no.
– ¿Por qué?
– Porque yo creo que Jesús fue un hombre increíble y dijo cosas en las que creo de verdad, pero no creo que fuera el hijo de Dios, que es lo que los que pertenecen a la iglesia sí creen, como tu padrino.
-Yo también lo creo.
-Me parece perfecto, cielo, tú puedes creer lo que quieras, puedes elegir creer lo que tú quieras.
-Pero yo creo que Jesús debería haber matado a los que le mataron.
– Eso era imposible- dijo su padrino.
– ¿Por qué?
– Porque Jesús decía que no se podía hacer daño a nadie, ni siquiera a los que te hacen daño, así que no sólo no los mató sino que no hubiera dejado que nadie los matara.
-…no sé-
zanjó mi hijo la conversación, y cambió de tema.

Estamos bien. Perdimos y ganamos. Y pude hacerlo bien.

Pepa

Pd. Quiero contaros también que hace unos días entró un virus a través de una entrada del blog y me bombardearon a comentarios spam, y al borrarlos, borré por error los comentarios que habíais hecho en las últimas dos entradas, la del cuento y la del libro. Lo siento en el alma porque eran emocionantes. Quiero que sepáis que fue involuntario. Si los volvéis a escribir..los publico de nuevo 🙂

Comentarios 8 comentarios que agradezco

Poco a poco

Sigo sin muchas fuerzas para hablar ni escribir. Pero necesito decir GRACIAS.

Este año he recibido en un mismo año dos de las muestras de amor más potentes de mi vida. La primera, por mis 40, la segunda en las últimas semanas.

Para daros las gracias voy a tomar prestado parte de lo que me ha llegado estos días.

Os lo dejo junto con mi promesa de ir volviendo. POCO A POCO.

Una foto que no necesita palabras:

Un poema de mi amado Benedetti:

Y uno de los comentarios a mi última entrada. Dice así: «Y tú miras de frente al Monstruo y le susurras: “no, quizá yo no gane siempre pero el Amor sí lo hará”. Porque llevas mucho tiempo mirando al Monstruo defrente. Eres sensata al temer al Monstruo y eres valiente al mirarle defrente».

Gracias conmovidas.
Pepa

Comentarios 7 comentarios que agradezco