Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Maternidad

Ocho años

Hoy es nuestro octavo cumpleaños de familia. Hace ocho años que conocí a mi hijo. Qué pocas veces tenemos en la vida la certeza de estar viviendo momentos trascendentes, momentos de esos que sabes que cuando seas ancianita le contarás a tus nietos. Muchos de esos momentos ocurren sin que sepas que lo son, sólo a posteriori llegas a comprender que justo en ese instante pasó algo mágico, algo que te trasformó. Pero hay momentos en que lo sabes con todo tu ser.

Recuerdo aquella puerta que se abrió, aquel niño que jugaba con juguetes y me miró desde el suelo y me sonrió y me tendió un juguete. Recuerdo aquella mujer que dijo «éste es José, éste es tu hijo». Recuerdo aquella sensación de vértigo y gozo, todo en uno, en la tripa. Recuerdo como el mundo a nuestro alrededor se detuvo para sentarme a jugar con el, pendiente de cada detalle, de cada gesto suyo, de su sonrisa o de su mirada.

Y me doy cuenta de que no he dejado de hacerlo. Sigo mirándolo, sigo ajustando mi vida, mis tiempos, mis opciones a las suyas. Sigo parando el mundo, aunque con el tiempo y la rutina a menudo me toca empujarle a él o a los dos, para alcanzar el ritmo del mundo. Pero aquella magia sigue presente. Sólo que más. Y mejor.

En estos ocho años como familia hemos pasado muchas cosas. Más de las que se explicar. Aquel primer año intentando ser perfecta, los siguientes de remanso de paz, estos dos últimos de afrontar monstruos…hemos tenido de todo. Y ahora le miro, nos miro y no puedo parar de sonreír.

La semana que viene cumplirá nueve años. Y lo hace en una casa nueva, un cole nuevo, un lugar nuevo..en el que parece que llevemos ya media vida, pero nuevo. Lo celebra rodeado de amiguitos nuevos y de presencias amorosas a éste y el otro lado del mar, y sin ese desasosiego dentro que a ratos no le dejaba crecer. Todo es diferente, salvo una cosa: la magia entre nosotros. Ésa no ha cambiado, sólo se ha hecho más profunda, más radical, como las raíces de un árbol.

Hoy antes de dormir me ha dicho una de las cosas más hermosas que me han dicho jamás. Cuando yo le decía el regalo que ha supuesto en mi vida, lo feliz que he sido y sigo siendo estos ocho años siendo su madre, va y dice: «para mí también eres lo mejor que me ha pasado en la vida, eres una mamá genial y me has enseñado lo que hay dentro de mi». Le he dicho «espero que sepas que una maravilla» y el «sí, lo sé, tú me la has mostrado».

Pues eso, magia. La magia no es un lugar bucólico. Nuestra magia ha sobrevivido al miedo, a la angustia de los monstruos, a la injusticia del maltrato, a su miedo al abandono, a mi miedo a fracasar…a muchas cosas. Pero los hilos del amor hacen magia. Y después de mirar de cara a los monstruos suyos y míos, míos y suyos mas bien, venirnos al borde del mar y al cole en el bosque, todavía más aun.

Así que ahora mismo sólo me queda sonreír, sentirme bendecida y atesorar este momento. Como aquel primer día, con plena consciencia del camino recorrido para llegar hasta aquí.

Pepa

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Amada

Recrearse, tejer redes nuevas, dejar que mi alma vaya anidando en nuestra isla, y llegar a tener una cierta sensación de rutina, bendita rutina! Muchas tareas del alma, de la mía y de la de mi hijo, por no hablar de las otras tareas, las del mundo, el trabajo y la logística.

Cada vez que alguien me pregunta que tal en Mallorca se me pone cara de boba, la misma que tengo por las mañanas en el desayuno, o al volver a casa o al recoger a mi hijo en el cole. Todo es nuevo, y diferente. ¡Y cuánto me cuesta no adelantar procesos, no intentar saltarme pasos, no acelerar caminos! Pero no funciona. El alma tiene sus tiempos.

Esta semana por fin hemos tenido sensación de hogar, de rutina, de horarios, de cotidianidad. Pero, aún así, nos están llegando tantos regalos que no me queda otro que arrobarme.

Desde los pequeños grandes detalles como los amaneceres y los cielos increíbles de cada mañana. Esa luz que me trajo a este rincón junto al mar. O nuestras compañeras de camino al cole, la madre y la hija con las que compartimos desplazamientos y que han llegado como presencia amorosa y auténtica a nuestras vidas, convirtiendo el camino diario en risa continua y las mañanas que no me toca subir a mi en desayunos plácidos en mi terraza frente al mar.

Sobre el cole podría escribir y no parar. Un cole que casi no parece un cole si no fuera porque es lo que siempre creí que podría o desearía que fuera cada cole. Lo creí y lo sigo creyendo. No es perfecto porque es humano, pero está lleno de regalos cotidianos: el bosque, el huerto, la cocina, los telares..pero sobre todo la consciencia hacia los niños, cada gesto de los educadores, el silencio lleno de música y risas, las caricias, la creatividad en las metodologías (enseñar a multiplicar con los sonidos de los pájaros, sólo por mencionar alguna). Que mi hijo haya pasado de salir corriendo y chillando del cole a salir caminando, abrazarte y decirte «hola mami». Y eso que le queda mucho camino por recorrer antes de anidar su espacio de forma armónica.

Y desde el cole, desde mi trabajo, y los amigos que ya teníamos aquí, el inmenso regalo de hogares que nos acogen, paseos en patinete, terrazas para ver estrellas fugaces, escapadas mañaneras a calas perdidas o tardes en casas en el campo. Una red de gente amada que se hace presente, cuidándonos con un mimo que a mi me conmueve.

Pero no es sólo lo que llega de nuevo, de inesperado, de conmovedor. Sino las presencias amadas que se hacen presentes. La semana pasada fuimos a Madrid por primera vez en casi cuatro meses. Y fue toda una experiencia. Fueron cinco días con una mochila para dormir en diferentes casas y ver así a toda la gente amada que fuimos capaces de ver, además de dar dos cursos, tener una reunión de espirales y presentar los cuentos. Fue como si no nos hubiéramos ido al estar con la gente y al mismo tiempo sentirnos ya fuera por la logística. Nos sucedió algo importante a los dos, a mi hijo y a mi. Yo me sentí fuera de Madrid, todo lo bien que me sentí con la gente que por momentos era como si nunca me hubiera ido, me sentí ajena a la ciudad. Los ritmos, las distancias, el ruido, la agresividad que también era la mía hasta hace bien poco, me parecieron mucho más duras. Comprobé una vez mas como cuando vives en un lugar, te haces al lugar y sus maneras y llegas a acostumbrarte tanto que casi no lo percibes. Hasta que sales de allí, y vives cosas diferentes y vuelves, y miras lo mismo con ojos diferentes. Me ha pasado varias veces en mi vida, con Zaragoza donde vivi dieciocho años, cuando deje mi trabajo en Save the children después de once años, y ahora con Madrid, entre otras.

Pero lo de mi hijo me asombró. Hizo un intensivo de amiguitos de Madrid, y fue feliz. Y yo estaba algo preocupada por la vuelta, por si le daba la nostalgia, por si se desajustaba. Y fue todo lo contrario. Ha sido como si ver que su gente seguía allí le diera seguridad y al mismo tiempo pudiera comparar también las dos vidas. No sé lo que fue, pero al volver el ansia que ha tenido durante estos meses, la aceleración desapareció. Esta sencillamente radiante.

Cuando me fui de Zaragoza a vivir a Madrid comencé una costumbre que no deje durante todos estos años, que fue la de ir de visita al menos una vez al mes. Los primeros años con las enfermedades de mis padres fueron muchas mas veces, y luego cuando fallecieron la gente me decía «dejarás de venir». Pero no fue así, tenía a mi familia y a mis amigos, y los kilómetros se convertían en un precio que no me importaba pagar con tal de verles, abrazarles y mantener el vínculo. Cuando llego mi hijo le incorporé a los viajes, y logré que el sintiera Zaragoza también como parte de su vida y de su alma. Con el cambiaron los ritmos, obviamente, y la reciprocidad pasó a ser necesaria, pero funciono.

Pues ahora con Madrid me reafirmo de nuevo en ese ritual. Ir es importante, mantener los hilos para que se hagan más sólidos si cabe, más profundos, en distintos escenarios, pero con igual profundidad. Es toda una apuesta de vida, que no sé si podré mantener en el tiempo, pero este viaje y sus efectos en mi hijo me ha recordado que tocar a las personas que amas, abrazarlos, mirarlos a la cara, besarlos, sirve de alimento para el alma, estés donde estés. Y que con ese alimento puedes volar. Siempre recuerdo cuando vivían mis padres y volvía a pasar un fin de semana a casa me esperaban siempre en la puerta y me abrazaban. Siempre salían a recibirte y, mi madre especialmente, solía abrazarme muy largo y luego me decía «ya tienes tu dosis de mimos para el mes». Yo tenía dieciocho años pero nunca olvide como me sentía en aquellos abrazos. Porque es verdad, una buena dosis de mimos te da fuerzas para volar lejísimos.

Y no quiero acabar sin contar algo muy especial que paso en la presentación de los cuentos en Madrid. En realidad todo el acto fue especial, Belén y Fidel con sus intervenciones, la gente que asistió, ¡tanta gente y tan amada!, las anécdotas de la gente que esta ya usando los cuentos con sus hijos, sus nietos o en las aulas (segun me contaron, mis amigas educadoras infantiles, cómo no, andan haciendo que sus niños se acaricien sus pensamientos en la cabeza cuando se ponen nerviosos siguiendo mi cuento de «El mago de los pensamientos» y parece que les funciona tan bien que los niños de sus clases quieren acariciar los de otras maestras porque dicen que gritan mucho y que deben estar muy nerviosas y necesitarlo como ellos ;-)).

Pero mi hijo puso el broche de oro. Al principio el y  sus amiguitos complicaron bastante el acto, porque seis niños de entre cinco y ocho años corriendo y subiendo al estrado y bajando dieron al acto un toque caótico por otro lado muy propio de la presentación de unos cuentos para niños 😉 pero que a mi me obligó a un esfuerzo de contención importante para no dar un bufido a José en algunos momentos. Pero cuando llego el turno de preguntas y José se había subido al estrado conmigo, hubo el siguiente diálogo entre José y uno de las personas del público:

– Yo te quiero hacer una pregunta a ti, José.

– ¿A mi?

– Si, a ti.

– Ah, vale.

– ¿Tú cómo te sientes al tener una madre que escribe cuentos, que habla en público, que ayuda a la gente..?

– (breve silencio) amado.

Asi. No dijo más. «Amado». Y entonces se hizo un murmullo en la sala conmovido, y yo lo abracé y dije «¿veis? Luego va y da estas contestaciones y es casi imposible no perdonarle todo lo demás». Risas generalizadas.

Así que supongo que eso es lo que quiero decir en el fondo después de todo lo que llevo escrito, que me siento amada en esta nueva vida, por los que ya estaban y por los que están llegando. AMADA.

Y os dejo por si os apetece verlo un vídeo de dos minutos que me grabaron para la difusión de los cuentos. Es bonito y sobre todo, está lleno de amor, el de quien lo grabó  y el mío.

Pepa

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Horizontes

Casi imposible describir las sensaciones de estos días.  Como se conmueve el alma al despertarse y ver esto cada día.  Como tu piel se llena de sol y tu alma de emociones que se suceden, con vértigo y gozo hechos uno.

El horizonte desde mi mesa de trabajo
El horizonte desde mi mesa de trabajo

Y como tantas y tantas veces, es mi hijo quien sabe nombrarlo mejor.

El asombro y la incredulidad: «¿sabes mami? Tengo miedo de despertar y que esto sea un sueño y tener que volver a Madrid».

La nostalgia: «No se como expresarlo, mami, pero echo de menos a H. como mi piel» o «El mar sin ellos no es el mismo mar».

Y el vértigo: «Mami, tendrás que tener un poco de paciencia conmigo porque el miedo tarda más en irse que el enfado, y yo soy más pequeño que tu así que mi miedo es mayor» (lección de vida!)

Y la certeza: «Esto es un regalo inmenso, mami» o «¡Soy tan feliz!».

Pues eso, delante de nosotros el infinito. Es la sensación de que se abren tantas posibilidades nuevas ante nosotros y poco a poco toca construirse una vida propia en ellas. De momento, el hogar, la habitación de la que hablaba Virginia Wolf, la tenemos. Y es hermosa. Y como hablábamos hoy en la comida uno de los mayores privilegios es saber que este paraíso lo vamos a poder compartir con quienes amamos. Si no, no sería el mismo paraíso. Como dice José, el mar no sería el mismo.

Pepa

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Alegrías

Hay un dicho de esos que esconden más verdad de lo que parece que dice: «los buenos amigos son los que están en los buenos momentos cuando les llamas y en los malos sin ser llamados».

Asi que hoy toca compartir aquí mis alegrías. Por todos los malos momentos que compartí a veces tan sólo medio dejando entreverlos y recibí más cariño del que fui capaz de imaginar cuando empece a escribir este blog, hace más de seis años.

Mi primera y más grande alegría es un cambio de horizontes. Nos vamos a vivir al mar. Algo que siempre soñé, algo que hace años dije que haría, algo por lo que la vida me ha impulsado de diversas formas a apostar. A partir de junio José y yo viviremos en Palma de Mallorca, en un casa/pequeño paraíso mirando el mar que hemos encontrado estos días y en el que mi hijo cuando entró sólo pudo decir: «mami, ¿de verdad vamos a vivir aquí?». Pues si. Vamos a vivir mirando el mar al levantarnos y el mar al acostarnos. Construiremos un nuevo hogar entre luz, mar y cangrejos (no se nos pueden olvidar las rocas y los cangrejos!).

Mi trabajo seguirá siendo el mismo, porque tengo la suerte de poder trabajar casi en cualquier lugar mientras este bien comunicado, y a Palma otra cosa no se, pero aviones no le faltan ;-). Cambiara la consulta, que pasará a ser allí, pero lo demás seguirá igual.

Lo que no seguirán igual serán nuestros días, y nuestras almas y nuestros ritmos. Y la certeza de haber dado el paso no por trabajo, ni por amor..sólo y simplemente por ser felices, por concedernos, rectifico, por concederme este sueño.

Seguiré escribiendo aquí pero en vez de hacerlo en una terraza mirando a un precioso parque, lo haré frente al mar. Y seguiré conversando, y compartiendo, y abriendo nuestro hogar, sólo que ahora cabrá más gente aún.

Estos dos meses me tocan mudanzas y cierres, despedidas de una época de mi vida que ha sido increíblemente plena y feliz: veinticuatro años en Madrid! Es la geografía de mis afectos: dieciocho años en Zaragoza, veinticuatro en Madrid y ahora…siguiente escala. Me va a costar cerrar, pero lo haré con una sonrisa. Cuando me fui de Zaragoza huía de muchas cosas, ahora no huyo de nada porque no tengo nada de lo que huir, más bien al contrario.  Sólo doy un paso porque hay algo de mi que sólo siente estar en su lugar en la luz del Mediterráneo. Quizá me equivoque y dentro de unos años vuelva por aquí o vaya a otro sitio, pero se que no quiero vivir sin probarlo, sin intentarlo, sin arriesgarme a soñar.

Estos días hemos estado ya allí, buscando nuestro hogar, y hay algo que me ha dejado anonadada y no es sólo la casa, que también 😉 sino la red de amor que tenemos allí, la emoción y la alegría de la gente al saber que vamos allí, el cuidado y el mimo de quienes nos quieren, su cuidado en hacernos saber que somos un regalo para ellos… ha sido una bendición. Como lo ha sido la generosidad de nuestra gente aquí, en Madrid, al alegrarse por nuestra alegría por encima del dolor de marcharnos. Alegrarse por la suerte de quien amas ha llegado a ser para mi una de las mayores pruebas del buen amor.

Este ha sido un proyecto largo, y aún quedan un par de meses hasta mudarnos, pero quería compartirlo aquí, donde también estáis mucha gente que nos queréis bien.

Y para acabar voy a enlazar un artículo que escribí hace poco y que hemos difundido hoy desde Espirales CI, porque habla también de la alegría. De esa alegría que enseña a soñar. A mi me enseñaron de niña, y espero que mi hijo aprenda también eso de mi. Ojalá os guste leerlo.

Pepa

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Filosofía luminosa

Anteayer

-¿Sabes, mami? Me he dado cuenta de que en el fondo todos somos amigos.

– ¿Qué quieres decir, cariño?

-Mira, te lo voy a explicar…pues yo soy amigo de Héctor y Héctor tiene otros amigos que a su vez tienen otros amigos..y si seguimos así llegamos al mundo entero. Así que en el fondo todos somos amigos y dependemos los unos de los otros.

– …. (ponedle cara de madre anonadada y orgullosa)

 

Ayer

– Mamá, sabes que tu amor me sostiene? No sé si les pasa a todos los niños con sus mamás, pero a mí me pasa contigo.

-…(de nuevo yo enmudecida).

 

Hoy

– ¿Sabes, mamá? Se me ha ocurrido una actividad perfecta para acabar tu conferencia. Los pones a todos en círculo y les haces decirle al de al lado algo bonito que piensen que pueden decirle a sus hijos. Pero algo que sea precioso. Así sabrán cómo se sienten sus hijos cuando se lo dicen.

En un rato haremos la actividad. Veremos lo que surge 😉

 

Y sigo sin palabras. Celebrando nuestro santo, nuestra vida y tanta bendición.

Pepa

 

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En tránsito

En tránsito, en camino…siempre, pero algo más.

Estos últimos tiempos los cambios se hacen visibles… No quiere decir que antes no ocurrieran, pero fueron íntimos a ratos, inconscientes otros y muchos disimulados y sutiles. Pero la vida parece empeñada en ser paladeada. A consciencia. En cada minuto lo que toca: gozo, caricia, escalofrío.. Y en enseñarme a hacerlo visible, a dejar lo que soy a la intemperie.

Cambié de piel, me quedé calva y como dijo un amigo, es todo un cambio de piel. Mucho más profundo de lo que se o puedo explicar.

Cambiaron trazos de mi alma. De la mano, una vez más, de los ojos de mi hijo, de su camino, de su luz. Su camino interior, verle recuperar su alegría, fortalecer la ternura y no rendirse ni ante los monstruos.. Y yo detrás, callada, sosteniendo.

Cambiaron mis palabras, me salen menos (este blog es prueba de ello, perdonadme). Y andan cambiándome también. Las que digo explícitas y directas, las que convierto en metáfora, aquellas que se vuelven guía: consciencia, alegría, red..

Ando cambiando estructuras, deberes y exigencias internas, tan íntimas que son casi como una segunda piel de la que cuesta deshacerse. Cada vez tengo menos ganas de ser «nada» y más ganas de ser sencillamente feliz.

Pronto cambiaremos de horizontes. Ya toca. Un anhelo demasiado pospuesto. Y muy lleno de luz.

Caminando…siempre, pero un poco más.

Pepa

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Ojalá

En esta mañana luminosa me llega esta carta. Y pienso que ojalá la escribiera la maestra de mi hijo. Y tantas y tantas otras. Sin más.

Y gracias de corazón desde aquí a tantos educadores y educadoras que sí la escriben. A diario. Con su formación, su vocación y su corazón.

Y a madre de marte por traducirla y hacer que me llegue (ella la reenvía de un blog publicado en el Whashinton Post). La escribe una maestra en Canadá.

La transcribo aquí para que no se pierda en los enlaces.

Pepa

Queridos padres:

Lo sé. Estáis preocupados. Cada día, vuestro hijo llega con una historia sobre ESE niño. El que está siempre golpeando, empujando, pellizcando, molestando, quizás incluso mordiendo a otros niños. El que siempre va de mi mano en la fila. El que tiene un lugar especial en la alfombra, y a veces se sienta en una silla en vez de en el suelo. El que tuvo que dejar de jugar con bloques porque los bloques no son para lanzar. El que se subió a la valla del patio en el momento exacto en el que yo le decía que parara. El que tiró la leche de su compañero al suelo en un arranque de rabia. A propósito. Mientras yo le miraba. Y luego, cuando le pedí que lo limpiara, vació la caja de pañuelos ENTERA. A propósito. Mientras yo le miraba. El que soltó la más terrible palabrota en la clase de gimnasia.

Os preocupa que ESE niño desmerezca el aprendizaje de vuestro hijo. Os preocupa que absorba mucho de mi tiempo y energía, y que vuestro hijo salga perdiendo. Os preocupa que algún día le haga daño a alguien. Os preocupa que este “alguien” pudiera ser vuestro hijo. Os preocupa que vuestro hijo empiece a usar la agresión para conseguir lo que quiere. Os preocupa que vuestro hijo empeore sus resultados porque quizás yo no me dé cuenta de que le cuesta sujetar el lápiz. Lo sé.

Vuestro hijo, este año, en esta clase, a su edad, no es ESE chico. Vuestro hijo no es perfecto pero suele seguir las reglas. Es capaz de compartir los juguetes sin pelear. No lanza muebles. Levanta la mano para hablar. Trabaja cuando es la hora de trabajar y juega cuando es la hora de jugar. Se puede confiar en que vaya directamente al baño y regrese sin engaños. Cree que las peores palabrotas son “estúpido” y “tonto”. Lo sé.

Fijaos, me preocupo todo el tiempo. Sobre TODOS ellos. Me preocupo por las dificultades de vuestro hijo con el lápiz, por cómo lee las letras otro, por la timidez de esa chiquitina, y porque hay otro que lleva siempre la caja del desayuno vacía. Me preocupa que la chaqueta de Gavin no abrigue lo suficiente, y porque el padre de Talitha le grita por dibujar la B del revés. La mayoría de mis desplazamientos en coche y duchas las dedico a estas preocupaciones.

Pero, lo sé, quereis hablar sobre ESE niño. Porque la B invertida de Talitha no le va a poner un ojo morado a vuestro hijo.

Yo también quiero hablar de ESE niño, pero hay muchas cosas que no puedo contaros.

No puedo contaros que le adoptaron en un orfanato a los 18 meses.

No os puede decir que está haciendo una dieta para descartar alergias alimentarias, y que tiene hambre TODO EL TIEMPO.

No os puedo contar que sus padres están en medio de un horrendo divorcio, y que está viviendo con su abuela.

No puedo contaros que empieza a preocuparme que la abuela beba…

No te puedo contar que la medicación para el asma le agita.

No puedo contaros que su madre es monoparental, y por esto entra en el colegio cuando abre la acogida matinal y se queda hasta la acogida vespertina, y después el viaje hasta casa les lleva 40 minutos y por esto duerme menos que muchos adultos.

No puedo contaros que ha sido testigo de violencia doméstica.

De acuerdo, decís, entendeis que no puedo compartir información personal o familiar. Sólo queréis saber qué estoy HACIENDO al respecto de su comportamiento.

Me encantaría decíroslo. Pero no puedo.

No puedo contaros que va a logopedia, que han descubierto un retraso severo del lenguaje y que los terapeutas piensan que las agresiones tienen que ver con la frustración por no ser capaz de comunicarse.

No puedo contaros que me veo con sus padres CADA semana, y que ambos habitualmente lloran en estas reuniones.

No puedo contaros que el niño y yo tenemos una señal secreta con las manos para que me diga cuando necesita sentarse solo un rato.

No puedo deciros que pasa el descanso acurrucado en mi regazo porque “me hace sentir mejor oír tu corazón, señu”.

No puedo contaros que he estado rastreando meticulosamente sus incidentes agresivos durante 3 meses, y que se han reducido de 5 incidentes al día, a 5 por semana.

No puedo contaros que la secretaria del colegio ha aceptado que le mande a su despacho a “ayudarla” cuando me doy cuenta de que necesita un cambio de escenario.

No puedo contaros que me he puesto de pie en una reunión de docentes y que, con lágrimas en mis ojos, les he ROGADO a mis compañeros que le echen un vistazo extra, que sean amables aunque se sientan frustrados de que haya vuelto a pinchar a alguien, y esta vez, JUSTO DELANTE DE UN PROFESOR.

El asunto es que hay TANTAS COSAS que no puedo contaros sobre ESE niño. Ni siquiera lo bueno.

No puedo contaros que su trabajo en el aula es regar las plantas y que lloró con el corazón roto cuando una de las plantas no sobrevivió a las vacaciones de Navidad.

No puedo contaros que despide a su hermanita con un beso cada mañana, y le susurra “eres la luz de mi vida”, antes de que mamá se aleje con el carrito.

No puedo contaros que sabe más sobre tormentas que muchos meteorólogos.

No puedo contaros que a menudo se ofrece para sacar punta a los lápices durante el recreo.

No puedo contaros que acaricia el pelo de su mejor amiga en el descanso.

No puedo contaros que, cuando algún compañero llora, cruza el aula para ir a buscar su cuento favorito desde el rincón de las historias.

El asunto es, queridos padres, que solo puedo hablaros de VUESTRO hijo. Así, lo que os puedo decir es esto:

Si alguna vez, en cualquier momento, VUESTRO hijo se convierte en ESE niño…

No compartiré vuestros asuntos personales con otros padres de la clase.

Me comunicaré con vosotros con frecuencia, y con amabilidad.

Me aseguraré de que haya pañuelos cerca en nuestras reuniones, y si me dejais, os sujetaré la mano mientras lloráis.

Defenderé que vuestro hijo y vuestra familia reciban los servicios especializados de mayor calidad, y cooperaré con estos profesionales en la mayor medida posible.

Me aseguraré de que vuestro hijo reciba amor y mimos extras cuando más lo necesite.

Seré la voz de vuestro hijo en la comunidad escolar.

Seguiré, pase lo que pase, buscando y descubriendo, todas las cosas buenas, asombrosas, especiales y maravillosas de vuestro hijo.

Os recordaré a él y a VOSOTROS de estas cosas buenas asombrosas especiales maravillosas, una y otra vez.

Y cuando otro padre se acerque, con quejas sobre VUESTRO hijo…

Le contaré esto, una y otra vez.

Con mucho cariño,

La maestra.

 

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El significado de un abrazo

Conversación de ayer por teléfono, de las que merecen no olvidarse:

– Mami! ¡Estoy feliz! Hoy la profe me ha puesto una nota buena para mi y para ti, pero ¿sabes lo mejor? Que cuando salía de clase, ¡me ha dado un abrazo! ¡Ella me ha abrazado! ¡Nunca antes me había dado uno, mama!

Celebramos emocionados el abrazo.

– Mama, ¿que voy a tener de premio por la buena nota, aparte de lo orgulloso que me siento de mi y lo contento que estoy?..

-Pues no lo se, cariño, ¿pero no te parece suficiente ya esa sensación?

Seguimos conversando de otras cosas, me pasa a su madrina y cuando estoy hablando con ella, le pide el teléfono de nuevo.

– Mami, que tienes razón, que con lo orgulloso que me siento ahora mismo me es suficiente, ¡estoy tan feliz!

Y yo con el, mientras se me cae una lágrima en uno de tantos aeropuertos. Y sólo por hoy no quiero pensar en todo lo que hay detrás para que mi hijo de este valor a una nota buena, o a un abrazo de su profesora. Sólo celebrar.

Estamos en camino.

Pepa

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Sostener

Una de esas citas de la biblia que se me quedaron prendidas al alma y que he mencionado aquí algunas veces es la que empieza diciendo: «hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer, un tiempo para morir, un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar..un tiempo para reir, un tiempo para llorar…un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse…un tiempo para ganar y un tiempo para perder…» Es del Eclesiastés capítulo 3. Es uno de esos textos que llenan el alma.

Pues mi tiempo ahora es un tiempo para sostener. Y las palabras a veces son de una sutileza que merece mirada detenida. Porque sostener no es acompañar, aunque un poco sí, no es contener, aunque mucho también, no es comprender, porque no siempre…

Para mí sostener es un poco acunar, un mucho cobijar y una inmensidad estar centrada. He tenido muchos momentos en mi vida de «tiempos de sostener», pero pocas veces he sido tan consciente de mi vulnerabilidad y mi pequeñez como éste. Cuando te piden que seas una gigante que venza a los gigantes, una hada que llene de magia la tierra y el calor que haga esfumarse el frío.

Pero ya lo dije una vez aquí, hay gigantes a los que ni con todo tu amor logras vencer, eres maga pero consciente de que la magia funciona con reglas inciertas y hay fríos que se escondieron tan dentro y tan pronto que apenas llegas a tocarlos a través de su piel.

Así que toca quedarse quieta y hablar o callar según el caso, abrazar horas y horas, tomar de la mano y creer por los dos. Y saber, como le decía hoy a un amigo, que hacer eso conlleva un grado de soledad indescriptible, porque nadie sino tú puede hacerlo, porque es a ti a quien necesita, porque eres tú quien es reclamada.

Y a veces sabes hacerlo, y a veces no. A ratos te hiere, a ratos te conmueve y a ratos te ilumina. Y todo eso junto en un mismo tiempo, en un mismo verbo, en un mismo hogar.

Y recordar, como dice la biblia y como dice mi tía, que «esto también pasará», que no es más que uno de los tiempos, que no lo es todo, que no es siempre. Simplemente es lo que toca ahora, mientras estamos en camino. Lo demás, en este tiempo, es secundario.

Y acabo con un poema maravilloso de Carlos Salem con el que me he despertado hoy, que habla de otro tipo de sentidos, pero sentidos al fin y al cabo:

«Despierto.

Respiro.

Te siento.

Sé que estás y me esperas

que las mañanas tienen un motivo

y yo lo tengo contigo.

Respiro.

Deseo.

Respiro»

 

Feliz semana.

Pepa

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