Pepa Horno Goicoechea

Pepa Horno Goicoechea

Cuentos

La isla de las hadas

Erase una vez…

Erase una vez un niño que vivía junto al mar. Cada mañana bajaba desnudo a la playa, mientras su madre le decía: «¡No corras tanto, no vayan a enredarse tus alas!»

Porque aquél niño era un niño de corazón alado. Él lo sabía hace tiempo, porque el corazón de su madre era así y él se veía en los ojos de ella cuando lo miraba. Así que un día se lo preguntó:

– Mamá, mi corazón también es alado, verdad?
– Pues claro, cariño, por eso somos mamá e hijo de corazón.

Así que cada día el niño bajaba a la playa, al tiempo que le contestaba «ssiiiiii, mamá» sin hacerle mucho caso. Y corría por la playa, se tiraba en la arena, entraba y salía del mar, retándole y jugando. Y cuando ya no quería más, volvía corriendo y su madre ya le esperaba con su toalla abierta, gigante, para envolverle en su calor. Y él apoyaba su cabeza en el pecho de ella que tanto le gustaba, porque le gustaba escuchar su corazón. Latía con el mismo ruido que hacen las alas al moverse: sssssshhhh, sssshhhhh.

El niño se preguntaba cómo sería volar. Porque él siempre quiso volar, desde antes de que pudiera recordarlo. Y sabía que con su corazón alado, algún día lo conseguiría. Mientras tanto se conformaba con escuchar el ruido de las alas del de su mamá, mezclado con las olas del mar.

Y así pasaban los días, lentos, plácidos, llenos de ese gozo que sólo el amor te lleva a paladear.

Hasta que un día…

Un día que amaneció luminoso, y bajaba hacia la playa, algo llamó su atención. Algo en el horizonte. No era un barco. Su tía le había enseñado a distinguir los barcos de vela y los de motor, y no era ninguno de aquellos. Tampoco era una ballena. Él adoraba los animales, y podría reconocer el chorro que la respiración de las ballenas provocaba a millas de distancia, como pasaba con los rugidos de un león, que se pueden oír a kilómetros. Y era demasiado grande aquello como para ser cualquier otro pez, medusa, pingüino o cangrejo. Allí estaba, majestuosa, en el horizonte.

Así que el niño se quedó mirándola embobado, intentando no pestañear, conservar cada detalle, cada color, cada reflejo…temiendo que aquella maravilla desaparecería de su vista si cerraba los ojos…peo al final los ojos le dolieron de tanto mirar, y tuvo que cerrarlos, y rascarse y cuando los abrió…no estaba, se había ido!

El niño salió corriendo, esquivó la toalla de su mamá, que no entendía nada, y se fue a su habitacion. Tomó su cuaderno y pintó todo lo que había visto, con todo el detalle del que fue capaz. Y cuando lo tuvo acabado, se lo enseñó a su mamá, y le preguntó «¿Qué es esto, mamá?» pero su mamá le dijo «¿Qué es qué, cariño?» «Estooooo!!!» Pero su mamá no veía nada en el dibujo, sólo mar. Así que el niño se desesperó y decidió volver a mirar al mar.

Y permaneció todo el día junto al mar. Pero aquello no volvió. Y al día siguiente fue de nuevo a esperar. Y al siguiente. Pero nada. Ya le decía su mamá que muchas de las mejores cosas había que esforzarse para lograrlas, y él estaba dispuesto a hacerlo. Así que bajó cada día al mar durante una semana, hasta que una mañana con tormenta, con unas nubes de esas negras que tan sólo con verlas puedes sentir la lluvia, aquello volvió.

Y entonces el niño cogió de nuevo su cuaderno. Y como si de un mapa se tratara, dibujó. Él adoraba los mapas, sabía los caminos de memoria, y le gustaba saber dónde estaba cada cosa. Así que no sólo la dibujó, sino que marcó sus bordes, y calculó con sus manitas a cuánta distancia estaba del faro, y a cuánta de la casa del pintor, y poco a poco, forzandose a no cerrar los ojos, dibujó aquel mapa.

Y volvió donde su madre. Ella, que le había visto bajar un día tras otro a la playa y estaba intrigada por lo que su hijo buscaba con tanto afán, había decidido buscarlo con él. Y cada mañana se sentaba en el porche de su casa, y miraba donde miraba el niño. Él no la veía, pero ella siempre estaba ahí. Y al cabo de un rato, le bajaba al niño un vaso de leche con una galleta de chocolate blanco como a él le gustaba, para que tuviera fuerzas para seguir mirando. Y cuando llegaba la hora de comer, hacía unos bocadillos y, sin preguntar, se sentaba a su lado en la playa y comían en silencio.

Así que aquél día, apenas el niño se giró, vio a su madre. Y de nuevo preguntó «¿Qué es esto, mamá?» Y su madre miró aquel dibujo. Y lo reconoció. Y no pudo evitar llorar, porque era una mamá de las que lloran. No demasiado, pero sí lo suficiente, incluido llorar de alegría, o de emoción. Y tan sólo dijo «la viste, ya la viste». Y el niño esperó.

– Es la isla de las hadas, cariño.
– ¿La isla de las hadas?
– La isla de las hadas. La isla que guarda nuestros sueños de niños, la llave de nuestros corazones alados, la puerta a nuestro universo particular.
-Entonces vamos, tengo el mapa, lo hice mamá! Lo tengo!
– Pero es tu isla, cariño, sólo tú puedes verla.
– ¿Tú no la ves?
– No, corazón, yo veo la mía. LLevaba tiempo sin verla, pero desde que soy tu mamá, la volví a visitar.

El niño se quedó pensativo. ¿Una isla suya, propia? No podía creerlo. Él nunca había tenido algo parecido: una isla toda para él! Así que dejó a su mami en la cocina y se fue a su cuarto y se tumbó en la cama viendo las estrellas y pensó: mañana prepararé el viaje.

Pero al día siguiente la isla no estaba. Al niño ya no le importaba, porque tenía su mapa: cuatro manos a la derecha del faro, tres a la izquierda de la casa del pintor… Convenció a su amigo Noa de que le prestara su barco. Aunque su amigo no era fácil de convencer así como así. El niño tuvo que compartir su secreto. Y Noa decidió que él también quería ver su isla. Y al niño le pareció bien. Noa y su madre eran las mejores personas del mundo para enseñarles su isla.

Así que Noa y el niño esperaron esa noche, cogieron a escondidas algo de comida: unos yogures, pan, unas galletas…las metieron en su mochila y antes de que sus madres se despertaran cogieron el bote y empezaron a navegar siguiendo su mapa. Ninguno de los dos hablaba, pero sus corazones se oían en el silencio. No como el de su mamá, con sonido de alas, sino como huracanes de miedo y vértigo. Apenas podían articular palabra.

Pero cuando llegaron al punto donde decía su mapa, la isla no estaba. No estaba! Por ningún sitio. Y el niño empezó a desesperarse: no puede ser, no puede ser, no puede ser…hasta que pasadas dos horas Noa dijo que debían volver, la gasolina del motor de su bote se estaba acabando. Y así lo hicieron.

Y en la playa les esperaban sus madres. Y su mamá, como casi siempre que se asustaba, le abrazó y le gritó, le gritó y le abrazó por igual. Pero al final sólo le abrazó, mientras sentía que las lágrimas del niño caían por su pecho.

– No estaba, mamá, no estaba…hice mal el mapa.
– El mapa?
– Mi mapa!
– Carino, tu mapa era perfecto! sólo que las medidas no eran físicas sino las que veían tus ojos.
Carino, nuestra isla de las hadas es un lugar al que sólo podemos llegar volando. Tú y yo tenemos corazones alados. Por eso necesitamos llegar volando. Igual que volamos a las estrellas. Cuando la vemos, debemos fiarnos de nuestra mirada, de nuestro corazón, y volar.
– Volar, mamá? Pero si yo no sé volar.
– Eso no es cierto, qué te digo cada mañana cuando bajas a la playa?
– Que cuide mis alas, no vayan a enredarse.
– Y dónde están tus alas?
– En mi corazón alado.
– Entonces sólo tienes que hacer más fuerte tu corazón, más vibrante, más feliz aún…aprender, crecer, llenarte…y cuando estés listo, volarás a la isla de las hadas.
– Volaré?
– Volarás. Sabes por qué lo sé?
– Por qué?
– Primero, porque tienes tu mapa. Muy poca gente es lo suficientemente valiente para mirar, buscar, esperar y aprender lo suficiente para dibujar su mapa, y encontrar su isla. Si has logrado verla y dibujar el mapa, sé que lograrás volar cuando estés preparado. Y segundo, porque yo volví a volar contigo. Yo logré volar hace muchos años, pero lo había olvidado. Hasta que llegaste tú y me hiciste mamá, y entonces volví a confiar en mi corazón. Contigo recuperé la llave con la que darle cuerda. Y desde entonces vuelo a mi isla cuando quiero. Y hablo con mis hadas. Y con los abuelos.
– ¿Los abuelos están allí?
– Si tú quieres, estarán. En tu isla estarán quienes quieras que estén.
– ¿Y tú?
– Yo viajaré contigo si me invitas.
– Vale, iremos juntos, porque tú y yo somos un equipo invencible. Bueno, y Noa también, que se lo he prometido.
– Encantada. Pero ahora guarda tu mapa. Lo necesitarás para guiar tu corazón. Eso y la cuerda a tu corazón alado que cada noche te doy al abrazarnos. Pero guarda muy dentro de ti tu isla y nunca desconfies de tu intuición. Cierra los ojos, la ves?
– Siiiii. Veo un volcán, y los árboles, y los halcones y…
– …Pues ahi está. Cuando quieras viajar, cuando estés preparado, iremos juntos hasta ella.

Y el niño cerró los ojos. Y vio su isla mientras escuchaba el ssshhhh del corazón de su mamá, que sonaba como las alas. Las de ella y las suyas.

Pepa Horno
Paraguay, 9 de Mayo de 2012
A mi hijo José, que cuando leyó el cuento anterior, dijo que le encantaba, pero que el protagonista tenía que haber sido chico. Y le prometí que le escribiría un cuento con un niño como protagonista durante este viaje para podérselo leer a la vuelta.

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Erase una vez…

…una niña que tenía un corazón alado. Así lo llamaba ella cuando se miraba al espejo e intentaba sonreír.

Cada mañana se peinaba su pelo moreno y largo ante el espejo y pensaba para sí  «a ver si hoy al fin se dan cuenta». Pero el día acababa, y nadie había visto su corazón alado. Y ella no acababa de entenderlo porque lo abría de par en par, lo mostraba con sus manos, cuando se las llevaba cerca como señalándolo, o en sus ojos cuando miraba profundo a las otras niñas, y también a algún que otro niño avispado que había en su clase.

Pero los días pasaban y nadie lo veía.

Y es que su corazón latía diferente a los demás, a otro ritmo. Era un corazón alado. Y como todos los aparatos que vuelan, necesitaba que le dieran cuerda. Así que cada noche, al ir a acostarse su madre se acercaba con cuidado y le daba cuerda con palabras y caricias mágicas, sutiles pero de una hermosura que ella apenas atisbaba a contemplar arrobada. Pero sabía que mientras le hablaba, casi con una caricia, su madre abría su pecho y le daba cuerda a su corazón alado. Casi, casi ni ella misma lograba oír el ruido de la llave mágica que daba cuerda. Pero sí lo podía sentir mientras iba quedándose dormida.

A veces le pasaba, a veces la cuerda no era suficiente para el día, porque habían pasado muchas cosas, porque había sido un día lleno de emociones y para esos días ni las madres más magas pueden lograr que un corazón alado no se pare. Así que, a veces, la niña perdía el ritmo del mundo. Era como si ella cada vez fuera más lenta y el mundo pasara ante ella como una película de cine mudo.

Y veía que los niños le gritaban, que la profe le miraba enfadada, y ella lo intentaba, lo intentaba de verdad…pero no podía, su corazón no le daba para tanto. Sólo su amiga Liu era capaz de reconocer esa mirada perdida suya, esa que nadie salvo aquellos que te aman con locura puede reconocer en uno. Sólo Liu, y Teo algunas veces, eran capaces de reconocer esos ojos en la niña. Y entonces se acercaban, y le tomaban de la mano. No sabían qué hacer, eran niños como ella, no tenían la llave para los corazones alados que sólo las palabras mágicas de las  mamás y los papás poseen. Pero eran sus amigos, y la querían. Por eso no la dejaban, la agarraban de la mano y se sentaban a su lado a esperar. Contestaban por ella a la profe, ahuyentaban a los niños moscones y esperaban a que su madre, o su padre, vinieran a buscarla. Porque ellos sí. Ellos sí podían salvar a la niña.

Y esos días para la niña eran muy dificiles de vivir. Ser sin estar, quedarse colgada en el aire como un pájaro que planea y no poder salir a la vida, a la tierra.  Y esas noches, cuando su mamá se acercaba a decirle las palabras mágicas…esas noches la niña no lograba soñar, y cuando su mamá le daba cuerda a su corazón alado..su corazón le dolía.

Y ese dolor…pesaba, cada vez pesaba más, hasta un momento en que la niña pensó que era parte de ella, que el dolor era ella. Al menos ella a ratos, en los ratos tristes, en esos días en que su corazón no lograba latir suficiente.

Hasta que un día…

Un día su profe les contó una historia. Era uno de esos días buenos para la niña, días en los que estaba despierta, su corazón volaba a toda máquina dentro de ella y su cabeza estaba llena de ideas locas y maravillosas. Así que escuchó atenta. Porque a la niña siempre le gustaron los cuentos. Desde antes de que pudiera recordar.

Y el cuento hablaba de una hada arregla corazones. En el cuento, y la niña no podía comprender cómo lo sabía, hablaban de corazones como el suyo, corazones alados, pero también de corazones vidriosos, corazones espuma, corazones tormenta..y la niña no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Acaso había otros corazones que necesitaran cuerda? Según el cuento, los corazones tormenta sólo latían en verano, cuando el calor y la humedad formaba las nubes y los rayos. O los corazones espuma, que sólo lograban cargarse cuando el niño se bañaba, y metía su cabeza bajo el agua y movía las manos rápido y velozmente, lo suficiente como para generar una bañera inmensa de espuma. Uff, ese cuento hablaba de muchísimos tipos de corazones!

Y lo que era mejor, hablaba de los coraones alados como el suyo. ¿Pero no era ella la única que se quedaba sin cuerda? ¿No era la única que necesitaba que las palabras mágicas de sus papás le dieran cuerda? Parecía que no, si ese cuento era cierto. Porque ya se sabe que no todos los cuentos son verdad, o al menos no completamente verdad.

Pero lo más increíble del cuento es que decía que existía un hada, un hada arregla corazones. La niña miraba a Liu y a Teo mientras la profe les leía el cuento. ¿Sería que Liu y Teo ya conocían el hada? Porque sus caras no demostraban ninguna sorpresa, sólo la misma cara de embobados que ponían cuando algo les encantaba y que a la niña le gustaba tanto ver en ellos. Pero nada más. No había sorpresa, ni duda, ni…entonces…¿era posible? ¿Existiría ese hada?

Pero…porque siempre había un pero…el cuento lo dejaba claro. Para lograr encontrar al hada cada niño tenía que llegar solo al bosque donde ella vivía. Y la niña nunca había ido a ningún sitio sin sus papás, o sin Liu o Teo al menos. ¿Cómo iba a hacerlo sola? ¿Y si su corazón alado se quedaba sin cuerda por la emoción del camino o el susto del bosque? ¿Quién la sacaría de allí? Y si luego llegaba hasta el hada, y ella ya no estaba, o no sabía arreglar su corazón, porque el suyo era muy muy especial, seguro que arreglarlo no sería fácil.

La niña se fue a casa pensando en el cuento. Tan distraida estaba que su madre pensó que su corazón alado se había quedado sin cuerda y le dio un abrazo caricia extra antes de la cena. Y la niña lo agradeció. Sintió el calor en su corazón alado. Y pensó: merece la pena salvar mi corazón.

Así que al día siguiente le pidió el cuento prestado a su profe, que se lo dejó llevar a casa a condición de que lo trajera de vuelta al día siguiente. La niña accedió. Y esa noche, después de que su padre le diera cuerda a su corazón alado, encendió la luz a escondidas, y con su linterna leyó una y otra vez el cuento para memorizar el camino al bosque y las instrucciones del equipaje que debía llevar. Porque las aventuras hay que prepararlas. Y en ésta el equipaje era bien raro, a saber.

El equipaje para llegar al bosque era unas zapatillas de montaña que resistieran. Hasta ahí lógico. Una lata de risas enlatadas de las que poder alimentarse cuando llegara la noche. Una manta de caricias para protegerse del frío, en su caso, lógicamente, caricias de mamá, de papá, de Liu o de Teo. Y un dibujo de su corazón.

Las risas fueron fáciles de conseguir. Sólo tuvo que jugar con Liu y Teo en el patio, y pedirles que le hicieran cosquillas. Las caricias en una semana tenía una manta grande y de colores de las diferentes tipos de caricias: de antes de dormir, de consuelo cuando te caes, de las de al salir del baño..una manta preciosa. Pero ¿su corazón? ¿Cómo iba a dibujarlo? Ella nunca se había atrevido a mirar su corazón. ¿Cómo podría entonces dibujarlo? Además, no podía mirarlo en los libros, porque los libros hablan de los corazones, pero el cuento que la profe le había contado era el primero donde le hablaban de corazones alados como el suyo, pero ya le había devuelto el cuento a la profe, y no recordaba que tuviera un corazón alado dibujado.

Así que esa noche, cuando ya fue inevitable, cuando ya tenía todo el resto de equipaje y sabía que sólo le quedaba el dibujo para poder emprender el viaje, se decidió. Cogió una silla blanca que había en su baño, cerró la puerta del baño para que sus papás no la vieran, se subió a la silla frente al espejo y se abrió el pijama.

Primero el pijama, luego la camiseta, y luego el pecho. No era fácil llegar al corazón. Hace falta mucho valor para quitarse tantas capas, capas que son tan calentitas, aunque pesen. La niña no podía casi ni mirar al espejo. Pero poco a poco logró mirar, y fue pintando lo que vio, trocito a trocito, con cuidado. Un trozo rojo, otro más violeta, y ahí justo ahí en la esquina superior derecha del corazón estaba el agujero de la llave con la que su mami y su papi le daban cuerda cada noche.

Uff, qué difícil! Tengo frío! Pensó la niña. Pero enseguida recordó el bosque y el hada y la mirada de preocupación de Liu y Teo los días en que le aferraban la mano en el patio del cole y ella no podía responderles porque el corazón no le latía suficiente.

Así que poco a poco fue dibujando la cerradura de su corazón. Al principio le parecía que no tenía una forma concreta. Era algo raro, le sonaba conocido, pero al mismo tiempo no tenía forma de nada concreto…Qué raro! Pensaba la niña una y otra vez mientras miraba y dibujaba, dibujaba y miraba, abstraida ya totalmente del baño, su casa, sus papis y el mundo entero. Era la primera vez que lo veía. Y le pareció hermoso.

Porque entonces, y sólo entonces lo comprendió. Comprendió cuál era la forma de su llave, de la cerradura de su corazón alado. Y comprendió por qué su corazón se paraba a veces, por qué algunos días no le daba la cuerda para vivir. Y pensó, o más bien sintió algo así como «¡eureka!». Y sin darse cuenta comenzó a sonreir…y el peso empezó a ser menos peso…y sus manos dejaron de apretar el pijama…y sus ojos asombrados volaron por el universo que habitaba en su corazón.

Y entonces, poco a poco, muy suavemente dio cuerda a su corazón alado.. se cerró el pijama… se miró en el espejo…sonrió…se bajó de la silla…abrió el cerrojo de la puerta y salió  firmemente decidida a decirle a su mami y a su papi que quería que siguieran viniendo a acariciarla todas las noches pero ya sin  preocuparse. Porque ya no debían angustiarse por ella. Porque su corazón alado nunca volvería a pararse. Porque ahora ella sabía cómo darle cuerda, pasara lo que pasara, en el lugar y momento en que pasara.

Y sintió que volaba.

Pepa Horno

25 de abril de 2012, el día que cumplo 39 años.

Dedicado a B.A. por hablarme de las hadas y ser mi espejo.

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