Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Maternidad

Pelusina

Pequeña, blanca, rápida e inteligente. Una hámster equilibrista que era capaz de saltar desde la cama a los cojines, trepar por la jaula para escaparse y mirarte agarrada a los barrotes, a la espera.

Pelusina era la mascota de mi hijo. Siempre dije que no tendríamos animales en casa, y los «siempre» y nos «nunca» son peligrosos, hay que saber elegirlos. Mi hijo adora los animales, son su pasión, la naturaleza en general. Y su sueño era tener una mascota. Con la vida que llevamos, mis viajes y nuestra locura, yo estaba convencida de que bastante complicado me resultaba ya organizar nuestra logística como para incorporar la logística animal. Pero su pasión era tal que cuando me dijeron que los hámster podían estar dos o tres días sola en casa, decidí sucumbir y dejar que se la regalaran por su décimo cumpleaños.

Hace unos días Pelusina murió. Le salió un bulto, la llevamos al veterinario que, con buen criterio, le dejó elegir a mi hijo entre intentar pincharla, que sufriera y contemplara la posibilidad de que se muriera porque los hamster no aguantan bien los antibióticos y se podía morir de una diarrea, o que esperáramos unas semanas, y probáramos a ver si se le reabsorbía y si no ya decidíamos. José decidió esperar y cada dia, por la mañana y por la noche, le ponía con un bastoncillo agua caliente en el bulto porque el veterinario le había dicho que eso podía ayudarle. Hasta que una tarde llegamos del cole y estaba muerta.

Las lágrimas de José, su desconsuelo. Que fuera capaz de llorarla y de dejarme abrazarle y acunarle mientras lo hacía. Mis propias lágrimas y el asombro de José al verme llorar por ella y por él. El amor con el que nuestra familia mallorquina participó de la despedida, enterrándola en un rincón de monte cercano. La forma en la que José llamó a su gente amada, para contárselo, sin disimular su tristeza, con claridad y la forma en que nuestra gente acogió esa tristeza y la sostuvo.

Pero sobre todo me quedo con un par de conversaciones de las que dan sentido.

A los dos días de haberla enterrado, en el desayuno me dijo José:
– Sabes, mami? Cuando entreo en el baño, y no está su jaula, me sigue doliendo. La muerte es como tú decías, te duele no poderles volver a tocar. Ahora entiendo a lo que te referías. Ya no está físicamente, aunque sigue en mi corazón. Y yo pienso, si esto es lo que me duele a mí Pelusina, cómo te debió doler a ti la muerte de los abuelos, no puedo ni imaginarlo.

Y la otra conversación fue el mismo día, cuando una de sus personas más amadas en respuesta a su mensaje le dijo que no se preocupara, que pronto tendría otra mascota.
– Mami, no entiendo por qué me dice eso. Pelusina es insustituible.
– Lo es, cariño, pero es su manera de intentar consolarte.
– Pues lo hace mal.

Un par de días después, me volvió a preguntar por qué creía yo que le había dicho eso.
– Muchas personas, cariño, yo la primera, hemos sido educados para hacernos los fuertes, para no llorar, para mantener el tipo. Creemos e intentamos que el dolor pase lo antes posible. Pensamos que si no lo lloramos, si no le dedicamos tiempo, si pasamos página el dolor se irá antes. Y tener otra mascota es su manera de proponer que el dolor pase.
– Pero no funciona así, mami
– No
– Y además hacerte el fuerte y disimular te hace daño por dentro, mami.
– Ya lo creo, cariño
– Es como lo de pedir ayuda. Tú te pasas el día diciéndome que si me pasa algo, pida ayuda, pero cuando te pierdes en el coche, no preguntas a la gente.
– Efectivamente (sonriéndome) cariño. Es que yo te he educado en eso pero tienes que entender que a mí no me educaron así. Yo he tenido que hacer un esfuerzo para aprender a pedir ayuda. Por ejemplo, tú entras en el super cuando vamos a hacer la compra, te pido que busques algo y qué haces?
– Si no sé dónde está, busco al dependiente y le pregunto, es más rápido.
– Ves? a ti te sale automático. Yo no, yo primero intento buscarlo sola, como con las direcciones en el coche y si no lo encuentro, al cabo de un rato pregunto.
– Pero pierdes más tiempo, y además tú te enfadas cuando te pierdes en el coche, porque te frustras.
– Ya lo sé, cariño. Pero para ti es tu primera opción, para mí no. Lo hago, pero me cuesta. Y me viene muy bien que me lo recuerdes. Además, me hace muy feliz que para ti tu primera opción sea pedir ayuda.

Después de todo esto, el entierro, las lágrimas y las conversaciones, escribió una redacción para el cole sobre ella, se lo contó a sus amiguitos en el cole, escuchó dos o tres veces cada mensaje de amor que le llegó en contestación a su mensaje contándolo en el whatsupp, se abrazó a mí algo más de lo normal unos días y con todo eso, lo integró. Ahora espera hacerse mayor para vivir en esa casa en el campo donde quiere vivir y tener animales para tener su siguiente mascota. El tiempo dirá. Ah! Y los dos seguimos sintiendo una punzada de melancolía en su baño cada noche cuando, al lavarnos los dientes, miramos donde estaba su jaula.

Yo nunca tuve mascota. Fue uno de los «nuncas» que mis padres cumplieron. Aunque yo no lo deseaba como lo deseaba mi hijo. En cierto modo Pelusina fue también mi primera mascota. Y me alegro infinito de haberla conocido, cuidado y querido. Y de que su muerte no me haya pillado de viaje, ni a mí ni a José, para haberlo podido integrar bien.

Quizá era sólo una hamster. Pero para mí, ella, su vida y todo lo que su muerte ha movido en nuestra familia, tiene relevancia para formar parte de este blog.
Pepa

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Tiempo para jugar con mis hijos

Esta mañana ibamos camino del cole hablando mi hijo, una de sus amigas del alma y yo sobre qué querían ser de mayores. Cada uno tenía su proyecto bien definido, y estábamos en esas cuando dice José:

– Yo no sé si acabaré siendo guarda forestal o no, pero sé que el trabajo que elija tendrá que tener dos condiciones. Una, que sea algo que me implique estar en el bosque. Y dos, que me deje tiempo para jugar con mis hijos.

Tiempo para jugar con sus hijos. Ahi es nada. Y ahí les he explicado que tanto la mamá de su amiguita como yo habíamos hecho un gran esfuerzo por buscar trabajos y gestionarlos de forma que nos permitiera eso justamente: tiempo para estar con ellos. Llevarlos al cole, recogerlos, estar por las tardes..y que eso había supuesto renuncias y complicaciones logísticas, pero que yo sentía que era una de las mejores decisiones de mi vida. También les he contado que igual de importante era como criterio que fuera un trabajo que les apasionara hacer, porque la gente cuando trabaja en trabajos que no le gustan, como es el sitio casi donde más horas pasas de mayor, si no les gusta, acaban poniéndose tristes y esa tristeza se les mete en el alma y al final tampoco juegan con sus hijos, aunque tengan el tiempo.

No les he querido contar que a veces hay padres que no juegan más porque no saben, que no están más porque no pueden, o no saben, o no le dan importancia. También sé que José establece una diferencia entre estar a su lado y jugar con él, y en ese segundo nivel, no salgo tan bien parada en su evaluación 🙂

Y sobre el bosque, cada uno tiene su bosque, el mío es estar mar que veo cada mañana, y en el que ya van para tres años y sigue enamorándome.

Pero me quedo con sus dos criterios más mi tercero: estar en el bosque, tener tiempo para jugar con tus hijos y que te apasione.

Veo como va tomando sus propias decisiones, como empieza a decidir y configurar su futuro. Como dije en el post anterior, el trabajo ya está hecho. Es como cosechar lo sembrado. Pero lo sembrado, como va mucho más allá de mi porque es suyo, no mío, siempre me asombra.

Así que he decidido que éste y no otro es mi deseo para todos quienes me leéis en este blog, a todos los que guardáis un pedacito de mi vida en vosotros, a todos los que me emocionáis hasta el límite con los comentarios, a los que me paráis en las conferencias para darme las gracias y para decirme que me leéis aunque nunca digáis nada. Mi deseo para este nuevo año es «un trabajo que os deje tiempo para que podáis jugar con vuestros hijos», y aquellos que no los tengáis, para que podáis jugar con vuestro niño interior. Sin esto segundo, nunca logras lo primero.

Gracias de corazón, un abrazo de esos tan míos y feliz año,
Pepa

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11 años

El otro día, comíamos en casa con una amiga y yo le explicaba divertida:

– Sabes? Parece que he criado un clon, últimamemente José tiene tanta vida social como yo y ya tengo que cuadrar su agenda con la mía. Pero bueno, supongo que se parece a mí en eso.

– No, mami, yo no me quiero parecer a ti.

Silencio. Puñalada interna en el corazón de madre y cambio de conversación.

Pero ya por la noche volviendo a casa le digo:

– Cariño, lo que has dicho esta mañana de que no quieres parecerte a mí..

– Ya sabía yo que me lo ibas a sacar..

Otro silencio mío, esta vez de «me han pillado».

José se para en la calle, se gira y me dice:

– Mira, mami, te lo voy a explicar. Yo soy yo y tú eres tú- dice indicando el corazón de cada uno- porque si yo soy tú dejo de ser yo. Así que yo te quiero y me encanta vivir contigo, pero yo soy yo y tú eres tú. Te queda claro?

– Diáfano, cariño. Y sólo puedo decir que me siento muy orgullosa de ti y que te quiero.

– Y yo a ti.

No puedo explicar la sensación. Pensé de todo. Pensé «ya está, el trabajo está hecho», pensé «dios mío, qué persona más increible se ha creado». Pero sobre todo pensé algo que últimamente me vuelve una y otra vez. Y es que José se ha hecho mayor.

Esta semana ha cumplido 11 años y nosotros 10 de familia. Lo celebramos el finde pasado en Madrid y lo celebramos hoy en Palma. Dos días de sol a finales de noviembre, hoy hasta se han bañado en la playa. Mi confabulación con el sol sigue funcionando. Han sido dos días llenos de amor, tranquilidad y fluidez. Dos días inolvidables.

Hay algo extraño y hermoso que me está sucediendo este año a mí y que me doy cuenta de que también le sucede a él, a pesar de que él sea él y yo sea yo 😉 y es que puedo aceptar con paz, con humildad pero también con reconocimiento hacia mí misma lo que he creado, la vida que tengo, el amor que recibo y lo que he logrado. Y estos días me daba cuenta de que José tenía esa misma sensación, la de que el amor que recibía, las llamadas, los abrazos, las risas, los cuidados..eran por él. Sin culpa, sin sensación de que necesito comportarme o ser de una determinada forma para que me quieran, sin sensación de deuda. Es su espacio, su vida, lo que él ha logrado. Y se siente seguro y sólido en ello.

Detrás de mi sensación, y detrás de la suya, de esa certeza que compartimos hay un camino muy largo: mucha consciencia, mucho dolor, mucho amor, muchísimas manos que nos han ayudado y protegido.

En cierto sentido yo también me he hecho definitivamente mayor este año porque he perdido a mi tía y a mi padrino, las dos personas que me dieron cobijo desde que mis padres faltaron, que me guiaron, que fueron padres para mí. Ya no hay nadie por arriba, salvo una legión de ángeles. Ahora me toca a mí estar al frente. Sin guarida salvo mi propia alma y ese inmenso almacén de amor que he recibido, de vivencias de cuidado, de sostén y de amor. Un almacén del que tirar cuando llega el frío. Ese mismo almacén que veo cómo mi hijo va construyendo.

Él ya tiene su lugar en el mundo. Y no es el mío. El mío es el mío y el suyo es el suyo. Pero ambos lugares tienen algo en común: son hermosos. Como Pepa me emociona, pero como madre…no hay palabras.

Pepa

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Forma y significado

Hace muchos años que desarrollo mi trabajo en público. Bien sea en las conferencias, las formaciones, los medios de comunicación o en un trabajo más técnico, menos visible, pero que implica trabajar con organizaciones e instituciones, siempre en equipo, siempre abierta, siempre expuesta.

Mis padres me hicieron un regalo increíble al enseñarme a poner palabras a lo que sentía y vivía. Yo era más física, pero ellos eran de conversar, conversar, conversar…me enseñaron a nombrar mi ser, a darle forma. Esa capacidad me ha guiado e impulsado en el trabajo terapéutico, en las supervisiones, en las formaciones…en todo lo que hago. Siempre buscando una forma de comunicar lo que sentía, creía o vivía. Siempre intentando llegar al corazón del otro, dando forma a las vivencias y los procesos.

Y luego, a lo largo de estos años he hecho mío un «mantra»: mantener el foco en el «cómo hacer las cosas» mucho más que en el «qué». Mi experiencia me ha enseñado, una vez tras otra, que la forma en que hacemos las cosas marca la eficacia de lo que hacemos, en lo personal y por supuesto en lo laboral. Es ese «modo» el que otorga en gran medida significado.

Y mi modo siempre ha sido expansivo, intenso y vehemente. Con los años parece, según me dicen, que me he vuelto más tierna en público (en privado sé que lo fui siempre a raudales). Mi hijo me ablandó y la calva me ha enseñado a mostrar mi vulnerabilidad y mi pequeñez, a no ocultarme. Sé con certeza que me he vuelto más flexible y moderada en casi todo, y más inflexible y contundente en unas poquitas cosas. Mi «manera» de salir al mundo se ha transformado.

Pero esa forma y el tipo de trabajo que hago me dejan expuesta. Este mismo blog es un buen ejemplo de ello. Comparto, me abro.. y la ganancia es inmensa. No hay duda. Pero también en la parte profesional (no en este blog, que es diferente) llega el juicio, y la mentira, y la lejanía. Es parte del trato. Una parte de mí quisiera esconderse, lograr que todo el mundo pudiera ver lo que yo veo, o como yo lo veo. Pero esa opción no existe. En esos momentos, toca mirar para dentro y apoyarse en mi gente amada.

Creer en lo que hago con cabeza, corazón y «tripas», confiar en la vida y mantener la consciencia sobre el camino en sí mismo, más allá de las metas, son mis anclas. Y los ojos de los niños y niñas con los que trabajo, sus miradas, las suyas y las de mucha, mucha, mucha gente que forma parte de la cara luminosa de la vida. Una parte que no sale en las noticias pero que yo encuentro a diario en mi trabajo. Ellos son mi razón para seguir expuesta, para seguir hablando, y escribiendo.

No es fácil. Pero está lleno de sentido.

Y quiero acabar esta entrada con un ejemplo de ese «modo» de hacer. Os he hablado varias veces del colegio donde va mi hijo, la ecoescuela Sa LLavor, en Binissalem, aquí en Mallorca. Es un proyecto muy difícil de describir por su globalidad y detalle al mismo tiempo, por la coherencia que tiene el proyecto llevándolo a los pequeños detalles y matices mucho más de lo imaginable. Por el aire que genera y que respiran los niños y niñas a diario. Por lo sencillo pero al mismo tiempo radical que es su proyecto educativo. Porque los vínculos, esos hilos de amor de los que yo me paso el día hablando, allí son una realidad tejida entre cánticos, árboles y palabras. Porque se respira estructura y libertad al mismo tiempo. Y porque mantienen la coherencia y la apertura incluso en aquello que yo pueda no estar de acuerdo ;-).

No encontraba forma de explicarlo, de mostrar la didáctica, las áreas del proyecto educativo, el aire del edificio…hasta que lo han hecho ellos. Aquí os dejo un video que han hecho los alumnos de secundaria del colegio junto con el equipo. Un video que no habla de la didáctica que siguen sino del sueño que persiguen, de lo que generan, de lo que logran crear con ese «modo» cotidiano de educar. Escuchad a los chicos, sólo con eso basta.

Sa Llavor escola-comunitat from SA LLAVOR on Vimeo.

Les regalé lo mejor de mí: mi hijo. Les elegí con plena consciencia. Y cuando lo dejo cada día por la mañana en el cole recuerdo por qué.

Vaya el video como cierre de esta entrada en la que he hablado entre lineas y callado de forma expresa.

Gracias de corazón a todos los que leéis este blog por ser parte de ese «otro», de mi sentido.
Pepa

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Incondicionalidad

Mañana es de nuevo 5 de julio. Y ya van 24 años con ella en el corazón pero sin su abrazo.

Mañana tampoco no es un día cualquiera en lo profesional. Cerramos (casi) un proceso largo y duro de los últimos meses. Doloroso, pero un privilegio profesional. Con un equipo inolvidable. Ese es uno de mis grandes privilegios profesionales: los equipos con los que he trabajado. Empezando por la gente de Espirales CI  y mirando hacia atrás hasta aquella primera investigación sobre los niños y niñas víctimas de violencia de género.

Pero de nuevo hoy José ha puesto, con su estilo directo y claro, el dedo en lo importante. Comíamos con una pareja, de esa gente amorosa que ha llegado para quedarse, que tienen ya un hijo y ahora se han planteado que su segundo hijo venga «del mundo», por adopción. Sin saber nada de eso, pero como tantas veces intuyendo y como era nuestra primera comida juntos, José les ha preguntado si sabían que era adoptado. Le han dicho que sí y yo le he contado que ellos estaban en proceso para adoptar, y que aún estaban pendientes de saber si habían pasado los «exámenes» 😉 para poder hacerlo. Al saberlo a mi hijo se le ha iluminado la cara y la conversación ha sido más o menos así:

– ¿En serio? ¿Le vais a dar un hermano a X? ¿Vais a adoptar un niño? Pues yo sé lo más importante que vuestro hijo necesitará que le hagais sentir.

-Qué?

-Protegido, que se sienta protegido. Y sé también cuál es la frase que le tendréis que repetir una y otra vez hasta que estéis seguros de que la ha creido.

– Cuál?- Decían ellos ya con el corazón encogido.

-Que nunca, nunca, nunca, pase lo que pase, le vais a abandonar.

Pues eso. Sin palabras.

Nunca, nunca, nunca. Ni cuando él sea mayor y a mí me toque estar solo desde el corazón, como a mi madre. Los dos lo sabemos. Y ella, que nos sigue cuidando, también.

Os mando un abrazo inmenso,

Pepa

 

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Retazos de verdad

Retazos de verdad que mi hijo deja caer y que me dejan sin palabras. Ahi van:

Hace un par de semanas, cenando con una amiguita suya en casa:

– Mami, sabes? te voy a decir una cosa que a lo mejor no te gusta.

-Dime

-Cuando tenías pelo, eras más estricta y a veces gruñona. Me gustas más calva, porque estás más amorosa.

– (tras un silencio largo) Sabes cariño? creo que lo que dices es cierto, creo que la calva me ha enseñado humildad. Pero también creo que no tiene tanto que ver con tener pelo o no tenerlo sino con que ahora estoy más feliz. Y cuando se está feliz, se es más amorosa. Del mismo modo que cuando estás triste, o preocupada..

-Sí, uno cuando está triste se pone rabioso, como me pasa a mí.

– A ti, a mi, a tus amigos, a todos.

-Tal cual, mami.

 

Y ayer comiendo por ahi los dos juntos. Mientras jugaba en la zona de juegos del restaurante, una niña se le acercó y se pusieron a jugar juntos. Y ella empezó a preguntarle si yo era su madre y si su padre no estaba, si es que estaba trabajando. Él contestó tranquilo que sí, que yo era su madre y que sí, que su padre estaba trabajando. Así que al cabo de un rato comiendo juntos le pregunté:

– Cariño, cuando antes la niña te ha preguntado por tu padre y has dicho que estaba trabajando…

– A que me estabas oyendo.

– Sí

-Lo sabía.

-¿Cómo te sentías al decir eso?

-Bien

-Bien?

– Sí, me siento bien conmigo mismo porque sé que estoy protegiéndome.

-¿Protegiéndote? ¿De qué?

– De las preguntas que no quiero escuchar, y de las miradas que no me gusta ver, mami. Yo con mis amigos en el cole o con mi familia hablo de mi historia, pero no con una niña a la que no conozco de nada.

– Me parece genial, cariño, pero sabes una cosa? Podrías para estas situaciones encontrar una versión que no te supusiera necesitar mentir sobre tus padres. Puedes decir simplemente que no está hoy y ya está. Porque esa es la verdad, tú tienes un padre pero no está aquí.

-Vale, mami, me parece una buena idea.

Pues eso. Retazos de verdad.

Pepa

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Balance a los 44

Llevo unos días de reflexión pre cumpleañera. Pasado mañana llego a los 44. Y es una edad curiosa porque, aun no siendo ningun número redondo, está generando dentro de mí un tiempo de balance.

Es una sensación difícil de explicar pero es como si en los últimos tiempos, no sólo unos días, quizá ya unos meses, estuviera poniendo en perspectiva mi vida. Un ejemplo, en los últimos dos años he asistido a la muerte de varios padres de amigos míos, además de mi tía, y en sus entierros es cuando voy poniendo en verdadero valor mi experiencia de vida. Hace 24 años que enterramos a nuestra madre y 12 a nuestro padre. He vivido más de media vida ya sin ella, y viendo el dolor de mis amigos y de mis primos despidiendo a sus padres, o a sus abuelos es cuando pongo en su justo valor mi propio dolor.

Otro ejemplo, el otro día tuve una primera y maravillosa celebración de cumpleaños con alguna de mi gente de Madrid. Por primera vez en 10 años sin niños. Una maravillosa cena sin niños 😉 y hablábamos de las logísticas para poder dejarlos y salir todos, y escuchaba a mis amigos que eran parejas, y tenían a los abuelos y más, y me salió del alma decirles que eso no era nada. Logística es la que hacemos las familias monoparentales. Estar sola en la crianza de mi hijo. Ése es otro balance que empiezo recientemente a poner en su justa medida. Parece mentira después de 10 años pero así es.

Me reencontré con alguien a quien amé, y sentí que el balance de lo vivido adquiría un nuevo valor. Recibí un mail de otra persona a quien amé, todo en una semana. Más balance.

Mi camino profesional. Lo que he logrado, lo que he escrito, los errores cometidos, los aciertos, las apuestas…todo. Un balance increiblemente positivo.

Y en estas andaba cuando esta tarde, volviendo de un hermoso día en el bosque con José y unos amigos que nos han abierto su casa y su corazón, él ha puesto el mejor de los balances. Mi mejor regalo de cumpleaños.

Ibamos en silencio escuchando música en el coche y de repente, así porque sí, dice:

«Mami, sabes una cosa? Contigo me siento seguro. Porque me quieres, porque me das buenos consejos y me haces sentir cómodo. Gracias por ser mi mamá»

Se me han saltado las lágrimas. Y me ha dicho: «¿Vas a llorar? No llores, que lloro yo también»

Hemos llorado un poquito y sonreido al mismo tiempo. Juntos.

Pues eso, balance. Y un emocionado gracias a la vida.

Pepa

 

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Vacaciones en Madrid

En los últimos dos meses la prisa ha vuelto a mi vida más de lo que quisiera. No es una prisa física, que en eso el mar sigue marcando su pauta. Tampoco de viajes porque ya no viajo mucho. Es esa prisa que se te mete dentro cuando llevas mucho encima a la vez. Demasiada información, muchos proyectos, muchas cosas sucediendo al mismo tiempo. Y casi todas buenas. No hay queja, pero sí cansancio.

Así que escribo poco, porque escribir aqui no conlleva sólo tiempo físico, sino tiempo del alma, y ése es el que tengo a retazos estas semanas. Y esos retazos los entrego a quienes están cerquita, y al peque sobre todo.

Pero cuando mi alma anda atolondrada me vuelvo seca, impaciente, incluso brusca a veces. Y no me gusta, pero son mis límites y con el tiempo, poco a poco, voy aprendiendo a no pelearme demasiado con ellos. Y me doy cuenta de que la gente que me quiere se sonríe. Y me hace sonreír de mi misma. El otro día en un grupo de trabajo maravilloso, mi compañero de Espirales CI, Javier, hizo una imitación sobre mis actuaciones en el trabajo que yo no hubiera hecho mejor. Me reí muchísimo viéndole, y al mismo tiempo pensé que hacía falta una sensibilidad inmensa para percibir tantos detalles en mí (aunque son muchos años ya trabajando juntos) pero sobre todo, para podermelos mostrar con delicadeza y humor. Me sentí una privilegiada por trabajar con gente como él, y el resto de gente que compone ese grupo.

Por no hablar de hacer compatible la logística maternal. Ahi estábamos en el retiro haciendo una reunión de trabajo al sol durante cinco horas mientras mi hijo y una amiguita suya montaban en bici, saltaban y brincaban alrededor. Y toda esa magia sucedía a pesar de mi impaciencia.

Pero es que cuando esa reunión acabó y fuimos a comer, al salir con los niños, una mujer me paró por la calle. Me preguntó si era yo, y me dijo que necesitaba decirme lo importante que había sido yo en su vida, que el libro de «Ser madre, saberse madre, sentirse madre» le había dado luz porque ella también es madre soltera, y que seguía este blog y la llenaba de vida. Lo dijo todo atropelladamente con emoción. La abracé largo y le di las gracias y casi lloro. No es sólo que me paren por la calle, es que me pararon para decirme algo así, que sin saberlo me devuelve más de lo que sé expresar.

Así que el Madrid luminoso de vacaciones lleva días regalándome cosas. Atolondradas, como es Madrid, como estoy yo. Pero preciosas. Cuando aterrizamos el otro día en el aeropuerto mi hijo decía «¿Sabes mami? Me gusta Madrid, me gustaba vivir aquí pero tengo que reconocer que me gusta más vivir en Palma» a lo que le contesté «Pues ya somos dos». Pero estar aqui es también estar en casa. Me doy cuenta de que es digno hijo de su mamá en dos cosas: viajar, que ya le parece la cosa más natural del mundo, y la vida social, que ya tiene agenda casi peor que la mía 😉

Nuestra gente. Nuestra alma. Porque hay lugares que guardan pedazos de nuestra alma, y cuando vuelvo es como ponerme esa parte de mi piel de nuevo. Sigo siendo yo. Esa parte de mí que siempre guardará esta ciudad. Es divertido, antes ibamos de vacaciones a Baleares en busca de la mar, ahora venimos a Madrid. Las espirales, todo es lo mismo pero todo ha cambiado porque yo he cambiado. Y ver a José enseñarle a su amiga del alma de Palma sus rincones de Madrid, su ex cole, su ex casa, su ex parque, su escuela infantil, sus lugares favoritos..me recordaba a cuando me vine a vivir a Madrid para estudiar desde Zaragoza y llevaba a todos los amigos que iba haciendo en Madrid a Zaragoza, para que conocieran aquello, porque pensaba que si no lo conocían habría una parte de mí que no podrían entender. Al cabo de un tiempo dejé de hacerlo, y comprendí que no soy de Zaragoza ni de Madrid sino de la carretera que los une. Esa carretera ahora se ha convertido en triangulo, entre Zaragoza, Madrid y Palma, pero las cosas fluyen. No hay miedo, ni necesidad de cuadricula. La gente que me conoce y me ama conoce poc a poc mis orígenes, como le pasa a José. Aunque sigue siendo bonito ver su cara mostrando y la de su amiguita conociendo.

Hubo un momento que no tiene desperdicio. José me pidió ex profeso ayer poderle enseñar a su amiga su ex cole. LLegamos, estaba cerrado por fiestas, aparqué, se bajaron y José se giró a su amiga y con los brazos abiertos mirando hacia el cole le dijo «¿A que no tengo que explicarte nada más?». Ni siquiera le hizo falta pasar de la puerta. Ella contestó: «no». Y él rubricó «pues eso».

Así que la casa de tia Tere, los amigos, el cumpleaños de Mario, su primo, faunia (no podía faltar!), el retiro… un regalo tras otro. Y hacer compatible eso con reuniones, un curso que increíblemente logramos entre todos que fuera mágico, el mail que se estropea, llamadas y mucha dosis de realidad, de esa que te da escalofrío.

Pero al final queda eso. El sentido. Los tiempos del alma. El gesto de aquella mujer, o la aceptación de aquel equipo. Y la cara de gozo de mi hijo al levantarse en casa de su tía con algunas de las personas que más ama todas juntas.

Pepa

Pd. ya os lo iré contando, porque este año salen publicadas varias cosas que son el resultado de mis últimos años de trabajo. Dos libros: «Educando la alegría» que sale en mayo y «La mirada consciente» que sale en verano. Y entre medias, de aqui a finales de año, algunos artículos y un par de guías para familias. Parece que hay algo en el aire 😉

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La identidad

Hace ya cinco años publiqué un artículo al que llamé «Ser espejo de identidades« del que me siento particularmente orgullosa. Lo publiqué como profesional, pero también incorporando aspectos de mi experiencia como madre. Por entonces mi hijo tenía 6 años.

Desde entonces hemos vivido de todo. Vivimos un par de años de dolor y angustia muy difíciles de describir, pero vivimos también el duelo, la elaboración y su cierre. Y, sobre todo, la luz que llegó a nuestras vidas cuando la herida dejó de sangrar. Una luz que me dio la fuerza que necesitaba para cumplir mi sueño y venirnos a vivir al mar. Y con el mar la luz se multiplicó en amaneceres cotidianos, en la energía de esta isla, en nuestra gente amada, en el increíble cole de mi hijo y todo lo demás que he intentado narrar de a poquitos en este blog.

Ya van a hacer dos años que vinimos a Mallorca y José acaba de cumplir 10 años. Y hay algo que me tiene fascinada: cómo estoy viendo florecer a mi hijo. Mi madre siempre decía que las buenas decisiones y las buenas relaciones son aquellas que te hacen bien. «Las cosas están bien cuando te hacen bien«, decía. Una frase sencilla que esconde un universo, y que he convertido en uno de mis principios de vida. Cuando las personas vivimos cosas que nos hacen bien, florecemos. Y si se nota en los adultos, en los niños y niñas es ya evidente: crecen más (José creció tres tallas de pie en los primeros tres meses de vivir en Palma), ríen más, tienen más energía y más sosiego, todo en uno. Se llenan de luz. Nos pasa a todos, pero a ellos un poquito más si cabe. Del mismo modo, cuando sufrimos, nos empequeñecemos, nos cansamos, nos aislamos…nos apagamos.

Cuando tomé la decisión de venirnos al mar asumí un riesgo. No sólo para mí, también para José. Lo saqué de su mundo y su vida hasta entonces, lo cambié de cole, lo separé de sus amigos del alma (lo separé físicamente, que no de alma, como ha demostrado el tiempo). Sentí con la certeza que se sienten las cosas verdaderamente esenciales que iba a hacernos bien. Veníamos de vacaciones a mallorca y a menorca, y siempre volvía llorando porque quería quedarse más. El José que veía en la naturaleza, en la playa y en la montaña aquí nunca lo vi en Madrid. Intuía que el mar obraría en mi hijo lo mismo que provoca en mí: una sensación de paz que no puedo describir.

Pero seguía siendo una apuesta. Una apuesta de vida, pero apuesta. Como lo fue dejar el hogar de mis padres e irme a estudiar a Madrid, como lo fue adoptar a mi hijo o dejar mi trabajo en Save the Children y crear EspiralesCI, todas ellas probablemente las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Porque siempre vuelvo a lo mismo: la vida te da todo lo demás, te llena de luz con una única condición: que saltes al vacío, que seas valiente. Y a veces sencillamente es demasiado difícil, o sentimos que lo es, como para saltar. Otras veces no, otras saltamos, y entonces la vida se ilumina.

Cuando llegamos aquí, vi cómo mi hijo se sentía en casa con la misma rapidez que yo, pero había algo de él que seguía anclado en Madrid. Se sentía dividido, como cuando yo me fui a vivir a Madrid desde Zaragoza. Es una sensación, la de sentirte dividido, que yo ya conocía, pero para él era nueva. Su mundo zaragozano nunca le había supuesto una división porque aunque era esencial para él y ama a su familia y sus amigos de alli, siempre fueron visitas. Intensas y gozosas, pero visitas. Pero al irnos de Madrid perdimos la cotideanidad con nuestra gente amada de allí, y eso hacía que su alma estuviera dividida.

Pero ha pasado el tiempo, y mi hijo está floreciendo. Y se está convirtiendo en un hombre. Y tengo la inmensa suerte de que me encanta el hombre que estoy viendo aparecer. Con sus limitaciones y sus defectos, pero me gusta la personita en que se está convirtiendo. Y esa esa una sensación que no tiene precio.

Porque vuelvo al comienzo, y a ese artículo que escribí hace cinco años. Entonces hablaba de cómo la identidad se gesta desde la mirada del otro, sobre cómo con el significado que adjudicamos a las vivencias vamos configurando la identidad de nuestros hijos e hijas. Pero me faltaba una parte del proceso, ésa de la que tan poco se habla en la psicología evolutiva (sobre todo si la comparamos con lo que se habla y se escribe sobre los primeros años o sobre la adolescencia), ese periodo entre los seis y los once años, donde aparece la inteligencia analítico sintética en su globalidad, donde se desarrollan los aspectos más complejos de la teoría de la mente y otras capacidades. Donde en definitiva dejas de ver un niño que bebe la vida a través de tu mirada y tus palabras, para presenciar cómo la empieza a vivir por sí mismo, acompañado de tu presencia.

Y qué dificil es marcar esa presencia. He intentado ofrecerle los estímulos que creo que pueden ser buenos para él, no sólo desde mis valores, sino desde lo que le conozco. Le he propuesto actividades, he fomentado determinadas relaciones, le he llevado conmigo de viaje, hemos leído, cantado, bailado, conversado sin límite. Y en cada paso, cada estímulo que he ofrecido he intentado hacerlo con consciencia, que fuera lo que yo creía mejor para él.

Y ahi está el cambio, he visto como él decidía si lo tomaba o no, hasta qué punto se implicaba en cada cosa que le he ofrecido. Ha probado muchas actividades que no ha seguido, o aspectos mucho más claves como cuando me tocó apoyarle en comenzar la catequesis no siendo yo religiosa (aunque sí creyente) porque era su espiritualidad, no la mía. Y del mismo modo me tocó apoyarle también cuando decidió dejarla. Y en ambos casos me dio argumentos que nada tenían que ver con la comodidad sino con su visión de dios y la fe. Argumentos que eran suyos, vivencias que eran suyas y que yo respeté.

Nuestra gente amada aquí me ha enseñado a cuestionarme constantemente lo que le ofrecía, lo que le pedía y le exigía porque muchos de ellos son mucho más respetuosos con los procesos de sus hijos que yo misma, con sus ritmos y sus necesidades. Se han convertido en maestros de vida para mí y ellos y ellas lo saben.

Ayer hizo su primera clase de percusión. Lleva dentro la música y la tierra, y estaba convencida de que la percusión le apasionaría. Por eso le forcé a probar una clase. Si no le gustaba, no le haría seguir. Él no quería en principio. Busqué el lugar adecuado, con una metodología diferente de conexión del niño con la música. El profesor le enseñó a hacer percusión con el cuerpo, las paredes y el suelo antes de enseñarle los instrumentos. Y el rostro de José cuando se vio tocando el cajón y el bongo con el profesor…se le iluminó. Me miró y dijo «esto es lo mío, mami».

Y lo mismo le pasó hace dos semanas cuando hizo la prueba de nivel de saltos de natación. José es de aire, siempre ha querido deportes de aire. Creo que ya he contado aquí alguna vez como su primera frase completa de muy pequeño fue «Mami, quiero volar». Antes había dicho palabras, pero ésa fue su primera frase. Y yo veía que cuando vamos a la piscina es capaz de pasar horas entrando y saliendo probando distintas formas de tirarse. Pero el deporte de saltos añade el aire, la caída. Y estaba convencida de que le gustarían. Pero tenía que ir y hacer la prueba. Y de nuevo su cara se iluminó y se lanzó del trampolín de 6 metros como si cualquier cosa. Por no hablar de la cara que le sale cuando monta a caballo en los caballos de una artista que se llama Marga y que enseña a los niños el vínculo con el animal, a reconocer su lenguaje, a montarlos cuando ellos lo desean..

En fin, todo esto para volver a esa frase «Esto es lo mío, mami». Porque ese es mi punto de hoy. Mi hijo está encontrando su lugar en el mundo, que es el suyo, no el mío. Y veo cómo reconocerse en ese lugar le llena de luz. Y veo igualmente como en algunos contextos, cuando sigue pendiente del lugar de los otros en vez de sí mismo, o de cómo los demás verán, vivirán o evaluarán lo que él hace o dice le llega la confusión. Y le hace falta la presencia de una guía, no necesariamente yo, pero sí una guía en quien confíe y por quien no se sienta juzgado para poder definir sus decisiones y sus propias vivencias, para darles forma, para ponerle palabras y no actuarlas. Sigue necesitando límites y presencia para no perderse.

Así que me encuentro fascinada por esta etapa que casi no estudiamos, por la aparición de esa identidad, que ya se intuye desde mucho antes, pero que adquiere forma y estructura en esta edad. Y que es la que le permitirá afrontar la adolescencia. Pero ése es el siguiente paso. Todavía no hemos llegado allí 😉

Y al final sólo espero no perder el hilo, la consciencia, para no perderme este proceso, para estar suficientemente cerca y suficientemente lejos al mismo tiempo para no imponerle mi identidad, mis emociones, mis vivencias por el vínculo profundo que nos une. Para que sea él y se sienta amado tal cual es.

Pepa

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Encontrar mi lugar

Conversación con mi hijo al salir del aeropuerto de Palma, llegando de vuelta de las vacaciones de semana santa:

– Mami, párate.

-Dime, cariño.

-Respira – y ambos inspiramos lo hueles? lo sientes? Pues éste es mi olor, mi lugar. Ni Madrid, ni Zaragoza. Éste. Y de aquí no me muevo. Me encanta ir de viaje contigo pero quiero ir a un sitio cada vez y pocos días.

Éste es mi lugar. Él lo tiene incluso más claro que yo. Y sigo asombrándome de esa claridad. De la suya, de la mía. No hace ni un año que vivimos aquí pero hay algo de mi alma, y obviamente de la suya, que siente que ha llegado a casa.

No sé por qué. Y no me importa. Sólo disfruto cada despertar. Es extraño cómo siento que las raíces surgen de forma natural, como si algo de mí siempre hubiera pertenecido a este lugar. Y quizá sea así. Y es una vivencia muy física, muy de conexión con la tierra, la luz, el mar, el paisaje. Luego además está nuestra gente, relaciones que van adquiriendo profundidad, como una urdimbre de afectos que se va tejiendo hasta hacerse tangible. Como me pasó en Zaragoza, y me pasó en Madrid.

Me resulta difícil expresar este cambio interior. Cambio de raíces, de lugar en el mundo. Cambio en la forma de estar, y cambio silencioso. Del futuro al presente. De planificar a fluir. De puertas hacia fuera a puertas hacia dentro.  Con ganas de quietud, de silencio y de hogar. Simplemente mirar, vivir, y gozar.

Ya no tengo grandes proyectos, ya no quiero planificar. Tengo el privilegio de desarrollar varios proyectos laborales plenos de sentido, en los que veo los cambios a diario, cambios que significan vidas de niños y niñas que cambian y se abren y se iluminan y, por supuesto, corazones de los adultos que les acompañan que se apaciguan, y procesos que culminan después de mucho tiempo y energía. Culminan en muchos pequeños nuevos comienzos.

Tengo el regalo de ver a mi hijo crecer feliz. Y es una conquista a la que sólo en los últimos tiempos me permito darle el valor que tiene. Dar valor. He ahi una expresión que está adquiriendo valor de verdad en mí. Él está encontrando su lugar en el mundo, y es un lugar hermoso. El de fuera lo es, pero el de dentro de su alma, lo es más. Y ha decidido dar el siguiente paso en su búsqueda de raices, que empezaremos a la vuelta del verano. Y para mí ése es el mejor indicador de su bienestar. Ése y su caricia de cada mañana al dejarle en el cole.

Lo demás vendrá por añadidura. Y soy consciente de que queda aún mucho por llegar.

Y mi mar…mi piel que se expande…

Pepa

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