Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Vivencias

Escribir con lápiz en la agenda

Hoy es el primer día del verano que me siento al ordenador. Hace años que intento hacer vacaciones de verdad en verano. No siempre lo consigo porque a veces estoy metida en escribir algo o en algún proyecto. Pero cuando lo logro, eso incluye no encender esta ventana al mundo, aunque chequee el mail en el móvil y conteste lo urgente. Pero sentarme al ordenador para mí implica una consciencia en lo laboral incompatible con el descanso.

Pero hoy toca. Y ya que toca, me acerco a este mi/nuestro hogar para escribir.

El otro día hablaba con una amiga sobre estos tiempos extraños que nos está tocando vivir y no sólo por el coronavirus. Hay algo raro en el aire porque cualquier plan que hacemos, por pequeño que sea, acabamos teniendo que cambiarlo. Cosas pequeñas y no tanto. Así que ya hace un par de meses que decidí pasar a escribir en la agenda con lápiz. ¡Y me pareció tan simbólico! Mi amiga me dijo que tenía que escribir sobre ello y creo que tiene razón.

Este verano para mí está siendo diferente de una manera muy radical. Llevo siete meses sin viajar y si la vida me da permiso y se mantienen los viajes de este trimestre, para cuando haga el primero, llevaré nueve meses sin viajar. El otro día intentaba pensar cuándo fue la última vez en mi vida que estuve nueve meses sin viajar y me tuve que ir a 1990, nada más y nada menos. Desde que me fui a Madrid a estudiar la carrera, empecé a viajar de forma regular y ya no paré. Es, junto con la buena conversación, el cine y la literatura, mi vicio particular. No viajo sólo por trabajo, me apasiona viajar, me abre la mente y el alma. Me hace sentir en las «tripas» el privilegio de estar viva y conocer este mundo increíble y maravilloso que nos han regalado y que por desgracia estamos destruyendo. Conocer gentes, culturas, lugares tan diferentes a mí siempre lo he sentido como un privilegio. Me enseña quién soy. En realidad no quién soy sino quién decido ser. Viajando aprendes que nuestra forma de vivir no es ni la única ni la mejor, es sólo una de las posibles. Y aprendes que puedes elegir ésa o cualquier otra. Ésa es justo la riqueza. El privilegio, la riqueza no es tener dinero sino poder elegir. Elegir con consciencia dónde, cómo y con quién vivir. Un privilegio que millones de personas no tienen o por la falta de oportunidad que conlleva la injusticia e inequidad social o por sus propios miedos, heridas y temores interiores.

Así que estar sin viajar para mí es una pérdida. Lo es por todo eso y porque además, en mi caso, viajando puedo ver y abrazar a mucha de mi gente amada. Pero la vida me está haciendo reencontrarme con una vida sin movimiento ni viajes. Ni agenda.

Mi trabajo, mis viajes, mi hijo, mis amigos.. mi vida en general es posible gracias a las logísticas. Ya lo escribí hace mucho tiempo: para mí la maternidad es amor y logística. Sin cubrir la logística no hubiera podido criar a mi hijo como lo he hecho, sobre todo siendo madre sola. Tampoco hubiera podido vivir la vida que elegí vivir. La agenda nunca fue un peso para mí sino un medio que hacía posible esa vida. Nunca he tenido problemas en cambiar lo que hiciera falta y cuando hiciera falta, pero esa organización inicial me permitía poder elegir. Y sin embargo la vida me ha llevado a dejar de escribir a boli y pasar a escribir a lápiz en esa agenda. Y cada vez que lo hago aprendo a ser más humilde. La humildad de saber que por mucho que apunte, será lo que la vida decida. Que puedo elegir pero la vida siempre es más sabia y más contundente que yo. Recordar día tras día que no tengo el control. Al principio, allá por marzo, tachaba y volvía a escribir con boli, hasta que me encontré ingenua y un poco idiota y cambié el boli por el lápiz.

No se trata de no escribir. Porque si no escribo en la agenda parte de mi vida no es posible. Es así de sencillo. Los encuentros con las personas amadas, las logísticas de la crianza de mi hijo, la presencia en las fechas señaladas para quienes amo… ésa es la Pepa que quiero ser, que elijo ser. Se trata de hacerlo con humildad, con más respeto a la vida del que le he tenido hasta ahora (diría hemos tenido, pero hablaré en primera persona). Se trata de pedir permiso. Ese mantra que he incorporado a mi vida «si la vida me da permiso». Resituarse. Recordar lo pequeña e insignificante que soy, tanto como valiosa y preciada.

Toca aprender a fluir dentro de la corriente del mekong (the mekong always flows and flows in the same direction), en la corriente que la vida tenga preparada para mí. No la que yo deseaba, ni la que había planificado en la agenda, sino la que la vida ha marcado. Y ese fluir pasa por la humildad de apuntar en lápiz las cosas en la agenda y sonreirme cada vez que tengo que borrar algo, y apuntar las cosas casi como peticiones a la vida.

Y este verano, la vida me ha dejado aquí en la roqueta, en un privilegio de lugar que elegí para vivir justamente por eso, por l20200719_205119a maravilla que es. Y dejándome aquí, en la roqueta, he visto cosas de la isla y de sus gentes que no había visto en seis años, para bien y para mal. También ésa ha sido una lección de consciencia importante para mí. Mucho más de lo que pueda parecer en principio. Me ha colocado en una vida privilegiada, rodeada de gente que tratamos de ir viviendo con consciencia pero sin dejarnos bloquear por el miedo todo lo que está sucediendo. Reforzando aún más si cabe mi empeño en la red afectiva, su trascendencia.

Y la vida me ha colocado en un verano con mi hijo casi, casi a todas horas, otro aprendizaje contundente. Los planes que hicimos que suponían separarnos también se deshicieron o transformaron y pienso que quizá no me esté dando cuenta de que éste vaya a ser el último verano que pasemos juntos de verdad. Se ha hecho adolescente, Y está deseando volar. Y parte de la angustia para él y todos los adolescentes como él es que el covid 19 les impide volar, socializar, encontrarse, vivir los veranos de adolescente. Veremos lo que nos viene. Pero de momento la vida nos ha llevado a estar juntos casi sin excepción desde hace siete meses. Y eso me ha recordado esa imagen tan clara que escribe Tagore cuando habla sobre el matrimonio y lo describe como un templo cuyas columnas deben estar suficientemente juntas pero suficientemente separadas. Si se separan demasiado, el templo se cae, pero si se juntan demasiado también se cae. La distancia es necesaria en una relación sana, sea cual sea esa relación: pareja, familia, amigos, hijos.. tanto como la presencia. De hecho saber respetar esas distancias necesarias es parte de la presencia consciente. Aprender a encontrar ese equilibrio entre la presencia y la distancia es clave y aprender a ir transformándolo conforme ellos crecen y cambian sus necesidades, aunque no cambien las nuestras, es parte esencial de la labor como madres o padres. Dejarles ir.

Y la vida, como no podía ser de otra manera al estar tejida de amor, ha traido también estos meses muchas muertes a mi alrededor. La vida y la muerte son uno. Lo sé. Lo aprendí demasiado pronto, con la muerte de mi madre cuando tenía 20 años. El amor es lo único que vence a la muerte, pero el amor y la despedida van de la mano. Desde que todo esto empezó en marzo han muerto varias personas amadas de mi entorno, o gente amada de mi gente querida. De una u otra forma la muerte ha estado presente. Y no sólo por el covid, sino de otras formas, casi todas ellas inesperadas e imposibles de preveer. La muerte está escrita con tinta invisible en la agenda de nuestra vida. Que no podamos ver el día en que está apuntada no significa que no esté escrita. Y ésa sí que no puede borrarse. Otra lección de humildad. No soy yo la que escribo a boli, es la vida. Y la tinta de su boli ni se tacha ni se borra.

Así que aquí estoy. Aprendiendo a fluir. Aprendiendo humildad. Aprendiendo a confiar.

Abrazo de alma,

Pepa

 

Comentarios 4 comentarios que agradezco

Artículo «Descansar el alma»

Como me ha ocurrido ya otras veces, en este caso se me cruza lo profesional con lo personal. Así que voy a copiar aquí un artículo que se ha publicado estos días y que hemos difundido desde Espirales CI. Lo copio para quienes seguis este blog y no el de Espirales.

Copio el texto tal cual del blog del programa para el que lo he escrito, BBK Family. Ya elaboré para ellos unos videos que están teniendo mucho eco y que podéis ver aquí también. Es una de las iniciativas más interesantes que he acompañado en los últimos años, llevada además por profesionales con las que es un privilegio trabajar. El artículo es el siguiente:

Descansar el alma

El ser humano está construido para sobrevivir. Cuando llega la urgencia, el miedo, el dolor físico o el sufrimiento emocional, todo nuestro ser se activa para encontrar la forma más rápida y menos dañina de sobrevivir. A veces lo que es más rápido e indoloro en ese momento resulta más dañino a largo plazo. Pero eso no lo sabemos entonces. Al menos no siempre.

Durante todos estos meses, aquellos que hemos tenido la fortuna, hemos podido sobrevivir. O no enfermamos, o enfermamos y nos curamos. Nos quedamos en casa esperando a que todo pasara, a que el peligro cesara. Elegimos ser responsables y ser generosos. Y lo elegimos a costa de un sufrimiento emocional muy grande. A veces ese sufrimiento lo hicimos consciente, otras no.

Por eso ahora nos sentimos tan raros. Tenemos la sensación de que el peligro empieza a remitir, pero nuestro cuerpo, que sigue activado en la supervivencia, aún no duerme profundo ni respira tranquilo. Una parte de nuestros pensamientos siguen centrados en el virus, las mascarillas, las personas por la calle o lavarnos las manos. Y los pensamientos obsesivos generan una necesidad de control y un pensamiento paranoide que necesita imperiosamente buscar un culpable (o varios) de lo que ha pasado. Y nuestras emociones siguen subiendo y bajando. Nuestros hijos e hijas tienen miedo a salir a la calle, nosotros mismos nos sentimos raros sin esas cuatro paredes, nos seguimos enfadando fácilmente o de repente tenemos ganas de llorar y no sabemos por qué. Dicen que el virus empieza a remitir, pero nuestra alma no se lo acaba de creer.

Por eso necesitamos descansar. Necesitamos aire, agua y sol. Porque el sol es esencial para mantener la energía interna, el agua favorece nuestra conexión corporal y el aire y el movimiento ayudan a nuestra regulación emocional, especialmente de la rabia. La naturaleza permite al ser humano reconectar corporal y emocionalmente. ¡Si hasta sabemos que abrazar a los árboles nos hace estar más sanos!

Necesitamos dormir. Pero dormir profundo. Que el insomnio disminuya y remitan esos sueños que han estado tan cargados emocionalmente. No han sido necesariamente pesadillas, pero estos meses la gente recordaba mucho más lo que soñaba. Porque tenía mucho más que soñar. Soñar nos permite integrar lo que vivimos, y teníamos demasiadas vivencias por colocar como en un puzzle que no encajaba.

Necesitamos parar. Cuando el ser humano quiere sobrevivir, tiende a desconectar emocionalmente. Es lo que llamamos disociación. Cortamos el acceso a una parte de nuestro procesamiento interno, el corporal y emocional, para centrar los recursos en sobrevivir. Y para lograr no conectar, lo mejor es correr. Por eso a veces corremos tanto. Sin embargo, el confinamiento nos obligó a parar. Y mucha gente se puso a llenar de actividades el tiempo porque pararse a sentir le daba miedo, le generaba angustia. Incluso encerrados somos capaces de “correr”. Pero para recuperar el equilibrio interno necesitamos frenar, parar y reconectar. Si no somos capaces de meditar o de hacer relajación, que muchos no lo seremos, entonces caminemos tranquilamente, tomemos un café sentados, en vez de en pie, sentémonos en un lugar bonito y veamos pasar el tiempo.

Necesitamos llorar. En este tiempo hemos perdido mucho más de lo que imaginamos. No sólo hemos perdido personas que amábamos, sino muchas cosas propias de nuestra forma de vivir. Hemos perdido poder abrazarnos sin miedo, poder hablar sin sentirnos posicionados en miles de debates polarizados por el miedo. Hemos perdido la sensación de invulnerabilidad, que era dañina y falsa, pero nos encantaba. Ahora nos sabemos frágiles, a la intemperie y muy, muy vulnerables. Por eso nos cuesta llorar, porque al hacerlo sentimos angustia. Y la tristeza sólo acaba siendo un problema cuando se une al miedo. Llorar el dolor sin angustia, sólo dejándolo salir, también hace que nuestra alma descanse.

Necesitamos construir tribu. Porque de ésta o salimos juntos o no salimos. Hay muchas familias que no podrán hacer nada de todo esto que escribo porque la urgencia de su situación, las condiciones en las que han quedado, les exigirán seguir sobreviviendo. Porque para ellos la pesadilla no ha pasado. Y si algo nos ha enseñado este virus es que somos todos uno. Tendremos que aprender que si esas familias no logran vivir, nosotros tampoco podremos. Pero esto sería tema para otro artículo.

Nos espera un otoño muy difícil. Así que es momento de poner consciencia en este descanso del alma. Éste es un verano necesario. No nos lo saltemos. Y no tratemos de hacer como si el virus no hubiera pasado. Ha sucedido. Por eso, cuando hayamos descansado, nos hayamos bañado en el mar un par de veces o hayamos paseado bosques hermosos unos días seguidos, cuando hayamos reído de nuevo con nuestras familias… entonces, con el alma descansada, llegará el momento de tomar decisiones, de buscar una forma personal y consciente de vivir lo que viene. Pero no las tomemos antes de haber descansado, porque si las tomamos agotados y angustiados, es muy probable que acaben siendo decisiones erróneas.»

Un abrazo grande,

Pepa

 

Comentarios 4 comentarios que agradezco

Mis certezas para el «después» del covid 19

Hacía años que no vivía un tiempo de tanta intensidad emocional como han sido estos meses. El nivel de demanda emocional, también laboral, que he sostenido ha habido pocas veces en mi vida que lo hayan igualado. Por suerte en parte vi, en parte me hicieron ver que me estaba agotando y tomé medidas. Y ahora que he podido descansar y voy reconectándome de nuevo conmigo, con mi hijo y con la vida en general, quiero escribir algunas certezas que me han llegado en este tiempo. Por si pueden servir, en la linea de lo que siempre he hecho en este blog. Aquí van:

1. Por mucho que nos empeñemos en hacer como que no ha pasado, en tratar de pensar que ha sido un mal sueño y volver a lo que había, no va a funcionar. Algo profundo ha cambiado, y aún andamos muy ciegos y asustados para ver su magnitud. En realidad la vida es así: volver es sencillamente imposible. La vida es más grande y más fuerte que nosotros, y nos pide, como dije en mi última entrada, transformarnos para seguir. Y seguimos siendo tan necios como para pensar que podemos controlar la vida: el nacimiento, la muerte, el amor, la enfermedad, la naturaleza…todo lo importante y nuclear es intemperie.

2. Aprendí hace muchos años que confiar es la clave de la seguridad. «Aprender a confiar en la vida incluso cuando la vida hace daño» un verso de Llach (y creedme que lo digo con conocimiento de causa personal y laboral) es una de las claves de la salud mental y del crecimiento. Ante lo que nos espera tenemos dos opciones: confiar y dejarnos o enfermar de miedo. Cada uno tendrá que elegir. Y es una elección que se plasmará en miles de pequeños detalles cotidianos. Detalles que son personales e intrasnferibles. Se trata de elegir cómo vivir. Siempre fue así pero ahora es un poco más si cabe.

3. Hay dos cambios que siento que la vida nos pide para lo que está por venir. El primero es cambiar el concepto de familia por el de tribu. Necesitamos una tribu. Y la necesitamos cercana, firme, presente, real. Una tribu de amor que cuide a nuestros hijos pase lo que pase, a nuestros mayores, a nosotros mismos si enfermamos. Una tribu que aumente las probabilidades de estar acompañados. Si seguimos criando y viviendo de puertas adentro, no funcionará. La familia nuclear no es suficiente. No ahora, no para lo que viene.

La tribu y la comunidad son realidades que se han perdido en occidente, no así en otros lugares del mundo. Y es nuestra gran pérdida como sociedades sin duda. Son tres elementos que juegan a entrelazarse: el individuo, la comunidad y el sistema. Hay lugares del mundo en que los sistemas no existen o son muy débiles como muchos países del continente africano, y el ser humano sobrevive por la tribu. Lugares del mundo donde el sistema y la comunidad imponen su ley y el individuo apenas tiene voz por sí mismo para decidir sobre su vida, como ocurre en muchos lugares en los que he trabajado en Asia. Y en Europa el inviduo le pide al sistema que solucione sus problemas. Como individuos nos expresamos, nos quejamos, demandamos al sistema soluciones. Pero la comunidad, la tribu es débil, cuando no inexistente.

Los movimientos comunitarios y pequeños son el cambio en el que, después de todos estos años, mantengo mi confianza. Porque lo he visto, he visto mil veces los cambios que generan y merecen la pena. Al mismo tiempo, los datos que veo del mundo me refuerzan una vez más mi poca fe en el cambio global. Veo muy pocos datos del sistema global que me hagan confiar en el cambio y la mejora después del covid 19, más bien todo lo contrario. Pero procuro no olvidar que el ser humano es capaz de cambiar lo pequeño y desde ahí generar revoluciones. No sé si lo haremos, pero sé que capaces somos.

Pero cuando hablo de la tribu, no sólo la menciono por su posibilidad de cambio social real, sino porque será el sosten emocional de las personas, de todos nosotros en lo que está por venir. Insisto y no me cansaré: no es suficiente con la familia. Nos equivocamos si creemos que podremos sobrevivir solos en familia.

4. El otro gran cambio que se nos pide es el de la permanencia a la provisionalidad. Esto fue de las primeras cosas que escribí en el uno de los primeros post filosófico de estos meses, pero sigo pensando mucho en ello. Aprender a vivir en un mundo que sea provisional, en el que pueda haber cambios constantes, continuos y no deseados. Cambiar de casa, de ciudad, de trabajo.. una educación diferente, una vida diferente..enseñar a nuestros hijos e hijas a no permanecer cuando nos han educado para encontrar un lugar en el mundo donde permanecer justamente, cuanto más cercano a nuestros orígenes y familia mejor. Creo que por ahí tenemos un gran trabajo pendiente por delante. Y generar estructuras que puedan moverse de sitio, sistemas que puedan cambiar y adaptarse fácilmente, no sólo laborales, sino de convivencia y de gestión de los espacios. Creo que es un reto para nuestros esquemas mentales, seguro lo es para los míos.

5. Sé que el ser humano en las situaciones extremas es capaz de lo mejor y de lo peor. El covid 19 no está siendo una excepción. El miedo enfada a la gente, la angustia necesita encontrar culpables. En cierto modo la confrontación nos mantiene ocupados y nos ayuda a gestionar el miedo. Pero por el camino mostramos nuestro peor rostro y a menudo abandonamos a los más vulnerables. Poder mirar ese espejo del ser humano, el mío propio, el de quienes amo o el de la sociedad en general va a ser prioritario a corto plazo. Porque no sé si a largo plazo aprenderemos, mejoraremos, nos transformaremos para volver a ocupar el lugar que nos corresponde en la tierra, un lugar humilde y agradecido, que perdimos hace tiempo por engreídos y asustados. Pero sé que a corto plazo eso no va a pasar. Así que sé que nos esperan desiertos. Atraversarlos será parte del crecimiento. No me da miedo, porque sé que es así. Es parte de la esencia del ser humano, somos capaces de cosas increíbles y bellísimas, pero también de una crueldad inimaginable y de mucha estupidez. Si tomo la vida, y al ser humano como parte de ella, la tomo en su totalidad. Por eso no tengo miedo, pero no me engaño.

6. Y la última, pero más importante certeza: me toca tocar mi melodía el tiempo que me sea regalado. No lo podré decidir, siempre lo supe, ahora lo he recordado con claridad: no decido. La vida es más sabia que nosotros. Nos va colocando en nuestro sitio. No sé cuál será el límite que forcemos como especie desde nuestra ceguera y nuestro engreimiento. Y no sé cuál será mi papel en todo ello. Pero sí sé que puedo elegir una forma de vivirlo, y voy a poner todo mi ser y mi consciencia en intentar hacerlo.

Un abrazo inmenso,

Pepa

 

 

 

Comentarios 4 comentarios que agradezco

Transformarnos

Estas dos últimas semanas han sido especialmente duras para mí. He pasado estos meses de confinamiento sosteniendo mucho y no me arrepiento de haberlo hecho, pero en algún momento me fallaron las fuerzas. Y cuando las fuerzas fallan, el dolor y el miedo parece que se apoderan de mí. Nos pasa a todos, pero estos días he sentido que no llegaba, que no podía con todo.

No es la primera vez que me sucede en la vida, pero quizá ha sido una de las más conscientes. Como también lo ha sido mi opción por no ocultarme, por no disimularlo. Me he mostrado triste, silenciosa, agotada. En realidad, sigo en ello, pero poco a poco ya voy recuperando fuerzas. Y al mostrarme, he recibido el amor y la comprensión que necesitaba para sostenerme.

Y, también como otros momentos de mi vida, lo profesional y lo personal se me han entrecruzado. Me ha tocado hablar mucho en supervisión de cómo el miedo puede volverse pánico y ese pánico hacer que la gente saque a borbotones dolores muy antiguos, dolores que parecen superados e integrados. Les ocurre a los niños, niñas y adolescentes con historia de trauma, nos ocurre a los adultos que seguimos guardando dentro nuestro niño o niña con su historia de trauma.

Como persona y como profesional me costó mucho tiempo comprender que integrar no significa olvidar, y que la memoria corporal del dolor sigue ahí y puede reabrirse en varios momentos de nuestra vida, sobre todo aquellos en los que estamos agotados y asustados.

Cuando miro y leo a mi alrededor pienso en toda nuestra memoria corporal colectiva, la que tiene nuestro país, nuestra sociedad. Muchos dolores ya nombrados y trabajados y otros muchos ocultos y no nombrados, que ni siquiera tuvieron oportunidad de ser integrados. Y el dolor vuelve a borbotones, con crueldad, con brutalidad y cada vez más polarizado. Porque el pánico no deja lugar al encuentro, a respirar, al tiempo, a la conexión..

Y esa sensación extraña de revisitar mi pasado, el de mi hijo, el de nuestra red de amor, el de nuestra sociedad. Saber que ya no estás allí y sin embargo por momentos perder la perspectiva y sentirte inundada, como si hubieras vuelto a aquellos momentos. ¡Qué dificil es no perder la perspectiva en esos momentos! Como he repetido sin cesar a nivel profesional también, tratar justo en esos momentos de no patologizar el sufrimiento. Poder sostener lo que ves y lo que vives como manifestación extraordinaria de una situación extraordinaria, no como patología ni enfermedad.

Y en ese sentido me doy cuenta de que mucha gente intenta volver atrás de forma desesperada. Quiere hacer como si todo esto no hubiera pasado. Volver a la vida que tenía antes. Quiere pensar que todo esto es un mal sueño y pasará. Pero no es así. Estamos asustados y queremos volver al refugio de nuestras certezas. Pero la vida nos está planteando un escenario incierto donde nadie sabe bien cómo manejarse. Hoy mismo he ido al mar con mi hijo por primer día y aunque nos hemos bañado, él decía «mami, sé que estamos saliendo ya y viendo a nuestros amigos, pero yo me sigo sintiendo en confinamiento, es como si las cosas no fueran reales«. Hablaba de volver a su colegio, de tomar los bocatas de media mañana, de reírse con sus amigos en la puerta, de volver en el autobús. Hablaba de una vida que ya no existe, y que al menos durante un tiempo largo e indeterminado no va a existir.

Y miro las decisiones que se van tomando y me doy cuenta de que tratan de dar soluciones manteniendo las mismas estructuras que existían. Y no va a funcionar. Todas las discusiones que está habiendo sobre la educación, sobre la distancia física, la reducción de grupos, los horarios de los coles y los patios marcados con tiza parte de la misma idea: mantener la misma estructura y adaptarnos hasta que llegue la vacuna y podamos hacer como que no pasó, y volver atrás. Pero no va a funcionar.

La vida nos pide transformarnos, cambiar las estructuras y, al menos de momento, no estamos dispuestos a hacerlo. Así que…

En este tiempo hemos dado un valor diferente a muchas cosas de las que ya he hablado. Por ejemplo, los abrazos y el calor humano. Qué paradoja leer el otro día en un titular: «¿Cómo es posible pensar en dar clase sin abrazar?» cuando yo llevo años trabajando para convencer a maestros y maestras, a educadores y educadoras que abrazar es parte de su labor profesional, que la calidez afectiva es garantía de desarrollo pleno y aprendizaje para los niños y niñas. Ahora parece imposible prescindir de algo que quizá habíamos olvidado de tanto darlo por obvio o de tanto alejarnos o disociarnos emocionalmente en el trabajo.

Todo el debate que ha surgido sobre el valor de la escuela como garante de la equidad y de la integración social más allá del curriculum o el aprendizaje cogntivo. Visibilizar el precio social de haber sacrificado y politizado la educación. De la sanidad ya ni hablo, de lo dolorosamente patente que ha quedado cómo la falta de inversión en una sanidad potente nos ha llevado a la necesidad de medidas drásticas para no colapsar el sistema sanitario y que pudiera atender a la gente. Y la cultura, cómo nos ha mantenido cuerdos. Las canciones, la poesía, la lectura, el cine y la tele..refugios para nuestras almas confinadas que hemos de defender y proteger más que nunca.

Y sin embargo, cuando buscamos soluciones, lo hacemos asustados. Buscamos culpables desde el miedo que agudiza el pensamiento paranoide. Buscamos reforzar las estructuras previas, desde el miedo y la necesidad de olvidar lo sucedido y hacer como que no ha pasado. Buscamos la intensidad emocional en forma de conductas insconscientes, cuando no de riesgo, que nos despierten del letargo emocional al que un confinamiento muy largo nos ha llevado.

No sé si seremos capaces de transformarnos. Sé que si no lo hacemos, la vida hablará de nuevo. Y la vida, cuando habla, es bella pero también es cruel, como lo es la naturaleza en sí misma. Y sé también que toca encontrar una forma personal y consciente de situarse en todo esto, porque no queda otra. Decidir, como escribí hace unas semanas, cómo vivir la permanencia que nos sea regalada.

El mar y la presencia física, corporal, real de mis seres queridos más allá de la pantalla me han recordado hasta qué punto necesito alimentar mi memoria corporal positiva para no perder el norte, para no quedarme sin fuerzas, para encontrar mi propia de vivir y transformarme.

Un abrazo inmenso,

Pepa

 

Comentarios 5 comentarios que agradezco

El «después»

Siempre me impresiona ver cómo los seres humanos con historias, situaciones y caracteres tan diversos podemos vivir de forma tan similar las experiencias humanas radicales. No ocurre con las intrascendentes o con las pequeñas, pero sí con las radicales. Solemos decir que hay muchos modos de vivir el dolor, el amor, la muerte o la enfermedad. Sin embargo, conforme pasan los años, yo tengo cada vez más la sensación de que existen unos mimbres comunes al psiquismo humano que hacen confluir las vivencias cuando son radicales. Confluir, eso sí, siempre de forma polarizada, en lo bueno y en lo malo, sacando lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Me está ocurriendo con todo lo que nos está pasando. La primera semana toda la gente con la que conversaba andaba con cierto aire de irrealidad. O bien irrealidad por el dolor abrumador que le estaba llegando y que le tenía noqueado, o bien irrealidad por centrarse en esa parte luminosa que esta experiencia nos ha traido también, pero obviando el dolor y la intemperie. La segunda semana fue más confusa, pero la tercera sin dudarlo llegó la carga de profundidad. Muchas personas a mi alrededor entraron en crisis. En unos casos por el dolor vivido en situaciones tan surrealistas, tan inimaginables hasta ahora que se quedaban sin recursos para afrontarlo. En otros casos porque el confinamiento, la falta de libertad y la dimensión global de lo que está sucediendo les llegaba incluso a sus espacios protegidos y les empezaba a pasar factura. Me pareció un proceso similar a cuando vas de viaje o de vacaciones, las primeras dos semanas suelen ser de vivencias pero sigues muy activado mentalmente bien al trabajo del que no has desconectado, bien a la vivencia y descubrimiento del viaje. Es normalmente en la tercera semana cuando si estás de viaje, empiezas a añorar y si estás de vacaciones, a descansar.

Y luego llegó la cuarta. Y ahora la quinta. Y en la cuarta apareció el «después» tímidamente. En la quinta ya aparece casi constante en las conversaciones. ¿Cómo afrontar el «después»?

Y yo no paro de recordar algo que he aprendido en mis viajes por el mundo. Lo aprendí especialmente en Centroamérica. Allí muchas veces conversaba con las asociaciones, entidades e instituciones con las que trabajé que me sorprendía la escasez de inversión en infraestructuras para territorios tan pequeños e incluso en zonas de niveles económicos más elevados. También pasaba en la vida personal, veía cómo la gente invertía mucho en viajar, en educación, pero no tanto en sus casas. Hablo, claro, de un nivel económico medio. Al hablarlo en diversos países las explicaciones coincidían. Ellos decían: «¿Para qué vamos a invertir en cosas que se van a destruir? Cuando no es un terremoto, es un huracán y si no un maremoto». Es una región acostumbrada a la fragilidad. Cada cierto tiempo la naturaleza llega a impone su presencia. Siempre me impresiona en las casas de mis amigos de algunos países de esa región ver las bolsas que hay junto a las puertas. Son unas bolsas pequeñas que tienen listas para cuando estalle un terremoto tenerlas a mano para salir: una muda de ropa, la documentación, algunas medicinas, un par de fotos.. poco más. En la puerta de la entrada de la casa. En general, en Latinomérica y el Caribe y en Africa la gente vive muchísimo más conectada a la naturaleza, para venerarla, para temerla o para expoliarla..pero conectados. No ocurre lo mismo aquí en Europa.

Pero hay un concepto que aprendí entonces y esta semana ha vuelto a mí una y otra vez: ligereza. Cuando pienso en el después, intento centrarme en cómo vivir la vida yo, cómo hacerlo con mi hijo. No quiero pensar tanto en el cambio global, porque me surge la rabia, sino en mi cambio personal, en cómo gestar una vida más humilde y más sostenible, en qué cosas quiero cambiar, en cuáles son los parámetros en los que habré de aprender a vivir. Y qué podré ofrecerle a mi hijo. Y me surgen algunos parámetros que quiero compartir.

El primero es el cambio constante. Ya sé, ya sé que la vida es cambio. Aún recuerdo aquel aprendizaje de Asia: «The Mekong always flows and flows in the same direction», hagas lo que hagas, el Mekong siempre fluye y fluye en la misma dirección. Pero para mí se va imponiendo la sensación de que va a tocar aprender a vivir en un mundo que cambie constantemente, un mundo en el que la permanencia no sea posible. Un mundo en el que toque migrar porque una tierra se convierta en invivible, o porque desaparezca o porque esté tan contaminada que no sostenga la vida. Un mundo en el que toque cambiar de casa y de lugar y de trabajo y de… cambiar. Toca aprender a no permanecer. Nosotros, los humanos; yo, la primera, estamos tan aferrados a nuestros lugares, nuestras costumbres, nuestras tradiciones.. Nos toca en cierto sentido volver al origen del ser humano, cuando se movia donde era necesario para sobrevivir. Las grandes migraciones han sido una constante histórica, pero ahora los movimientos racistas y clasistas que están teniendo un auge increíble en Europa son justo para poder permanecer y no movernos de donde estamos, para que no nos «quiten» lo que nosotros construimos a partir de lo que quitamos a otros.

Y en ese cambio entra la ligereza. Soltar las cosas, las posesiones, las relaciones..soltar.  Este ejercicio que mucha gente propone estos días de intentar pensar en qué meterías en una maleta si fuera lo único que te pudieras llevar de tu vida tengo la sensación de que va más allá de una imagen, de que nos conviene pensarlo de verdad. Como las bolsas de entrada de casa de mis amigos.

Soltar hasta la vida, porque no sabemos a quién le llegará el virus, éste y los siguientes que vendrán. No sabemos a quién le tocará irse y a quien permanecer un poco más. Por supuesto hay factores estructurales y políticos. Permaneceremos más los que tengamos un sistema de sanidad público y sólido, los que invirtamos en investigación y sobre todo los que construyamos alianzas entre pueblos y naciones que posibiliten la supervivencia. Pero para eso… falta mucho, o quién sabe si llega.

Pienso en la vida de mi hijo, y siempre pensé que lo mejor que podía enseñarle era a saber adaptarse a los cambios. Dormir en cualquier sitio, comer cualquier cosa, abrir nuestra casa cuanto hiciera falta, adaptarse, viajar, conocer otras culturas, otras formas de vida…entender que no es posible comer en el mismo plato, en la misma mesa, la misma comida y a la misma hora. Pero ahora es más si cabe.

El segundo parámetro con el que habrá que aprender a vivir es el miedo global. Y el miedo lleva a la desigualdad, porque lleva a la parte más animal del ser humano, a su necesidad de supervivencia. Ya cuando escribí «Educando la alegría» lo hice porque estaba asustada de la cantidad de miedo que les estamos inculcando a los niños y niñas en la educación, el tiempo que pasamos hablandoles de la parte más horrible del mundo, de todo lo malo que podía pasarles. Les enseñábamos a no salirse del redil, a buscar la seguridad. Y ahora? Ahora eso se va a volver radical. Porque el miedo es estructural, es como si lo pudiéramos mascar. Estamos enfermos de miedo.

¿Cómo pelear contra esa enfermedad? ¿Cómo hacerlo yo y cómo enseñar a mi hijo a hacerlo? Enseñarle a confiar, a dejarse en las experiencias, a pensar más que nunca en que pueda gozar la vida. ¿Cómo amar y arriesgarse a amar a pesar del miedo? Porque para amar hace falta correr riesgos.

Pero el miedo es global, aquí no hay bandos que valgan, por mucho que a corto plazo se va a incrementar de un modo espeluznante la desigualdad social.  Al final todos somos uno. Y a medio plazo aprenderemos que la humanidad es una, una sola especie, una sola mente, una sola entidad.

Y hay un tercer parámetro que, sin embargo, en este caso no es nuevo para mí. Es un parámetro de vida en el que me toca reafirmarme: el encuentro humano. No sé qué ocurrirá, no sé cuanta permanencia me será regalada. Lo que sí sé es que, sea la que sea, la quiero vivir en tribu, en comunión, en espacios de encuentro. Si puedo tocarme, mejor, si no, con la mirada, o con la palabra, o con los hechos. Pero no quiero vivir sin mi gente amada y aún más allá, sin la posibilidad de seguir conociendo y encontrándome con gente nueva. Quiero conversar hasta el último aliento, o compartir silencios, o mirar los bosques pero hacerlo de la mano de otros seres humanos. No quiero sobrevivir a cualquier costa. Nunca lo quise. Ahora menos.

Estos días, hablando del después, me comentan cosas muy diversas. Por un lado que se habla de recuperar los mercados al aire libre, las estructuras pequeñas que son más inocuas, revisar el tema de los aires acondicionados. Pero por otro las empresas invirtiendo en grandes servidores que permitan trabajar en sucesivos confinamientos, incrementar la potencia de la red que es parte justamente del problema, pero que ahora mismo salva tanto y a tantos. Me hablaban de una vida más sencilla, más de campo. Pero por otro de una crisis económica imposible de dimensionar, y de la pérdida de avances sociales que parecían incuestionables. Me hablan de muchas cosas que son cambios estructurales, no son temporales. No sé cuántos de estos cambios se harán realidad.

Sólo sé que cuando visualizo qué haré el primer día que salga de casa lo tengo claro. Bajar a la cala de debajo de casa y meterme en el agua del mar con mi hijo. Sin más. Y honrar el privilegio de estar viva, de ser amada y amar, de estar aquí y ahora. Y, poco a poco, fluiré donde decida el mekong. Porque toca ser humilde de una vez por todas, reconocer que no controlamos, que hemos sido tan engreídos como para creernos más fuertes que la naturaleza y que la vida. Lo que me queda es aprender a vivir con estos nuevos parámetros que están por llegar. Y confieso que no sé si sabré adaptarme del todo. Confío en que mi hijo y los niños y niñas que amo sí lo sean.

Os abrazo largo,

Pepa

Comentarios 18 comentarios que agradezco

La intemperie

Quedarse a la intemperie. No yo, ni tú: todos. Sin lugar para guarecernos. Ni persona a la que abrazarse.

Toca aprender.

Aprender que somos todos uno. Que no hay otro refugio que el amor y el cuidado que nos una como especie. Porque no cabe salvarse solo. O nos salvamos todos o ninguno. La aceptación de que nuestros límites y fronteras son una quimera. O nos cuidamos todos o no funciona.

Aprender que somos caricia. La piel, la presencia… lleva dentro una parte de nuestra alma. Nos escuchamos por teléfono, incluso nos vemos las caras… pero olernos, sentirnos, tocarnos.. ése es un nivel de soledad que requiere salir a reconocerse en los balcones, hacerse presentes, hacerse reales. Para no olvidar nuestra piel. Y aceptar la paradoja de que el sacrificio de esa parte de nuestra alma, que es nuestra piel, es nuestro mayor acto de amor ahora mismo.

Aprender que a la seguridad no llegaremos por el control sino por la entrega. La aceptación de que no controlamos, de que apenas podemos poner puertas al aire. Toca hacer, pero aceptando que la vida es más fuerte que nosotros. Y que el sistema en el que vivimos, basado en la injusticia y con pies de barro, se cae a pedazos por un bichito. ¿Por qué? Porque era una mentira muy conveniente.

Aprender que en las situaciones límite el ser humano se revela como lo que es: capaz de lo mejor y de lo peor. Los blancos y negros que surgen en las situaciones extremas y que luego, cuando todo acaba, has de hacer un esfuerzo para volver al arco iris, a los matices, pero sin olvidar nunca lo que viste entonces. Son tiempos de blancos y negros. Estar o no estar. Salir o no salir. Eso lo aprendí con la muerte de mis padres y cuando me operaron con 29 años y no lo he olvidado. Y situación a situación que me toca afrontar me encuentro con lo mismo. Si tomo al ser humano, lo tomo completo, con la moneda de dos caras: su capacidad para hacer bien y su capacidad para hacer daño todo junto. Lo mejor y lo peor.

La pregunta sigue siendo si aprenderemos. Porque la vida lleva dándonos señales de alarma hace tiempo. Y cada vez habla más alto. Y más claro. Sólo que el ser humano nunca fue demasiado bueno en escuchar. Y para mí el mensaje que escucho es claro: somos insignificantes, pero valiosos. Como la vida en sí misma, como  cualquier otra especie… algo pequeño pero muy, muy hermoso.

Así que me quedo con la moneda completa, con la hermosura, la caricia y la quimera.

Os abrazo más que nunca.

Pepa

Comentarios 1 comentarios que agradezco

Vivencias

En mi vida hay una constante. Cada cierto tiempo me llegan regalos, algunos más inesperados, otros que podía intuir, pero que siempre me conmueven. Muchos de esos regalos me llegan de mi gente amada. A veces es un amanecer compartido, otras una frase o una caricia. Muchos se encarnan en el rostro y la sonrisa de mi hijo. Pero en mi caso tengo el privilegio de que muchos otros me llegan a través de mi trabajo.

Esos regalos sirven para adquirir la verdadera dimensión del camino, de cada paso, decisión a decisión, que he tomado en mi vida profesional. Creo en el valor de lo que hago. Lo vivo. Lo hago mío. Y, para bien y para mal, eso se nota. Por eso mi trabajo se vuelve vivencia. Y privilegio.

Llevo muchos años trabajando en el ámbito de protección infantil y el desarrollo afectivo de los niños, niñas y adolescentes. Tratando de promover redes, puentes y enlazando mundos. Mundos en los que el amor y el cuidado vayan de la mano, donde el amor no se dé por supuesto sino que se convierta en rutina cotidiana, mundos donde los límites tengan que ver con la seguridad y no con el miedo. He intentado siempre hacer comprensible lo difícil, hacer corporal y concreto lo abstracto, y sobre todo hacer visible el dolor y el amor invisibles. Todo eso es para mí mi trabajo. Y más.foro_educacion212

Pero no siempre me paro a pensar en el significado de lo que hago, en su relevancia. Tengo claro su sentido, y sigo adelante. Me llena, lo vivo. Con eso me basta. Hasta que llegan días como el del Congreso «Hablemos sobre educación» que se celebró aquí en Palma, en la que ya es mi roqueta, hace dos sábados. Lo organizaba una mujer increíble, Cristina, que se merece formar parte de esta entrada sólo por su capacidad de mover y remover, de ordenar e impulsar, de ver en el detalle pero sin perderse en él. Cristina hizo posible esa sala llena de 1700 personas, y esa luz, y esa energía que hubo allí.

Nunca había hablado para tanta gente. Al menos no siendo consciente de ello como lo fui ese día. Y hacía tiempo que no estaba tan nerviosa por una conferencia. Y no porque no tuviera claro lo que quería decir, sino por la consciencia de su significado. Hablé de las vivencias, de cómo educamos en lo que vivimos, no en lo que decimos ni en lo que hacemos. Y cómo lo que vivimos tiene más que ver con nosotros mismos que con nuestros hijos e hijas. Tiene que ver con nuestro cansancio o nuestro miedo, la capacidad que tengamos de poder cuidarnos, la integración que logremos de nuestra historia de vida y la red de apoyo que construyamos.

Pero para mí ese día estuvo lleno de vivencias de las que no se ven, pero que merecen relato aquí en este blog que es también mi hogar.

Les pedí a mis amigos que estuvieran, aunque no los pudiera ver entre tanta gente, pero sabía que estaban ahi. Miraba al escenario y pensaba en la cantidad de amor que había en esa sala. En las amistades tan increíbles que he construido en tan poco tiempo de vivir aquí. También en la gente que me sigue, que me lee, que ya me para por la calle para emocionarme. Esta isla, que es la suya, y es también ya mía, está llena de amor para mí. De amor y mar. Esa energía de amor no se veía pero era real. Flotaba en el aire de esa sala.

foro_educacion105 Luego, al acabar, nos fuimos a comer al mar. Y reímos, y pasamos calor, y simplemente celebramos. Porque tocaba celebrar, había mucho por celebrar.

Estaba nerviosa y se lo conté a mi hijo. La noche anterior a la conferencia la conversación había sido así:

 

¿Estás nerviosa, mami?

-Sí

-Pues te voy a decir cómo tienes que empezar y todo te irá bien. Primero dales las gracias, porque son mucha gente la que va a ir a verte, y merecen que les des las gracias. Y luego diles la verdad, diles que estás nerviosa, que nunca has hablado ante tanta gente y que estás nerviosa. Ellos te entenderán y a partir de ahí todo irá solo.»

Le hice caso. Ese fue mi comienzo. Hablábamos de educación, y de vivencias. Y de la capacidad de como madres, padres o educadores tenemos de mostrar nuestra vulnerabilidad, aceptar nuestros miedos sin perder por ello nuestro rol protector. ¡Qué mejor forma de empezar podría haber que reconociendo mis propios nervios!

foro_educacion130Pero hubo mucho más. La hora esperando detrás del escenario para salir. Los nervios, la profesionalidad increíble de quien gestionaba el auditorio. La vulnerabilidad de quien organizaba el acto. Y la certeza de haber logrado algo que no es común.

Recuerdo cuando llegué por la mañana, con una amiga, y la gente estaba ya esperando. Ese saludar sin detenerse, pero agradeciendo que estuvieran allí, todas y cada una de esas personas dieron sentido a ese día.

Hubo cuatro ponencias. Tuve el privilegio de compartir cartel con Toni Nadal, Mar Romera y el Juez Calatayud. En realidad fueron cinco ponencias, contando con la presentación genial que hizo Cristina, que fue en sí misma una ponencia, con aquella carta que escribió y leyó. Además hubo un par de mesas de experiencias y una actuación musical de una orquesta infantil. En las cinco ponencias se dieron visiones muy diferentes de lo que significa educar. En varias cosas contrapuestas. Hubo aplausos para todo el mundo, porque cada cual se quedará con lo que quiera. Porque ésa es la clave: cada uno de nosotros elegimos una forma de integrar las vivencias, y desde ahí crecemos, y lo hacemos lo mejor que podemos.

IMG-20190921-WA0011Y cuando acabé llegó corriendo mi hijo a abrazarme. Se había colado en la sala junto con uno de sus amigos del alma y les dio para escuchar un rato al último ponente solo y así pudimos conversar por la tarde con él y sus amigos sobre lo que habían escuchado. Para que supieran y entendieran por qué era bueno que disintieran de lo escuchado.

Hablé aquel día sobre vivencias. Ésta fue mi vivencia. Y me siento infinitamente agradecida por ella. Es uno de esos regalos que me recuerdan el camino recorrido y su sentido.

Gracias a todas las personas que llenásteis aquella sala. Gracias por cada aplauso, por cada sonrisa. Gracias a todas las personas que lo hicisteis posible. Y gracias, Cristina. Sé que seguirás.

Pepa

 

Comentarios 2 comentarios que agradezco

Murallas y refugios

Siempre hay puertas que se cierran, y una nunca sabe lo que sucede de puertas para dentro, salvo que te inviten a entrar. Y en cierto modo ni siquiera entonces. Llegas a intuir, llegas a percibir el aire que se respira, pero no formas parte de aquello.

Las puertas del alma. De cada corazón. De cada persona. Nuestra mente, nuestro corazón, nuestras tripas. Sentir que llegas a conocer a otra persona y darte cuenta de que apenas empezaste. Pero creo que ahí justo reside la maravilla. En el asombro constante, en cada nuevo descubrimiento, en ese cambio permanente. Como me enseñaron en mis viajes por Asia «the Mekong always flows and flows in the same direction», «El Mekong siempre fluye y lo hace siempre en la misma dirección». No hay permanencia, sólo cambio. Intentamos aferrarnos, pero no podemos parar la vida. Se trata de vivir, de surfear la ola, sea la que sea.

No hay certeza, sólo intuición. Como me dijo un amigo una vez «cuando creas conocer algo, deshaz la idea, porque será tan sólo una imagen limitada de su realidad». No cabe el aburrimiento si vives con consciencia porque el descubrimiento es constante. Y de vez en cuando, a menudo si tienes suerte, el honor y regalo de ser invitado a entrar en otra alma. Y entonces toca escuchar, callarse, quedarse quieta para percibir, sólo fluir. Fluir con el río interior. Y saberme una privilegiada por ello.

Las puertas de un vínculo. Sea cual sea. Esos códigos únicos que se crean, que sólo sirven en ese vínculo, que no se pueden repetir, que no vuelves a encontrar en otro lugar. Por eso cuando amas te transformas. No hay regreso. No hay sustitutos. La persona es única. El vínculo lo es. Y los demás intuyen, atisban y observan. Pero no pertenecen. Yo he pecado muchas veces de arrogante en mi vida al hablar de los vínculos de los demás, pero intento mejorar ;-). Cada vez miro más y hablo menos. Y eso que sigo hablando a veces demasiado.

collage fotos de joseLas puertas de un hogar. Lo que sucede dentro en realidad nadie lo cuenta. Cuando alguien te abre su hogar, te invita a comer, a dormir en su casa tienes la certeza de estar siendo invitado a su intimidad. ¡Qué privilegio!. Aunque sea de visita. De las mejores cosas de mi vida me han llegado entrando a los hogares de la gente que amo. La relación cambia, se coloca en otro lugar. Igual ocurre cuando viajas con alguien, que conoces cosas de esa persona que nunca vas a conocer de otra forma. Ese debería ser el orden en una pareja: viajar juntos, convivir, optar.

Cuando hay dolor, cuando las personas sufrimos, cualquiera de esas puertas se cierra. O más bien todas ellas. Y cuesta dejarlas abiertas. Cuesta permitir al otro entrar. Tenemos miedo. Y pedir ayuda nos cuesta muchísimo. A mí me cuesta dejar ver mi dolor primario cuando llega, siempre espero a recomponerme mínimamente. Pero la maternidad me enseñó a aceptar mi vulnerabilidad y a pedir ayuda mucho más y mucho antes. Al menos la mayor parte de las veces 😉 Así que también en eso mi hijo me hizo mejor persona. Pero es importante recordar que nuestros hijos presencian nuestros dolores, los viven, los conocen porque están dentro de esa puerta desde el primer momento.

Las puertas son un buen símbolo de la vida. Pueden protegernos o pueden aislarnos. Son murallas o son refugio. Yo este verano he tenido de ambos intensamente: murallas y refugios.

Abrazo inmenso, ya de vuelta,

Pepa

Pd. El collage son fotos que hizo mi hijo este verano, me ha dado su permiso para utilizarlas. Son las maravillas que ve cuando mira. Todas ellas se dieron dentro de varias puertas.

Comentarios 6 comentarios que agradezco

Dejarse

Estoy teniendo un fin de curso algo movido, por decirlo de una forma sutil. No malo pero sí intenso. Muy lleno de vida, de emergencias, de crisis pero también de hermosura y caricia. Estoy en uno de esos momentos en que me cuesta resumir o narrar algo que no me acabe pareciendo injusto por inexacto o limitado. Así que voy a hacer una de esas entradas caóticas que escribo algunas veces con enumeraciones de cosas sin un hilo aparente aunque quizá al final acabe teniéndolo.

Empecemos por una cena del otro día con dos amigos de alma. Les contaba como uno de los aprendizajes clave que ha traído la calva a mi vida es el dejarme. Dejar de controlar. Perder el orgullo. Perder la falsa sensación de omnipotencia. Decíamos que cuando afrontamos la enfermedad o como en mi caso la calva que no conlleva enfermedad pero sí vulnerabilidad, intentamos controlar. Controlamos creyendo que los medicamentos nos van a curar, que si seguimos tratamientos el pelo volverá. Pero no vuelve. Controlé y controlamos en el otro extremo creyendo que la actitud o la consciencia curan. Pero el pelo no vuelve tampoco. Algunos creerán que porque no he hecho el camino. Otros que algunas calvas no tienen cura. Yo creo, y lo creo cada vez con más claridad, que el pelo volverá cuando deje de creerme capaz de curarme por una u otra via. Cuando entienda que yo no lo controlo, que mi cuerpo sigue su proceso y su ritmo. Quizá el pelo vuelva, quizá no. Quizá lo haga mañana o ya lo esté haciendo hoy. No lo sé. La única verdad que tengo ahora mismo es que yo no lo controlo. Que la enfermedad, la vulnerabilidad, el miedo nos afronta al misterio. Recuerdo una conversación de alma con un amigo al que adoro cuya mujer se salvó de un derrame cerebral masivo y él no paraba de preguntarse: por qué nosotros sí y los de la cama de al lado no? Qué tenemos nosotros? No hay explicación. No hay respuesta. Sólo misterio. Quizá esto trate vivir: de dejarse, de confiar. Y por el camino quizá vayamos comprendiendo. En ello estoy. Calva o no calva, estoy en vivir. Y dejarme.

Este fin de semana pasado estuvimos en El Hierro. Fuimos para cumplir un sueño que tuve de niña. Vi un reportaje en El Pais Semanal que aún conservo sobre el que entonces decían era el hotel más pequeño del mundo.

20190601_084156_HDR

Cuando vi aquellas fotos pensé que era un lugar hermosísimo y que yo quería dormir allí al menos una vez. 32 años después dormimos allí mi hijo, una amiga y yo. Os dejo un par de fotos.

20190601_205945

Y de nuevo me dio que pensar. Un lugar mágico. El sentido de esa frase de un poeta que le encanta a una amiga «hay que soñar, y soñar intensamente». De las que te dejan muda. Pero esa misma belleza tenía otra lectura. Ir a el Hierro me pareció un poco como ir al fin del mundo. De hecho hay un faro allí al que llaman así. La soledad de esa montaña en medio del océano (qué distinto es el océano de nuestra mar!), la claustrofobia de la que hablan que se puede sentir en las islas y que yo en Mallorca nunca he sentido pero allí palpé desde el principio. Cómo el peque fue acumulando tensión, igual que yo, conforme pasaban las horas pero al mismo tiempo gozó (igual que yo) pescó (eso sólo él ;-)) y nadó. De nuevo me reafirmo en que la vida tiene varios registros y todos suceden al mismo tiempo. La cuestión es de cuantos de esos registros nos enteramos.

Este mes ha sido el de las islas porque también me escapé a Formentera.  Mi primera escapada de placer en años. Sólo por mi. Sólo para mí. Compartido con una amiga del alma en parte y con mi mar sola en otro. Apoyando a unas mujeres valientes que son de las que permanecen en la isla en invierno intentando iluminarla más.

Y hoy he comido a las afueras de Bilbao en un remanso de belleza con dos personas luminosas que han llegado a mi vida para quedarse. Y ahora me he tomado un vino en Vitoria con una de esas personas de corazón abierto y camino compartido.

Y en este relato caótico aún me llega el eco de las risas de la celebración de cumpleaños de alguien al que sólo me nace abrazar una y otra vez. Rodeada de amor, del venido de Madrid ese finde, del venido de Madrid a ser isleño adoptivo como yo y del amor que nos dio un hogar en la roqueta. Amor a raudales que generó risa incontenible. Suficiente para que José entrara, nos mirara divertido y nos dijera «estáis locos». El buen amor hace reir. El sentido del humor genera vinculo. Esa es otra de mis certezas.

Y los días con mi hermana y su amiga, disfrutando de conversaciones de alma. Y la travesía por la traomontana que hizo José para cerrar primaria. Una oportunidad única, otra más, que le ha dado este colegio. También en eso andamos. En la despedida. El año que viene toca nuevo comienzo. Y lo emprendemos con paz y un profundo agradecimiento. Pero también con la certeza de que es el momento.

Y José y su vida social, que es casi casi como la mía. Y el gozo que me da que sea así. Y niños a los que quiero y cuido cuanto puedo. Y la consciencia de estar. Estar ahí.

Y un informe importante acabado. Ya lo soltamos. Ojalá sirva, ojalá lo lean y comprendan lo que significa. Pero eso ya no está en mis manos. En las nuestras estaba sólo escribirlo. Y hacerlo bien. Ahora toca soltarlo. Es descanso y oportunidad.

Y un libro nuevo y diferente en ciernes. Y acompañar la emoción de otro libro escrito por tres profesionales increíbles. El aprendizaje genial de haberles ayudado a darle forma.

Y los reencuentros. Un mensaje despues de tres años. Una cena después de catorce. Y una tarde de conversación en la que por fin pude abrazar a quien me abraza siempre el alma con lo que escribe.

Y podría seguir… Porque hay mucha vida..y poc a poc voy aprendiendo a dejarme. Aunque siga viajando. O precisamente por eso!

Gracias por seguir leyéndome a pesar de mis intermitencias.

Os abrazo,

Pepa

 

 

 

Comentarios 5 comentarios que agradezco

Mi oración

Hoy mis ángeles han vuelto a hacerse presentes. No es que no lo estén siempre, que lo están, así los siento. Pero hace mucho tiempo que aprendí que sólo se hacen «notar» cuando me hacen mucha falta. Y lo que me ha sucedido hoy merece relato.

Resulta que mi hijo cambia de cole el año que viene y estas fechas toca solicitar plaza para secundaria. De nuevo ha tocado las visitas de puertas abiertas, la documentación, los plazos y demás. Yo tenía todo organizado y apuntado en la agenda, y de hecho hoy hemos ido juntos a gestionar el único papel que nos hacía falta y no teníamos, pero con mucho tiempo porque en la documentación yo había leído que el plazo era en mayo, del 13 al 17.

Pues hoy iba en el coche a llevar a una amiguita de José a su casa y luego al estreno de una peli con una amiga, cuando de repente en mitad de una calle, sin más, me ha llegado una sensación de angustia total acompañada de un pensamiento «Pepa, es en abril, no en mayo». Yo iba conduciendo y he pensado «qué tontería, tranquila, lo tienes controlado y apuntado todo». Aún así en un semáforo he sacado la agenda del bolso y he comprobado las fechas que tenía apuntadas y ahi estaban, en mayo. Pero la angustia ha seguido. Así que al dejar a A. en su casa, en el coche mismo he abierto internet y he entrado en la página de escolarización y el plazo real era del 15 al 17 de abril. A continuación, con un nudo increíble en el estómago he mirado el calendario para cerciorarme del día que era hoy y cuando he comprobado que mañana es 17 y que llego a tiempo el último día, he empezado a llorar.

No es que lo apuntara mal, es que hay dos procesos diferentes, y a José le toca el primero, el de abril, no el de mayo. Yo tenía las fechas bien apuntadas pero del proceso equivocado.

Y no lloraba por mi error, lloraba de emoción, de vértigo, de caricia…estos son mis ángeles y ésta es mi fe. La vida me ha puesto pruebas difíciles a lo largo del camino, pero si ha habido una constante en mi vida es que siempre me ha dado aquello que necesitaba para afrontar cada cosa que llegaba. De maneras increíbles algunas veces y lógicas otras, pero nunca me ha dejado caer. Me ha ocurrido con las cosas grandes, y con las pequeñas pero importantes como la de hoy.

Y desde que mis padres murieron, esa presencia, esa luz se hace presente en mis «tripas», en certezas, en sensaciones que me invaden y me llegan. Yo no sabía lo de los dos procesos, ni siquiera había mirado la web, leí el tríptico de una de las visitas de puertas abiertas donde iba la documentación, los criterios y el calendario, sin pensar que pudieran existir dos procesos con dos calendarios distintos. No era algo que yo pudiera recordar, porque no lo sabía.

Así que mañana iré a echar la solicitud con el corazón conmovido. Y con la certeza de que José será feliz en el cole nuevo. Y aquí va mi oración: gracias mamá, gracias papá, gracias tía, gracias padrino. Gracias por no dejarme caer. Ni a mí, ni a José. Os quiero. Vosotros (y la red de amor que nos sostiene a este lado de la vida) sois mi fe.

Pepa

Comentarios 2 comentarios que agradezco