Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Vivencias

Mi cielo

Recuerdo cómo mi padre en sus últimos años de vida me contaba que él sentía que tenía más gente y vida en el cielo que en la tierra. Aquí abajo nos tenía a nosotros, pero arriba le esperaban sus padres, su hermano, sus dos mujeres y dos de sus hijos. Se sentía a mitad de camino entre dos lugares.

Con la muerte de mis padres, tanto la de mi padre más anciano y más natural como con la de mi madre más dolorosa por demasiado temprana, aprendí que morirse no es un instante, es un proceso en el que cada vez vas estando menos aquí y más allá. Y también aprendí que morirse de enfermedad o de anciano, a cambio del precio que pagas en dolor y deterioro, te proporciona dos privilegios únicos: que eliges cuando y cómo morir, y que puedes despedirte.

Estos días mi cielo está más habitado. Ya no sólo están mis padres allí, sino que está mi tía Carmina. Era la hermana de mi madre, y desde que mi madre murió, fue un poco nuestro hilo con ella, con su historia, su vida, hasta con sus facciones. Mis hermanos y yo comentabamos muchas veces cómo con los años se iban pareciendo cada vez más y a pesar de ser tan diferentes en sus opciones de vida, a veces cuando estábamos con mi tía, veíamos gestos y facciones de mi madre. Era una sensación preciosa.

Pero sobre todo ella fue nuestra tía. Fue la que ejerció de tal con plena conciencia y presencia en nuestras vidas. Nos cuidó, nos acogió y nos riñó cuando tocaba como tía. Con ella, mi tío Miguel y nuestros primos pasamos los reyes de nuestra infancia en Madrid. Benditos reyes que nos calaron tanto que hemos mantenido la tradición incluso cuando ya éramos mayores, con nuestros hijos. Ella nos hizo parte de su hogar en el que pasamos mucho tiempo y los últimos veranos con nuestros hijos.

Murió como murió mi madre. Con plena consciencia. Permitiendo que quien quisiera estar cerca de ella, pudiera hacerlo pero conservando la intimidad y la dignidad hasta el final. Teniendo conversaciones de alma, de esas que sólo puedes tener con alguien que sabe que se muere si eres capaz de estar suficientemente cerca. Murió como ella quería, no quería luchar si eso suponía grandes dolores y cuando estos empezaron, cuando sintió que le fallaban las fuerzas para seguir luchando después de dos años, se fue en un par de días. Pero vivió hasta conocer y bautizar a todos sus nietos.

Pero también en cierto sentido vivieron de una forma parecida. Fueron la piedra angular de sus hogares, la fortaleza para sus hijos, el caracter que aparecía y establecía límites innegociables. Y la ternura infinita que llegaba en la cercanía. Mi tía Carmina fue una persona coherente hasta el último aliento con su forma de vivir y de querer. Fue fiel a sus amigas de infancia y a las que la vida le fue regalando. Peleó junto con mi tío para tener una seguridad, un sostén. Crió a sus hijos con entrega y creando en ellos la certeza de lo que no tiene ruptura: el amor y la familia. Ayudó como y cuando lo consideró necesario. Y cuando hablo de ayudar, sé de lo que hablo. Recuerdo su presencia en la enfermedad y agonía de mi madre, sus constantes viajes de Málaga a Zaragoza, las horas de hospital. La recuerdo de madrina de mi hermano en su boda. Fue tan hermoso verles caminar al altar!

Ella nos quiso y nos acogió como parte de su familia porque éramos los hijos de su hermana. Sin más. Parte de lo innegociable. Nunca ocultó quien era pero tampoco te forzaba a ser como ella. No ponía condiciones al «sí». Si no estaba convencida, daba un «no». No había en ella chantaje, ni manipulación. Calló mucho más de lo que contó, salvo con su marido. Su amor. Su otro yo. A él sólo le ocultaba su propio dolor, que sabía que podía destrozarle.

Porque mis tíos han sido, junto con mi padrino y su mujer Elena, mis referentes de amor. No sólo porque vivieron 56 años juntos, sino por cómo los vivieron. ¡Cómo se puede querer tanto a alguien durante tanto tiempo!. Ser su fuerza, su bastión, su hogar y su consuelo. Ser su risa, su ternura y su luz.

En mi vida he tenido grandes privilegios. Y el amor de mi tía, y también de mi tío, es uno de ellos. He pasado los últimos dos años dándole las gracias por tanta ternura, por tanto consuelo que me dieron en mi vida, y recordándoles lo mucho que les quiero. Y ahora tengo una sensación extraña y bellísima, que se me mezcla con la tristeza, de oir sus risas entremezcladas: ella y mi madre, que vuelven a estar juntas. Ellas que permanecieron toda la vida juntas y  peleándose a menudo, pero toda la vida juntas, sin perder el hilo. «Es mi hermana», decían la una de la otra. Con eso bastaba. Eso también lo aprendí de ellas.

Mi cielo está un poco más habitado, mi tierra es un poco más inhospita. Me he quedado un poco más huérfana. Me falta ella. Y mi parte niña siempre deseará que hubiera podido quedarse un poco más.

Pepa

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Comenzar de nuevo

Un año.

Un día.

Un instante.

Una vida.

Comenzarla. Una y otra y otra vez. Las veces que haga falta. Las que la vida te regale. Las que tú sepas atesorar.

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Hoy es de nuevo 1.

Para alguien muy querido para mí y para sus hijos un uno que jamás hubieran querido empezar.

Para mí y para mi hijo un uno al que sólo le pedimos continuidad: más del mismo gozo, más de la misma luz, más del mismo amor.

Es el mismo 1. Y una vez más recordando la fragilidad de la vida y el valor del amor, donde se esconde mi única certeza.

Gracias por ser parte de mi 31, de mi 1 y espero de mi 2. Por darle sentido y ser parte de mi red de amor.

Pepa

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Una tarta de queso

¡Cómo explicarlo! ¡¿Cómo describir la sensación cuando alguien te cuida y te mima tanto como para llevarte a un lugar que es un entorno de seguridad, un entorno afectivo creado a su vez por alguien a quien no conoces de nada, a quien no has visto jamás y sin embargo a quien no vas a poder olvidar?!.

Euskadi es una tierra extraña y bella, eso no es un secreto para nadie. Tampoco lo es que parte de mis orígenes están allí. Pero lo que me conmueve profundamente es que cada vez que viajo por allí algo escondido, inesperado llega a mi vida. Tengo amigos en todas sus tierras, Vitoria, Bilbao, Donosti… amigos que de una forma curiosa permanecen en mi vida. Nos vemos poco objetivamente pero nunca dejamos de vernos. Pasan los años y nos reencontramos y la conversación fluye de un modo suave, profundo y conmovedor. Son amigos que no están en mi cotidianidad, pero que me llegan al alma de una forma diáfana.

Pero los amigos de los que hablo son amigos míos hace muchos años ya. Y sin embargo, los tres o cuatro viajes de trabajo que hago por allí cada año me regalan nuevos encuentros, nuevos rostros. Gente que demuestra un nivel técnico, un rigor profesional y una humanidad nada presuntuosa. Orgullosa sí, pero en absoluto engreída. Y son personas, asociaciones, instituciones que desarrollan su trabajo en el ámbito social, educativo o judicial (los tres ámbitos en los que suelo trabajar allí) con un nivel de calidad que los convierten en referentes para mí y para muchos otros profesionales de mi ámbito en España. Así que me entran ganas de ampliar ese ramillete de amigos de allí, de mantener el contacto, de seguirles la pista, sólo para poder seguir compartiendo conversaciones de alma en lugares inesperados.

Una de esas personas de las que hablo, con quien ya me encontré con el alma hace tres años, y de nuevo el año pasado y de nuevo éste me ha hecho un regalo infinito que merece esta entrada de blog. Él es un buen hombre, aunque él nunca lo diría, pero como estas lineas son mías puedo hacerlo ;-). Tiene una visión del trabajo asociativo tan inusual como certera, ha transformado el tejido social de Guipuzkoa y lo que es más importante, la vida de muchos chicos y chicas que están a su cargo y del equipo espectacular con el que cuenta. Es un padre tierno y un profesional que cree y le apasiona lo que hace aunque eso le lleve a sufrir a veces. Me llevó, me recogió, volvió para poder comer conmigo y llevó a su segundo de a bordo, otro profesional increible y otra persona estupenda. Cuidado, cuidado y cuidado. Los pequeños grandes detalles. Y me dijo: he reservado para comer en un sitio que sé que te va a gustar.

Y vaya si me gustó. Es curioso, porque durante los dos días he estado trabajando con los equipos un concepto clave para el trabajo que se desarrolla en los centros de protección: el espacio de seguridad y la afectividad consciente que los adultos necesitan desarrollar para crear ese espacio para los chicos. Pues cuando salí del restaurante pensaba: quizá en vez de un curso mío deberían ir a comer a este restaurante y vivirían lo que es un entorno afectivo y de seguridad. Y no haría falta más explicación. Como digo yo siempre, una vivencia de «tripas» (en este caso, literalmente además) vale más que cualquier discurso, incluidos los míos 😉

Hay algo mágico en ese lugar. Por supuesto la decoración llena de pequeños detalles, sombreros curiosos y demás. Obviamente el mimo en la comida deliciosa, sin la cual el cuidado resultaría falso. Pero sobre todo Arkaiz (espero no equivocarme al escribir su nombre). Un hombre que te abraza cuando te conoce, que es capaz de darte un beso en el cuello si pasa por detrás, te ha estado observando y cree que lo necesitas, y lo hace con tanta ternura que no sólo no incomoda sino que te hace sentir mimada y querida, alguien que flota por las mesas dándose cuenta de todo sin que notes nada…alguien que ha cocinado una de las mejores tartas de queso que he probado en mi vida. No sé cómo explicarlo. Y sin embargo, al mismo tiempo, es justo lo que trabajo para lograr que los equipos técnicos creen en los centros.

Es el aire que logra que respires, hecho de calidez y hogar, pero al mismo tiempo de respeto. Un lugar donde puedes estar solo y sentirte cuidado, donde puedes conversar o estar en silencio, donde todo fluye sin estridencias porque hay alguien que cuida con consciencia de que sea así: cada pequeño detalle, cada gesto. Y también alguien que en una sociedad como la vasca, no tiene miedo a mostrarse, al contacto físico y a mirarte a los ojos. Sin sombra. Sin miedo.

No me queda más que copiar el nombre y la dirección. Por si alguien quiere ir a comprobar lo que yo llamo un espacio de seguridad, lo que significa mantener la afectividad con consciencia.

Restaurante Zumardi
Orkolaga Kalea 2 bajo
Hernani

Id, sentaos a una mesa y dejaos cuidar. Gracias, Josu, por llegar a mi alma. Gracias, Miguel, por la comida. Gracias al equipo de Agintxari por todo lo compartido. Y Arkaiz, no sólo no te olvidaré sino que volveré 😉

Pepa

Pd. No pude evitarlo: repetí ración de tarta de queso. Y me la regaló. Eso, aunque no sea lo más importante, pero hace también lo que vives real. Porque las cosas más especiales son regalos, siempre son regalos. Para él ver mi emoción al comerla, para mí que me la regalara.

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Permanecer despierta

El otro día al salir de una conferencia alguien me dijo: «Por favor, no dejes de escribir nunca tu blog. Iluminas la vida de mucha gente». Casi no supe mostrarle lo conmovida que me quedé con sus palabras, pero no las he olvidado. Sólo pude contestarle «lo prometo» y para honrarla a ella y a sus palabras, me siento de nuevo esta noche.

Recuerdo a menudo la parábola de los talentos, uno de esos pasajes que dan sentido a la biblia completa. Ese reparto injusto y desigual combinado con la certeza de que te toque lo que te toque, hay un margen en que depende de ti la cosecha final.

Y es que mi cosecha es muy hermosa. Miro a mi alrededor y me sé bendecida. Sé que he recibido talentos indescriptibles, y no me refiero a los mios propios, sino al amor que me rodea, a las oportunidades que llegan, a las personas que se me acercan. Hoy miraba el atardecer sentada en mi terraza mientras hacía fotos de las nubes y se las enviaba a mis pacientes amigos, y escuchaba al mismo tiempo las risas de mi hijo con uno de sus grandes amigos construyendo una cabaña en la otra terraza. Y pensaba en eso, en mi privilegio.

Esta mañana he empezado mi día abrazada a mi hijo, y luego desayunando con dos amigos cuya piel se erizaba igual que la mía con lo que compartíamos. He trabajado un rato en el que me han llegado peticiones varias y ecos del signficado de lo que hago, incluida una propuesta de alguien a quien he visto una vez pero que me dice que en vez de ir a un hotel se sentiría honrado si aceptara ir a su casa a y compartir con su familia. Y un mensaje maravilloso de una ex paciente lleno de ternura y risas.

Y luego he ido a la reunión de la clase de mi hijo, donde un profesor que no tengo palabras para definir pero que, si pudiera, clonaría para todas las escuelas y niños y niñas del mundo, nos explicaba cómo iba a introducir las fracciones con música o la geometría con construcción. Y antes de entrar me esperaban abrazos amados, especialmente el de la que mi hijo llama ya «su segunda madre». Y al salir mi hijo y su amigo me han enseñado el club que han construido en el campo que tienen de «recreo» una hora al día, en el que han construido una valla impresionante y varios espacios dentro alrededor de unos árboles (árboles que, claro está, para ellos no se pueden llamar árboles porque no puedes trepar a ellos, así que el espacio que tienen no lo llaman «bosque» como en el edificio donde estaba antes el cole que iban a un bosque, bosque, sino «campo»).

Y después un helado con los dos peques, que han llegado a casa y sin decir nada, han cogido sus carpetas y han hecho sus deberes antes de construir su cabaña. En esas andaban cuando ha llegado a casa una amiga que se ha escapado cinco minutos para traerme un producto nuevo que han sacado y que ella ha encargado para mí que ayuda con lo del pelo, ha venido, me lo ha dado, me ha abrazado y se ha ido. Y luego en la cena y alrededor de una pizza los niños y yo hemos tenido una conversación increíble sobre cómo era eso de morirse y a dónde ibamos después. Y mi hijo me ha dicho tranquilamente: «cuando me muera mi cielo será como despertar en un bosque junto a un arroyo y caminar hacia una aldea y que tú salgas a recibirme y me abraces». Qué puedo decir a eso?

Y llega la noche y mientras ellos duermen yo me siento rodeada de luz por fuera y llena de luz por dentro. Y siento paz, y siento también que son tantas cosas, pequeñas y grandes que fluyen en el tiempo y que casi pasan desapercibidas si no te mantienes despierta, consciente, mirando y paladeando. Porque todo esto ha pasado sólo hoy. El día de hoy ha sido un día especial y único, aunque al mismo tiempo no haya pasado nada aparentemente especial, pero lo ha pasado todo.

Porque estas semanas está habiendo otros días, días de esos en los que sí hay acontecimientos destacados, de esos que sí es fácil ver, y conmoverse y ser consciente. He vendido mi casa de Madrid, por ejemplo, y he comprado un piso en Palma, justo todo seguido en apenas dos días. Ya soy un poco más mallorquina si cabe. He recibido la confirmación de la publicación de uno de los libros que escribí este verano y de una guía que he elaborado para Unicef, y he enviado el tercero a la editorial, me voy a Panamá unos días la semana que viene en parte trabajo y en parte de vacaciones a un sitio increíble con mi hijo y parte de nuestra familia mallorquina, he emprendido el camino de la búsqueda de orígenes de mi hijo en respuesta a su petición antes del verano…están pasando cosas, muchas cosas importantes, de las visibles, de las que desde fuera y desde dentro sé importantes.

Están las unas, y están las otras. Y todas suceden. Y si no las ves y atesoras, pasan. Las vives, pero te las pierdes si no estás despierta.

Y antes de acabar de escribir esto, ha comenzado una lluvia potente, la tercera del día.
Pepa

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Volviendo

Los tiempos plácidos tienen la virtud de pasar casi desapercibidos, como si fueran una ráfaga de brisa, que en parte te deleita y en parte se esfuma. Y luego llega el momento de hacer volver al alma, que se quedó prendida de la brisa, a una presencia consciente en otro ritmo de vida.

Pocas veces un verano se me ha pasado tan rápido y tan sosegado al mismo tiempo. Ha sido una sucesión de visitas amadas a nuestro hogar, lavadoras, comidas, y excursiones a pequeños rincones de mar y montaña. Este año, al sentirnos ya en casa, decididí que fueran rincones nuevos e inesperados. Y nuestra isla, para variar, no nos decepcionó. Al contrario, ha sido un tiempo lleno de pequeños paraísos.

Y me llama la atención estar tan descansada cuando en realidad apenas he desconectado del trabajo. Ando metida en tres proyectos que me hacen especial ilusión y que merecían tiempos robados a las visitas y el sueño para terminarlos y poder enviarlos a tiempo. Así que he trabajado, no demasiado, pero sí constante todo el verano con la consciencia de estar sembrando cosas en las que creo de corazón. Cuando las publiquen, os lo iré contando.

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Y luego llega un día que digo adiós a la última visita (durante el año continúan, pero no con esta intensidad) y vuelvo a estar sola en casa con mi hijo. Despues de dos meses y medio con gente en casa de continuo (gente que se va por la mañana y llegan otros por la noche con tiempo apenas para cambiar las sábanas) siento una sensación bonita y extraña al mismo tiempo: recuperar mi espacio y al mismo tiempo sentirlo transformado, lleno de vivencias con gente que amo, diferente ya.

Este verano no ha sido un verano cualquiera. He amado, he vivido, he visto atardeceres inolvidables, he nadado con luna llena, he abrazado, acariciado y reido, he conversado y he acompañado momentos claves de muchas vidas. Soy consciente, y me conmueve.

Y como siempre José encuentra su modo de plasmar este momento de un modo gráfico. Me pidió revelar las fotos de todo el año en Mallorca para poder cambiar el corcho e incorporar a nuestras fotos a gente sin la que ya no sabríamos ni queremos vivir. Y me pidió que le guardara todos sus peluches de la cama menos sus tres o cuatro favoritos en una bolsa «para poder dárselos a mis hijos cuando sea mayor». Y ahi están, en una bolsa, en el armario. José ha crecido por fuera y por dentro. Algo mágico ha sucedido y me hace feliz estar presente y no perdérmelo.

Así que aquí estoy, volviendo. Feliz, consciente y plácida. Con algo de pereza pero con muchas ganas.

Y me encanta que sigáis aquí conmigo.
Pepa

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La cueva

Escribo esta noche desde un hotel en Huesca. He tenido un curso precioso. Pero me falta el mar, mi mar. Me parece increible que después de apenas un año viviendo allí se haya convertido en una necesidad tan física para mí. Hace unos días les decía a mis hermanos que nunca había sido más feliz que este año, pero me faltó explicarles que no me refería tanto a los acontecimientos sino al espacio físico. No había vivido en un lugar donde mi cuerpo se relajara nada más llegar. Esa sensación física no la siento más que en Baleares. Me pasa en casa, en Mallorca, pero también me ocurre en Menorca. Es una sensación muy física que no logro explicar bien pero que me invade. Cuando me levanto en casa y veo el mar, es como si mi alma sintiera que al fin ha llegado a casa después de tantos años. Yo fui muy feliz en Madrid y añoro a mi gente de Madrid y mi gente de Zaragoza, me produce un gozo increible cuando vienen a vernos y a estar con nosotros. Pero no conocía esa sensación. Y ahora que la conozco me parece dificil poder vivir sin ella.

En los últimos dos meses están pasando cosas importantes en mi vida, valiosas y preciosas. Es como si el haber cerrado página al dolor y a la angustia que vivimos en los últimos dos años mi hijo y yo me hubiera permitido desengancharme de la preocupación y mirar hacia la inmensidad. Y entre esa mirada hacia delante y mi cabeza descansada y limpia parece que el tiempo se condensa y se llena de acontecimientos. Prometo contarlos poc a poc, como dicen por aquellas tierras. De momento toca vivirlos.

He tenido días de mucha gente en casa, aprovechando que el peque está de campamentos he disfrutado y he salido aunque también he trabajado, pero he disfrutado de mi soledad. Esa soledad que se vuelve regalo para mí como madre. Tuve en tres días mucha gente en casa, a comer, a cenar…de todo. Pero luego vinieron a casa una pareja que es parte de mi familia y de mi alma. Fuimos a sitios nuevos que no conocía, disfrutamos. Vimos un atardecer increible. Comimos genial en sitios inesperados. Nos bañamos, conversamos, reimos..

Pero el otro día pasó algo que merece relato. Y cuando ocurrió les dije a quienes estaban que escribiría sobre aquello. Fui con unos amigos a Cala S´Almonia, una de las calas más bonitas que hay en Mallorca y que yo no conocía. Un lugar curioso, señalado con una flecha roja porque la gente de la zona quita los carteles en un intento del todo iluso e ineficaz de que no se llene de turistas. LLegamos pronto, por suerte, y aún pudimos disfrutarla. Iba con tres amigos de los que son regalos de la vida, dos de ellos la pareja que mencionaba que son de mis amigos más antiguos, de los que están a mi lado desde casi casi cuando puedo recordar y el tercero de los más recientes, de los que la isla me ha regalado para darme motivos sobrados para no quererme ir, además de su luz y su mar. En fin, la mejor de las compañías.

Y la cala tiene cuevas. Y había una de ellas que tenía un paso por abajo. Me gusta el mar, y me gusta mucho más verlo por dentro. No buceo pero puedo pasarme mucho tiempo mirando el interior del mar con las gafas. Asi que no lo pensé. Me metí detrás de uno de mis amigos mientras el otro pensaba que bromeaba al decir que iba a pasar. No le dio tiempo a advertirme que la cueva era baja, que había que ir con la cabeza hacia abajo. Y cuando yo estaba feliz cruzando la cueva y pensé que ya había llegado al final de la cueva porque se veía ya la luz subí la cabeza y me di contra la cueva. Fueron instantes, pero el golpe me desconcertó. Creía estar al final ya y si no lo estaba, no tenía ni idea de cuánta cueva podría quedar. Me desconcerté y perdí el control de la respiración. Pero enseguida sentí el brazo de mi amigo que tiraba de mi con fuerza (aún me duele) y eficaz hasta sacarme de allí. Quedaba muy poquito de cueva, así que fue fácil y no tuve problemas, pero la impresión me caló.

No soy de cuevas, pero estaba feliz, y era precioso y me apetecía. No suelo hacerme la valiente, era puro disfrute. Pero la vida encuentra maneras sutiles a veces (otras crueles y voraces) de recordarte tus límites. Al menos a mí me pasa. Y cuando lo hace conecto con mi fragilidad, con mi pequeñez y una vez más con mi convencimiento de que sólo una red de amor te hace más fuerte. Como dice un amigo mío «no soy yo el fuerte, ni tú el fuerte, es el amor que nos une el que nos hace fuertes». Pues eso. Nunca hubiera bajado a la cueva sola. La presencia de mis amigos era garantía de seguridad. Pero no creo que hubiera podido salir sola de la cueva. Una vez más, conecto con mi más intimo convencimiento: es el amor el que salva, en cualquiera de sus formas.

Me siento privilegiada, me sé privilegiada. Me llevan a lugares mágicos. Me saben mirar. Me sacan de cuevas. Mi hijo me abraza aunque ya diga «me he hecho mayor, mamá». Hoy me han vuelto a llenar de abrazos al acabar el taller. La última vez me pasó en Guatemala, que hicieron fila para abrazarme, hoy ha sido en Huesca. Recibo mucho. Muchísimo.

Así que toca decir para dentro: gracias.
Pepa

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Entrevista diferente

Hace unos dias me hicieron una entrevista de radio especial. Es una radio pequeña, de caracter social, con poca cobertura… Pero justamente por todo eso decidí ir. Y de hecho fuimos, porque por el horario y las posibilidades tuve que llevar a José conmigo. Las cosas de la conciliación de la vida familiar y laboral de una madre soltera. Además era una oportunidad de que conociera cómo es una radio por dentro.

La maravilla de las tecnologías actuales es que esa entrevista, que no sé cuánta gente escuchó, ahora está en la red, y puedo incluirla aquí, por si queréis oirla, por si queréis pasar un rato. La incluyo porque fue especial por muchos motivos. Me preguntaron cosas que no me habían preguntado antes, y algunas de ellas muy personales. Por algo el programa se llama Inspiraciones. Os dejo en enlace a la entrevista aquí.

Así que gracias a quienes hicieron posible el programa, fue un lujo compartir esa hora, y espero que os guste. La voz tiene fuerza, es como tener un poco más y un poco más cerca a la persona. Y además esta entrevista tiene una sorpresa final 😉

Pepa

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El silencio de la placidez

Es cierto que la felicidad no se narra, se vive. Paladearla, deteniendo el tiempo con consciencia para atesorarla en la memoria.

Cada vez hablo menos, me pasa incluso en los cursos. Escribo poco, en los cafés con amigos permanezco más callada y me bastan los momentos. No es que antes no fuera así, pero la intensidad me llevaba a expresar, compartir, implicarme.. pero lo más importante, lo más valioso, que sigue siendo intenso, queda en el silencio.

Hoy hemos celebrado el carnaval del cole de José. El carnaval ha sido un paseo por el bosque (el paseo para los niños han sido más de tres horas caminando niños y niñas desde los tres años hasta los quince por una ruta de bosque). La fiesta del jardin que despierta, la habían llamado. Los niños y niñas eran animales, plantas, elfos, duendes..lo que quisieran ser. Y al acabar el camino les esperábamos las familias con una comida en el bosque. Ha lloviznado, el día estaba destemplado. Y sin embargo yo no podía dejar de emocionarme mirando alrededor. Niños de todas las edades por el bosque, saltando, jugando. Familias conversando con los profes alrededor de la comida traida de las casas.

En el cole de José van de excursión cada viernes a diferentes rincones de la isla. Los padres los llevamos y los recogemos. Su clase un día a la semana es el bosque, el descubrimiento, la maravilla, el esfuerzo de las caminatas y la convivencia. Pero además van cada día una hora al bosque, es su recreo. Pintan, tejen, siembran y cosechan, tallan piedras y construyen con madera, crean instrumentos musicales y aprenden las tablas de multiplicar con juegos de percusión.

Es como haber cambiado de universo. Pero es un universo real. Está aquí. No es una utopía. Es real. Y es el camino.

El peque está centrado, gozoso y sereno al mismo tiempo. Hoy me comentaba su profe que es el primero en acabar las tareas y yo me acordaba para dentro de todos los días del año pasado que se quedó castigado sin recreo en el cole anterior porque no había acabado lo que debía hacer en clase.  Ha hecho muchos amigos (siempre se le dio bien, pero en un entorno así es todo más fácil). Pero no sólo él, yo también, los que ya tenía que se han hecho mucho más profundos y los regalos inesperados y hermosos que han llegado a nuestra vida.

El nivel de consciencia que preside la convivencia en el cole se plasma en cada pequeño detalle: cómo se habla (nadie grita, ni niños ni adultos) o los cuentos que se usan para aprender a leer y escribir (fábulas antiguas, historias medievales u orientales). El aprendizaje fonético de idiomas, cada profe habla en su idioma, cada niño habla en el suyo: castellano, mallorquin, inglés y alemán conviven y se interiorizan de forma natural. El aprendizaje de la física, las matemáticas, la historia..son infinitos pequeños detalles que crean un universo.

Por eso callo. Porque me resulta dificil describir la felicidad. La felicidad de José en la isla, en el cole, con sus amigos. La mía al verle sonreir sin parar. Mi felicidad al bailar (estoy aprendiendo bailes de salón, y haciendo más biodanza) o en los cafés de la mañana en el pueblo del cole o viendo el amanecer cada mañana sobre el mar mientras desayuno con José. Recibiendo a la gente amada que viene a vernos o con el calor que recibimos de nuestra gente aqui, que nos cuida con mimo y consciencia, el sonido del mar, caminar por la arena caliente..

Es cierto lo que cuentan. El ritmo de la isla se me mete en la piel. El tiempo cunde mucho más, es como si se alargara. Y cada vez me apetece menos moverme, y correr aunque lo siga haciendo. Pero no quiero ir a ningún sitio, me apetece infinito que la gente venga a compartir esta maravilla, a llenarse de ella. Quiero sencillamente estar.

Porque del trabajo ya ni hablo. La agenda llena para un año. El reconocimiento de la gente y la responsabilidad que conlleva. Ser escuchada y consultada y que confíen en mí para procesos de cambio complicados y difíciles a nivel institucional y personal. Pero estar en mi lugar más que nunca, tener un trabajo con sentido, que aporta luz. Es algo que no tiene precio. Pero eso no me lo ha dado la isla, sino un camino que viene de muy atrás y que también elegí, y perseguí y en el que arriesgué.

Y también, claro que sí! están la humedad, la ropa que no se seca, los mocos que vienen y van por nuestro primer invierno humedo, los madrugones, los aviones, la agenda llena, la logística constante, las particularidades de ritmos y maneras de la isla, el poc a poc…

Aposté. Arriesgué. Busqué. Perseguí mis sueños. Y luego la vida hizo el resto. Y es hermoso.

Como escribi hace poco, ahora toca mirar para adelante, seguir creciendo y disfrutar. Toca quedarse en la placidez.

Pepa

 

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Deseos

El último día del año. El día del balance, los deseos..qué extraña sensación la de las celebraciones que convierten en únicas y especiales cosas que en realidad son cotidianas. Pero qué importante es celebrar. En el fondo, celebrar es un rito de amor. Y un valor de comunión.

Este fin de año para mí está lleno de luz. Y de paz. He tenido fines de año gozosos, otros para olvidar. Y he tenido fines de año de angustia, y de ausencia. Supongo que como todos. Hoy me acordaba de los fines de año que pasé con mi padre en sus últimos años, de las cenas que montamos en la casa de mis padres con amigos, cuando él ya dormía, anciano, y mi gente se venía a casa para que yo (o yo y mis hermanos) no me quedara sola. Amor, el suyo, el mío, el de mis hermanos y el de mi gente. Me acordaba de las nocheviejas de adolescente, cuando salía con planes tópicos, haciéndome la fuerte y en el fondo anhelando ser elegida. De esas noches recuerdo sobre todo bailar, bailar mucho y largo. Recuerdo un par de fines de año enamorada, tiernamente enamorada. Pienso en lo que deseé en todas esas noches, y me emociono al darme cuenta de que se cumplieron casi todos esos deseos, por no decir todos. Y siempre de una forma inesperadamente más bella, más luminosa, más profunda de lo que pude imaginar al desearlos. Porque la vida, cuando golpea, lo hace más fuerte de lo que una pueda imaginar, hasta dejarte noqueada, pero cuando concede deseos..es luminosa.

Deseé salir de mi ciudad, estudiar lo que quería, viajar, viajar y viajar. Deseé ser madre. Deseé ser amada. Deseé los libros que escribí y mi profesión. Y hoy me encuentro ante la noche de los deseos y pienso: lo que venga, será por añadidura. Porque las cuentas ya salen, porque me siento bendecida, porque salimos del tunel y la vida después de un tunel tiene siempre formas más nítidas y diáfanas. Hubo otros tuneles antes, la pérdida de mis padres, mi hospital (aquella nochevieja de mis 29 años), los años de abrir la caja de pandora de mi propia historia.. pero ninguno como el tunel del dolor de un hijo. Pero ya pasó. Él irradia felicidad, alegría y placidez. Y yo lo miro, nos miro, y miro a nuestra gente amada que sigue rodeándonos esta noche y todas las noches. Y pienso de nuevo: lo que venga en adelante, será por añadidura. Y lo recibiré pequeña y emocionada, como quien recibe un regalo inesperado. No deseo sino más de lo que ya vivo: mirarle crecer, mirar nuestro mar, tiempos con nuestra gente amada y un trabajo pleno de sentido. No tengo anhelos, ni proyectos radicales, de esos que sientes que otorgan sentido a tu vida, ya no. Así que lo que llegue, lo recibiré conmovida, y agradecida.

Pero para quienes me leéis en estas páginas sí tengo un deseo: os deseo un año lleno de amor. Amor del bueno, del que merece deleite y sosiego. Amor de padres, de hijos, de parejas, de amigos…amor. Gracias por estar aqui, a mi lado, sois parte de la luz de un deseo que tuve un día y que se hizo real mucho más allá de lo que pude imaginar.
Pepa

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Nuestra isla rosa

Ahora sí que sí. Se acabaron las vacaciones. Acabamos de llegar a casa y la cara de gozo que ha puesto el peque al llegar ha sido impagable. Reflejaba tanta alegría casi como la mía, en esta isla de atardeceres rosas que ya sentimos como hogar. Es nuestra isla rosa.

No recuerdo unas vacaciones tan largas y tan vacaciones en mucho tiempo. Hace poco leía este artículo de Almudena Grandes y me sonreía, porque nunca antes he puesto tantas lavadoras y cambiado sábanas, y comprado comida y cocinado (definitivamente tendré que ampliar mis habilidades culinarias) y llevado y traido a gente. Pero como dicen por aquí, eso es parte de ser mallorquin, va en el «pack» lo seas de origen o de adopción, las visitas del verano.

Pero ya acabaron y toca un año lleno de novedades. Novedades en la geografía. Aquí se vive mucho más en contacto con la naturaleza, el mar y la montaña, y para una urbanita como yo ésa es toda una novedad. Además he pasado 24 años viviendo en una misma ciudad, y ahora vivimos en una isla que en cierto modo conozco pero en la que todo o mucho es nuevo para mí, así que he pasado el verano descubriendo lugares a cual más bello. Es una sensación que no recordaba hace mucho: la de tener mucho por visitar, conocer y descubrir. Reconozco que Mallorca me ha producido una sensación paradójica quizá para lo que yo esperaba o lo que dicen que te pasa viniendo de Madrid: me ha parecido grande ;-).

Pero también novedades en la geografía de mis afectos. Andamos aprendiendo una nueva forma de relacionarnos con nuestra gente amada de Madrid e intentando enseñar a mi hijo algo que yo ya conozco bien por mis afectos de Zaragoza: cómo mantener vinculos profundos a distancia, el valor del teléfono, de los mensajes, del skype y de los recuerdos… Pero también vamos incorporando cotidianeidad a nuestros vínculos de aquí que se van profundizando además de ampliando, llenando de matices y colores, y que han abierto su corazón para recibirnos y hacernos sentir en casa.

Y como no hay dos sin tres, también novedades laborales, donde Espirales volverá a recrearse en los próximos meses con cambios varios. En fin, novedades, es tiempo de cambios.

Pero de momento el verano acaba y toca volver a la rutina. El peque anda anhelando empezar su cole nuevo, estar con sus amigos y en nuestro hogar, y yo, aunque con algo de pereza de volver a lo laboral por lo mucho que he desconectado del trabajo para conectar con lo importante, también abierta a lo que está por venir.

Hemos tenido momentos de belleza increíbles este verano, y de mucho amor. Ha venido mucha de nuestra gente a conocer nuestro hogar, hicimos una fiesta de inauguración de la casa con toda nuestra gente de aquí, mezclamos a nuestra gente de aquí y allí en excursiones, días de playa y campo, tuvimos atardeceres increibles (comparto uno de ellos aunque por la tormenta de ese día no sea de los atardeceres rosas), comidas y cenas en la terraza, encuentros increibles, excursiones a la cabrera (por ahora y sin duda, mi rincón favorito de los visitados) y largas conversaciones. Hemos visto peces de todos los colores, y corales y aguas cristalinas. Mi hijo sigue teniendo un imán especial para los animales y pescó peces, cangrejos, una estrella de mar, un pulpo, una sepia…aparte de hipnotizar a gecos varios y obsesionarse por los gatos del barrio hasta cometer auténticas imprudencias.

1439139943902Tengo que reconocer que si tuviera que decir cuál es mi verano perfecto, se parecería bastante a éste (y no pensé que diría esto acostumbrada a viajar los veranos), aunque la novedad del cambio y los miedos que conlleva, la excitación de tanta gente, tanta ida y venida, y movimiento me haya pasado factura en algunos momentos, a mí y al peque. Además de que los veranos implican mucha convivencia, y en nuestro caso sin descanso.

Quiero mostrar aqui una de las cosas bellas de este verano. Resulta que cuando llegamos a nuestra casa, cuando ya supimos que viviriamos aqui, el primer día, José se dedicó a decir dónde quería poner los muebles y a sugerir cosas para la casa que en gran medida yo acepté. Y cuando llegó a la consulta/cuarto de invitados, dijo «en esa pared, mami, vamos a pintar el arbol de la vida». Tal cual. ¿Por qué lo dijo y por qué para esa pared? Ni idea, pero a mí me pareció una idea tan increible que le dije que lo haríamos. Y enseguida pensé en mi hermana y su sensibilidad para la belleza. Así que le pedí que cuando viniera lo pintaran juntos, tia y sobrino. Fue un gesto de amor. Para ella pintarlo, para mí ofrecerselo. Y aqui os dejo el resultado de un día entero pintando tia y sobrino mano a mano, que como siempre cuando se trata de un acto de amor, supera lo imaginado.

1437420894533Y acabo hoy con el relato de otro gesto de amor. Esta última semana, cuando acabaron las visitas, nos escapamos a nuestra querida Menorca. Una semana que ha sido intensa y llena de cosas inesperadas. Y con una de ellas quiero acabar hoy, uno de esos momentos mágicos que te regala la vida. La vida y las personas, en realidad. Mi amigo Vicenc Arnaiz organizó junto con un grupo de personas un encuentro que llamó «Qué significa ser buena persona en el siglo XXI?» Ahi es nada. El acto era la presentación de un montaje de fotos que hicieron varios fotógrafos en torno a esa pregunta junto con los textos que varias personas conocidas en la isla escribieron en torno a la pregunta y a cada fotografía. Con eso hicieron un montaje, e invitaron a Francesc Torralba a dar una pequeña conferencia al respecto. Hasta ahi precioso, pero dentro de lo que podía esperarme siendo Vicenc, Torralba, siendo Menorca y con una idea tan sencilla como bonita. Vicenc dijo que la gente buena nos enseñaba a soñar, y unos y otros hablaron de la bondad vinculada al amor al otro, a la consciencia del otro, al saber mirar, a la bondad más allá de siglos, historia, culturas o religiones, al perdón, a la sencillez. Recuperaron esa frase tan inteligente que dice algo así como «se puede ser bueno y no ser feliz, pero no se puede ser feliz sin ser bueno». Hubo una pregunta curiosa dado el contexto donde estábamos sobre si los lugares pequeños favorecen la bondad y una respuesta inteligente y elegante de Torralba diciendo que aunque teóricamente quisiéramos creer que sí, no lo tenía nada claro. Fue muy bonito.

Pero lo que no me podía imaginar es lo que me encontré como cierre del acto. El acto se realizó en el patio del convento de clausura de Santa Clara en Ciutadella, con cientos de personas sentadas en sillas. Y para finalizar salieron las monjas de clausura, cinco monjas que con una inmensa sencillez dieron las gracias a todo el mundo, dijeron que se sentían honradas porque algo tan profundo hubiera ocurrido en aquel lugar y que para cerrar habian decidido hacer un baile. Dijeron que ser buena persona era algo que trascendía a la religión, que no tenía que ver con la religión sino con la dimensión espiritual de la vida en la que tenía cabida todas las religiones y pensamientos, así que querían cerrar el acto con un baile que trascendiera religiones y creencias. Y entonces con una sencillez pasmosa, la abadesa explicó los gestos del baile: la bondad nace del corazón (se llevaban las manos al corazón), es algo que trasciende a la persona y viene de la dimensión espiritual y nos hace volver a ella (llevaban las manos en alto, las bajaban y las volvían a subir) y la bondad adquiere sentido porque nos lleva a entregarnos a los demás (las manos hacia delante en gesto de ofrenda) y eso nos hace sentir en armonia con nosotros y con la vida (se balanceaban). Y repitieron los gestos ya en silencio a los que nos unimos todos los alli presentes. Lo transcribo de memoria y con mis limitaciones en la comprensión del menorquin, espero no haber traicionado el espiritu de aquello porque fue algo increiblemente hermoso que al menos a mi me conmovió profundamente.  Cinco monjas de clausura bailando en silencio como una oración sentida y vivida más alá de credos y religiones. Ésa es la fe/espiritualidad que yo puedo y quiero compartir.

Para acabar dejo aquí la que hubiera sido mi respuesta a la pregunta, que me rondó toda la noche. Sería algo así como «una buena persona es la que, pudiendo elegir, elige siempre amar».

Y ahora, poc a poc como dicen por aquí, toca regresar y comenzar.

Pepa

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